El mundo parece estar colapsando a nuestro alrededor. La sociedad capitalista está en bancarrota, sacudida hasta los cimientos por la crisis económica y financiera que aún no ha terminado, socavada por el desempleo, la pobreza y las medidas violentas adoptadas contra los más pobres.
Lo que vemos hoy es un mundo donde las guerras se multiplican en el contexto de las batallas de los países capitalistas para imponer su influencia y generar riqueza. Estas mismas guerras y miserias hacen imposible que millones de personas permanezcan en sus hogares y los obligan a huir a otros países poniendo en riesgo sus vidas. Países donde los gobiernos a menudo sólo tienen muros, selecciones humillantes y, al final, la pobreza como la única solución para ofrecerles.
¿Cómo podemos aceptar que, en este mundo tan rico, donde la ciencia y el conocimiento están tan avanzados, donde las capacidades productivas de la humanidad están más desarrolladas que nunca en la historia, cómo podemos aceptar que dos tercios de la humanidad vivan en la pobreza? ¿Que, en los propios países ricos, miles de familias duerman en tiendas de campaña? ¿O que millones de jóvenes, graduados o no, se vean forzados al desempleo?
En un extremo de la sociedad, especuladores, banqueros e industriales bailan sobre el volcán y exhiben insolentemente fortunas cada vez más delirantes. Todo el dinero que ganan con la explotación y el saqueo, cuando no lo malgastan en sus ridículos gastos de lujo, lo arrojan a la especulación financiera, empeorando cada día más la situación económica. Ellos conducen el mundo a su final, y lo saben, ¡y continuarán hasta que el mundo muera!
En el otro polo, miles de millones de seres humanos están viendo cómo se derrumba su nivel de vida, desde los países pobres hasta los países ricos. Y ven la perspectiva de una catástrofe global que se acerca, que los economistas y políticos que manejan el capitalismo son incapaces de detener.
A raíz de este sistema en crisis, incapaz de satisfacer las necesidades de la humanidad, se están desarrollando ideas reaccionarias. Es el aumento del racismo, la xenofobia y el fundamentalismo religioso de todo tipo. Bolsanaro en Brasil, Trump en Estados Unidos y Salvini en Italia son sólo los representantes más significativos de este retroceso.
El capitalismo no puede ser el futuro de la humanidad
¿Cuál será nuestro futuro mañana? ¿La mitad de la población estará desempleada y la otra mitad tendrá condiciones de trabajo del siglo XIX? ¿Será la vuelta del hambre en un país como España y regímenes autoritarios creados para imponer austeridad con porras? Esta ya es en gran medida la situación a escala mundial.
No hay futuro para la juventud en este mundo podrido. Ya no hay ni siquiera una perspectiva de éxito individual, tampoco con diplomas, si no se ha nacido hijo o hija de un hombre rico. Sólo existen soluciones colectivas: tendrá que haber una revolución que ponga fin a la dictadura de los capitalistas y que permita construir una sociedad igualitaria, donde la riqueza esté bajo el control de los trabajadores. Esta sociedad, que será dirigida y administrada por los propios trabajadores, es lo que llamamos comunismo.
Es cierto que la crisis causará explosiones sociales tarde o temprano. La clase obrera es la clase social que puede derribar al capitalismo porque cuando lucha altera el centro: la producción. Pero si estas explosiones se convierten en revoluciones conscientes, se necesitarán ideas y partidos revolucionarios. Se necesitarán jóvenes que hayan pensado mucho antes, que hayan tratado de entender el mundo y que quieran luchar para cambiarlo.
¡Sí, debemos cambiar el mundo! Y ahora debemos conseguir entenderlo. No basta con estar indignado: ¡hay que pensar, comprender y luchar!