El 5 de octubre de 1934 los mineros asturianos, liderando al proletariado de la región, desencadenaron la revolución social al grito de ¡UHP!, Uníos Hermanos Proletarios, esperando que el resto del país le siguiera. Durante 15 días mantendrán al ejército de la república en jaque hasta que aislados y solos, abandonados por las fuerzas del PSOE y de la CNT del resto del país, no les quedó más remedio que rendirse ante el aislamiento provocado por el sectarismo de la CNT y la traición del PSOE.
La Comuna parisina tiene el honor de ser la primera revolución donde se organiza un estado obrero y se pone en práctica el socialismo en el siglo XIX.
La revolución rusa demostró la posibilidad de hacer triunfar la conquista del poder por el proletariado al nivel de un inmenso país.
Hubo otras revoluciones entre las dos guerras mundiales que fueron reprimidas. La Comuna asturiana forma parte de esas tentativas revolucionarias y abría el paso a la ola revolucionaria que surgió en el año 36.
Fue a su escala un modelo de revolución social y organización obrera que después se trataría de poner en práctica en nuestra guerra civil.
Esta revolución no salió de la nada. Años de luchas, de experiencias construyendo las organizaciones, de conciencia de clase acumulada, fueron el crisol que daría lugar a esta experiencia revolucionaria. Nosotros como comunistas no podemos dejar en el olvido esta epopeya de los mineros revolucionarios y más allá del mero recordatorio histórico o académico, queremos contar los hechos para pasar el testigo a las nuevas generaciones, nuestra herencia e ideales recuperados para sacar las enseñanzas de los errores, traiciones y sectarismos que hizo posible su derrota.
El futuro es nuestro, de la clase trabajadora, del socialismo a pesar de estar sumidos en una crisis brutal del sistema capitalista. Y es precisamente esta crisis actual la que muestra el fin histórico de este sistema económico, social y político agotado que pervive a costa del sufrimiento de la humanidad.
Dar a conocer las enseñanzas del octubre asturiano a las nuevas generaciones es nuestra tarea para poder educar y formar a nuevos militantes que seguirán la senda revolucionaria.
Dicho esto, el texto que presentamos fue publicado hace 30 años evocando el 50 aniversario. No por ello ha quedado desfasado. Al contrario es un material indispensable para conocer estos hechos y entender el proceso revolucionario que se vivió en nuestro país en el siglo pasado. Entender el proceso decimos, no sólo para rememorarlo, sino para encontrar las claves que hoy nos puedan ayudar a avanzar en la construcción de una organización obrera y revolucionaria.
Algunos dirán que han pasado muchos años, que los contextos sociales son muy distintos. Y es verdad… a medias. En los procesos históricos de cambio social la duración del tiempo es harto relativa: en 10 o 20 años no cambia nada la sociedad y en 1 día cambia 20 años. Así son los procesos revolucionarios.
Esta revolución se hizo en un contexto de crisis mundial, a 17 años de la revolución soviética. Hoy tenemos una crisis del mismo tipo, ya no existe la URSS y la conciencia de clase ha retrocedido a niveles elementales. Pero las fuerzas sociales y las contradicciones del capitalismo, como organización social obsoleta, nos llevará irremediablemente a plantear el comunismo como única salida: socialismo o barbarie. En este sentido la comuna asturiana será fuente de enseñanzas pues el funcionamiento del capitalismo es el mismo, su lógica la misma, aunque haya cambiado la tecnología y el progreso científico. Es más, se vuelve a la explotación más bárbara en el mundo entero que muchos jóvenes no habían conocido.
A modo de introducción histórica
Nos situamos en los años treinta. La crisis de 1929 golpea mundialmente a millones de personas. El capitalismo en crisis crea los fascismos. Mussolini en Italia, Hitler en Alemania, dictaduras por doquier para mantener el poder de las burguesías. La monarquía de Alfonso XIII había entrado en una crisis profunda incapaz de mantenerse por más tiempo, con el pueblo en la miseria. Se abre un nuevo camino político con la II República el 14 de abril. La República tan idealizada ahora, supone esperanza para el pueblo obrero que pronto será frustrada por las políticas antiobreras del primer bienio del gobierno republicano-socialista que se ve obligado a convocar elecciones y las pierde.
El gobierno de la república había caído en manos de la derecha republicana y de la CEDA de Gil Robles, abriendo el periodo llamado bienio negro, preparando desde el gobierno las medidas reaccionarias que permitieran a la burguesía española aplastar a la clase trabajadora que desde el 14 de abril de 1931, con el advenimiento de la II República estaba resuelta a derrocar el régimen capitalista que desde hacía siglos explotaba sin misericordia a los trabajadores españoles.
La burguesía mantenía en la explotación económica y social al pueblo trabajador. Esta burguesía estaba formada por una oligarquía financiera, industrial, una nobleza terrateniente venida a menos pero con un poder nada despreciable basado en el latifundio y la unión financiera con los grandes bancos del país y una Iglesia católica unida al Estado que mantenía su dominio en la educación, la enseñanza universitaria e imponía su religión a la población hundiendo a la sociedad en el oscurantismo más reaccionario. El dominio de esta burguesía se realizaba a través del poder económico -que la II República no osó tocar-, se basaba en la posesión de casi toda la tierra cultivable, el control de los grandes bancos y de la poca industria que había en el país.
Esta burguesía había ejercido el poder político a través el régimen monárquico de Alfonso XIII en el primer tercio del siglo XX. Un régimen corrupto, una dictadura primero encubierta a través del turno de partidos, el liberal y el conservador, y después de facto con el general Miguel Primo de Rivera. El régimen había sostenido la explotación de la clase dominante y asesinado a miles de españoles de la clase obrera a través de la represión de sindicalistas y militantes de las organizaciones obreras y con la guerra colonial de Marruecos contra los independentistas rifeños para mantener los intereses económicos de jesuitas y nobles que mantenían la explotación de los recursos mineros del Rif.
La guerra de Marruecos, donde los pobres sólo iban como carne de cañón, la miseria del pueblo, la corrupción del régimen, alimentaba la rebeldía de la clase trabajadora que había jalonado de luchas, huelgas, insurrecciones todo el principio de siglo. La burguesía española viéndose incapaz de mantener su poder a través de los Borbones preparó la transición hacia el régimen republicano.
La II República abrió las puertas a la revolución española creando expectativas en las masas obreras. Pero este régimen fue incapaz de resolver, en el contexto de la crisis económica de 1929 y la aparición del fascismo, las mínimas reivindicaciones de los trabajadores: una reforma agraria, el desempleo, los derechos laborales etc., desde muy pronto usó a la Guardia Civil y la Guardia de Asalto contra los jornaleros y los obreros que se rebelaban. Los sucesos de Casas Viejas mostraron la verdadera cara de la coalición republicano-socialista liderada por Azaña, masacrando a jornaleros.
Las elecciones de noviembre de 1933, con el abstencionismo activo de la CNT y el desencanto del pueblo trabajador, se tradujo en una victoria de las derechas republicanas que gobernaron con el partido fascista de la CEDA de Gil Robles. Con una reforma electoral que les favorecía llegaron al gobierno con tres puntos fundamentales: defensa del orden y la religión, abolición de la Ley de Reforma Agraria de 1932, excarcelación de los golpistas de 1932 cuya cabeza visible era el general Sanjurjo.
La burguesía española, los sectores del ejército más reaccionarios, los africanistas, y la Iglesia intentaban electoralmente realizar lo que Hitler en Alemania o Dollfuss en Austria habían conseguido parlamentariamente: aplastar a la clase trabajadora, a sus organizaciones e implantar un régimen fascista que permitiera mantener su dominio de una forma estable a través de la represión y el terror.
En esta situación los sectores obreros más revolucionarios sabían que el fascismo se acercaba y solo la revolución social podría frenarlo eliminando las bases materiales y políticas de la burguesía. Para ello la expropiación de los latifundios y su reparto a los jornaleros, las colectivizaciones, la expropiación de la banca y la colectivización de la industria junto con una democracia revolucionaria en manos del pueblo trabajador, era la única salida.
La revolución de Octubre, la Comuna Asturiana, se enmarca en este programa. Valeriano Orobón Fernández, dirigente de la CNT en Asturias y los dirigentes mineros de la UGT y PSOE sabían que sólo la unidad obrera en pos de la revolución social podría frenar los ataques de la burguesía y del fascismo. Desgraciadamente solo la Alianza Obrera asturiana consiguió esta unidad mientras que el resto de la CNT se desentendió, en especial en Cataluña, y los socialistas que se llenaban la boca de palabrería revolucionaria no prepararon la insurrección. Esta fue la causa de la derrota de la Comuna Asturiana. Y, aunque la revolución impidió los planes inmediatos del terror fascista, la burguesía junto a los sectores más reaccionarios del clero, se dedicaron a preparar el golpe de estado, el levantamiento militar franquista de 1936.
La unidad de la clase obrera se hace necesaria e imprescindible: se crean las Alianzas Obreras
La unidad obrera de la Comuna Asturiana encierra los mismos criterios para la unidad de hoy. Hoy como ayer se plantea el mismo problema para los revolucionarios aunque naturalmente el contexto es distinto. Hasta la guerra civil de 1936 la clase obrera española se organizaba bajo el liderazgo de tres sectores proletarios que habían sido puntales de la lucha obrera prácticamente desde la Iª Internacional en el siglo XIX. Estos eran, a saber, los jornaleros, andaluces y extremeños fundamentalmente, los obreros catalanes, los obreros de la industria siderúrgica vasca y los mineros asturianos. Estos últimos habían sido siempre la vanguardia, la punta de lanza en las luchas de la clase obrera. Tanto es así que las primeras grandes huelgas mineras en los años 60 del siglo pasado, en plena dictadura franquista dieron lugar al nacimiento de Comisiones Obreras. Incluso hoy, la combatividad de los mineros en las marchas negras de 2012 con la masiva y impresionante llegada final a Madrid muestran que la tradición de lucha permanece.
Como explicábamos, hubo militantes revolucionarios tanto en la CNT, como en el PSOE y la UGT, el PCE o entre la Izquierda Comunista que veían con claridad el problema que se planteaba en España en esos momentos: ante un proceso revolucionario de lucha de clases, ante una crisis aguda del sistema, el enfrentamiento era inevitable entre burguesía y proletariado.
En esta situación solo era posible la unidad en una alianza obrera, con un programa revolucionario que resolviera de una vez el dilema: o la insurrección obrera con la toma del poder político y la organización de la sociedad bajo el dominio del mundo del trabajo y la máxima democracia obrera; o el mantenimiento de la explotación capitalista bajo el terror de la dictadura.
Históricamente la posibilidad mostrada heroicamente por el proletariado asturiano liderado por los mineros no fue posible. El sectarismo de la CNT, y el reformismo traidor de los socialistas y más tarde el estalinismo del partido comunista, prepararon el camino al terror franquista posterior que duró décadas.
El Partido Comunista, ya estalinizado al cien por cien, y los socialdemócratas, vendieron la II República como la panacea democrática. Como un régimen revolucionario aplastado por el fascismo. Y al Frente Popular de 1936 como la unidad antifascista y de la clase obrera contra Franco. Incluso que el Frente Popular era una continuidad de las Alianzas Obreras de la revolución de octubre. Esta idea responde a una falsedad manifiesta de una política reformista contra la clase trabajadora. El error descomunal es identificar el conflicto entre fascismo y democracia republicana. Cuando el conflicto sería realmente entre capitalismo y socialismo, entre clase trabajadora, es decir el proletariado y su democracia obrera, y la burguesía con su dictadura fascista.
La Alianza Obrera de Asturias era un pacto de las organizaciones obreras por la revolución social y la democracia revolucionaria, para acabar con el capitalismo en crisis que preparaba y sostenía el terror fascista. No tiene nada que ver con un pacto electoral de colaboración de clases que era el Frente Popular, donde se afirmaba categóricamente que no habría reforma agraria, ni nacionalización de la banca, ni siquiera seguro de desempleo por expreso deseo de los republicanos de Azaña.
Ahora que desde muchos sectores de la izquierda se clama en favor de la unidad es necesario aclarar este tema. Los comunistas que editamos esta revista somos del mismo criterio, salvando la distancias del contexto histórico, que los revolucionarios asturianos de 1934: la unidad obrera en la lucha, sea el nivel de conciencia que la clase obrera tenga, debe atenerse a los intereses reales de los y las trabajadoras, en una solidaridad obrera real y masiva en los barrios, fábricas y empresas, con objetivos y reivindicaciones que unan a toda la clase y pongan en marcha a masas de trabajadores en lucha.
Socialismo o barbarie
La unidad obrera no es el pacto de organizaciones que no representan realmente a los trabajadores o que solo son minorías sin implantación real entre la clase obrera. No son las reediciones de pactos electorales interclasistas tipo Frente Popular. Es la unión basada en la solidaridad obrera, por reivindicaciones para toda la clase trabajadora y que lleve implícito la lucha progresiva y el aumento de la conciencia por la emancipación de la clase y el derrocamiento del capitalismo. En 1934, en Asturias, se concretó en el pacto CNT- UGT bajo dos criterios fundamentales: la revolución social y la democracia obrera.
Hoy es verdad que no tenemos la conciencia de clase que había en esa época. Pero la crisis nos permite explicar el comunismo, las luchas obreras existen y la movilización social despunta. En esta situación la unidad obrera debe situarse dentro del mismo razonamiento: unir a los trabajadores y sus luchas con reivindicaciones que protejan sus condiciones de vida y permitan avanzar en su conciencia de clase hasta acabar con el capitalismo. En definitiva defender y explicar la base de la conciencia de clase: comprender que somos una clase social que mantenemos con nuestro trabajo la sociedad y en frente está la burguesía.
Hoy más que nunca es necesario organizar y construir una organización obrera que luche por los ideales y el programa revolucionario de la Alianza Obrera de los mineros asturianos, que no es más que la construcción de una sociedad internacional igualitaria donde los medios de producción sean de la sociedad y estén en manos de los trabajadores, que democráticamente planifiquen y controlen la economía. Y ante la crisis del capitalismo no se abre otra disyuntiva que elegir entre el socialismo o la barbarie.
80 años de la Comuna de Asturias de 1934, octubre de 2014