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8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora: Un día de lucha

El 8 de marzo no es un día festivo, ni de celebraciones, como suele presentarse hoy en día, porque así lo institucionalizó la ONU en 1977. Sin embargo, para muchos es un día de lucha contra la opresión de la mujer, iniciado por el movimiento obrero socialista hace un siglo.

La opresión de la mujer está muy extendida en todo el mundo. Adopta formas más o menos brutales según los países: desde salarios más bajos por trabajos equivalentes hasta la exclusión total de la vida pública y el estatus de menor de por vida, como aquí en España en tiempos de Franco, bajo la tutela del padre o del marido, pasando por numerosas formas de discriminación y violencia.

La lucha contra la opresión de las mujeres es inseparable de la lucha contra una organización social basada en la explotación. El capitalismo fomenta todo tipo de divisiones para rebajar los salarios, empeorar las condiciones de trabajo y enfrentar a unos trabajadores con otros. La división por sexos es una de esas divisiones, que convierte a las mujeres en las más explotadas.

Por eso las socialistas fueron de las primeras feministas. Ya en 1848, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels denunciaron la familia burguesa como base de la transmisión de la propiedad privada, reduciendo a las mujeres a «meros instrumentos de producción». En 1879, el socialista alemán August Bebel publicó “La mujer y el socialismo”, una obra de vanguardia en la que afirmaba que «no puede haber emancipación humana sin independencia social e igualdad de los sexos».

La iniciativa del 8 de marzo partió de las activistas de la Segunda Internacional, Clara Zetkin entre otras, que organizaron conferencias internacionales de mujeres socialistas. En 1911, con la ayuda de los poderosos partidos socialistas de la época, el primer Día Internacional de la Mujer reunió a un millón de mujeres en varios países europeos. Las socialistas revolucionarias querían distinguirse de las feministas burguesas que se limitaban a reivindicar el derecho al voto, incluso limitándolo a las mujeres ricas. Para los socialistas, la emancipación de la mujer era imposible sin la emancipación de todos los trabajadores, y viceversa. Como dijo Rosa Luxemburgo en 1912: «El sufragio femenino es la meta. Pero el movimiento de masas para conseguirlo no es sólo un asunto de mujeres, sino una preocupación común de clase, de las mujeres y los hombres del proletariado».

Para los revolucionarios, ser consecuentemente feminista significa unirse a la lucha para derrocar el capitalismo y preparar un futuro comunista en el que desaparezcan todas las formas de opresión, de las cuales, la de la mujer, es una de la más odiosa.