El 15 de mayo se cumplieron diez años de la ocupación y acampada de la Puerta del Sol en Madrid, acontecimiento que abrió la espita de las movilizaciones populares que darían lugar a lo que comúnmente se llamó movimiento 15M. Nadie preveía que la indignación generalizada por las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Zapatero y después de Mariano Rajoy fuera a desembocar en una oleada de luchas y movilizaciones que marcaron nuestro país en este decenio. Las marchas, movilizaciones y huelgas se extendieron por toda la piel de toro. A las ocupaciones y acampadas en las plazas de toda España, le sucedieron grandes manifestaciones en contra de la situación de corrupción política y social. La lucha contra los desahucios, las ocupaciones de viviendas vacías en manos de los bancos, las marchas negras de los mineros asturianos, las mareas blancas de la sanidad y verde de la educación, las huelgas generales, la lucha jornalera en Andalucía o de los trabajadores de las subcontratas de Telefónica y en general de las masas trabajadoras, inundaron las calles del país durante estos años. Como se coreaba en las manifestaciones, “De Norte a Sur de Este a Oeste, la Lucha sigue cueste lo cueste.”
Estas movilizaciones y conflictos fueron las consecuencias concomitantes a la caída de Lehman Brother, y al gran Crac producido tres años antes en la economía mundial, a partir del hundimiento internacional de la banca y la burbuja inmobiliaria. Tras la chispa que supuso el incendio, aparecieron las grietas que derrumbaron todo el edificio de un sistema económico cuyos cimientos, se descubría, estaban en ruinas. Entonces se volvió a hacer crítica económica y política a un sistema económico en desahucio: el capitalismo.
Y este terremoto social agrietaría la representación política tradicional desde la Transición y daría lugar a una recomposición política de la derecha y de la izquierda, de la monarquía parlamentaria en lo que se llamó desde ciertas tribunas de la izquierda “la crisis del régimen de la Transición”. A la crisis política en los partidos tradicionales, con la irrupción de Ciudadanos y Vox en la derecha y Podemos en la izquierda – con sus distintas variantes, confluencias, escisiones y la práctica unificación o absorción de IU-, le había precedido una crisis social de consecuencias destructivas y perversas para las clases populares: el paro galopante, la pobreza y el problema de la vivienda con decenas de miles de desahucios.
Sin embargo las primeras movilizaciones y las ocupaciones de plazas iban primordialmente contra la degeneración y corrupción del régimen de la monarquía parlamentaria inaugurado tras la muerte del dictador. Sus consignas y soluciones entraban dentro de una regeneración democrática interclasista, sin atacar los cimientos del sistema capitalista. A pesar de todo, las luchas obreras fueron tomando relevancia e introdujeron reivindicaciones del mundo del trabajo. De ahí la consigna de las Marchas de la Dignidad: “Pan, Trabajo y Techo para todos y todas”. En cambio este resurgir de las movilizaciones y huelgas no fue acompañado de un programa político de la clase trabajadora. Fueron las fuerzas reformistas lideradas por Podemos que, con un programa reformista e interclasista, lideraron las ilusiones despertadas por estas luchas.
Aún en este estado de cosas, las luchas y movilizaciones, el despertar de cierta conciencia de clase se hizo posible, aunque de forma minoritaria entre los activistas, militantes de las asambleas del 15M y de las Marchas, resurgiendo cierta militancia revolucionaria. Y Marx, tantas veces enterrado, volvió de Highgate para explicar desde su obra, actualísima, el porqué de la crisis del capitalismo y la necesidad imperiosa de su derrocamiento para que la humanidad sobreviva en un sistema social más humano, fraterno y solidario. El comunismo volvía a ser un fantasma que, en estos momentos, las filas de la derecha y sus extremos azuzan.