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Primeras luchas de la clase obrera después de 1939

Los salarios y las disposiciones y reglamentos los impone el gobierno directamente. Sólo en 1958 se permite, con la Ley de Convenios colectivos, algún tipo de negociación empresa por empresa a través de los llamados “jurados de empresa y enlaces”. Al final siempre, si no había acuerdo, se dictaba a la parte social —así llamada a la representación obrera— un laudo de obligado cumplimiento. Pero aun prohibida la huelga nunca pudieron erradicar la protesta totalmente.

Además, las condiciones de vida eran tan infrahumanas que cualquier chispa podía generalizarse en verdaderos motines. Las huelgas de 1946 en Manresa, de 1947 en el País Vasco y los sucesos de 1951, con la huelga de tranvías en Barcelona, provocan una represión total del régimen a finales de los años 50. Con las movilizaciones de los años 56, 57 y 58, el régimen ante la situación económica tiene que imponer otra política económica. Es el fin de la autarquía. Europa comienza a reconstruirse, los norteamericanos apoyan a Franco y los créditos pueden permitir un cierto desarrollo industrial. Es el famoso plan de Estabilización de 1959, que tuvo unas consecuencias transcendentales para la economía del país y como siempre tuvo también impago para la parte de los trabajadores.

Las expectativas despertadas por la derrota del Eje afloran como si la derrota del fascismo destapara la opresión en la cual se vive. El mismo día de la derrota de Japón los obreros de la fábrica del metal barcelonés La Maquinista Terrestre y Marítima, empresa puntera en combatividad, se toman la tarde libre espontáneamente a manera de celebración. A partir de esta fecha empieza a haber algunas huelgas aisladas que se generalizan en 1946 y que tiene su punto álgido en la huelga general del País Vasco de 1947 que se extiende hasta Cataluña. El 25 de enero del 46 se produce en Manresa la primera huelga general de posguerra con cierre de comercios. La protesta sobreviene cuando los patrones descuentan el tiempo no trabajado por las restricciones eléctricas. Se generaliza y las autoridades y la patronal tienen que efectuar concesiones. En Mataró, Badalona, Sabadell, Hospitalet y Barcelona se produjeron también protestas y paros.

Todas estas huelgas y protestas tienen un carácter reivindicativo salarial y son la consecuencia del alza de precios. Exceptuando la huelga del 1° de mayo del 47 en el País Vasco, que tiene un carácter netamente político, el resto son salidas naturales a los problemas económicos y sociales provocados por la sobreexplotación. Teniendo en cuenta que aun dentro de las reivindicaciones sindicales los actos de protestas y huelgas se convertían en actos contra la dictadura pues el mero hecho de la huelga estaba prohibido y era el gobierno el que directamente imponía las subidas de sueldos y precios.

Como hemos expresado anteriormente la huelga del 1° de mayo de 1947 tiene un carácter netamente político. El Consejo de la Junta de Resistencia, las organizaciones sindicales y los partidos políticos, con el PNV a la cabeza, convocan a la huelga que tiene un éxito extraordinario centrándose la protesta en la ría bilbaína y extendiéndose más tarde. Más de 20.000 trabajadores la secundaron y la represión fue muy dura. La misma situación hizo que la huelga se mantuviera varios días. Se practicaron detenciones masivas del orden de 4000 a 6000 según las fuentes y se decretó el despido de todos los huelguistas. La protesta se convocó ese año como medida de fuerza para presionar a los Aliados.

La lucha resurge con los sucesos de Barcelona de la primavera de 1951. Se trató de movilizaciones populares de boicot contra la subida de los billetes de tranvías. Una vez más se pone de manifiesto la divergencia entre las organizaciones obreras y la problemática y preocupaciones populares. La pérdida de poder adquisitivo de los salarios fue tan grande en estos años que una subida en los tranvías hace estallar el polvorín. La situación es tan grave que los informes reservados de la CNS explicaban el malestar de la población con el coste de la vida, la vivienda etc.

Estos sucesos son espontáneos, sin que las organizaciones intervinieran directamente en la organización, aunque después se atribuyeran un papel que no tuvieron en la dirección. “Fue un movimiento espontáneo, carente de intencionalidad política inmediata y surgido del estado de ánimo generalizado contra el incesante aumento del coste de la vida.”

La situación de protesta y malestar se extendió a otros puntos de España en donde hay que destacar las movilizaciones en Madrid contra la subida de los transportes, y la vida en general, que se concretó en un boicot a los transportes, comercios, prensa y espectáculos, con gran repercusión en los transportes.

Las movilizaciones obreras de 1951 supusieron el primer aldabonazo del nuevo movimiento obrero contra su situación económica y social y la dictadura. El régimen se encontró con los primeros brotes serios de rechazo social. Esto motivó que comenzara un viraje en su política económica. Era cada vez más impracticable mantener el tipo de acumulación de capital a base de la extracción de plusvalía absoluta a los trabajadores y con una inflación galopante. En los años siguientes de esta década las huelgas obreras se fueron reproduciendo en empresas clave de las zonas industrializadas del país. Es el comienzo del fin de la autarquía que finalizará con el “Plan de Estabilización” de 1959.

Destaquemos la huelga de los astilleros vascos de Euskalduna en 1953 y las de Tarrasa en la rama textil. En 1956 las huelgas de las grandes empresas del País Vasco como Altos Hornos, Babock, General Eléctrica etc. y las de Cataluña como las de la Maquinista Terrestre y Marítima, Enasa, Siemens etc. supusieron la entrada de miles de trabajadores a la protesta y el comienzo de la pérdida del miedo de la posguerra. Según Tuñón de Lara en abril hubo 150.000 huelguistas, 30.000 en Euskadi según Ibarra.

El plan de Estabilización supuso un parón de la actividad económica de un año. Se frenó la inflación disminuyendo el gasto público, congelando los salarios, devaluando la peseta. Equilibradas las cuentas del Estado, con salarios bloqueados y con los nuevos créditos internacionales, las inversiones industriales atrajeron nueva mano de obra que provenía del campo. El cambio migratorio fue el mayor de nuestra historia moderna. Alrededor de 3 millones de españoles tuvieron que emigrar de las zonas rurales a las zonas urbanas, de las regiones más atrasadas a las industriales, de nuestro país al extranjero. El movimiento obrero hasta los años 50 y los 60 se vio obligado a luchar en condiciones adversas y existía un divorcio entre las organizaciones clásicas de los trabajadores y la práctica propia que imponían las condiciones. Los intentos de reconstrucción de las organizaciones sindicales y políticas en la clandestinidad eran abortados continuamente. No sólo la policía con sus medios lo impedían. No encontraban la protección necesaria entre los propios trabajadores y la población. La desesperanza, la frustración, el miedo, la delación, hacían muy difícil una colaboración generalizada. Pero lo que fundamentalmente impedía esta reconstrucción era la política de las organizaciones.

Estas organizaciones no supieron ver las condiciones políticas y económicas nuevas que desarrolló el capitalismo durante el franquismo y solo el PCE, habiendo sido un pequeño partido durante la República, supo trabajar a ras de los problemas cotidianos de los trabajadores llevando a cabo un trabajo político potenciando la nueva organización que durante los años 60 y 70 lideró a los trabajadores: CCOO. Este trabajo consistió en utilizar la legalidad que podía permitirse en el sindicato vertical con las acciones que desbordaban el marco legal. El PCE utilizó el tipo de trabajo comunista bolchevique en las bases obreras, lo que le dio a largo plazo una credibilidad en la clase obrera. En la medida que lo abandonaba por su política estalinista perdía sus posiciones. De ahí que utilizara su credibilidad en la lucha obrera para ganar el reconocimiento político de la burguesía como representante del proletariado.

Por ejemplo Heriberto Quiñones se decide a reconstruir la organización en el interior. Para ello crea una red de contactos que establece la primera dirección política del PCE en el interior. Propone trabajar en el vertical y aprovechar las distintas contradicciones de las fuerzas franquistas. Táctica que el PCE no asumirá hasta 10 años después. Pero la dirección del PCE no estaba dispuesta a que el interior fuera autónomo. Uribe, el número dos del partido en aquel entonces, afirmaba: “Nosotros estamos aquí (en el exilio) para pensar lo que ellos (en el interior) tienen que hacer.” Después de la detención y muerte de Quiñones por la policía franquista, fue acusado por la dirección del PCE de traidor y provocador que “entregó a la policía a toda la organización del partido”.

Para las otras organizaciones, la CNT y la UGT y PSOE, la política era la misma confianza en la burguesía y en las potencias imperialistas. Después de los intentos de la guerrilla fracasados, pues los objetivos se cifraban en la esperanza de la ayuda con el final de la II guerra mundial, el PCE intenta reconstruir la organización en la clase obrera con el único método posible en esos momentos. Para un partido revolucionario la posibilidad de su existencia y de su fuerza está en su implantación en la clase obrera. El PCE, aun estalinizado, sabe que su fuerza no puede venir de las embajadas extranjeras, que si van a tenerlo en cuenta es por su capacidad de dirigir las luchas obreras. Para eso el método bolchevique es la única guía: estar y servir a los intereses de los trabajadores desde sus propias inquietudes e intereses. Por eso la única manera es introducirse en los sindicatos verticales y empezar desde cero. Sin embargo su política no pretendía elevar la conciencia obrera hasta llegar a intentar una política independiente y propia de los trabajadores. Muy al contrario toda la política del PCE estuvo dirigida hacia el pacto, las componendas con la burguesía, con los franquistas que evolucionaban, para demostrarles su buena disposición de partido de orden. El ejemplo está en la política de “Reconciliación Nacional”.

En la primavera del 56, el 14 de mayo, el Pleno del Buró Político del PCE abre una revisión táctica, la llamada “Reconciliación Nacional”. Con el cambio de táctica se reconocía que la guerra había terminado y que las condiciones sociales y económicas habían cambiado. El combate lo había perdido el proletariado español en 1939. El nuevo régimen pervivió y se dieron toda una serie de cambios económicos y sociales que produjeron nuevos problemas con nuevas generaciones de trabajadores. Por lo tanto encarar la nueva situación con odres viejos no traía nada bueno para la izquierda.

El problema fue que la apreciación correcta del nuevo momento que supuso el cambio de táctica tomaba un rumbo para nada revolucionario y de clase. Se siguió con la búsqueda de un lugar en el aceptable mundo de la burguesía y de la derecha. De hecho la “reconciliación nacional” suponía la búsqueda de aliados de todo tipo contra el régimen que ya era una “camarilla franquista”, insistiendo en lo pacífico del cambio para no asustar a la concurrencia intentando desplazar la imagen demoníaca de terror y venganza que los rojos tenían dada naturalmente por el régimen. Para no asustar mucho incluso se contentaba el PCE con un gobierno de transición liberal de “coalición” en el que no estarían ellos, se abandonaba el “Gobierno Provisional Revolucionario”.

La diferencia del PCE con el resto de la oposición antifranquista está en que éste empezó a buscar y a apoyar las nuevas formas de lucha y organizacionales del movimiento obrero, lo que le dio a la postre su fortaleza y por eso ser tenido en cuenta. Después del 39 tanto la política de la Unión Nacional —intento de agrupar a fuerzas antifranquistas— del PCE, como la del PSOE con la Alianza de Fuerzas Democráticas —agrupación de fuerzas republicanas y socialistas— no son más que intentos interclasistas de oponerse a Franco pero sin ninguna realidad obrera en el interior y supeditados a los intereses de las burguesías aliadas.

En toda la historia de las organizaciones de izquierda tradicionales que después han tenido peso político contra el franquismo —PSOE Y PCE— hay una línea de conducta que trata de buscar aliados en la derecha y la burguesía, supeditando los intereses obreros a las clases dominantes. De ahí que el PCE, desde la Unión Nacional hasta la Junta Democrática, pasando por “la reconciliación nacional”, intentara buscar apoyos en sectores de la derecha que en realidad no representaban ni siquiera a una fracción relevante de la burguesía. Y también se ponía en evidencia que sus convocatorias de protesta como las descritas anteriormente o la famosa Huelga Nacional Pacífica de 1958 fueran fracasos al estar desligadas de las aspiraciones reales del movimiento obrero en ese momento además de creer erróneamente que la crisis del final de la autarquía era una crisis irreversible de la dictadura.

Mientras que el PSOE y las demás fuerzas de oposición excluyen al PCE éste intenta siempre salir de su aislamiento en una carrera desenfrenada hacia la moderación. Así en el calor de las primeras luchas obreras y estudiantiles de estos años se constituye el “Pacto de París”, el 23 de febrero de 1957, con las tradicionales fuerzas republicanas que buscan una salida “nacional pacífica”… “que no sea monárquica ni republicana”… en definitiva “que no prefigure ni prejuzgue la futura forma de gobierno de España”. El PCE intenta entrar pero es excluido y busca moderar aún más el lenguaje del Pacto y habla de “gobierno liberal”, en el que el PCE no tiene porqué estar pero que apoyaría. Las ofertas de saldo del PCE no fueron siquiera escuchadas y solo le quedaba el recurso que tiene cualquier partido obrero: su fuerza entre los trabajadores.

Esta política del PCE supuso ir abandonando sus posiciones políticas de clase. Porque los que en realidad abandonaban el régimen no eran los burgueses y burócratas del régimen a los que buscaban insistentemente, sino estudiantes, intelectuales y jóvenes obreros que entraban lucha tras lucha en contradicción con el régimen. Este tipo de política es algo que tanto el estalinismo como sus restos actuales han ido realizando. Pongamos por ejemplo el abandono de la táctica del Frente Único por el Frente Popular, que en España se concretó por el abandono de la Alianzas Obreras que posibilitaron la revolución asturiana de 1934, la disolución de la III Internacional, ya burocratizada, en 1943, o la huida al nacionalismo que marca la lucha contra Hitler como la Gran Guerra Patria en la URSS etc.

La realidad fue que los aliados que se encontraban en la derecha y la burguesía no fueron nunca de peso en la población y ni siquiera dentro del régimen y la mayoría de la burguesía se guardaba bien en el paraguas franquista. Al final quien hizo realidad la política de “Reconciliación Nacional”, con la estimable ayuda de la izquierda, no fueron sino los que por su propia naturaleza eran los llamados a llevarla a cabo como Suárez y los que procedían del aparato fascista, “el monarca de todos los españoles” y toda la burguesía desde Pujol a Botín. La nueva política de reconciliación nacional sería lo que en el movimiento obrero se ha llamado “revisionismo”, pues se trataría de mantener a la clase obrera sometida a la burguesía en aras de un cambio hacia la democracia. Como se demostró posteriormente esta política solo sirvió para una vez muerto el dictador, la burguesía y su aparato de Estado fascista hicieran su reconversión en demócratas manteniendo su orden social.


El movimiento obrero bajo el franquismo, Voz Obrera