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Después de la derrota de la guerra civil

En la historia del movimiento obrero español existen dos grandes etapas que marcan dos periodos totalmente distintos. Lo que diferencia un periodo de otro es la fractura de la guerra civil.

A partir de 1939 la historia de los trabajadores y su rebelión será distinta. Las organizaciones no serán las mismas. Las tradiciones de lucha, la cultura, cambiarán. Hasta la propia clase obrera será diferente por su origen y por su propia experiencia. En el franquismo el anarquismo y el anarco-sindicalismo desaparecerán de la vida de los trabajadores. Lo mismo ocurrirá con la socialdemocracia y la UGT.

Sin embargo el PCE, sin implantación importante entre los trabajadores, tomará el relevo en la dirección de las luchas obreras en los años 60. Una nueva organización nacida de la propia experiencia de lucha y de defensa de las condiciones de vida de los obreros aparecerá: las Comisiones obreras.

\section*{Después de la derrota de la guerra civil}

La derrota de la guerra civil supuso la eliminación física de la vanguardia obrera que lideró el movimiento obrero y que aupada por el auge revolucionario de esos años se atrevió a realizar acciones revolucionarias contra la burguesía, los terratenientes y la Iglesia. La derrota de la clase obrera en la guerra civil supuso una catástrofe social para todos los asalariados españoles. En su responsabilidad están las políticas y la dirección llevada a cabo por los dirigentes de la época. Franco fue el resultado de una clase dominante desesperada que veía en los obreros el enemigo que iba a hacer tabla rasa con su poder. Y también de la acomodación a la burguesía republicana de la dirigencia obrera que los trabajadores pagarían caro.

El final de la guerra civil fue un desastre, podemos decir un genocidio obrero. Los millones de muertos, de fusilados, de torturados, el miedo terrible a las venganzas, las represalias, los campos de concentración, la explotación y la miseria entre los trabajadores fue el terrible pago que tuvo que pagar la clase trabajadora española. Y mientras esto ocurría en nuestro país y la desmoralización y el miedo anidaban en las personas, las direcciones de la izquierda en el exilio vivían de las subvenciones de las embajadas, sosteniendo el gobierno republicano y confiando en las potencias que luchaban y que vencieron a Hitler. Naturalmente las potencias “democráticas” no moverían un dedo contra Franco antes y después de la guerra civil. Franco le era necesario para poner en su sitio a la clase obrera. Sin embargo en la prensa y en los documentos de la izquierda de la época, en las emisiones radiadas por Radio Pirenaica, el pueblo español estaba esperando ansioso la liberación.

Entre todos los dirigentes de la izquierda sólo la lucidez de Trotski supo ver recién terminada la guerra civil el alcance de la derrota: “Para los obreros y campesinos españoles, la derrota no es sólo un episodio militar; constituye una terrible tragedia histórica. Significa la destrucción de sus organizaciones, de su ideal histórico, de sus sindicatos, de su felicidad, de las esperanzas que han alimentado durante décadas e incluso durante siglos. ¿Puede imaginarse un ser dotado de inteligencia que esta clase pueda en el espacio de uno, dos, o tres años construir nuevas organizaciones, un nuevo espíritu militante, y derrocar así a Franco? No lo creo. Hoy España está más alejada de la revolución que cualquier otro país.”

La represión llevada acabo por los franquistas pretendía la aniquilación física de los trabajadores. En Sevilla las primeras disposiciones de Queipo de Llano no dejaban lugar a dudas de esa planificación del asesinato y contra quiénes iba dirigida: “En todo gremio que se produzca una huelga o un abandono de servicio, que por su importancia pueda estimarse como tal, serán pasadas por las armas inmediatamente todas las personas que compongan la directiva del gremio y además, un número igual de individuos de éste, discrecionalmente escogidos.” Y más adelante proporcionaba la justificación para el asesinato allí donde se hubieran producido algún “acto de crueldad contra las personas” indicando la manera de actuar: “Serán pasados por las armas, sin formación de causa, las directivas y las organizaciones marxista o comunista que en el pueblo existan y, caso no darse con tales directivos, serán ejecutados un número igual de afiliados, arbitrariamente elegidos.”

El clima de persecución lo tenemos ejemplificada en las palabras escritas por Federico Urrutia: “La acción de la justicia militar desenredó infatigablemente aquella situación. Se depuraron todos los organismos y centros de trabajo, se exigieron avales y se apresó a los delincuentes; pero a pesar de todo ello, y como un fenómeno inevitable y de difícil solución, ¡el rojo existe! Es necesario el exterminio en el plano social de todos los malvados, y la espera del fruto de otra generación para salvarse de su presencia, aunque aparentemente están en silencio forzoso (…)”

Y vemos la explotación de la mano de obra a través de los campos de concentración y de trabajo como los que ahora se estudian, sacando a la luz esta explotación, con el canal de los presos por ejemplo.

A todo esto hay que sumarle el deterioro de las condiciones de vida. El hambre de posguerra no se debía sólo a la escasez después de una guerra. Es más, fue una constante hasta bien entrados los años 60. Era la forma de explotación de la población en condiciones precarias de los terratenientes, de la patronal y de la burguesía. Es el periodo que se conoce por la autarquía, que no era más que la utilización de los propios recursos del país para ser autosuficiente y esto se hacía bajo la intervención del Estado en apoyo de los capitalistas. Esta intervención se hizo mediante el Instituto Nacional de Industria (INI). La protección dada por la intervención del Estado, mantiene en esta época los beneficios de los capitalistas y protege el mercado interior de la competencia exterior. A esta política se le añadía una inflación provocada por el gobierno como medio de mantener los beneficios aumentando los precios con salarios bajos.

Uno de los sectores de mayores beneficios fue el sector financiero que verdaderamente gozó de un mercado monopolístico. Así los “cinco grandes” (Bilbao, Vizcaya, Hispanoamericano, Español de Crédito y Central) de 1940 a 1950, según Joseph Harrison “crecieron a un ritmo sin precedentes y sus beneficios se multiplicaron por 7. Este «momentum» se mantuvo durante los 50, en que las ganancias de los «cinco grandes» se elevaron de 439,5 millones de ptas. a 1.890 millones.” La banca fue también la gran ganadora con la inflación, debido a que tenía en sus manos la deuda pública de un gobierno con un gran déficit público permanente.

La política de protección en la economía agraria desarrolló todo un mercado negro, estraperlo, origen de la insuficiencia alimentaria. Al fijar los precios de compra del trigo por el Estado por debajo de coste muchos campesinos dejaron los campos en barbecho o escondieron la cosecha con vistas al estraperlo donde los beneficios eran suculentos.

El trigo del mercado negro llegó a ser casi la mitad de todo el trigo que se comercializaba, incluso en los años de más hambre llegó a ser de más del 60\%. Naturalmente quienes se beneficiaban de este negocio eran los grandes terratenientes y los jerarcas del régimen que colaboraban. La intervención del Estado produjo una acumulación y enriquecimiento de agricultores que comerciaban con el trigo y el aceite y como consecuencia una redistribución de la tierra a favor de los más ricos pues los pequeños agricultores ante la obligación de entregar cantidades a precios fijados por el Estado, que eran bajos, no podían zafarse ni tenían las posibilidades de los ricos para desviarlos hacia el estraperlo.

Los salarios no recuperaron su nivel de 1936 hasta 1956, según las estadísticas oficiales y sólo después de ciertas luchas obreras que marcaban la desesperación. La autarquía es el periodo de explotación bárbara de los trabajadores a través de jornadas extenuantes de trabajo, salarios míseros, escasez de alimentos producidos por el estraperlo, la pignoración de la deuda en manos de los bancos etc. Eran comunes los desmayos en los horarios de trabajo de los obreros. El hambre durante estos años fue generalizada entre la población trabajadora. Angel Bahamonde Magro citando un estudio médico de 1948 en el barrio de Cuatro Caminos de Madrid indicaba que el 18,5\% de la muestra estudiada tenía retraso en el desarrollo físico, el 31,4\% de 6 a 12 años y un 20\% de la población total presentaba adelgazamientos graves. Otro equipo bajo la dirección de Jiménez Díaz evaluaba un promedio entre el 57,3 y el 79,9\% de las necesidades calóricas necesarias, en más de 700 familias del Puente de Vallecas de Madrid.

En mayo de 1950, el autor de estas líneas escribía: “En este país no habrá justicia social mientras haya trabajadores que se vean precisados de trabajar 12 horas diarias para subsistir más que para vivir; (…) mientras continúen en vigor medidas restrictivas que obliguen a la familia trabajadora a vivir con 150 gramos de pan por persona y día; mientras por todo racionamiento se entreguen a los trabajadores unos gramos semanales (cuando no dan café y azúcar sólo) de unas legumbres ansiosamente esperadas; mientras monopolios gremiales de clase dicten su ley y multitud de cooperativas permanezcan cerradas por ello; mientras en vez de viviendas sanas para los trabajadores, el capital sea destinado a la construcción de casas de rentas elevadísimas.”

Como hemos explicado anteriormente entre los objetivos del franquismo fue la eliminación física de los militantes del proletariado español, la prohibición de sus organizaciones e incautación de su patrimonio y la dominación y sometimiento al sistema productivo del proletariado. El instrumento de encuadramiento del proletariado fue el sindicato fascista, llamado sindicato vertical. En el vocabulario de la falange se designaba “vertical”, por oposición a “horizontal”, a la organización sindical encargada de encuadrar al proletariado obligatoriamente junto a la patronal.

La idea provenía, como lo comentamos anteriormente, del intento de eliminar “la lucha de clases”, obligando a la colaboración en una misma organización a la patronal y los sindicatos, de ahí su definición de vertical. Mientras que horizontal designaba a las organizaciones estructuradas independientemente de acuerdo a la posición de clase en el sistema productivo del capitalismo. En esta situación la lucha obrera era extremadamente difícil. Sólo las acciones individuales en magistratura, ante ya flagrantes violaciones de la legislación mínima, eran posibles. Los sabotajes a la producción eran otra salida de la rabia desesperada. Cualquier defensa de las condiciones de vida de la gente estaba prohibida. Su forma de encuadramiento era el sindicato vertical. En la práctica significaba la sumisión a los jefes y la patronal, a través de los jerarcas falangistas nombrados por el “movimiento”.


El movimiento obrero bajo el franquismo, Voz Obrera