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Para que la historia no se repita

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Quebrando la revolución proletaria, el Frente Popular había abierto el camino a Franco. En julio de 1939 Trotsky escribía: «Para los obreros y campesinos españoles la derrota no es sólo un episodio militar, constituye una terrible tragedia histórica. Significa la destrucción de sus organizaciones, de su ideal histórico, de sus sindicatos, de su felicidad, de las esperanzas que han alimentado durante décadas e incluso siglos. ¿Puede pensar un ser humano dotado de razón que esta clase puede en el espacio de uno, dos, o tres años, construir nuevas organizaciones, un nuevo espíritu militante y expulsar a Franco?. Yo no lo creo. Hoy España está más lejos de la revolución que cualquier otro país».

Y la tragedia del proletariado español era también la tragedia de todo el proletariado internacional. La victoria de la revolución proletaria en España habría tenido consecuencias incalculables. Habría cambiado, sin duda, en los años 30, la relación de fuerzas en Europa. Habría podido galvanizar al proletariado europeo entero en su lucha contra el fascismo. La victoria de la revolución proletaria en España era la última esperanza de evitar al mundo la segunda guerra mundial.

La ola revolucionaria que había sacudido a España se prolongó por un largo período de siete años, de 1930 a 1937. Esto da una idea del auge de la potencia revolucionaria proletaria, que se revela en diferentes recuperaciones y derrotas parciales y que la reacción tuvo tan difícil aplastar.

Pero quiere decir también hasta que punto faltaba un partido capaz de dirigir firmemente una política justa. La política de las diferentes organizaciones de la clase obrera en cada etapa constituye todavía hoy una lección trágica que hay que conocer y comprender. Pues son siempre las mismas viejas recetas que ya han fallado, la que los partidos reformistas reservan a los trabajadores. La política de alianzas electorales de los partidos obreros y de los partidos burgueses de «izquierda» acaba inevitablemente por favorecer a la derecha misma e incluso a la extrema derecha. Es siempre una política funesta pues desmoraliza a la clase obrera. Pero, en períodos de lucha de clase agudas, es decididamente criminal pues dirige al aplastamiento de la clase obrera.

Aun hoy, los socialdemócratas y los dirigentes de los partidos comunistas dicen descaradas mentiras sobre lo ocurrido en España y declinan toda responsabilidad por la victoria de Franco. Los socialdemócratas denuncian los crímenes de los estalinistas cuando ellos fueron cómplices conscientes. Los dirigentes del Partido Comunista siguen pretendiendo hoy en día que la única actitud realista en España, en 1936, era defender la república. Pero cuarenta años después, como los socialdemócratas, se precipitan en brazos de Juan Carlos, aceptan la monarquía y su bandera, sin preocuparse más de «la república» en nombre de la cual estrangularon la revolución española.

Las lecciones que podemos sacar no se refieren solo a los reformistas reconocidos. Los dirigentes anarquistas traicionaron también a los trabajadores que confiaban en ellos y a sus propios militantes aceptando colaborar con la reacción burguesa. Trotski resumía así su fracaso : «El anarquismo, que pretende ser antipolítico, se convierte de hecho en antirrevolucionario y, en los momentos más críticos, en contrarevolucionario».

En cuanto al POUM, Trotski estimaba que «una enorme responsabilidad de la tragedia española recae sobre él. Por su política de adaptación a todas las formas de reformismo, … (los dirigentes del POUM)… se han hecho los mejores auxiliares de las traiciones anarquistas, comunistas y socialistas. (…) El POUM buscó siempre la línea de menor resistencia, contemporizó, dio rodeos, jugo al escondite con la revolución.» Y añade: «Los dirigentes del POUM hablaban de manera muy elocuente de las ventajas de la revolución socialista sobre la revolución burguesa, pero no hacían nada serio para preparar esta revolución socialista, porque esa preparación sólo podía pasar por una movilización despiadada, audaz, implacable, de los obreros anarquistas, socialistas, comunistas…, contra sus dirigentes traidores. No deberían haber temido separarse de estos dirigentes, convertirse en una «secta» en los primeros tiempos, incluso si les hubiese perseguido todo el mundo; temieron lanzar consignas justas y claras, advertir del futuro y apoyándose en los acontecimientos, desacreditar a los dirigentes oficiales y ocupar su puesto.»

Los dirigentes del POUM sólo tenían un miedo, ser acusados de sectarismo por decir las verdades políticas que habrían podido decir, ser acusados de romper la unidad y culpados por ello de la derrota. ¿Pero qué unidad?. ¿La unidad y la solidaridad con los trabajadores en lucha o la unidad y la solidaridad con partidos que no querían ellos mismos romper la unidad con los representantes de la burguesía?

Se trata de una elección de clase que marca la diferencia entre la política de un partido obrero revolucionario y la de una organización oportunista. El POUM se limita a ser el partido más a la izquierda del Frente Popular, a la izquierda de la izquierda en todo caso. Sin embargo lo que la clase obrera necesita para vencer es un partido que acepte situarse enteramente sobre su terreno de clase, sin compromisos.

Y para que la historia no se repita, construir este instrumento que tan dramáticamente ha faltado al proletariado español, es la tarea de todos los revolucionarios, de todos los trabajadores conscientes, aprendiendo de los fracasos pasados, preparándose para las luchas del futuro.


España 1931-1937 – la política de Frente Popular en contra de la revolución obrera, febrero de 2006