El actual mundial de futbol ha puesto sobre el tapete la corrupción y la explotación que el capitalismo internacional, y el qatarí en particular, realiza. Los países del Golfo Pérsico son dictaduras esclavistas apoyadas por el imperialismo y basados en el poder del petróleo. No es casual que Juan Carlos I se haya refugiado en los Emiratos Árabes Unidos, como tampoco es ningún secreto la corrupción política. Este es el caso de la vicepresidenta del parlamento Eva Kaili, de otros parlamentarios europeos y de Pier Antonio Panzeri, Secretario General de la Federación Internacional de Sindicatos que han sido detenidos por la trama de sobornos del Estado de Qatar para influenciar en decisiones económicas y políticas.
Qatar se caracteriza por la ausencia de libertad de expresión y asociación, la homofobia y la discriminación de las mujeres. Pero también por las condiciones laborales infrahumanas del cual se habla poco en los medios occidentales. En la construcción de los estadios de este mundial contaba un trabajador migrante de Bangladesh: “Trabajaba 14 horas al día, desde las seis de la mañana a las ocho, y no recibí compensación por las horas extras.” El periódico británico “The Guardian” reveló la muerte de 6.500 migrantes asiáticos en la construcción de los estadios para el mundial.
El país del golfo ha invertido unos 220.000 millones de dólares, -equivalentes a los PIB de Kenia, Etiopía y Siria- para este mundial. Las ganancias de las grandes empresas han sido suculentas. ¡Hasta han colocado aire acondicionado bajo los asientos de estadios que sólo se utilizarán durante un mes!
Escondido detrás del espectáculo futbolístico está la muerte y explotación de miles de trabajadores, la corrupción política y vulneración de todos los derechos y libertades. En el fondo tras el evento deportivo no hay más que un interés: los beneficios colosales de los grandes grupos capitalistas, con ellos se compran voluntades, se explota y mata a miles de trabajadores.