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Los campesinos se movilizan, la clase obrera debe seguir el mismo camino

En estos días todo el mundo habla de los cortes de carreteras por la protesta en el campo;  el movimiento se inició en Francia y pronto se ha extendido a Italia, Grecia, Portugal, Países Bajos, etc… Parte de la población se pregunta quién hay detrás del movimiento: ¿los grandes propietarios y es por ello que están siendo tratados con guante de seda por parte de las fuerzas de seguridad del estado?, ¿el pequeño agricultor asfixiado por los costes y el bajo precio que reciben por sus productos?, ¿la extrema derecha, Vox y el PP?

 En medio de una sequía y una ola inflacionista que los está golpeando, los agricultores piden precios justos por sus productos, -de hecho los precios son continuamente controlados por los principales grupos multinacionales: Carrefour, Día, Erosky, Lidl, Mercadona, Alcampo (Auchan)…-, reducción de la burocracia a la hora de vender y cobrar, a la hora de las ayudas, así como una derogación de las medidas ambientales de la UE y las leyes de protección animal. Además hay una queja generalizada en la Unión Europea por la competencia de los productos de los países fuera y dentro de la UE. De hecho, la queja de los agricultores franceses con los productos que vienen de España es la misma que tienen los campesinos españoles con los productos de Marruecos: la competencia.

Evidentemente, el pequeño agricultor está asfixiado por los costes, fitosanitarios, carburantes y los bajos precios que imponen las grandes corporaciones agrarias, por los grandes monopolios agroalimentarios, y su vida es difícil; tiene toda la razón en enseñar las garras. Si su protesta es capitalizada por la derecha y la extrema derecha es debido a que nuestro “gobierno de progreso”, al igual que el resto de gobiernos, pueden hacer poco por ellos. Y esto es así porque el sistema económico capitalista es el que impide cualquier posibilidad de arreglo en favor del pequeño agricultor.

Hasta ahora la solución temporal han sido las subvenciones públicas (la PAC) al agricultor para soportar los costes de producción y mantener beneficios. El problema es que las subvenciones engordan al que más tierra tiene y al que menos, le ayuda a sobrevivir. Pero no es solución a largo plazo. Y esto es así porque el capitalismo necesita continuamente abaratar los costes de producción, los salarios de los trabajadores de la cadena productiva, para poder vender más barato en el mercado y obtener beneficios. A productos iguales, el más barato come la cuota de mercado al competidor. Así los grandes grupos agrícolas y de distribución controlan los precios de los agricultores e imponen los precios. Un campesino explicaba que vendiendo las papas a 10 céntimos el kilogramo, ¿cómo iba a sobrevivir si se vendía a 1,50 € en el súper?

No nos dejemos crispar ni cerremos los ojos al malestar del pequeño agricultor; la crispación siempre ha sido un buen caldo de cultivo para la extrema derecha. Comprendamos y hagamos comprender que no será con pesticidas o empeorando el cambio climático, como el pequeño campesino sobrevivirá; tampoco será consiguiendo arañar más subvenciones de fondos europeos como levantarán cabeza, pues siempre serán migajas respecto al pez gordo.

Son las leyes del mercado capitalista, que giran en torno al beneficio de los grandes monopolios agroalimentarios, que se imponen por encima del trabajo de las personas y la justicia social. Pero esta imposición del capitalismo rige no solo para la agricultura, sino en todos los aspectos de la vida; van cogidas de las manos los problemas del pequeño agricultor, del trabajador despedido, del precario, del pluriempleado… Sea la población rural o urbana, son problemas similares.

Es esto lo que debemos ver y hacer ver, incluso al pequeño campesino que se deja seducir por los cantos de sirena de la extrema derecha, la que siempre está al lado de los más poderosos y alaba la economía de mercado como la mejor de las posibles, la que ensalza la libertad empresarial y la propiedad privada, porque teme algún día perder la suya. Los pequeños agricultores, se asemejan a los pequeños autónomos, aquellos que viven con un pie puesto en el mundo del trabajo y otro en el mundo empresarial, atrapados en mil contradicciones. Denuncian el peso del Estado, pero piden cada vez más ayudas; defienden el libre mercado y la libertad empresarial, pero quieren ingresos garantizados y mercados regulados.

Por eso la perspectiva de eliminar esta sociedad capitalista, derrocar la ley del más fuerte, incumbe a todos, al trabajador, al pequeño autónomo y al campesino asfixiado, que con frecuencia no tiene ni vacaciones. Si los trabajadores hacen funcionar todo el andamiaje de la sociedad, el agricultor alimenta al país. Ambos se necesitan pues sin los trabajadores no habría tractores, cosechadoras, etc., y la comida no llegaría a las mesas.  Por ello es imprescindible ofrecer otra perspectiva política que ponga en el orden del día la insolvencia del capitalismo como sistema que ya ha agotado todas sus posibilidades y de hecho supone un gran peligro para la humanidad.