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LDC – enero de 1996

«Mundialización», «globalización» de la economía: frases hechas que, más que aclarar, disfrazan la realidad del imperialismo

Las palabras «mundialización» y «globalización» han salido de los cenáculos de los economistas distinguidos y del terreno de su jerga profesional para convertirse en una moda en los medios de comunicación y en el vocabulario de los políticos.

La ventaja de estas palabras es que, en sí mismas no significan nada, y por consiguiente pueden decir cualquier cosa. De esta manera pueden completar los términos «moneda única», «criterios de convergencia» y, claro está, el inevitable «Maastricht», para evocar, según los unos, un futuro de progreso y de felicidad, según los otros, una calamidad.

Es frecuente escuchar o leer informes de políticos y economistas, bien procedentes del mundo burgués o bien de sectores de la izquierda que describen la mundialización en términos catastróficos y como un movimiento irresistible de deslocalización. Es decir, para ellos existe un verdadero intercambio desigual entre países con «bajos salarios» y países que ellos llaman con «alta protección social»; y según ellos, en estos últimos el intercambio desigual no puede generar más que destrucción de empleos, paro y pobreza.

Pocos son los patronos, o sus portavoces, en la prensa y demás, que no han disertado con complacencia sobre aquellos países, como Vietnam, China y algunos otros, donde los salarios representan le 1/30 de lo que se paga aquí. En esos mismos círculos, se evita sin embargo precisar que si el capital se deslocaliza – suponiendo que se traslade a los países a muy bajo salario – no es debido a una operación realizada por obra y gracia del espíritu santo, sino que se debe a que a los poseedores de capital les parece rentable invertir allí. Pero de todas maneras, este tipo de discurso anuncia raras veces, de parte de los que lo profieren, inversiones reales en Vietnam, Madagascar o Haití : evocar los salarios lamentables de aquellos países es sobre todo una manera de hacer presión sobre los salarios de aquí.

En general, la propaganda exagerada sobre el tema de la «Mundialización» tiene a menudo por razón de ser el establecer como causa del paro el crecimiento de los intercambios internacionales y las exportaciones de capital más o menos asimiladas a deslocalizaciones. Ay, qué bonito sería el capital si permaneciese nacional…! No se trata evidentemente más que de palabras y, hasta cuando éstas salen de la boca de políticos, no impiden a un solo capitalista invertir su dinero en otra parte si le interesa. Pero todo esto vehicula estupideces sobre las causas del paro.

¿Qué realidad se esconde detrás de las palabras ?

Se supone que el término de mundialización recubre un conjunto de evoluciones económicas que podrían resumirse en los puntos siguientes:
– La integración cada vez más importante, dentro del mercado mundial, de la totalidad del planeta, debido a la liquidación progresiva de los «cotos privados» que pertenecían a las potencias imperialistas de segundo orden (las ex-colonias francesas, británicas, etc…) y el final del aislamiento relativo de los países de la ex-Unión soviética.
– La intensificación del comercio internacional, favorecida por los acuerdos comerciales internacionales como los que han conducido a la creación de la Organización mundial del comercio, que intenta disminuir las barreras arancelarias y demás, susceptibles de constituir un obstáculo al comercio internacional.
– La circulación sin trabas del capital, que por consiguiente engendra el crecimiento de lo que la jerga economista llama «inversión directa», intentando distinguirla – sin lograrlo realmente – de los desplazamientos puramente especulativos de capital. Cabe recordar que los capitalistas pueden definir la «inversión» como compra total o parcial de empresas ya existentes pero también como creación de nuevas empresas. La intensificación incontestable de las exportaciones de capital durante los últimos quince años se debe esencialmente a la compra de acciones o de títulos de propiedad de empresas ya existentes.
– El incremento de la concentración de capital debido a las fusiones de grupos financieros y a las adquisiciones y tomas de control de empresas por estos mismos grupos. Unas cuantas multinacionales gigantescas organizan la actividad económica de centenares de miles, incluso millones de personas en gran número de países. Estos trust razonan a nivel planetario y desplazan sus actividades, reales o contables, en los países que les permiten realizar los beneficios nacionales máximos.
– La preponderancia de la finanza sobre la industria y de la circulación financiera sobre la circulación de mercancías.
– El abandono progresivo por el Estado, en los países desarrollados como en los países pobres, de la gestión directa de sectores más o menos importantes de la economía, incluso a veces de servicios públicos.

El predominio del capital financiero sobre el capital industrial, las exportaciones de capital, la constitución de grandes grupos financieros importantes en gran número de países consecuencia de la concentración creciente del capital, constituyen en efecto los hechos más marcados de toda la economía y más allá, de toda la vida social y política. ¡Pero esta evolución data de más de un siglo!

Ya en 1916, Lenin pudo constatar que «el siglo veinte se destaca por un viraje decisivo donde el antiguo capitalismo cede su lugar al nuevo, donde la dominación del capital financiero se sustituye a la dominación del capital en general.»

Como todos los marxistas de la época – aunque todos no sacaban las mismas conclusiones – Lenin llamaba imperialismo a esta nueva fase del capitalismo. No combatía esta nueva etapa del capitalismo en el nombre de la antigua. No combatía la emergencia de grandes grupos financieros en el nombre del retorno al capitalismo familiar y de libre competencia. No combatía la competencia internacional cada vez más dura, las exportaciones de capital, las «deslocalizaciones» – el término es nuevo, pero no los hechos – en el nombre de la utopía que consiste en defender la competencia limitada en el interior de un solo país. No oponía al libre comercio a la escala internacional el proteccionismo nacional. Porque sabía que éstas son actitudes que el capital puede adoptar, en proporciones diferentes, en función de su fuerza y de las necesidades del momento. Y sobre todo, él no quería proponer al proletariado asumir una u otra de las políticas de la burguesía.

Tampoco reclamaba un Estado nacional más fuerte, para poder «resistir a los mercados financieros». Sabía que los Estados imperialistas no son «impotentes» frente a los trust, a los grupos financieros, sino que son su instrumento.

Y la conclusión que Lenin adoptó después de analizar todo esto fue que, el capitalismo en su fase imperialista, fuente de toda la podredumbre de la sociedad, había al mismo tiempo acumulado todos los materiales necesarios para su destrucción y para la reorganización racional de la economía bajo la dirección del proletariado. Y el pasaje siguiente de El imperialismo fase superior del capitalismo suena más moderno y sobre todo más justo que toda la literatura dedicada hoy en día a la mundialización o la globalización : «Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca y organiza sistemáticamente, apoyándose en un cálculo exacto con multitud de datos, el abastecimiento de 2/3 o 3/4 de las materias primas necesarias para una población de varias decenas de millones ; cuando se organiza sistemáticamente el transporte de dichas materias primas a los puntos de producción más cómodos, que se hallan a veces separados por centenares y miles de kilómetros ; cuando desde un centro se dirige la transformación consecutiva del material en todas sus diversas fases hasta obtener numerosos productos manufacturados ; cuando la distribución de dichos productos se efectúa según un plan único entre decenas y centenares de millones de consumidores (venta del petróleo en América y en Alemania por el trust del petróleo norteamericano), entonces se advierte con evidencia que nos hallamos ante una socialización de la producción, y no ante un simple «entrelazamiento», se advierte que las relaciones de economía y de propiedad privadas constituyen una envoltura que no corresponde ya al contenido, que esa envoltura debe inevitablemente descomponerse si se aplaza artificialmente su supresión, que puede permanecer en estado de descomposición durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del tumor oportunista se prolonga demasiado), pero que, con todo y con eso, será ineluctablemente suprimida.»

¿Una simple cuestión de vocabulario ?

Cuando se nos presenta la mundialización como un fenómeno nuevo no se trata de un simple cambio de vocabulario. Y eso que el vocabulario, de por sí, no es neutro. Detrás de la aparente neutralidad de los términos «mundialización» y «globalización» hay una orientación política, porque existe la voluntad de ocultar las relaciones de dominación entre un pequeño número de países imperialistas y el resto del mundo.

El término «mundialización» permite sugerir de esta manera que gran número de países se han lanzado en la vía del desarrollo capitalista de la misma manera que los que les precedieron. Ademas, muchos no se contentan con sugerirlo sino que lo afirman. Y así les podemos ver evocando los éxitos de los que denominan «dragones del sud-este asiático»: Corea del sur, Taiwan, Hong- Kong, Singapur. Hasta se ha puesto de moda discutir de la fecha en la que China reemplazará a los Estados Unidos como primera potencia mundial.

Encontramos el mismo tipo de razonamientos en lo que concierne al comercio internacional. En este caso, se representa la mundialización como caracterizada por el acceso de un número cada véz más grande de países al rango de competidores verdaderos, susceptibles de arrebatarles partes del mercado, si no a los países imperialistas en su globalidad – ¡y todavía! – al menos a un gran número de sus industrias. De todo esto se deduce naturalmente el argumento de que el paro proviene de la competencia con los países con bajos salarios y que por consiguiente, los trabajadores de los países imperialistas deben sentirse en competición con los de los países pobres. Esta manera de plantear el problema, es decir, hablando siempre en términos de «países» – Corea del sur, Indonesia, permite ocultar el hecho de que las empresas industriales de estos países están a menudo bajo el control de las viejas potencias imperialistas.

Alcance y límites del desarrollo del comercio internacional

La economía es internacional y se ahoga desde hace ya mucho tiempo dentro del marco nacional. Pero los marcos nacionales persisten, y la internacionalización de la economía es el resultado de un combate permanente donde cada capitalista, cada grupo capitalista y su Estado se afanan en defenderse en el interior de su mercado nacional, intentando al mismo tiempo, gracias al mercado internacional «liberado» de toda traba, agrandar su acceso.

A pesar de la multiplicación de las negociaciones comerciales bipartitas, regionales o internacionales, a pesar de la Organización mundial del comercio, en funciones desde el 1 de Enero de 1995 con el objetivo de facilitar el libre- cambio a escala internacional, el mercado internacional no es en ningún caso «libre», en el sentido de acceso igual para todos. Es un lugar de confrontación de las relaciones de fuerza. Los dirigentes de la nación imperialista más potente, los Estados Unidos, que son por otra parte los principales promotores de la Organización mundial del comercio, no se sienten incomodados al declarar que no aceptan las reglas de esta última más que en los casos en los que no perjudican a sus intereses económicos. Todavía más que en la época en la que la existencia del bloque soviético imponía a los Estados Unidos preocupaciones de orden milita-político, la diplomacia Americana es una auxiliar de las estrategias económicas de los trust. Hablar de libre comercio refiriéndose a la guerra económica entre, por ejemplo, el imperialismo americano y el imperialismo japonés es una desfachatez.

Sólo los más fuertes acceden verdaderamente al mercado mundial. Cuando ello ocurre a un país pobre, suele ser porque un grupo industrial ha juzgado que sería más fácil disimularse detrás de un pequeño país. Por ejemplo, es de notoriedad pública que, frente a las barreras arancelarias creadas en ciertas épocas por los Estados Unidos o por los principales países europeos para defender su comercio internacional – impuestos elevados y sobre todo cuotas, los trust japoneses prefirieron evitar los obstáculos remplazando los «made in Japan» por «made in Indonesia» o «made in Malasia».

Desde la guerra, el comercio internacional se desarrolla más rápidamente que la producción. Sin duda, esto ha permitido que el estancamiento económico que se prolonga desde hace veinte años no se haya transformado en una depresión económica catastrófica. No obstante, no ha habido una aceleración significativa del crecimiento de los intercambios internacionales durante los últimos diez o quince años. Sería más bien lo contrario. Por lo que dice Elie Cohen, economista francés, en un libro reciente, «el comercio internacional se ha incrementado en un 6.6% de media anual entre 1950 y 1980, o sea 2.3 puntos de PIB de más que la progresión de la producción. En los años 80, la diferencia no ha sido más que de 0.9 puntos PIB. El periodo 1991-1993 que se caracteriza en los países europeos por una disminución del crecimiento del PIB, ha visto también reducirse el comercio exterior». Y el mismo economista afirma que a largo plazo, desde principios de siglo, si «el mundo ha conocido períodos de apertura y de cierre, hoy en día no se encuentra en su totalidad más abierto que antes de la primera guerra mundial».

Después de un largo período de regresión del comercio mundial entre las dos guerras, debido a la caída de la producción durante la crisis del 29 pero también a las políticas proteccionistas de los Estados, el comercio internacional se ha, sin lugar a dudas, incrementado en volumen y en valor después del final de la guerra, pero la porción de la producción de las grandes potencias imperialistas que va a parar a los mercados exteriores es globalmente la misma que en 1913.

Los cambios en las fronteras y en la naturaleza de los productos hacen que las comparaciones sean muy aproximativas. Pero de todos modos, por lo que respecta a los Estados Unidos, las exportaciones no representan, aún hoy en día, más que el 7.1% de la producción, aunque en 1913 ya representaban el 6.1%. La porción de las exportaciones se ha incrementado sin lugar a dudas en esos dos países complementarios que son Francia y Alemania, pasando respectivamente de 13.9 a 17.5% y de 17.5 a 24% de la producción nacional entre 1913 y 1992. Pero sin embargo, y a pesar de muchos tópicos, la porción de las exportaciones en comparación con la producción, ha disminuido en el caso de Japón y del Reino Unido, para pasar respectivamente de 12.3 a 9.2% y de 20.9 a 18.2% entre 1913 y 1992.
Hay que añadir que hoy en día una parte importante del comercio internacional se constituye simplemente de intercambios entre empresas de un mismo trust, o entre departamentos o talleres de una misma empresa. Por ejemplo, las exportaciones realizadas en el interior de un mismo trust representan 33.5% de las exportaciones de los Estados Unidos ! La interpenetración de las economías se realiza esencialmente en el interior de los grandes trust multinacionales.

Europa en la competencia internacional

El comercio internacional es de una importancia primordial para las potencias imperialistas de Europa, literalmente ahogadas dentro de sus exíguos territorios. Para todas ellas, el comercio inter-europeo es vital.

Esa es la razón por la que los países más avanzados de Europa se han comprometido desde hace más de cuatro años en lo que ellas llaman la «construcción europea». Las burguesías alemana, francesa, británica, italiana y en menor medida, holandesa y belga compiten entre ellas por sus intereses nacionales, pero estos intereses son tambien complementarios. Es por ello que estos países europeos han necesitado más de cuarenta años de negociaciones, de pequeños progresos y de vueltas atrás, para deshacerse más o menos completamente de las barreras aduaneras, los obstáculos arancelarios y para intentar poner un poco de orden en la jungla de las iniciativas que cada Estado puede llevar a cabo para dificultar la penetración del capital adversario en el interior de sus fronteras comerciales y facilitar la penetración de los suyos en los otros. Y una vez que las principales potencias económicas del continente – principalmente Alemania, Francia, Inglaterra y en cierta medida Italia – consiguieron crear un mercado común, los otros países no tuvieron más opciones que la de alinearse con esta decisión. Lo que hicieron y continúan haciendo, los unos detrás de los otros.

La reciente crisis de las vacas locas ha recordado con qué facilidad las barreras pueden volver a aparecer. Su «construcción europea» no ha suprimido para nada los Estados nacionales – nunca ha tenido esa ambición – y cada Estado puede, en principio, deshacer lo que se construyó con su acuerdo.

Los debates sobre la «supranacionalidad» en oposición a la «soberanía nacional» son ociosos en el mejor de los casos, pero en realidad son engañosos. los discursos sobre las «autoridades de Bruselas que imponen sus directivas a los Estados» son mentiras. La autoridad de Bruselas no ha remplazado la autoridad de los Estados. Estos continúan representando los intereses de sus burguesías respectivas. No es más que una emanación. Bruselas no hace nada que no resulte de las decisiones de los Estados, o en todo caso, de los compromisos aceptados por ellos mismos, sobre la base de en pulso entre las burguesías. Y los Estados más potentes de la Unión europea, entre los cuales Francia, pueden rechazar cuando les plazca las directivas que no desean aplicar – y no se molestan en hacerlo, como acaba de demostrarlo le primer ministro francés Juppé recientemente, rechazando aplicar una directiva ecologista de Bruselas (a pesar de que el delegado francés la haya votado) porque era desfavorable a la mayoría desde el punto de vista electoral. Esto no impide a los dirigentes políticos refugiarse detrás de las «decisiones de Bruselas» o las «directivas de la comisión europea» cuando les conviene, para no imponer decisiones impopulares. Pero designar Bruselas como responsable de la política de su propia burguesía es otra forma de engañar a los trabajadores.

Uno de los principales recursos que los Estados nacionales conservan hasta hoy en día para favorecer su propia burguesía reside en la utilización de la moneda nacional como arma de guerra contra los otros países. Las famosas «devaluaciones competitivas», realizadas en el periodo reciente por España, Portugal como Italia y Gran Bretaña, proporcionan una ilustración de la utilización de este recurso.

Es por ello que Alemania y Francia, los dos pilares de la construcción europea – porque finalmente son ellos los que más beneficio le sacarán – se empeñan desde hace varios años en obligar a todos a deponer ese arma, creando una moneda europea única. Esto requiere cierta homogeneidad en las políticas presupuestarias, un cierto nivel de las tasas de interés y una inflación más o menos similar. He aquí el fundamento de esos «criterios de convergencia» establecidos en Maastricht que no son más que la expresión del acuerdo entre burguesías europeas para imponer algunas reglas y prohibirse algunos golpes bajos.

La moneda europea no se ha realizado todavía y ciertas potencias de mayor importancia en el continente, Gran Bretaña en particular, no tienen, por el momento, intención de asociarse a su construcción. Pero es sin embargo probable hoy en día que la moneda única se realice por lo menos entre Francia y Alemania y en los países que se encuentran dentro de sus esferas de influencia, porque ello corresponde a los intereses de la gran burguesía. Esto será un factor de unificación – puramente consensual y a lo mejor temporal, pero un factor de unificación de todas maneras – entre países europeos. Y al mismo tiempo será un instrumento de guerra económica contra el exterior. Aunque la moneda única no existe todavía, yá ha aparecido en una tribuna libre del periódico francés «Le Monde» un artículo donde cuatro patronos, dos franceses y dos alemanes, exigen que su paridad de cambio con el yen o el dolar sea tál que aventaje las exportaciones. Las empresas alemanas y las empresas francesas no podrían, según ellos, continuar la carrera entre los primeros con tál desventaja, siendo esta un «euro» demasiado fuerte en comparación con las divisas americana y japonesa.

«La Europa unida» no es más que la organización conflictual de la esfera de influencias de las principales potencias europeas, a la vez rivales entre sí y obligadas a unirse frente a las más potentes que ellas (los Estados Unidos y Japón). La necesidad de una moneda única no hace más que reflejar una situación donde la economía más poderosa, es decir la alemana, no se encuentra en posición de imponer su moneda, el Deutschemark, como moneda aceptada por todos. Los Estados Unidos no tienen ese tipo de problemas en su propia esfera de influencia regional organizada, la ALENA, en la que se encuentran también Canadá y Méjico, al hacer oficio el dolar de moneda común indiscutible.

Deslocalización y competencia asiática

Cuando los políticos y economistas hablan del peligro representado por los países con salarios bajos para la industria, y por consiguiente para el empleo en Francia, se refieren a cierto número de países del sudeste asiático. Perderían toda credibilidad si esgrimiesen la amenaza de Mali, Senegal o de ese Africa que, en vez de industrializarse, tiene más bien tendencia a lo contrario.
De todos modos existe una verdadera mala fé cuando se evoca la penetración de coches y ordenadores coreanos sin explicar que si las burguesías europeas aceptan abrir un poco sus fronteras ante importaciones de este tipo es porque a cambio esperan poder venderle sus trenes de alta velocidad o sus aviones. Y una vez más, en la competencia, no son fuerzas inmateriales las que ejercen su influencia, sino intereses económicos bien determinados. Y no es verdad que el Estado soporta unas fuerzas contra las cuales no podría combatir : él negocia en el nombre de sus capitalistas.

¿Y qué decir de las famosas «desocalizaciones» hacia los países con bajos salarios?

Con excepción de algunos sectores, estas deslocalizaciones son ínfimas. Cuando se insinúa que la apertura de las fronteras a la competencia asiática es responsable, al menos parcialmente, de los millones de parados o semi- parados de los países industrializados, se trata de un embuste de lo más descarado.

Las inversiones de capital de los países industrializados se han incrementado indudablemente. Pero en su mayor parte, estas inversiones tienen por objetivo el acceder a los grandes mercados y se han dirigido por lo tanto hacia los países ya industrializados. Cerca de la mitad de las inversiones de los países imperialistas en los países subdesarrollados son en el sector minero, o el turismo, sectores en los cuales ne se trata de mudar una empresa de un país industrializado hacia un país con bajos salarios.

Por muy bajos que sean los salarios en los países de Africa o del Sur-este asiatico, están lejos de ejercer esa atracción fatal sobre el gran capital. Porque los salarios no compensan facilmente la insuficiencia o la mala calidad de las infraestructuras, la productividad más reducida del trabajo, la inseguridad y la eventual inestabilidad política, sin hablar del costo del transporte. En los pocos países semi- avanzados que no plantean estos problemas, o mejor dicho, que ya no los plantean, como en particular Corea del sur o Taiwan, gracias a las luchas de los trabajadores, los salarios terminan siempre por aumentar. Un obrero que trabaja en una gran empresa de Seul gana prácticamente, si tiene la misma cualificación, el equivalente del salario de un trabajador parisino.

Para ciertos productos que conciernen esencialmente dos sectores (los sectores textil y componentes electrónicos), la atracción de los bajos salarios juega realmente un papel. Los parques industriales especialmente habilitados en Indonesia o Singapour, donde la mano de obra a buen precio es entregada al mismo tiempo que las infraestructuras, atraen un cierto número de trust de la electrónica o del audiovisual (Thomson, Schneider en particular, pero tambien ATT o Sanyo). Y existen otros, en el sector textil, para aprovechar la mano de obra todavía peor pagada de las «zonas especiales» de China. Pero no hay que olvidar que para los principales sectores donde se encuentra el gran capital, la porción del capital variable es cada vez más pequeña en comparación con la del capital constante. La proporción de los salarios sobre el capital invertido sería de un 10% en la industria del automóbil, en las empresas fabricando televisores de última generación sería de un 5 %, y de un 3% en la hilera de los semi-conductores. Cuando Citroën invierte en China, él tira provecho de la mano de obra barata, pero no para invadir Europa de coches «made in China» sino para venderlos a la casta privilegiada de ese país.

¿Permite la mundialización que los países pobres alcancen los países ricos?

Es una estupidez intencionada muy difundida. Se apoya en primer lugar sobre la trampa que consiste en extrapolar a partir de unos veinte países semi- avanzados de Asia y América latina generalizaciones sobre el conjunto de los países pobres.

El administrador del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) que, a juzgar por sus funciones, no se trata de un revolucionario, acaba de declarar en una entrevista reciente para el periódico francés Le Monde : «Hay un primer mito a combatir. Es el de un mundo en desarrollo que, gracias a la globalización de la economía mundial, iría cada vez mejor bajo el mando de una quincena de dragones». En realidad, «en más de un centenar de países, la renta per cápita es hoy en día más baja que hace quince años. Para hablar claro, casi 1.6 millares de individuos viven peor que al principio de los años ochenta.

En espacio de una generación y media, la distancia entre países ricos y pobres se ha agrandado. Al principio de los años sesenta, era del 1 al 30 entre los 20% más ricos del planeta y los 20% más pobres. Hoy en día, es del 1 al 60, y eso que la riqueza global ha aumentado considerablemente (…)

Las tres cuartas partes de los flujos de inversiones extranjeras directas destinadas a los países pobres se concentran en realidad en menos de una docena de países, la mayoría situados en Asia. Africa, por su parte, no tiene derecho más que a las migajas (6%), y los países menos avanzados, los cuales se encuentran principalmente en ese continente, no reciben más que un 2%».
Pero hasta el pretendido desarrollo de esta docena de países no es más que una extrapolación consciente, a partir de la industrialización y del aumento rápido de la producción en ciertas zonas francas en función de las necesidades de los comanditarios imperialistas.

¿China en vías de desarrollo ? ¿Méjico en vías de desarrollo ? «El privilegio» que representa beneficiar de las inversiones occidentales significa sobre todo una explotación y un pillaje más grandes, la emergencia o el refuerzo de una capa privilegiada local más o menos compradora con, y es el único aspecto positivo para el porvenir, la transformación de una fracción – muy pequeña – de las clases pobres de esos países en proletariado. ¿Y además, se puede afirmar que las empresas extranjeras implantadas en China son más numerosas de lo que eran en 1927?

Podríamos citar algunas grandes sociedades multinacionales coreanas o brasileñas. Pero aun en ese caso habría que estudiar cual es la proporción de capital americano o japonés en cada una de ellas. De todos modos, entre los cien más importantes trust que dominan la economía mundial, no hay ni uno solo que proceda de los países del Tercer mundo. Las tres cuartas partes (75 sobre los 100) se reparten entre cinco países imperialistas : los Estados Unidos, por supuesto, Japón, Francia, Gran-Bretaña y Alemania. La relación de fuerzas entre potencias imperialistas ha cambiado desde la época en que Lenin escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo, pero no la identidad de los principales bandidos que saquean el planeta.

Mundialización y Estatismo

La «mundialización» no ha reducido la función de los Estados. Al contrario. Y no solo en lo que concierne a la diplomacia económica. En todos los países imperialistas, hasta en aquellos donde los dirigentes han hecho del liberalismo su profesión de fe, el presupuesto del Estado, la caja pública se ha transformado en depósito destinado a financiar el parasitismo de los grandes grupos financieros. De ahí, el abandono creciente de los servicios públicos, hasta en los países más ricos. De ahí también, el endeudamiento considerable y constantemente en crecimiento de los Estados.

Se trata de una manera parcial de enfocar las cosas cuando se presenta a los Estados imperialistas como víctimas impotentes de los mercados financieros. Los Estados no son las víctimas pasivas de la evolución económica, sino que son los actores conscientes. Se trata de ellos mismos, de sus déficit, de sus emisiones de empréstitos para colmarlos, de sus necesidades de financiamiento para ayudar a la burguesía, de sus mismas políticas de privatización; son ellos mismos los que alimentan el capital especulativo.

Por ello, reivindicar funciones más importantes para los Estados nacionales como antídoto de la mundialización, sinónimo de capitalismo desbocado, presentar esto como progresista, como lo hacen distintos sectores de la izquierda, es una estupidez. Y encima, es una estupidez reaccionaria.

Con respecto al imperialismo no se puede volver atrás. Y si el imperialismo se sintiese obligado por culpa de una crisis, de un desmoronamiento económico, a refugiarse detrás de políticas proteccionistas, esto se haría pagando el precio de una disminución aún más catastrófica del nivel de vida de la clase obrera, pagando también el precio de regímenes autoritarios o fascistas para imponerlo. El interés del proletariado no se encuentra en la lucha contra la internacionalización de la producción, contra la interpenetración de las economías, sino en el combate a favor del derrumbamiento del orden capitalista a escala mundial. La reorganización de la economía sobre una base superior, racional – el comunismo – no es posible sin la base de una economía que, digan lo que digan los reaccionarios de todas las tendencias, esté internacionalizada desde tiempo atrás. Y si, bajo la forma de subproductos modestos de las exportaciones de capital imperialista, empresas industriales nacen allí donde no las había anteriormente, si ello hace surgir un proletariado industrial donde sólo existían masas pobres subproletarizadas, pues mejor. Los trabajadores de Corea del sur, de Indonesia o de China no son nuestros adversarios, ni siquiera se trata de competidores. Son los nuevos regimientos de ese proletariado mundial que puede, y es el único, arrancarle el poder a la burguesía y terminar con el capitalismo y su último avatar, el imperialismo.


Unión europea, euro y mercado mundial

Después del período 1994-1995 marcado por toda una serie de crisis financieras y monetarias, por la amenaza de que varios grandes bancos quiebren a causa de especulaciones inmobiliarias, por «devaluaciones competitivas»que han trastornado el comercio internacional, nos presentan 1996 como si fuese un buen año para la economía internacional.

Desde el punto de vista de los beneficios de las empresas, 1996 ha sido incontestablemente un buen año, a pesar del temor de una grave crisis financiera (aunque el período pasado ya había sido bueno). También lo ha sido desde el punto de vista de la renta y del capital de la gran burguesía, que se ha incrementado considerablemente en particular para aquellos que se encuentran en el hit-parade de las grandes fortunas. Capital y fortunas privadas se han incrementado del 20% al 30%, las hay que han doblado su valor, todo esto gracias a los beneficios del año pero tambien gracias a las anticipaciones sobre los beneficios de mañana, expresadas en las cotizaciones siempre elevadas de la bolsa de valores.

La evolución de la producción no es tan nítida. Sólo la economía de Estados Unidos, para la cual la recesión terminó en 1991, está en crecimiento desde entonces (sin de todos modos alcanzar el ritmo de antes del comienzo de la crisis). Japón, que acaba de conocer el período de recesión más largo desde la guerra, empezaría solamente ahora a salir de la crisis. La economía de la mayoria de los europeos se han quedado estancadas, hasta la de Alemania que ha conocido en principio de año un verdadero retroceso de la producción.

El paro, dramático para el conjunto de Europa, continua su crecimiento. Incluso en Inglaterra, donde la burguesía ha liquidado de forma todavía más brutal que en otros países europeos las reglas que protegían un poco a los trabajadores, en materia de salario mínimo, de precaridad, de reducción drástica del costo de la mano de obra, pues ni siquiera allí se ha podido incitar al patronato a crear empleos, y el paro sigue siendo tan importante como antes.

El crecimiento relativo de la economía de Estados Unidos no ha mejorado en ningún caso la situación de las masas populares. Al contrario, su crecimiento se ha realizado en detrimento de éstas.

Hasta el reciente artículo del periódico francés «Le Monde», que sin embargo tenía por título «El empleo americano en pleno apogeo» y glorificaba en el subtitulo «los 10.5 millones de puestos de trabajo … nacidos desde 1993» se siente obligado a precisar que los nuevos empleos no se han creado en las grandes empresas y que la mayoría de estas continuan reduciendo su plantilla (ni siquiera en el Estado, que suprime tambien puestos de trabajo). Los empleos creados son en su mayoría precarios, dentro de pequeñas empresas generalmente sub-contratadas, teniendo ellas mismas una existencia precaria, y gracias a las cuales las grandes empresas pueden deshacerse de sus actividades menos rentables. Estas empresas pagan peor y ni conceden las pocas ventajas sociales que los trabajadores consiguen obtener en las grandes empresas. De ello resulta un crecimiento global de la precaridad, de la flexibilidad y una disminución de los salarios reales.

El promedio de los salarios no ha aumentado desde hace veinte anos, ni siquiera para esa fracción de la clase obrera que ha conservado un empleo estable. En lo que respecta a las categorías que se encuentran en lo más bajo de la escala social, los salarios disminuyen, y se estima que esta disminución ha alcanzado el 30% en veinte años.

El número de Norteamericanos que viven por debajo del nivel de pobreza es estimado por algunos autores en 38 millones de personas, lo que representa 14.2% de la población (contra 11.6% de la población en los años setenta). Hecho significativo, el crecimiento de la pobreza proviene en gran parte de la pauperización de los que sin embargo tienen un trabajo y un salario. Universidades americanas citadas por «Le Monde diplomatique» calculan que, el número de personas que aún siendo asalariadas viven por debajo del nivel de pobreza ha triplicado entre 1969 y 1994, pasando de 8.4% a 23.2% del conjunto de los asalariados. Otro artículo del Monde estima, por su parte, que «18% de los asalariados a jornada completa se encuentran ya por debajo del nivel oficial de pobreza. Hay gente que trabaja y que sin embargo no puede pagarse un domicilio fijo y duerme debajo de los puentes». Este periodista concluye con lucidez «¿no se trata de lo que ocurre en este momento en Bombay?»

La disminución de la proporción de los salarios en la renta global, la liquidación, progresiva o brutal, de la protección social contra la enfermedad, la vejez, la degradación universal de los servicios públicos muestran que los beneficios de la burguesía siguen proviniendo, aún en los países más ricos, de la agravación de la explotación y no del crecimiento de la producción

El mantenimiento de un período de crecimiento relativamente largo de la producción y de las inversiones en Estados Unidos sustenta desde hace varios años el discurso sobre la eventualidad que el crecimiento americano lleve a buén término el conjunto de la economía mundial, y en particular las economías europeas. Por el momento, esto no es lo que ocurre.

El imperialismo americano no obtiene sus hazañas, muy relativas, empujando la economía mundial hacia adelante; las obtiene al contrario en detrimento de sus principales competidores.

La administración Clinton dirige una política comercial agresiva hacia el exterior. Utiliza todo el peso del Estado para conseguir contratos (armas, aviones, armamento pesado) para los trust de Estados Unidos contra sus competidores de los países imperialistas más débiles.

Las otras potencias imperialistas de segundo rango no proceden de otra manera. Pero no poseen la potencia económica, politica o militar de Estados Unidos. Estos últimos pueden así saltarse sin disimulos las reglas del libre comercio que recomiendan o imponen a los otros países.

Los Estados Unidos son proteccionistas en ciertos ámbitos cuando los grandes grupos capitalistas lo exigen en defensa de sus intereses propios, pero cuando estos mismos intereses lo requieren, no se molestan en suprimir los obstáculos a la repatriación hacia el mercado americano de producciones efectuadas en particular en las «maquiladoras» mejicanas.

Por último, la política comercial agresiva hacia el exterior se basa desde hace algunos años en un dolar frágil, facilitando así las exportaciones y volviendo más caras las importaciones.

Un cierto número de trust japoneses, británicos, alemanes o franceses se benefician sin lugar a dudas de la relativa buena marcha de la economía americana. Pero se trata, por así decirlo, exclusivamente de los más potentes, aquellos que tienen la capacidad financiera suficiente para controlar bajo su autoridad ciertas empresas instaladas directamente dentro del mercado americano. No es por nada si lo esencial de las inversiones de capital europeo y japonés que se invierte en el exterior y no se dirige hacia los países vecinos de Europa va a los Estados Unidos. Pero el capital americano que se invierte en Europa para comprar empresas inglesas, francesas, alemanas, etc., se incrementa desde hace varios años por lo menos al mismo ritmo y, además, empezando a un nivel más elevado.

El crecimiento continuo de las exportaciones de capital desde los años ochenta no significa en nada un nuevo vigor económico. En efecto, los desplazamientos de capital de un país a otro o tienen por objetivo un beneficio especulativo a corto plazo, o finanzan adquisiciones de empresas ya existentes. El impresionante crecimiento de las compras, las fusiones, las OPA, salvajes o no, que caracterizan la competición entre grandes grupos financieros, provoca un movimiento continuo de concentración del capital.

En este campo, la competición entre grupos financieros se ha visto facilitada y al mismo tiempo se ha vuelto más dura por la supresión casi total de las trabas anteriores a la libre circulación del capital. El campo de batalla donde se enfrentan los pocos centenares de grandes grupos financieros que dominan la economía mundial, se agranda desde hace varios décadas y, en particular, desde la última. Y esto bajo el efecto de diferentes factores : la liquidación de las zonas de influencia protegidas por las viejas potencias coloniales y, más recientemente, la presión sobre los países pobres en el sentido del abandono del estatismo, la política de privatizaciones en los mismos países imperialistas, además de la apertura, aunque limitada, al capital occidental de los países que se encontraban no hace mucho bajo la esfera de influencia de la URSS o de China.

Lo que se llamó en los años ochenta «crisis de la deuda» de los países pobres sirvió de escarmiento a los grandes grupos financieros y desde entonces el capital privado ha limitado esencialmente sus inversiones en el interior del triángulo formado por los Estados Unidos y Canada, Europa occidental y Japón. Sin embargo, desde principios de esta década, se ha desarrollado un movimiento de exportación de capital hacia las más industrializadas de las ex-democracias populares (realizadas principalmente y en beneficio del imperialismo alemán), y hacia algunos países asiáticos (realizadas esta vez principalmente y en beneficio de Japón y Estados Unidos).

Las cifras esgrimidas para demostrar la rapidez del crecimiento de Indonesia, Malasia, Tailandia o China, sin hablar de casos más antiguos como el de Corea, o muy particulares como los de Taiwan, Hong Kong o Singapur, no deben en todo caso hacernos olvidar el punto de partida extremadamente bajo de esos países, ni el hecho de que constituyen excepciones entre unos 150 países subdesarrollados del planeta.

Además, las cifras más impresionantes del crecimiento de algunos países de Asia o América latina se refieren a las actividades y capitalizaciones bursátiles. Esto es significativo de que estos países atraen más el capital financiero en búsqueda de inversiones especulativas que el capital destinado a invertirse en la producción. Méjico hace a penas dos años ha tenido que pagar con un crack violento, y sus clases pobres con una politica de austeridad brutal, la retirada masiva y repentina del capital extranjero invertido en el país.

El capitalismo no está permitiendo que se desarrollen los países de la parte subdesarrollada del planeta, ni siquiera los pocos que se «benefician» de capital occidental exportado. Igual que en el período precedente cuando el capital era «prestado».

El conjunto de los países pobres sigue empobreciéndose en comparación con los países imperialistas. Este empobrecimiento es catastrófico para la casi totalidad de Africa, para una parte de America latina y del Caribe y para la mayor parte del continente asiático.

Aunque una tregua relativa haya precedido este año al oleaje devastador de la especulación durante el período precedente, el sector financiero sigue hipertrofiado en comparación con el sector productivo. El número de los instrumentos financieros y la masa de capital puesta en juego sigue incrementándose, principalmente debido a las emisiones de empréstitos por los Estados. Estos últimos están todo el tiempo en busca de dinero al contado para cubrir el déficit de su presupuesto, debido a las ayudas al patronato y a la financiación del servicio de las deudas anteriores.

La inflación, es decir la emisión de moneda sin contrapartida, ha sido durante mucho tiempo el medio privilegiado por los Estados para cubrir el déficit del presupuesto. Esto podría volver a pasar. Pero desde hace algunos años, la mayoría de los gobiernos y de los bancos centrales llevan una política destinada a frenar la inflación.

Esta política no tiene nada que ver con el deseo de proteger el poder adquisitivo de las clases pobres contra la erosión monetaria. Pero la depreciación de las monedas, a ritmos diferentes en los distintos países, es un freno para el comercio internacional. Además, ello deja el campo libre a las «devaluaciones competitivas», esas manipulaciones monetarias con las cuales los Estados ayudan a sus capitalistas a que transformen momentáneamente sus mercancías en productos más competitivos en el mercado internacional.

El Sistema Monetario Europeo (SME) había sido creado en su época para estabilizar la tasa de cambio entre diferentes monedas. Sin embargo no resistió a la tempestad especulativa de 1992-1993 donde la libra esterlina y la lira italiana recobraron su libertad.

Por eso la idea de una moneda única se ha impuesto progresivamente como una necesidad para la burguesía de los países europeos cuyas economías son más interdependientes, en particular la alemana y la francesa.

Y esto no es algo nuevo. Esta necesidad se hace sentir desde hace más de un siglo. Pero en el mundo entero el patrón-oro, respetado por las potencias imperialistas, representaba una moneda internacional. Además, antes de la segunda guerra mundial, las potencias coloniales europeas no deseaban compartir sus imperios con las rivales por el intermediario de una moneda única. Imponían su propia moneda a las colonias, y esto les iba bién.

Al finalizar la guerra mundial, la Europa dividida, arruinada, exangüe, necesitaba la ayuda americana y el dolar reinaba.

Pero desde entonces las cosas han cambiado, las colonias han desaparecido, el mercado capitalista mundial se ha liberado de sus trabas, el dolar ya no está garantizado por el oro y fluctúa. Las potencias imperialistas europeas no quieren seguir siendo dependientes del dolar y podrían, si se uniesen, ser capaces de ello.

Pero hay que decir que si esta necesidad de unirse no es nueva y si las razones que empujaban hacia la unión han aumentado con respecto a las de seguir independientes los unos de los otros, las cosas no han sido simples y no lo son aún.

Para que la libre circulación de las personas y las mercancías sea posible hay que armonizar las legislaciones nacionales, tanto en lo que respecta a la regulación y a la legislación comercial como en lo que se refiere al aspecto social, hasta conseguir por lo menos el nivel de coherencia de los diferentes Estados de USA. Hace falta que tal producto, tal técnica de fabricación o tal aditivo alimentario autorizado en un Estado no esté prohibido en otro, porque si no lo está la abolición de las barreras aduaneras se vería contrarrestada por nuevas trabas administrativas o jurídicas.

Para la libre circulación de personas, hace falta que toda persona que tenga la autorización de vivir y de trabajar en un país la tenga en todos. Y esto no se ha hecho ni se hace todavía sin dificultad.

Para que exista una moneda única que ofrezca garantía absoluta, haría falta un solo instituto de emisión. Sobre este tema, al no haber un Estado federal europeo, las grandes potencias no han llegado a un acuerdo hasta el momento. Lo único que han logrado convenir es comprometerse en el mantenimiento del déficit presupuestario dentro de límites reducidos, para evitar recurrir a una emisión de moneda en exceso

El mayor problema ha sido el de no poder subvencionar las industrias directamente o indirectamente por encargos privilegiados del Estado, y para estos últimos, tener que pasar por licitaciónes a nivel europeo, lo que todavía no se lleva verdaderamente a cabo.

Dificultades también a nivel agrícola, porque las agriculturas de las potencias más industrializadas de Europa se ven desafiadas por las agriculturas de los demás imperialismos europeos, particularmente aquellos en los cuales la producción agrícola es predominante.

Los Estados más ricos han tenido que remplazar las subvenciones directas a su propia agricultura, ante todo a los trust agro-alimentarios, por subvenciones que recurren a los fondos europeos constituidos especialmente para ello.

Uno de los problemas mayores que esto conlleva para Francia pero sobre todo para Gran Bretaña es que todo el sector agro-alimentario, incluso otras producciones como las mineras, que dependen de ellas, no se encuentran en el territorio nacional.

Francia tiene relaciones privilegiadas con los DOM (Departamentos de ultramar), con los TOM (Territorios de ultramar) y con países africanos de la zona franco (el franco CFA). Gran Bretaña tiene relaciones más o menos estrechas con los cincuenta y ún países del Commonwealth que reconocen a la reina de Inglaterra como su soberana o su jefe. Los demás países de Europa – y en particular Alemania – no ven porqué tendrían que pagar el rón, el azucar, los plátanos o cualquier otra cosa por encima del cambio mundial, por culpa de las relaciones ex-coloniales de Francia e Inglaterra.

Si los intereses fundamentales, sobre todo futuros, del gran capital comercial, industrial y financiero inglés se encuentran del lado de Europa, sus intereses inmediatos no aparecen tan claros. Efectivamente, las empresas que están directamente relacionadas con el Commonwealth son grandes sociedades que tienen gran peso en la economía inglesa. Y en lo que respecta al capital financiero, todas están entrelazadas. Además, la burguesía inglesa depende mucho más del capital financiero de los USA que de sus principales interlocutores europeos. Por ello, Gran Bretaña es la menos europea de las tres grandes potencias imperialistas del viejo continente.

Sin embargo, Europa, el mercado común europeo y la moneda única se han convertido a distintos niveles en necesidades vitales para las principales potencias imperialistas , Alemania, Gran Bretaña y Francia, y para algunas otras como Portugal, Holanda, España e Italia. Para todas ellas, hay ventajas e inconvenientes. Las más débiles ganarán menos que las más fuertes y perderán más.

Los países como los de Europa del Este , Grecia o Turquía no tienen realmente elección. O se verán rechazados por el conjunto europeo y se les impondrá el intercambio desigual en todo su rigor, o aceptarán la integración en el mercado europeo. Entonces tendrán que soportar el tipo de cambio único de la moneda europea, sobre el cual no tendrán ningún control porque estará entre las manos de los más potentes. Perderán así una parte importante de su libertad política y económica, pero no se les relegará al rango de países subdesarrollados fuera de las fronteras del bloque europeo y por lo tanto no soportarán el yugo del capital con todo el rigor del mercado capitalista mundial.

La Europa unida y la moneda única son en primer lugar el yugo del capital de las grandes potencias europeas sobre las más débiles.

En segundo lugar, entre los más fuertes, se trata de una paz armada donde unos adversarios irreconciliables no se han unido más que por necesidad. La necesidad de hacer frente a las agresiones económicas exteriores contra su territorio. La necesidad de someter los más pequeños países de Europa, en vez de competir entre ellas de forma suicida. La necesidad de unirse para participar en la explotación, frente a sus adversarios, de Africa, de Asia y de América latina.

A nivel mundial, Europa y la moneda única europea son necesidades imperialistas frente a Estados Unidos y en menor medida a Japón. Ningún país de Europa, ni aún el más potente, puede rivalizar, ya desde principios de siglo, con los USA. Y ninguno puede hoy en día rivalizar solo contra Japón.

Si los imperialismos francés, inglés y alemán no se unen en un mercado interior a nivel del mercado interior del continente americano o a nivel de la esfera de influencia japonesa en Asia, las leyes del mercado capitalista mundial van a ejercerse cada vez más contra ellos.

Los trust europeos necesitan elevar su producción al nivel de un mercado interior de varios centenares de miles de habitantes, aunque estos sean cada vez menos solventes ( lo mismo pasa con USA y Japón).

Esto es indispensable para poder competir con las empresas más grandes en el mercado mundial gracias a una producción, una racionalización y una productividad que supere la decena de millones de consumidores.

También hace falta una moneda asentada sobre riquezas y fuerzas productivas a nivel de un continente para poder soportar las vicisitudes de las especulaciones salvajes y sobre todo para que se convierta en una moneda mundial asentada sobre un volumen suficiente de producción de bienes y de mercancías.

El dolar se ha convertido, desde hace décadas, desde hace más de medio siglo, en una moneda internacional remplazando el oro en las arcas de los institutos de emisión de todos los países del mundo. Esto ha permitido que los Estados Unidos vivan durante años exportando su déficit y su inflación.

Hoy en día, no pueden hacerlo tan facilmente y se ven obligados a pedir préstamos ruinosos para financiar los gastos del Estado destinados a sostener la economía.

Pero a pesar de todo exportan su inflación y el mundo entero soporta el dolar.

En lo que respecta a los imperialismos europeos, esto los deja en situación de dependencia y la creación de un mercado a nivel europeo y de una moneda asentada sobre este mercado es la única manera de volverse independientes del dolar y de poder, a su vez, exportar su inflación hacia los países más débiles.

Una crisis en cualquier región de Europa no se traduciría entonces automaticamente por un desorden monetario y una catástrofe comercial. Porque, a partir de cierta superficie, una moneda europea, como en el caso del dolar, se asentaría sobre una economía potente donde las fluctuaciones nacionales locales podrían compensarse a nivel del continente.

Claro está, a las potencias imperialistas de Europa no les hace mucha gracia tener que arreglárselas con sus vecinos, que son justamente sus más próximos rivales. Pero a largo plazo, es la única oportunidad para no verse expulsadas al nivel de imperialismos de segundo o tercer orden.

Para España o para Portugal, la elección es todavía más dramática que para Alemania, Francia o Inglaterra.

Dicho de otra manera, Europa es una máquina de guerra contra USA y Japón. Una máquina de la guerra económica para conseguir que sigan siendo Asia, Africa y America latina las víctimas de la rapacidad imperialista, y para reemplazar las guerras para el reparto del mundo que han ensangrentado la primera mitad del siglo por una guerra económica que solo ensagriente los continentes pobres a través de guerras civiles, espontáneas o provocadas.

Pero, como todo ejército, Europa necesita una jerarquía y no puede tolerar en su seno veleidades de independencia. Hay que poner en fila todos los países, empezando claro está por los más débiles.

Los trabajadores revolucionarios, los militantes comunistas revolucionarios no tienen ni que defender esta Europa imperialista, ni que oponerse a ella, sobre todo en nombre de la independencia nacional. La independencia nacional no tiene nada que ver en todo esto. De la misma manera que la independencia nacional de Francia no se ha visto amenazada durante la segunda guerra mundial por la ocupación del territorio francés por el ejército del imperialismo alemán. Francia seguía siendo un país imperialista y cada uno de los países de Europa, del más grande al más pequeño, incluso el pequeño Luxemburgo, seguirá siendo un país imperialista participando a la explotación del mundo. Esta definición solo se puede no aplicar a ciertos países de Europa del Este. En efecto, estos países han sido siempre semi-colonias del capital occidental.

Los trabajadores, los comunistas revolucionarios no tienen porqué oponerse a Europa, ni claro está militar en contra. Pero tienen que oponerse a su carácter imperialista.

Pero el imperialismo existe aquí mismo. Los que en España dicen que hay que oponerse al dominio del capitalismo alemán (o inglés… o coreano) sobre el capitalismo español, mienten a los trabajadores.

Evidentemente, la creación de un conjunto económico a nivel europeo, de una moneda única podría considerarse como un progreso objetivo. Esta es la situación que permitió a USA convertirse en la primera potencia mundial, gracias a una moneda única, una lengua única, un Estado único que se extendió de una punta del continente a otra. Esto no se hizo pacíficamente sino a través de dos guerras sangrientas. Primero la del Norte contra el Sur, la llamada guerra de Secesión, que presenció la victoria de los industriales norteños contra el Sur de los terratenientes. Y después, la que se llamó púdicamente la «conquista del Oeste», la guerra contra los Indios, un genocidio que ha permitido a los Estados Unidos extenderse de un océano a otro, el fusíl y el sable de caballería en mano.

Hitler no ha realizado la gran Europa, aunque pareció estar a punto de conseguirlo.

Hoy en día, puede parecer que se va a realizar por vías más pacíficas, pero no es verdad que se hace sin catástrofes, sin dramas o sin muertos.

Primero, tenemos el ejemplo de la guerra civil en la ex-Yugoslavia. Y además, tenemos la miseria que aumenta en toda Europa. A lo mejor la veremos recorrida por hordas famélicas, o veremos miserables exterminados por la tropa como durante las peores horas de los sombríos siglos del pasado.

No hay elección. Una Europa y una moneda única, una lengua única podrían ser un progreso considerable para todos los que viven en este continente, pero no bajo el control y la dirección del imperialismo. Como muchas otras cosas por cierto, incluidos todos los progresos técnicos que, en manos de los capitalistas, se acompañan de más miseria.

Por eso no debemos rechazar la supresión de las fronteras, la libre circulación de los hombres y la moneda única, porque éstas no son las causas de nuestros problemas. El mercado común y la moneda única no son más que el último pretexto hoy en día utilizado por nuestros gobernantes.

La única causa de nuestros problemas, es la explotación capitalista, la explotación por nuestros propios explotadores , y ¡hay que empezar siempre por barrer delante de nuestra propia casa y luchar ante todo contra nuestros propios capitalistas, con Europa o sin ella!


La ex-Unión Soviética y su evolución

En Rusia, a pesar de las oscilaciones relacionadas con la crisis de sucesión de un Yeltsin de salud delicada, a pesar de los avatares causados por oscuras intrigas en los altos mandos, lo que ha destacado del pasado año no han sido los cambios sino el mantenimiento del caos político, militar y económico.

Lo que antiguamente era la URSS no ha salido todavía del proceso de descomposición de la realidad política y social, nacida de la revolución proletaria de 1917 y profundamente alterada por la degeneración burocrática, que Trotski ha caracterizado con el término de Estado obrero degenerado. Este proceso de descomposición se había iniciado durante la época de Brejnev mucho antes de su muerte en 1982. Pero su fallecimiento y la crisis de sucesión que hubo a continuación aparecieron como el punto de partida de esta descomposición, aunque las crisis anteriores hubieran sido también otras etapas del mismo proceso. Esta crisis de sucesión, prolongada como tal por los intermedios Andropov y Chernenko, no se resolvió con la llegada al poder de Gorbachov en 1985. Este último intentó asentar su poder buscando el apoyo de ciertas capas de la burocracia, con la «perestroika» y la «glasnost», pero fué desbordado por más demagógico todavía que él.

Las luchas políticas en la cumbre y la demagogia basada sobre las aspiraciones y los deseos de numerosas capas de la burocracia, han desatado fuerzas políticas, relativamente contenidas hasta ese momento y que emanan de la burocracia misma. Los enfrentamientos públicos o las combinaciones ocultas de estas fuerzas, asentadas la mayoría de las veces sobre feudos locales y que sólo estaban aliadas en el rechazo del poder central, son los que han provocado la dislocación de la URSS y que han marcado su historia política en esta última década.

La dictadura burocrática – en su variante dura bajo Stalin como en sus distintas modificaciones posteriores – tenía como razón de ser fundamental la preservación de los privilegios de la burocracia contra la clase obrera y, en caso de necesidad, contra la burguesía. Sin embargo, esta dictadura pesaba sobre la burocracia misma. Esta burocracia, tanto su componente que participaba al poder estatal como la que estaba encargada de la gestión de la economía, no estaba compuesta, desde hacía tiempo, por esos «duros arrivistas», sin duda «habiendo sentado la cabeza, ablandados e instalados» pero todavía «propensos a pensar que «la revolución, somos nosotr, de los cuales hablaba Victor Serge en los años treinta. Por su modo de vida, su mentalidad y sobre todo por sus aspiraciones, la burocracia de la época de Brejnev, e incluso de sus predecesores, se parecía a la pequeña burguesía o a la burguesía occidental. De vez en cuando, tránsfugos pasaban al Oeste revelando tal mentalidad. De manera totalmente natural, la demagogia de Gorbachov, que ensalzaba las palabras «libertad» y «democracia» contra sus rivales de la panda brejneviana, y después la de Yeltsin, que preconizaba la autonomía de los poderes locales y el restablecimiento de la propiedad privada y del capitalismo frente a Gorbachov, han hallado un amplio eco en el conjunto de la burocracia. Pero, de manera totalmente natural también, cada fracción de la burocracia ha interpretado estas nociones para su propio uso. Si, desde el principio del proceso, una parte de la burocracia era movida por la voluntad de restablecer el capitalismo – lo cual es una muy lejana aspiración, aunque ha tenido poca posibilidad de desempeñar ese papel bajo la ley de acero de la dictadura stalinista – la casta burocrática tenía sobre todo en común la voluntad de acaparar lo más libremente posible la mayor cantidad de superproducto social. Pero hay muchas maneras de hacerlo, y la idea que cada uno se hacía de este acaparamiento dependía de su posición, de sus relaciones y de sus posibilidades.

Desde estos últimos diez años, el juego de las fuerzas políticas que emanan de la burocracia, y que casi todas se reivindicaban de la democracia al principio, no ha desembocado en una forma nueva, democrática, del poder de la burocracia, sino que ha conducido a la dislocación del poder y a la parálisis del Estado. El desmembramiento del poder de Estado en feudalismos burocráticos ha tenido consecuencias catastróficas en la economía, más aún al estar estatalizada e hipercentralizada.

El balance de la década transcurrida desde los principios de la perestroika es desastroso para lo que fué la URSS. La Unión Soviética, como entidad estatal única, ha dejado oficialmente de existir en diciembre de 1991. La quincena de Estados que de ella proceden siguen descomponiéndose en su mayoría. La URSS, bajo la dictadura burocrática, había sido una vasta prisión para los pueblos. Pero su descomposición no ha traido en absoluto la libertad, sino solamente el poder de mafias, de reyezuelos locales y, en algunas regiones, guerras civiles tan sangrientas como estériles – sin mencionar la guerra de represión llevada a cabo en Chechenia. Las elecciones – de las cuales por cierto los dirigentes de ciertos Estados ni se encargan, a no ser que sea de forma stalinista – no sirven más que para consagrar, bajo varias etiquetas políticas, los mismos notables políticos que en la llamada era soviética.

El balance es particularmente desastroso a nivel económico.

Por muy poco fiables que puedan ser las estadísticas publicadas sobre la situación económica de Rusia, éstas indican desde 1989 una regresión incesante. El producto interior bruto de 1995 no estaba más que al índice 60 con respecto al de 1989. Pero la regresión es en realidad mucho más grave. La producción de muchos de los bienes manufacturados o de los productos agrícolas (carne, por ejemplo) se ha dividido por dos o más. Esta caída se ha visto «compensada» en las estadísticas expresadas en valor, por el crecimiento del terciario. Este último comprende el volumen de negocios de oficinas financieras o de sociedades de seguridad y los gastos permitidos por el enriquecimiento de una pequeña capa de empresarios sin escrúpulos, además de la «actividad» de su domesticidad.

Significativas son también las cifras citadas en ciertas publicaciones económicas que comparan el producto interior bruto por habitante en Estados Unidos y en lo que fué la URSS.

En 1975, el producto interior por habitante de esta última habría culminado a 42% del de Estados Unidos. Hoy alcanzaría menos del 20%, es decir a un nivel cercano del de 1928. Estas cifras valen lo que valen. Dan, sin embargo, una idea de la inmensidad de los daños causados por el pillaje de la burocracia, que, en algunos años, ha aniquilado los progresos realizados en medio siglo de economía planificada, permitida gracias a los aportes de la revolución proletaria de 1917. Y eso a pesar de que la planificación estuviese paralizada, malversada y esterilizada por una gestión que tenía que encubrir las malversaciones de la burocracia.

Al principio de la década transcurrida, los dirigentes del poder central de la burocracia afirmaban querer «reformar la economía socialista» eventualmente cediendo a las empresas privadas un lugar de mayor importancia. Después de la victoria de Yeltsin, cambiaron todavía más de lenguaje para proclamarse totalmente a favor del restablecimiento de la propiedad privada y del capitalismo. Estas declaraciones provocaron entonces el entusiasmo de Occidente ( por cierto, además de su uso demagógico interno, estaban sobre todo destinadas a esto). Yeltsin, este aparachik de alto rango de la dictadura burocrática, no ha cesado jamás desde ese momento de ser sostenido en Occidente. Considerado como principal garante de la evolución hacia el capitalismo, fué presentado también, como el pilar de la «transición democrática», incluso cuando sometió el Parlamento a tiros de cañon – ni más ni menos legítimamente elegido que él mismo – o cuando sus bombarderos transformaron la capital de Chechenia en un montón de ruinas.

Los comentadores anunciaron entonces una marcha rápida sino alegre hacia la economía capitalista. Pero, entre las intenciones proclamadas y los actos se encontraba un poder central cada vez más descompuesto, incapaz, no sólo de hacer aplicar sus decisiones sino incluso de tomarlas coherentes.

Con el lanzamiento en 1992 de lo que fué entonces presentado por sus promotores (Gaidar, Chubais, etc.) como la primera fase de la privatización total de la industria, las decisiones esperadas por los representantes de la burguesía internacional parecían haber sido tomadas por fín. Esta primera fase aspiraba, sustancialmente, a transformar las empresas del Estado en sociedades por acciones que obedezcan al derecho privado. Debía de sucederle una segunda fase, destinada a asegurar el funcionamiento de la economía sobre bases capitalistas. Pero la contrarevolución social y su objetivo, la transformación en sentido inverso de la economía, se han revelado mucho más difíciles y mucho más lentas en este inmenso país – cuya industria se ha desarrollado sobre la base de la planificación estatal – de lo que esperaban los más obstinados promotores en Rusia o en Occidente. Si la primera fase ha transformado efectivamente el estatus jurídico de la mayoría de las grandes empresas del país – pero no de todas, ni mucho menos – la segunda fase no avanza practicamente nada. La planificación ha sido destruida pero sin que el mercado la sustituya. Han aparecido formas de organización económicas híbridas, y, en vez de constituir etapas de una transición, parecen haberse estancado. Durante estos dos últimos años, la economía se hunde más de lo que se transforma.

Los estudios más recientes sobre el tema indicarían la repartición siguiente de las acciones de empresas privatizadas : 43% en manos de los empleados, 17% pertenecientes a la dirección de las empresas, 11% al Estado y 29% a propietarios exteriores a la empresa (incluidos los fondos de inversión cuya mayor parte pertenece a bancos públicos o a organismos parapúblicos). Aunque «accionarios mayoritarios», los trabajadores no tienen más medios para influenciar «su» empresa, ahora privatizada, de los que tenían antes sobre el Estado cuando, según la fraseología stalinista, éste les pertenecía enteramente. Sus cuotas sirven solamente para consolidar el poder de los burócratas que dirigen las empresas. Y en muchas regiones, la participación del Estado se ha convertido en participación de las autoridades locales (regionales o municipales ), relacionadas ellas mismas con los dirigentes de las empresas.

Por lo tanto, la primera fase de la privatización ha dado sobre todo medios jurídicos a las camarillas burocráticas locales para deshacerse legalmente de todo control del poder central. Pero les sirve también, y cada vez más, para asegurarse el control de «su» empresa frente a la penetración de capital – otro que no sea minoritario, es decir relegado al papel de proveedor de dinero en efectivo – que podría poner en peligro su dominio. La mayoría de las empresas, la fracción decisiva para la economía, depende de feudalismos burocráticos

El capital ruso es demasiado débil para que su inversión sea predominante y los nuevos ricos prefieren exportar el dinero de sus exacciones. En cuanto al capital extranjero, no hay precipitación a la hora de invertirlo. Paraíso quizás para empresarios sin escrúpulos que buscan ocasiones de ganar mucho y rápido, Rusia sigue sin ser un campo de inversiones para el capital industrial o incluso comercial. El volumen de inversiones permanece muy por debajo de las realizadas en algunas de las ex- Democracias populares, de tamaño y de riquezas claramente inferiores

El hecho de que el capital occidental no haya sido invertido masivamente es debido a la situación financiera internacional. Efectivamente, hoy en día, el capital mundial se invierte poco en la producción. Además nos encontramos en una época de concentración de capital en el interior mismo de los bastiones imperialistas. Pero en lo que respecta a las inversiones en Rusia, la particular prudencia del capital es también debida a las condiciones generales, a la inseguridad, a la influencia de la mafia sobre paneles enteros de la economía, y a lo vago de la noción de propiedad misma – todos aspectos relacionados con la fragilidad del Estado central. En cuanto al débil capital de la clase rica – caracterización más exacta que la de burguesía autóctona, puesto que está tan poco relacionada con los medios de producción -, éste se orienta preferentemente hacia los sectores marginales pero rentables del comercio o de los servicios – cuando no se encamina hacia bancos occidentales.

La crisis de los impuestos que el Estado es incapaz de recaudar (anunciaba haber recibido el 60% este año pero parece que al final no son más que el 45%) revela la fragilidad del poder central frente a los feudalismos burocráticos, y contribuye a mantener esta fragilidad privando al Kremlin de medios para imponerse frente a los feudalismos locales.

Las autoridades financieras del mundo imperialista lo saben y si, durante la campaña para la reelección de Yeltsin, se han abstenido de todo gesto que hubiese podido fragilizar aún más el régimen, hoy expresan su inquietud delante de la inestabilidad creciente del país. Es invocando la incapacidad del régimen para reunir los medios financieros para llevar a cabo su política anunciada, que el FMI acaba de rechazar el desbloqueo de la cuota mensual de lo que se llamó, el pasado mes de marzo, su «préstamo histórico» de 50 mil millones de francos. Los institutos de cotación de riesgo, a uso de financieros internacionales y de Estados occidentales, han registrado esta situación. Después de muchos otros, el británico MIG ha situado recientemente Rusia en cabeza de los países a riesgo, mientras que la URSS, hasta 1991, tenía la cota de seguridad máxima ante tales organismos.

La primera fase de la privatización, lejos de impulsar una marcha rápida hacia una economía de mercado con libre circulación de mercancias y de capital, parece de momento engendrar evoluciones que se adaptan a las condiciones políticas, al desmiembre regional, y que éstos, a cambio, consolidan. Estas evoluciones mezclan los antiguos modos de funcionamiento de la economía planificada burocráticamente, espolvoreados con un poco de economía de mercado, y completados por una buena dosis de malversación.

Dada la fragilidad, sino la ausencia, de un verdadero mercado y la política de crédito fantasiosa del Estado, las grandes empresas que no tiene posibilidad de acceso al mercado internacional se ven cada vez más obligadas al trueque. El trueque representaría más de un tercio de los intercambios entre empresas. Además, muchas de las transacciones contabilizadas en dinero o en crédito estarían acompañadas de trueque. Para dedicarse a ello, las empresas crean de nuevo y de forma natural las redes establecidas en tiempos de la planificación que les servían para compensar su pesadez burocrática. La naturaleza misma de este tipo de intercambios, que necesitan relaciones de confianza y convergencia de intereses, favorece la aparición de asociaciones regionales. Según la riqueza de la región en industrias o en materias primas, según también su posición geográfica – la proximidad de una frontera o de un puerto facilita las ventas a cambio de divisas -, estas asociaciones suponen desarrollos distintos, incluso divergentes. Tienen como razón de ser principal el control de la burocracia local sobre la economía de la región, y por eso mismo, la de facilitar las malversaciones a su provecho. Pero esto crea una situación donde es la autarquía con respecto a otras regiones la que se generaliza y donde se refuerzan los poderes locales capaces de oponerse al poder central. La insuficiencia de los recaudos de impuestos, por ejemplo, no es solamente una situación casual. Las autoridades de algunas regiones se niegan oficialmente a pagar impuestos, argumentando con razón que el Estado central no cumple las obligaciones que le incumben (como, por ejemplo, el pago de sus funcionarios o el de sus facturas)

En todo caso, esta evolución refuerza las fuerzas centrífugas que no necesitan en absoluto para existir el soporte de un problema ético o nacional, real o fabricado.

Aunque se haya desmembrado y haya cambiado sus métodos, sigue siendo la burocracia, esa categoría social original nacida de la degeneración del Estado obrero, quién guarda el poder sobre trozos del aparato de Estado descompuesto y sobre una economía desbandada. Sus mudas sucesivas son quizás fases de su transformación en burguesía, pero esta transformación se encuentra lejos de estar realizada.

Los medios gangstero-especuladores relacionados con la burocracia, no pueden constituir un crisol del cual saldrá la clase capitalista rusa de mañana. La comparación con el desarrollo de la burguesía occidental entre el siglo XVI y el siglo XVIII no tiene ningún sentido. En esa época, la burguesía se ha enriquecido en mayor parte por el robo, el crimen y los genocidios, en detrimento del resto del planeta. Cierto. Pero los trust norteamericanos no provienen de la mafia incluso si algunos mafiosos se han reconvertido en capitalistas. La evolución de un capitalismo en Rusia no puede provenir de tal gangsterismo.

No obstante, la evolución no se ha acabado y resulta imposible preveer cuando y de que forma acabará. De momento, la situación económica parece orientarse hacia la balcanización del país en mini-Estados a merced de burocracias locales y de las rivalidades entre potencias imperialistas, con la regresión y la miseria que esto conllevaría.

La capa privilegiada, a la que le gusta hacerse llamar «nuevos rusos» y que se enriquece por el saqueo de los recursos del país o parasitando las empresas, no es un comienzo de burguesía a nivel de la potencia económica del país, sino que se trata de gusanos retorciéndose sobre su cadáver. Destruyen la producción y no son capaces de transformar su organización en el sentido capitalista.

Para la población, y en particular para la clase obrera, este caos económico-político significa la continuación de la caida del nivel de vida, y el crecimiento de la parte de la población que, según las autoridades rusas mismas, no dispone ni siquiera del mínimo vital. Significa también el resurgimiento de enfermedades infecciosas graves que no existían ya desde hace tiempo.

El verano pasado, el gobierno ruso se ha alegrado de haber prácticamente reducido la inflación al 0%, lo que le ha valido – pero era en período electoral – las manifiestas felicitaciones del FMI por haber cumplido sus compromisos por adelantado con respecto al calendario previsto. Pero este «éxito» ha sido obtenido con un remedio que ha empeorado la enfermedad, porque el Estado ruso, en suspensión de pagos virtual desde 1993-94, garantiza cada vez menos el mínimo de protección social anterior y paga con cada vez más retraso, o ni siquiera paga, lo que debe, empezando por los salarios y las pensiones. Numerosos trabajadores, incluso los profesores, los médicos, los investigadores y los jubilados que no reciben ni un duro desde hace meses, se ven obligados a buscar varios empleos. Y eso lo hacen confiando en que al menos un jefe no se haya llevado la caja ese mes, o que ésta no se haya desvanecido en las manos de burócratas que dirigen la ciudad, la región o ese sector económico.

Las demoras en los salarios se valoraban en febrero en unos 20 mil millones de francos, según el gobierno ruso, y alcanzaban más de 30 mil millones el verano pasado. Esta situación, debida tanto a la rapacidad de los burócratas como a la incapacidad relativa del Estado y de las empresas en pagar a sus empleados, no cesa de agravarse.

Frente a esta situación, los trabajadores llevan a cabo combates defensivos. En toda Rusia ( y también en Ukrania, Kazajstán, etc.), tienen lugar oleadas de huelgas a un ritmo sostenido. Este hecho, conjugado al caos generalizado, hace decir a algunos responsables del país, y en particular a Lebed, pero también a ciertos miembros del gobierno, que se acercan a paso rápido una catástrofe económica y una explosión social a la vez.

Los problemas de Rusia exigen una respuesta global, política y económica. Desde el inicio del largo proceso de descomposición, la clase obrera no se ha manifestado a nivel político. En los tiempos de la perestroika, la fraseología democrática y pro-occidental, de la que se han nutrido abundantemente la pequeña burguesía y la inteligencia, ha desorientado o engañado a la fracción politizada de la clase obrera. Desde entonces, incluso buena parte de esta pequeña burguesía que soñaba con un modo de vida a lo occidental se ha desilusionado. Lo mismo le ha pasado a la clase obrera, con muchísimo mayor motivo. Las elecciones no son más que termómetros, pero los progresos del PC, los resultados de su candidato Ziuganov en las elecciónes presidenciales de este año, han reflejado un rechazo masivo de la política de los actuales dirigentes rusos y de sus consecuencias.

Pero, ni en el fondo ni en la forma, el PC se ha diferenciado de lo que decía Yeltsin – y sus electores han votado menos «a favor» de Ziouganov que «en contra» de Yeltsin. Este resultado electoral ha permitido al PC obtener que los clanes en el poder le dejen un lugar algo mayor en las distintas instancias de este poder (así pués, el presidente PC de la Duma, junto a su homólogo de la cámara baja, y el primer ministro así como el jefe de la administración presidencial, acaban de entrar en el «Consejo» restringido encargado por Yeltsin de la administración del país durante su operación). Decepcionado, parte del electorado popular y obrero de Ziuganov parece pues trasladar sus esperanzas hacia Lebed, el nuevo demagogo, que sube en los sondeos. Aunque este aventurero consiguiera suceder a Yeltsin, nada de momento indica que, más que su predecesor, podría siquiera oponerse al proceso de descomposición del país. Para esto, ni la determinación, ni incluso el título de ex-general bien considerado por las tropas son suficientes, porque el ejército mismo está en estado de avanzada descomposición.

Por compleja y multiforme que sea la evolución de una sociedad descompuesta por la fragilidad creciente del Estado y el desmembramiento del poder, sigue siendo todavía el análisis y la caracterización legadas por Trotski los que aclaran mejor la realidad ex-soviética.

Este análisis y esta caracterización, donde la degeneración ocupa cada vez mayor lugar, siguen siendo no solo la expresión de una solidaridad con las generaciones que han defendido la herencia de la revolución proletaria de 1917 combatiendo el stalinismo, sino también una brújula para nuestros días.

Mantienen la idea de que la burocracia, que ha cavado la fosa de la revolución, su política y sus perspectivas desde su acceso al poder en la URSS, y no una burguesía autóctona por sí misma, es, desde hace varios años, no sólo la demoledora de todo lo que queda en el país de las transformaciones permitidas por la revolución, sino del país mismo. La única esperanza para el futuro reside en el retorno de la clase obrera a la escena política y social, con el objetivo anunciado de retomar entre sus manos las riendas de la ex-URSS.

Si la clase obrera retomara la initiativa política, debería tener como programa, en primer lugar, la socialización y la planificación de nuevo de la economía. Para ello, deberá hacer suyo en sustancia el Programa de transición. Deberá crear de nuevo juntas obreras democráticas, los soviet. Deberá expulsar los burócratas, cualesquiera que sean las etiquetas que lleven, para remplazar el poder político, localmente y a nivel nacional, por el de los soviet.

Deberá expulsar los burócratas que dirigen las empresas, cualquiera que sea la forma jurídica de éstas, para intaurar un verdadero control de los productores y de los trabajadores. Deberá evidentemente expropiar y controlar el comercio exterior para importar los bienes y los productos más útiles para las clases populares y para la producción agrícola e industrial. Y controlarlo también para exportar solamente lo más apropiado para pagar las compras indispensables.

Deberá poner fin al desmembramiento del país por los feudalismos burocráticos, y proponer la reunificación de la Unión soviética sobre la base del respeto democrático del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.

No sabemos evidentemente si, en las condiciones actuales de desmoralización y desorientación en Rusia, puede constituirse una fuerza política capaz de intervenir sobre la base de este programa. Pero, mientras la clase obrera no esté totalmente dislocada por el paro, infectada por el veneno de oposiciones nacionalistas, regionalistas o separatistas, mientras conserve la fuerza numérica que sigue todavía siendo la suya y siga concentrada en grandes empresas, fruto de la industrialización planificada del período anterior, este programa es necesario y possible. También corresponde a los intelectuales la tarea de comprender sus responsabilidades históricas y elegir su bando.