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Hace 80 años. Llegada del Hitler al poder: La tragedia del proletariado alemán

     El 30 de enero de 1933, Hitler era nombrado canciller por el presidente de la República, el mariscal Hindenburg. El proletariado alemán, del que Trotsky decía que era “el más poderoso de Europa por su papel en la producción, su peso y la fuerza de sus organizaciones”, no había conseguido oponerse “a la llegada de Hitler, ni a los primeros ataques violentos contra las organizaciones obreras”.

     Pero no era debido a que el pueblo alemán estuviera detrás de Hitler, como se pretende ahora, Fue en gran parte debido a la política de las direcciones de los partidos obreros, y del más importante de ellos, del Partido Socialdemócrata.

 

La burguesía alemana frente a una clase obrera poderosa y preparada

     La crisis mundial de 1929 había golpeado duramente la economía alemana. Tanto más duramente cuanto que Alemania no tenía colonias, y que además estaba sometida a las obligaciones impuestas por los vencedores de la guerra de 1914-1918. El desempleo afectaba a la clase obrera masivamente. Para imponer sus medidas claramente antiobreras, la burguesía alemana se apoyó primero en gobiernos fuertes, como el del hombre de derecha Brüning, en el poder en 1930.

     Pero no lo hizo sin conflicto, sin resistencia, sin movilización de una clase obrera poderosa, organizada en sindicatos y partidos influyentes.  En los años veinte, el Partido Socialdemócrata alemán contaba con un millón de miembros. Dirigía sindicatos de cuatro millones y medio de miembros, cooperativas, asociaciones, disponía de una milicia obrera. El Partido Comunista alemán, a la cabeza de una milicia de 100.000 hombres, agrupaba a miles de militantes, que constituían la fracción más combativa, más decidida del proletariado alemán.

     La clase obrera alemana tenía una alta conciencia de su fuerza social y política. En 1918, había derribado la monarquía y puesto an jaque a la burguesía. Los acontecimientos revolucionarios se habían sucedido hasta 1923. A esta clase obrera debían enfrentarse  los burgueses alemanes con la crisis.

La ascensión del nazismo

     Al día siguiente de la Primera Guerra Mundial, el Partido Nazi no era más que un partido  de extrema derecha como otro cualquiera, que reagrupaba  a veteranos combatientes. En 1923, después del putsch que fracasó en condiciones lamentables, Hitler tuvo que cumplir algunos meses de prisión. Los años de estabilidad económica que siguieron estuvieron a punto de ser fatales para el Partido Nazi. En 1928, obtuvo un 2,6% de los votos en las elecciones.

     La crisis,  al arrojar brutalmente a las clases populares a la miseria, se tradujo en el plano político en el hundimiento de los partidos tradicionales en las elecciones legislativas de septiembre de 1930, solo un año después de su estallido.  El Partido Nazi obtuvo un 18,6% de los votos, con 6,4 millones de sufragios, ganando 5,8 millones de votos en dos años. Una buena parte de las clases medias desesperadas, arruinadas, había perdido toda confianza en los partidos tradicionales de derecha y por eso había votado por los nazis.

     Hitler enroló a los pequeños burgueses más vehementes en las Secciones de Asalto (SA) utilizándolos contra las organizaciones obreras. Las SA, que agrupaban a 200.000 miembros en 1930, 400.000 dos años más tarde,  asaltaban los locales de los sindicatos o de los partidos obreros, atacando a los militantes obreros. Solo durante la campaña electoral del verano de 1930, dos cientos militantes obreros fueron asesinados de esta forma por las SA.

     Por su parte, la clase obrera, se radicalizaba también. El Partido Comunista totalizaba en las elecciones de septiembre de 1930, 4,6 millones de votos, es decir el 13,1% de los sufragios, ganando 1,3 millones de votos. Esta radicalización no se traducía solamente en el plano electoral, sino también en el recrudecimiento de las huelgas.  Así, en 1932, el anuncio de un enésimo plan de austeridad provocó una ola de huelgas. Los enfrentamientos, los mítines políticos se multiplicaban.

     A los ojos de la burguesía, la situación llevaba camino de transformarse en muy arriesgada.  Para ello se preparaba cada vez más abiertamente apoyando al Partido Nazi para aplastar a las organizaciones obreras. A partir de 1930, los principales dirigentes de la industria pesada- Gustav Krupp, presidente del sindicato patronal, Thyssen, Siemens, y también los dirigentes de AEG, IG Farben– decidieron financiar al movimiento nazi.

La traición de los partidos obreros alemanes

     Sin embargo, los dirigentes de la más importante de las organizaciones obreras, el Partido Socialdemócrata,  rechazaban dirigir la lucha contra el fascismo, no concibiendo poner en peligro el orden burgués… y su propia posición. Porque estaban totalmente integrados en el Estado burgués. Habían participado en casi todos los gobiernos desde 1918 a 1923. Centenares de miles de funcionarios del Estado eran socialdemócratas, como en Prusia, donde la policía, hasta el prefecto de la policía, había sido reclutada mayoritariamente entre los socialdemócratas.

     La socialdemocracia utilizó todo su peso político para convencer a la clase obrera de que para protegerse del peligro fascista, debía apoyarse en las instituciones burguesas, incluso apoyar a los propios hombres de la burguesía. Y en nombre de la política del “mal menor”,  a principios de 1932, en las elecciones para la presidencia del Reich, el Partido Socialdemócrata  llamó a votar en la primera vuelta por el candidato de la derecha, el mariscal Hindenburg,   gran terrateniente y oficial reaccionario.

     No solo los socialistas no dirigieron la lucha contra el fascismo, sino que participaron en la represión de huelgas y manifestaciones obrera, como fue el caso de Prusia, en agosto de 1930, donde la policía, dirigida por los socialdemócratas, disparó sobre los manifestantes, provocando más de 30 muertos.

     El Partido Comunista alemán, seguía los virajes de la política de Stalin, lanzado en una carrera pseudoradical que aislaba a los militantes. La dirección del Partido Comunista alemán defendía una  política absurda y suicida, pretendiendo que la socialdemocracia y el fascismo eran “hermanos gemelos” y designando a la socialdemocracia como el adversario principal, rechazando toda acción común con los socialdemócratas.

     A partir de 1930, Trotsky exhortaba a los militantes comunistas alemanes a abandonar la aberrante política de la burocracia estaliniana: “Ahora es preciso volverse contra el fascismo formando un solo  frente” decía.  Esta necesaria política era llamada de frente único.

     Pero ninguno de los partidos obreros propuso combates comunes para proteger los locales, para constituir depósitos de armas, para proteger las fábricas, cuando lo que se jugaba en Alemania era la misma existencia del movimiento obrero.  Al salvaguardar sus organizaciones, el proletariado habría podido entonces preparar  los  combates necesarios contra el conjunto de los capitalistas, que querían su aplastamiento.

La llegada de Hitler al poder

     En noviembre de 1932,  todos los grandes nombres de la industria alemana firmaban un llamamiento a Hindenburg pidiéndole “la entrega de la responsabilidad del poder al jefe del partido nacional más importante”  a saber… el Partido Nazi. Cuando, el 30 de enero de 1933, se conoció la noticia de la llegada de Hitler al poder, fue la consternación en las filas de los militantes comunistas, que se encontraron completamente desorientados, su dirección proclamaba que el nombramiento de Hitler no era dramático porque el poder nazi se desgastaría muy rápidamente. En cuanto a la  socialdemocracia, ésta continuó negando el peligro. Publicó llamadas a Hitler, demandándole ¡respeto a la Constitución! Y declaró en su prensa: “Y ahora, ¡a esperar!

     Trotsky escribía en junio de 1933: “El fascismo alemán, como el fascismo italiano, se  ha aupado al poder sobre la espalda  de la pequeña burguesía de la que se ha servido como de un ariete contra la clase obrera y las instituciones de la democracia; pero el fascismo en el poder no es ni mucho menos el gobierno de la pequeña burguesía. Al contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista.”

     Hitler pudo de esta manera instalarse en el poder y emprender “la gran limpieza” sin tener que combatir realmente al movimiento obrero. La clase obrera sufría una derrota sin combate cuyas consecuencias fueron catastróficas pues, Hitler en el poder, significaba la desmoralización, pero también el desmantelamiento físico sistemático del movimiento obrero,  y luego la marcha a la guerra.

 por Aline Retesse

Autor: Lutte Ouvrière

Traducido por  F.P.

Tomado de Kaos en la Red