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Frente a la decadencia de la «izquierda», defender las ideas comunistas revolucionarias

A continuación publicamos amplios extractos del texto aprobado por el congreso de nuestros compañeros en torno a la situación política y social en Francia. Ha sido escrito antes de que empezaran las movilizaciones contra la reforma laboral.

Con la propuesta de consagrar en la Constitución la privación de la doble nacionalidad para los nacidos franceses y condenados por crímenes “contra la vida de la nación, entre los cuales crímenes terroristas”, Hollande y Valls han decidido dar nuevas pruebas de buena voluntad a la derecha. Esta medida, recuperada directamente del programa del Frente Nacional, propugnada por Sarkozy y los más derechistas entre los diputados de Los Republicanos (LR, antes la UMP) pero que la derecha no se atrevió a aplicar cuando tenía el poder, provoca malestar en el Partido Socialista, en la mayoría parlamentaria y hasta dentro del gobierno.

Christiane Taubira, la ministra de Justicia, que creyó que podía anunciar públicamente que el gobierno no incluiría esta medida en la ley, tuvo que comerse sus palabras. Tras más de un mes de vacilaciones, al final ha optado por dimitir. Desde Ayrault, exprimer ministro de Hollande, hasta Martine Aubry o Julien Dray, varios directivos del PS han tomado otra posición que la oficial, más allá de los habituales “rebeldes”.

Esta medida, todo el mundo (hasta sus defensores) reconoce que es simbólica porque, por supuesto, no disuadirá a ningún yihadista que quiera hacerse explotar en medio de una muchedumbre; representa ante todo la mano tendida de Hollande y Valls hacia los votantes de derechas.

Porque señala a los 3,5 millones de franceses binacionales, que así se ven asimilados a posibles terroristas; porque añade su capa de mugre racista y xenófoba; porque recuerda el régimen de Pétain que usó esta privación en particular contra los judíos y militantes comunistas de origen extranjero, por todos esos motivos, esta ley choca con los principios de numerosos simpatizantes del PS y el medio humanista que lo rodea. Hasta entre los que no dicen nada en contra de la política económica pro-patronal del gobierno desde hace más de tres años, los que justificaron las leyes de Macron, Rebsamen y los demás ataques contra los trabajadores, esta ley sobre la privación de nacionalidad es difícil de aceptar.

Nuevo giro a derecha de Hollande y Valls

Con su voluntad de imponerla cueste lo que cueste, Hollande confirma el giro que tomó tras los atentados de noviembre y las elecciones regionales de diciembre: apostar por un frente derecha-izquierda, en el terreno político e ideológico de la derecha en el que piensa en apoyarse para lograr su reelección en 2017 frente a Marine Le Pen. Por un lado, el Frente Nacional, en pleno auge y con su logro de haber acabado con el bipartidismo en el país, está absorbiendo un número cada vez mayor de votantes de la derecha, lo que impide al partido de Sarkozy que se recupere en la oposición y provoca movimientos en el seno de LR.

Por otro lado, la “izquierda de la izquierda”, desde los ecologistas hasta los varios componentes del Frente de Izquierda, en particular el Partido Comunista, padece de la misma pérdida de credibilidad del PS en el poder. Con razón se vincula a estos partidos con la izquierda de gobierno, por sus participaciones gubernamentales, sus alianzas o su llamamiento sistemático a votar al PS en la segunda vuelta; y por eso se ven incapaces de recuperar los votos de las clases populares. Sus patéticos llamamientos a Hollande para que realice una verdadera política de izquierdas ni convencen a los votantes ni le perturban al propio Hollande. Hollande y Valls, conscientes de que su violenta política anti-obrera le ha quitado al PS una amplia fracción del electorado obrero y sus aliados habituales no lograrán llevarla de nuevo hacia ellos, sacan la única conclusión, volviéndose hacia los votantes del centro y la derecha. […]

De cierta forma, Hollande y Valls podrían aprovecharse de circunstancias políticas – la emoción provocada por los atentados, la subida electoral del Frente nacional y el avance de las ideas reaccionarias en el país – para acelerar la evolución del PS hacia una especie de partido democrata tipo italiano o americano. En Italia, el Partido Demócrata, en la actualidad en el poder, se formó después de muchas aventuras desde hace veinticinco años, sobre las ruinas del Partido Comunista Italiano (PCI) y el ala izquierda de la Democracia Cristiana.

Durante décadas, la burguesía italiana mantuvo al PCI apartado del gobierno central a pesar de su peso electoral en las clases populares y sus miles de notables que dirigían grandes ciudades y hasta regiones enteras. Aunque los diputados del PCI apoyaran muchas leyes favorables a la burguesía, este ostracismo conllevó una inestabilidad permanente. La formación del Partido Demócrata posibilitó una alternancia política entre dos partidos burgueses, uno de derechas y el otro de izquierdas.

En Francia, hasta que surgiera y se mantuviera el FN, funcionó bastante bien esta alternancia entre la derecha heredera del gaullismo aliado con los centristas y el Partido Socialista resucitado gracias al Partido Comunista a través de la Unión de la Izquierda – dos partidos que ya se habían deshecho de su superego marxista desde hacía mucho tiempo.

Una alternancia infalible al servicio de la burguesía

Desde hace cuarenta años, derecha e izquierda se alternan en el poder, en un contexto de crisis general del capitalismo que provoca un desempleo cada vez más masivo y una financiarización de la economía cada vez mayor.

Uno tras otro y el siguiente acabando el trabajo del anterior, los gobiernos de derecha e izquierda, bajo Giscar, Mitterrand, Chirac, Sarkozy y Hollande facilitaron y acompañaron los expedientes de reducción de empleo masivos. Ayudaron a la burguesía para que sacara sus capitales de los sectores menos rentables para orientarlos hacia la banca u otros sectores económicos.

Implementaron la desregulación en todos los campos en los que lo exigía la burguesía, privatizaron las industrias y servicios que quería. Financiaron a la patronal a fondo perdido con el dinero del Estado, concediendo subvenciones, exenciones y regalos de todos tipos a las empresas a expensas de los servicios públicos útiles para la población. Etapa tras etapa, atacaron las condiciones de acceso a la jubilación, alargaron la duración de cotización y redujeron el importe de las pensiones.

Degradaron las condiciones de acceso a la atención médica y los reembolsos de gastos médicos. Con los ataques al Código Laboral, la prioridad de los convenios de empresa frente a la ley general, la puesta en tela de juicio del Contrato Indefinido y la promoción del trabajo dominical, Hollande, Valls y Macron siguen haciendo el trabajo de sus predecesores, con un ritmo acelerado. Y han recuperado el propio lenguaje de la patronal. […]

En cuanto a la política exterior, es un asunto en el que la izquierda nunca se permitió la más mínima discrepancia con la derecha, ni siquiera en el lenguaje: para defender los intereses de las grandes empresas francesas en el mundo, la izquierda en el poder nunca ha dudado en utilizar todos los medios comerciales, diplomáticos o militares a su disposición. Lo que se llama Françafrique, una política venida del periodo de de Gaulle, siguió funcionando con Mitterrand y los siguientes presidentes. Los distintos presidentes de la República lanzaron intervenciones militares cada vez que lo exigieran los intereses de los capitalistas franceses.

La lealtad profunda de los dirigentes del Partido Socialista ante la burguesía no es nada nuevo ni sorprendente. Desde que, en agosto de 1914, los partidos socialistas de toda Europa apoyaron a su burguesía para echar a los trabajadores en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera, nombre de la socialdeocracia en Francia hasta mediados de siglo XX) y sus equivalentes europeos han pasado al bando de la burguesía. Es lo que dijo Rosa Luxemburg, ya en 1916, cuando dijo que la socialdemocracia era un cadáver maloliente. Luego, desde Léon Blum hasta Hollande, pasando por Jules Moch, Mendès-France y Mitterrand, los socialistas en el poder siempre aplicaron la política que exigiera la burguesía, aunque debieran de perder las elecciones o suicidarse políticamente para varias décadas, como lo hizo la SFIO de Guy Mollet entre 1956 y 1958, cuando intensificó la guerra de Argelia y dio todos los poderes al ejército, incluso la tortura. […]

La complicidad y las responsabilidades del Partido comunista

El Partido socialista tuvo, desde el 1936 y el Frente popular, el apoyo del Partido comunista para despistar políticamente a la clase obrera. Independientemente de los giros políticos del PCF entre las consignas de Moscú y los intereses de su aparato, y a pesar del periodo de la guerra fría en el que el PCF fue apartado, los dos partidos nacidos del movimiento obrero no dejaron de engañar a las clases populares y salvaguardaron los intereses fundamentales de la burguesía cada vez que se encontraban amenazados. Si el PCF no consigue recuperar los votos perdidos por el Partido socialista en el poder, pese a su actual oposición a Hollande, es que él mismo ha perdido ya toda credibilidad con la Unión de la izquierda en el poder. Por eso mismo, a pesar de las gestaciones de un Mélenchon, el Frente de izquierda no será lo que Syriza en Grecia o Podemos en España.

Si el PS pudo volver al poder en 1981, después de 23 años de oposición y su casi desaparición; si Mitterrand, ese hombre de derechas que empezó su carrera política con la dictadura de Vichy y prosiguió bajo la IV República siendo ministro once veces, pudo ganar las elecciones presentándose como una persona de izquierdas, lo deben al PCF. Cuando Mitterrand se hizo con el control del PS en el congreso de Épinay en 1971, recogía un 5% de los votos cuando el PCF tenía más de un 21%. Mitterand pudo hacer olvidar su pasado de ministro colonialista y pretender representar la ruptura con el capitalismo solo porque el PCF, en su esperanza de participar en el gobierno, lo proclamó candidato único de la izquierda en 1974. Gracias a la energía de decenas de miles de militantes comunistas, que vendieron el Programa común a los trabajadores que confiaban en ellos, en todos los barrios obreros y todas las empresas del país, Mitterrand se volvió el campeón de la izquierda, antes de ganar las elecciones en 1981.

El PCF pagó caro su política de alineamiento repetido detrás del PS. Sus electores se fueron al PS, hasta el punto que Robert Hue, candidato del PCF durante las elecciones presidenciales de 2002, apenas superó los 3%. Perdió, progresivamente pero inexorablemente, una parte de sus militantes y simpatizantes, en las empresas y los barrios obreros, descorazonados, despitados por los ataques y las traiciones de los partidos de izquierdas en el gobierno. El sitio que dejó esta desmoralización de muchos militantes políticos, sindicalistas o asociativos, vinculados por un lado u otro al PCF y sus organizaciones, lo llenó el individualismo, las ideas y las organizaciones religiosas o comunitaristas, las ideas reaccionarias en general, y las del Frente nacional especialmente.

Estas décadas de presencia de la izquierda en el poder terminaron un proceso que venía de mucho atrás, como mínimo de 1936: hacer que desaparezca la consciencia de clase de los trabajadores sustituyendo las ideas de lucha de clases por las nociones voluntariamente imprecisas y engañosas de izquierda y derecha; dejando creer que las elecciones eran el medio con el que cambiar la sociedad y que la izquierda podía gobernar para las clases populares sin derrocar al Estado burgués. Terminaron de quitarles a los trabajadores la confianza en sus propias fuerzas y en sus luchas. Estos retrocesos en la consciencia de nuestra clase permiten que un partido profundamente anti-obrero como lo es el Frente nacional recupere parte de los votos obreros.

Implantar de nuevo las ideas comunistas y revolucionarias

[…] Conocemos, en nuestros barrios, nuestras empresas, nuestras actividades, a militantes obreros políticos o sindicalistas, más o menos afines al PCF o al Frente de izquierda, profundamente preocupados por la evolución reaccionaria de la sociedad, la subida del Frente nacional y el giro derechista del PS, especialmente por la represión de trabajadores en lucha como los de Air France o Goodyear. Muchos entre estos militantes, que ya no quieren votar al PS o escuchar sobre “frentes republicanos”, querrían encontrar una nueva vía electoral y miran con esperanza los resultados por ejemplo de Podemos en España.

Pero tienen que sacar las lecciones de la experiencia reciente de Syriza en Grecia, que vale para todos los países: la gran burguesía y sus servidores políticos en los principales Estados imperialistas no van a tolerar que un gobierno intente aliviar un poco la presión de la deuda, que tergiverse a la hora de presionar a las clases populares de su país y canalizar todas las riquezas creadas por los trabajadores haca la banca y los grandes accionistas. En este periodo de crisis aguda del capitalismo, no hay cabida para las políticas reformistas.

Como ya lo escribía Trotski en enero de 1932, respecto a la socialdemocracia alemana: “La crisis actual del capitalismo moribundo obliga a la socialdemocracia a renunciar al fruto de una larga lucha económica y política y hacer retroceder a los obreros alemanes al nivel de vida de sus padres, de sus abuelos, de sus bisabuelos. No exista espectáculo histórico más trágico y más asqueroso a la vez que la descomposición maloliente del reformismo en medio de los escombros de todas sus conquistas y esperanzas.”

Los militantes que no se resignan a ver las generaciones actuales volver al nivel de vida de sus padres o abuelos no deben despilfarrar su energía en reanimar el “cadáver maloliente del reformismo”. Estos militantes, vacunados contra la izquierda de gobierno, preocupados por la subida de las ideas reaccionarias en la sociedad y al despiste dentro de su propia clase, no deben confiar en tal o tal “buen líder” sino en los propios trabajadores. No deben apostar tal o tal nueva formula electoral, sino la vuelta a la combatividad obrera y las luchas por venir que el afán de beneficios sin límite de los capitalistas no dejará de provocar.

En esta perspectiva, la clase obrera necesita de un partido comunista y revolucionario. La tarea de los militantes obreros es volver a introducir la consciencia de que la sociedad se divide en dos grandes clases cuyos intereses son opuestos, la consciencia de que los trabajadores lo producen todo y mantienen la sociedad, la consciencia de que el verdadero poder no lo tienen los presidentes, ministros o diputados, sino los grandes accionistas y los banqueros, la consciencia de que no bastará con votar par arrancarles este poder, sino que habrá que expropiarles.

No son los “valores de la izquierda” los que hay que defender, sin olos valores del movimiento obrero, empezando por el internacionalismo, el rechazo a cualquier tipo de “unión nacional”, al proteccionismo y al soberanismo. Ponerse a la construcción de un tal partido, atraer uno por uno a aquellos entre los trabajadores que no se resignan y armarles políticamente, es la tarea más urgente ahora.

26 de enero de 2016


El 45° congreso de “Lutte Ouvrière”, mayo de 2016