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El integrismo católico y la Iglesia en España

Se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga…

Tanto la jerarquía de la Iglesia como sectores de la derecha española no aceptan que las creencias religiosas son algo privado, propio de las conciencias de cada uno. Esto significa que cuando las creencias religiosas salen de esa esfera interior, para imponerse socialmente, se convierten en un instrumento político reaccionario que beneficia a las clases dominantes y ayudan a hacer sumisas a las mujeres, a las minorías, a los pobres, a los explotados y a los más débiles de la sociedad. Es entonces cuando la religión se convierte en integrismo.

Estamos acostumbrados a ver por los medios de comunicación la situación de la mujer oprimida por el integrismo en los países árabes musulmanes. Los atentados integristas acentúan aún más el salvajismo del fundamentalismo islámico. El burka, el chador, el velo y las discriminaciones legales, aparecen en los medios de comunicación, y muestran la barbarie en la que viven estos países dominados por la religión islámica. Nos indignamos, incluso, cuando escuchamos costumbres salvajes como la ablación del clítoris en países africanos. Y con razón. Pero ésto nos lleva a creer que el integrismo religioso es cosa de países árabes musulmanes y que es esa religión, la que lleva aparejada tal barbarie contra la mujer y la vida en general de la población.

Sin embargo en nuestro país estamos tan habituados a la intromisión de la Iglesia Católica en la sociedad, que no percibimos el integrismo. De hecho sectores católicos españoles fundaron el primer movimiento político integrista de Europa durante el siglo XIX que pretendía un Estado católico. El vocablo Integrista da nombre por primera vez a un partido político católico en este siglo.

Vivimos en un país con tal peso de la Iglesia Católica, que asumimos de forma natural costumbres (caso de las fiestas de Semana Santa, bodas, bautizos o la religión en las escuelas) que no son más que formas de integrismo católico, implantadas históricamente bajo presión y violencia del Estado. Estas costumbres y la presión para mantener sus privilegios educativos y sociales, permiten a la Iglesia y la jerarquía católica dominar e introducir en la sociedad su doctrina. Es la Iglesia Católica como poder, su jerarquía, la Conferencia Episcopal, los obispos y arzobispos, la principal organización del integrismo católico y dentro de esa estructura las sectas y organizaciones militantes más reaccionarias y recalcitrantes como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, los Kikos etc.

¿Cómo actúan los integristas católicos en España?

Las últimas reacciones de los representantes de la Iglesia Católica contra las bodas de homosexuales, sus posiciones contra las decisiones libres de abortar de las mujeres, contra el divorcio, el explicar los malos tratos como consecuencia de la libertad sexual, o tratar de imponer a las mujeres el papel de madres en la familia y sus ataques a la lucha de las mujeres por la igualdad, muestran la fortaleza del integrismo católico en nuestro país.

Este integrismo trata de imponer su moral reaccionaria, su hipocresía sexual, contra el avance científico y humano, como el caso de la utilización de las células madre para investigación médica, o el derecho de escoger su propia muerte… Es la prohibición de aquello que por una u otra razón se opone a su doctrina o a su visión del mundo. A cada prohibición le sigue el castigo por transgredir su norma. Porque, por ejemplo, en el caso del aborto, lo que exigen es la punición legal del acto de abortar, independientemente de cualquier circunstancia.

Contrariamente, la lucha de las mujeres y del movimiento feminista para la liberalización del aborto no ha pretendido nunca obligar a nadie a abortar, sino precisamente liberar a las mujeres del castigo para que decida cada una según su conciencia.

Esta diferencia supone un rasgo distintivo de los integrismos religiosos: la imposición a toda la sociedad de sus normas doctrinarias y como consecuencia la prohibición de lo que no es su norma, y el castigo. Y esto significa conquistar la dirección política de la sociedad a través de la presión de la propia jerarquía eclesiástica o a través de partidos políticos afines. El integrismo religioso no es más que el intento de dirigir políticamente la sociedad por sectores reaccionarios basándose en la religión de turno y como tal, va aliado históricamente a las clases explotadoras y dominantes. En nuestra sociedad ligado a la burguesía, los terratenientes y las capas más conservadoras de la sociedad.

La hipocresía de la Iglesia es característica en el tema de la pobreza. Actúa siempre justificándose en el sufrimiento y la pobreza. Es verdad que quien ayuda a los demás sin egoísmo es digno de elogio. Pero detrás de la ayuda a los pobres de la Iglesia siempre hay una doble moral. Con la santurronería se tapa la explotación humana. Mientras que atesora fortunas, mantiene las conciencias de la burguesía tranquila. Los mismos cristianos que han tomado una posición crítica con el capitalismo han sido reprimidos. Mientras que aquellos, como Teresa de Calcuta, que recibía y vivía de los poderosos han sido santificados cuándo lo que han hecho es justificar la pobreza y el dolor.

Algunos obispos y arzobispos, como Monseñor Amigo, tienen el cinismo de argumentar que la obra social y caritativa de la Iglesia no está lo suficientemente pagada.

A lo que habría que decir que, si la Iglesia Católica en España realiza una labor con los pobres y desfavorecidos, es por dejación del Estado y para mantener el objeto y justificación de su doctrina. La pobreza y la miseria siempre ronda a la Iglesia, ¿qué sería de ellos, de los curas y las monjas, sin la pobreza? Viven de la miseria y el sufrimiento de la gente para tapar la responsabilidad de la sociedad y de los ricos, ¿cuándo han erradicado la miseria y el sufrimiento social?

Pero donde se lleva la palma en hipocresía moral es en la sexualidad. El periodista Pepe Rodríguez realizó un estudio sobre las costumbres del clero en Barcelona. Es curioso como la homosexualidad, el abuso de menores y las relaciones sexuales heterosexuales son comunes y mayoritarias en un clero que se supone célibe. Igualmente los casos de violaciones de monjas por curas en decenas de países y de pederastia. Mientras que despotrican contra los homosexuales, regulan la sexualidad a los límites antihumanos de la procreación sin felicidad, imponen a la mujer el papel de madre y sometida al marido, prohíben el derecho a la mujer de decidir sobre su cuerpo, sus “soldados” y “militantes” pueden realizar todos esos “pecados” y sin castigo.

Esta intromisión en la vida social y política de nuestro país la realiza el integrismo católico dirigido por la Conferencia Episcopal española y la jerarquía eclesiástica, ligada a la derecha del PP y a través del Estado.

La Iglesia Católica es un trust ligado a la burguesía y al Estado

Actualmente la Iglesia Católica a través de la Conferencia Episcopal moviliza y presiona para mantener sus privilegios políticos y sociales, atacar a las mujeres y minorías homosexuales, mantener su adoctrinamiento de la población a través de la educación religiosa en la escuela pública, mantener el –prácticamente– monopolio educativo del sector privado de la enseñanza, gratuito a través del pago estatal de subvenciones y mantener todas sus actividades, instituciones, edificios y demás asociaciones religiosas sufragadas por el Estado.

La Iglesia recibe del Estado un pago anual millonario. Este monto fue acordado en la transición y supone la complementación de lo que se recoge en el IRPF, que es totalmente insuficiente para sufragar los gastos de toda la jerarquía. Pero si añadimos los gastos que suponen los profesores de religión, pagados por el Estado, pero elegidos y controlados por la jerarquía eclesiástica, los gastos de mantenimiento de iglesias y restauración de obras de arte propiedad de la iglesia y las subvenciones a las ONGs y escuelas católicas nos encontramos con un presupuesto muchísimo mayor.

El Estado pagó a la Iglesia en 2004 la suma de 138,7 millones de euros, de los cuales sólo 78 fueron recaudados por la declaración de la renta, es decir, voluntariamente por sus fieles. Además cada año disminuyen sus contribuyentes voluntarios, en el 2003 un 13%. La Iglesia queda exenta de los impuestos principales, desde el de sociedades, el IBI, hasta el IVA, el clero está libre de pagar impuestos y no declara a hacienda. Así la Iglesia Católica se convierte en un gran trust propietaria de 130 catedrales y colegiatas, casi 1000 monasterios, cientos de colegios, varias universidades, cajas de ahorro, tierras y presente como accionista en todo el entramado financiero de la gran burguesía.

Podemos perfectamente decir que la Iglesia Católica en España sigue sin separarse del Estado aunque no lo parezca. Naturalmente no aparece tan claramente ligada como lo hacía con el franquismo. Ya no es el Jefe del Estado, el dictador, quien elige a los obispos. Pero la Constitución del 78 mantiene la ligazón con la Iglesia Católica. Establece que ninguna religión tendrá carácter estatal (art.16), pero admite la preferencia de la Iglesia Católica al nombrarla y expresar que tendrá en cuenta las creencias mayoritarias y cooperará con ella. De esta manera mantiene legalmente su unión con ella. Permite, el artículo 27, la religión en la escuela pública al garantizar el derecho de los padres a la formación religiosa de sus hijos.

La Iglesia controla un sector importante de la educación, de actuaciones sociales a través de sus ONGs o directamente a través de sus asociaciones y domina medios de comunicación derechistas como la COPE y se permite mantener su influencia ligada a las fiestas y tradiciones impuestas en muchos casos con la violencia o asumidas de viejas tradiciones paganas. Esto significa que el Estado mantiene económicamente y garantiza el poder de la Iglesia, como si fuera un ministerio más. Los curas, monjas, profesores de religión, monjes y demás ralea clerical se convierten de hecho en funcionarios pagados por todos los trabajadores. En este sentido no hay separación Iglesia-Estado.

Las fiestas y tradiciones católicas españolas son fruto histórico de la violencia del Estado para integrar a la población.

“La Iglesia se mantiene porque está asociada a todas las avenidas de la vida”, viene a decir Blasco Ibáñez en su novela La Catedral. En España el cristianismo católico está tan unido a las costumbres, fiestas y ritos de nuestra vida que parece natural cualquier manifestación religiosa en las fiestas populares y familiares. Si vemos a los almonteños peleando como fieras para llevar a hombros a la Blanca Paloma, se ve como natural, pero si ves a los chiítas en sus procesiones en Irán o Irak la percepción es otra, de rechazo por su brutalidad.

Las religiones se basan en concepciones morales y visiones del mundo transcendentales, reveladas por la divinidad. Tales concepciones son inmutables y basadas en mitos y leyendas, escritas en los llamados libros sagrados. Como consecuencia, cualquier religión, sea cristiana o no, tanto la católica como sus variantes, se mueven en la contradicción de vivir en un mundo y una sociedad cambiante que evoluciona y unos ritos y verdades reveladas inmutables. Como la sociedad cambia, como la ciencia avanza, su evolución pone en evidencia sus “verdades”. En esa tesitura sólo le queda reprimir, para después una vez vencida la resistencia, tratar de adaptarse. El problema actual es que el cristianismo, como el islamismo, aportan las ideas fanáticas necesarias para los sectores reaccionarios que dominan políticamente el mundo. Por eso las costumbres y ritos sociales religiosos no son neutrales y no carecen de importancia sino que permiten a una estructura de poder ejercerlo y mantenerse. Y siempre justificándose en cierto apoyo popular.

El cristianismo, históricamente, cuando no ha podido imponer totalmente y eliminar ritos de las religiones antiguas, los ha cristianizado dándoles un significado religioso propio. El ejemplo común aceptado por todos es la Navidad, fiesta en su origen romano, las saturnales, que se propuso como fecha del nacimiento de Jesús. Pero en la mayoría de los casos ha sido la violencia, generalmente ligada a los Estados y las clases dominantes las que han introducido la religión cristiana prohibiendo el resto. Es un hecho histórico que la dominación y extensión de esta religión se debió a la imposición del Imperio romano en el siglo IV.

Teodosio con el edicto del año 380 de nuestra era, prohibió todas las religiones e impuso la cristiana como religión oficial y estatal del Imperio. La destrucción del pensamiento racional de la antigí¼edad se consumó cuando Justiniano cerró la Escuela de Filosofía de Atenas en el año 529. Fue la obligación, la violencia y no la voluntariedad la que expandió como religión de Estado el cristianismo. Andando el tiempo las conquistas de los continentes siempre fueron justificadas con la cruz o con el símbolo de la religión de turno. El cristianismo a través de los imperios y de sus clases dominantes arrasó con las antiguas religiones bautizando en masa y a la fuerza. Lo curioso es que desde la época romana se han presentado como víctimas, como mártires de los otros. En nuestro país fue lo mismo.

Se sea religioso o no, practicante o no, ateo o agnóstico, en España hemos aprendido como algo sustancial a nuestra sociedad y a nuestra vida todo el ritual católico. El cura y la monja y su teatro están presente en las bodas, primeras comuniones o en las procesiones de Semana Santa y naturalmente en la muerte y sus ritos de enterramientos. Sin embargo es común realizar estas actividades como algo folclórico, tradicional. Porque para la mayoría el signo religioso sólo es la ocasión para fiesta o para el pésame solidario con el amigo o familiar muerto y no se plantean más problemas. Además de estas costumbres sociales está el aprendizaje en la escuela. La religión católica sigue siendo intocable en las escuelas públicas y veremos si pueden imponer que sea evaluable.

Pero lo que nos parece natural no lo es tanto. Durante generaciones el Estado de turno y las clases dominantes han impuesto la religión en la vida de la gente. A la Iglesia importa poco que el Rocío sea una fiesta más o menos “disoluta”. Que haya sido permisiva para la sexualidad durante mucho tiempo. Lo que en realidad le importa es que su estructura jerárquica y su poder se mantengan a través de sus ritos y fiestas. Es en la cultura de una sociedad donde puede anidar, mantenerse y servir de integración del pueblo en la sociedad de clases.

Como ejemplo de esto lo tenemos en las fiestas de la Semana Santa. En el origen de estas procesiones está la lucha de la Iglesia Católica contra los protestantes. Los católicos y el Estado, entonces, desarrollan la llamada contrarreforma que convierte el arte en propaganda desarrollando el estilo artístico barroco. Se inundan de imágenes las iglesias, se sacan a la calle, se hacen fiestas… pero también se llenan de hogueras y muerte.

No es casualidad que una de las fiestas más enraizadas en Sevilla sean las procesiones de Semana Santa. Sevilla, puerto de Indias y monopolio comercial, se convierte en centro de donde parte todo el comercio con América y por tanto el control de las personas. El famoso castillo de la Inquisición en Triana dio cuenta en sus calabozos de aquellos que se atrevían a cuestionar o criticar la visión del mundo católico, del papa o del rey de turno. El primer auto de fe de 1559 lanzó a la hoguera a los primeros protestantes españoles. Y para contentar al pueblo y propagar la doctrina católica, entre otras actividades, se constituyeron en las calles las procesiones de imágenes. A partir del siglo XIX se convierte en negocio turístico que pervive hoy día. Pero no deja de ser sustento de toda la estructura eclesial que vive de la sociedad y mantiene su apoyo a las clases dominantes.

La historia de la Iglesia española, una historia de crímenes al lado de las clases dominantes

Durante años la historia oficial ha ocultado las vergí¼enzas de la represión, los asesinatos y la mordaza que han supuesto la utilización de la religión católica contra los oprimidos y el libre pensamiento a lo largo de la historia. No sólo la doctrina religiosa católica ha sido utilizada como justificación de los crímenes del Estado y las clases dominantes, sino que el Estado era Iglesia y la Iglesia Estado. El botín en las guerras, la esclavitud de millones de personas, la explotación del trabajo y la muerte del que se rebelaba ha sido organizado y justificado ideológicamente por la Iglesia española. Su hipocresía y cinismo no han podido blanquear la podredumbre de sus actuaciones.

El poder de la Iglesia Católica en nuestro país data de siglos. En la Edad Media sirvió de santa justificación a los reinos peninsulares para sus guerras de expansión. El Islam entra en la península Ibérica en el año 711 con la llegada de las tropas africanas mandadas por Tariq. Las guerras entre los reinos ibéricos duran hasta la conquista del último reino de Al-Andalus de Granada en 1492. Son 800 años de guerras donde el cristianismo juega un papel político fundamental junto a los Estados de la época. Estas guerras bendecidas como Cruzadas por los cristianos se convierten en formas violentas de imponer y dirigir una sociedad. La sociedad teocrática de esa época convierte todo hecho en milagro, todo héroe en santo. Al Santiago apóstol inventado por el cristianismo, se le hace introductor del cristianismo en la península. Se le busca una tumba, naturalmente falsa, se le hace guerrero, matamoros y ganador de batallas. Una manipulación histórica para una guerra de pillaje y de expansión en beneficio sobre todo de los nobles, clérigos y burgueses. Esta guerra se convierte en santa y bondadosa.

Con la conquista americana la opresión se hace más terrible si cabe. Los mismos métodos utilizados en la llamada reconquista peninsular se utilizan con los americanos. La Mita y la Encomienda son ejemplo de ello. Mediante ellas se esclaviza a los indígenas americanos a cambio de su adoctrinamiento cristiano. El comercio de esclavos africanos fue justificado por la Iglesia. De tal manera que Bartolomé de las Casas, el defensor de los indios, llega a demandar la esclavitud africana para impedir la muerte de los indígenas.

Nuestra historia está plagada de acontecimientos donde la posición del integrismo católico y de la Iglesia ha supuesto un retroceso en todos los órdenes de nuestra sociedad. Es más, si desde el siglo XVI nuestro país fue separado de las corrientes científicas y revolucionarias del progreso social fue gracias a las clases explotadoras ayudadas por la Iglesia Católica. Primero la nobleza feudal, después la oligarquía de terratenientes, banqueros y burgueses con la monarquía como institución política de dominio, han estado asociados a la religión católica.

Durante la Edad Media la Iglesia mantuvo el monopolio de la cultura y del conocimiento. Pero cuando el desarrollo comercial y capitalista se fue acrecentando en la Baja Edad Media, la necesidad de “liberalizar” el conocimiento se hizo cada vez más necesario. Las ganancias aumentaban, el dinero llamaba al dinero, y las necesidades técnicas para que los productos y mercancías circularan eran tan apremiantes que el monopolio religioso del saber era una rémora. Ya la misma estructura teocrática y feudal de la Iglesia impedía el desarrollo y ascenso de la nueva clase social, la burguesía.

Por el Imperio, hacia Dios

Entonces la libertad de impresión y de interpretación bíblica de Lutero, supuso un golpe al antiguo régimen. La Iglesia unida al poder feudal se opuso a cualquier avance pues su poder se cuestionaba. Es así que Galileo tuvo que retractarse.

Mientras que en los países donde la burguesía desarrolló su poder las distintas corrientes reformistas obtuvieron la victoria contra la Iglesia de Roma o por lo menos consiguieron una aceptación importante dentro de la población. Entonces la reforma protestante se constituyó en ideología sustentadora de los nuevos conflictos que aparecía en Europa y que dio origen al capitalismo moderno. Marx estudió la acumulación originaria de capital y descubre como la expropiación de la Iglesia, por ejemplo en Inglaterra con Enrique VIII, ha sido una de las fuentes del capital. De esta manera al nacimiento del capitalismo, contribuyeron, justificándolo las nuevas corrientes protestantes.

Sin embargo en España, una vez unificados los reinos ibéricos bajo las hegemonías castellana y portuguesa, la trayectoria fue distinta a ciertos países europeos y nos tocó mantener a una Iglesia retrógrada y corrupta como la clase dominante. El descubrimiento de América y el expolio de sus riquezas metalíferas, el comercio con las colonias y el de los esclavos en particular, mantuvieron y enriquecieron a las clases feudales y al poder político de la monarquía que ahogó el nacimiento de una poderosa burguesía. Con el poder de la Iglesia y de la Inquisición se destruyó cualquier atisbo de reforma, de protesta, de desarrollo científico. Cualquier posibilidad o intento de desarrollar un pensamiento crítico fue abortado con sangre. La monarquía, la aristocracia y la Iglesia española hicieron una piña para mantener sus privilegios, sus beneficios coloniales y su poder.

Expulsados los musulmanes y judíos, más tarde los moriscos, sólo faltaba imponer y controlar a la población y esto se hizo mediante la Inquisición. La debilidad de la burguesía española explica la debilidad de las corrientes reformistas durante el siglo XVI y su persecución por la Inquisición eliminó la posibilidad de dar un referente ideológico a la nueva clase social que aparecía.

De esta manera el Imperio español y la Iglesia se convirtieron en defensores del antiguo régimen reaccionario, de la superstición y la represión moral y de la ciencia. Durante los siglos XV, XVI y XVII todos los libros científicos publicados en España, se referían a saberes prácticos. No pudo desarrollarse ninguna corriente de pensamiento racional y científico. Todo fue ahogado en un mar de teología reaccionaria. Esto explica la potenciación por el poder del Estado de las corrientes místicas de la época. El caso de Teresa de Ávila lo evidencia. Esta mujer, “santa y doctora” de la Iglesia, tuvo desde pequeña enfermedades que le hicieron proclive a tener delirios. Su “camino” de perfección es explicado (ver LAR, nº8, “El Alucinante éxtasis de Santa Teresa”, www.arp.es) como el camino de la autoflagelación con los que obtenía delirios sicóticos. En una sociedad donde se reprimía la razón, la ciencia y la experimentación, se permitía y apoyaban los arrebatos sicóticos.

La Iglesia y la revolución burguesa

Posteriormente en toda nuestra historia moderna y contemporánea la Iglesia ha tomado su posición junto a la burguesía y el Estado; siendo Monarquía y religión una unidad permanente. El siglo XVIII comienza con una nueva dinastía, los borbones, y la decadencia de las clases dominantes será imparable. La lucha en Europa por controlar el imperio español llevará a guerras y alianzas para controlar el comercio de esclavos, del oro, la plata y las mercancías americanas. La Iglesia española y el Estado papal mantienen con los nuevos monarcas las mismas relaciones de apoyo. La débil burguesía española no se desarrollará hasta el siglo XIX. La invasión de Napoleón abre las puertas de la revolución burguesa pero también de la contrarrevolución más reaccionaria del antiguo régimen con un papel del integrismo católico fundamental.

Un siglo de revoluciones donde el integrismo católico jugará un papel fundamental en el mantenimiento de Fernando VII, después con el carlismo y ya con la restauración borbónica de Alfonso XII marca el poder de la nueva oligarquía, fusión de la antigua nobleza y la gran burguesía. La Iglesia Católica y el Estado tomarán posiciones contra la ciencia, contra cualquier avance intelectual y humano. José María Blanco Withe, un sacerdote católico que rompe con la Iglesia Católica y tiene que exilarse, cuenta en “Cartas desde España” muchas anécdotas que muestran el papel opresor y la superstición de curas y monjas. La ignorancia de éstos parece no tener límites. Cuenta, por ejemplo, que en Sevilla en plena epidemia de cólera, en vez de cerrar en cuarentena los barrios afectados siguiendo las más elementales normas de higiene y protección de la época, la Iglesia combate la enfermedad con procesiones que de un barrio a otro extienden aún más la pandemia. ¡Y estamos a mediados del siglo XIX!

No hay más que ver como Goya, en sus aguafuertes, caricaturiza con un surrealismo genial a la clerecía. Curas con cara de burro, monjas como brujas…, expresan la ignorancia, la superstición y la opresión de la España negra.

Andando el siglo XIX la Iglesia Católica se alió a los partidos derechistas y burgueses. El carlismo, los partidos católicos integristas y conservadores en el siglo XIX, la CEDA, la Falange y después el partido franquista durante la II República y la dictadura de Franco durante el siglo XX.

La Iglesia sigue prestando su apoyo a las clases dominantes y formando parte de ésta. Entre los carlistas, en los conflictos entre absolutistas y liberales, la jerarquía apuesta a caballo ganador teniendo siempre militantes en ambos lados. Así siempre sale la institución ganado. Si la mayor parte de la jerarquía apoya a Isabel II, otra parte apoya a su tío en las guerras carlistas. Al final las componendas entre las clases significarán para la Iglesia seguir participando del poder. Una vez eliminados los últimos restos del feudalismo y convertida la tierra en mercancía, la Iglesia que ve como se venden sus propiedades, al desamortizarse las “manos muertas” entra en la nueva sociedad burguesa sostenida por el Estado, con el monopolio de la educación y convertida en propietaria de grandes latifundios y bienes inmuebles, con empresas propias, y formando parte de los consejos de administración de los grandes bancos.

La Iglesia Católica y 1936

No es de extrañar que el movimiento obrero naciera con un componente anticlerical fundamental. La lucha contra la superstición religiosa, contra la Iglesia y sus costumbres atrasadas forman parte esencial de la lucha por la emancipación de los trabajadores. Desde el primer momento la Iglesia, como parte integrante de los explotadores, se posicionó contra los obreros. En el siglo XIX la Iglesia mantiene su poder y lo defiende contra el movimiento obrero. Servirá además para santificar las masacres de las guerras de Marruecos, y del fascismo en la guerra civil.

La II República abrió posibilidades revolucionarias. El temor a ser expropiados y desplazados por la clase trabajadora se convierte en horror de los terratenientes, banqueros y demás capitalistas. El clero y la Iglesia Católica participan de este miedo. Por primera vez en muchos años los explotadores tienen miedo del proletariado. Su mundo se tambalea. Por eso toda la jerarquía eclesiástica, apoyada por el Vaticano, comienza a conspirar para impedir cualquier reforma que atente a sus intereses con el convencimiento, y no del todo infundado, de que cualquier cesión a los oprimidos será un paso hacia la revolución. Primero a través de la CEDA, que se declara católica y después con el golpe fascista de 1936.

Todavía esta Iglesia de los “pobres” tiene la desfachatez de presentarse como víctima en la guerra civil, como mártires del cristianismo. Han santificado a curas y monjas fusilados por los revolucionarios durante la guerra, pero ocultan o pasan de puntillas el papel real jugado por la Iglesia. Ese clero tomó parte activa a favor de la represión y del golpe de Estado y se situó en el bando opresor. Exceptuando a un sector del clero vasco, que era nacionalista, la totalidad de la Iglesia tomó parte, por activa o por pasiva, en la conspiración, guerra y represión franquista. Y esta actuación, no fue un simple apoyo, llegó a ser activa en la represión. Eran los curas de los pueblos quienes conocían a los militantes obreros. Eran ellos los que los denunciaban para fusilarlos por los fascistas. En muchos casos eran los capellanes que acompañaban a las columnas fascistas, los que daban el tiro de gracia después de los fusilamientos. A las monjas de ciertas congregaciones Franco las puso al frente de las cárceles de mujeres en los tiempos más terribles de la represión. Uno de los premios “Príncipe de Asturias” de este año 2005 ha recaído precisamente en una orden religiosa Las Hijas de la Caridad, que tuvieron el “honor” de regentar las cárceles franquistas de posguerra. ¡Y todavía se declaran mártires y santos de una persecución!

Lo que vino después es historia conocida por todos: el dominio de la moral y el control de la educación, han marcado generaciones con la represión, la culpabilidad y la hipocresía. Toda esta época negra ha destrozado y manipulado las conciencias de millones de personas.

Muchos alaban, en los medios de comunicación, la posición tomada a la muerte de Franco en pos de la “democracia”. Es verdad que sectores del clero y de movimientos cristianos de base, tomaron parte activa en apoyo del movimiento obrero y de sus luchas. En contacto con los trabajadores y su situación se situaron políticamente contra el franquismo y la Iglesia. Pero no hay que olvidar que la jerarquía eclesiástica junto a la burguesía buscaba un recambio al régimen, desde antes de la muerte de Franco, que le permitiera mantener su dominación y la integración en Europa. Su poder y asociación con la burguesía y el Estado no han cambiado.

La Iglesia cristiana gran falsificadora de la Historia

La Iglesia a través de su monopolio de la enseñanza antes o de su intromisión con la religión en la escuela pública ahora, nos ha enseñado la vida de Jesús como cierta y real. Debido a esto, mucha gente cree que su existencia y vida fue tal como lo cuentan en los libros sagrados. Sin embargo realmente no sabemos nada de su vida, ni de cómo vivió, ni cual fue su papel en su época. Y los historiadores no se ponen de acuerdo y no hay datos documentales serios que avalen su existencia o por lo menos como nos quieren hacer creer. Lo que nos han enseñado y ahora siguen enseñando como cierto no es más que una estafa. La vida de Jesús es una construcción histórica, un invento realizado por la Iglesia a través de toda su historia.

Todo el entramado “teórico-teológico” de la Iglesia, toda la historia evangélica se basa en un mito. Un mito, es decir, leyendas que permiten a un grupo humano una explicación del mundo a través de fábulas. En este sentido el mito de Jesús es equiparable a cualquier mito de la antigí¼edad.

Por mucho que los autores cristianos se esfuercen, la historia de Jesús, su realidad histórica, no tienen base documental seria. Los historiadores romanos no lo citan hasta el siglo II y respecto al único historiador judío de la época Flavio Josefo, que nombra a Jesús, se tiene el convencimiento de que ha sido manipulado, o introducido el pasaje por algún copista cristiano falseando el texto.

La Iglesia pretende que las fuentes históricas que permitirían demostrar su existencia son los evangelios llamados canónicos adoptados por el Vaticano como los auténticos. En primer lugar tenemos que decir que ahora mismo hasta los mismos teólogos católicos aceptan que los evangelios son escritos por comunidades y no por los llamados apóstoles. Por lo tanto son construcciones históricas, en el tiempo de las primeras sectas cristianas. La datación histórica de los evangelios canónicos se da por cierta en el primer siglo de nuestra era. Pero no hay que olvidar que los que existen son copias de los originales que se han perdido. ¡Y copias del siglo IV! Los estudiosos de estos códices conjeturan que fueron rehechas al copiarlas para adecuarlas al corpus doctrinal de la Iglesia que ya se había impuesto gracias al Estado romano. Se pueden consultar estos datos en multitud de obras sobre el tema de reputados historiadores y científicos desde Gonzalo Puente Ojea a Isaac Asimov.

El cristianismo actual, los evangelios y toda la doctrina religiosa es una construcción histórica e ideológica que ha mitificado, falsificado e inventado leyendas para mantener un código moral de dominación de las clases sociales explotadas. La imposición del cristianismo a todo el imperio Romano es fruto también de los conflictos que aparecen en la decadencia del Imperio. Ante la crisis de la esclavitud antigua y los comienzos de la llamada Edad Media y el Feudalismo, el cristianismo juega un importante papel a favor de las clases dominantes de la época. Por una parte ofrece una salvación a los oprimidos en un paraíso después de la muerte y una igualdad ante la divinidad. Adopta además ritos de salvación, resurrección y alivio del sufrimiento.

A la vez que se prohíben las otras religiones, asume ritos y símbolos de esas mismas religiones. Absorbe y adopta otras corrientes filosóficas y religiosas para poder integrar a la población. No importa que falte coherencia con su doctrina, lo que importa es quedar como organizadores, responsables y ser la autoridad. Esta práctica se puede rastrear en la actualidad. Y las falsificaciones han seguido en toda su historia. Desde sus dogmas, como la Inmaculada, o las historias de santos, no son más que leyendas para aliviar en muchos casos el sufrimiento a través de sus milagros.

Como ejemplo volvemos a la Semana Santa sevillana. Asumir la esclavitud en la práctica y mantener una posición ambigua en contra de ella oficialmente ha sido una forma de actuar de la Iglesia. Si España fue uno de los últimos países en prohibir la esclavitud en el siglo XIX, fue de los primeros en adoctrinarlos en el cristianismo. Para ello se fundó por esclavos negros una hermandad de penitencia que, llamada popularmente la de los “negritos”, servía de protección y de expresión de integración cristiana de estos esclavos. En América, donde la esclavitud fue extensiva, la adopción de imágenes negras e inventos de santos del mismo color, intentaba resolver el problema de integración para la jerarquía.

La Iglesia contra la verdad y por el adoctrinamiento

De Galileo a la polémica sobre las células madre actuales, la Iglesia ha actuado de la misma manera: se ha opuesto a cualquier avance científico que significara un progreso argumentando preceptos morales y religiosos propios. En su descarga la Iglesia, o ciertos sectores de ella, siempre ha razonado que a la postre acepta el avance. Eso sí, siempre con la advocación divina. Así cuando Darwin desarrolló su teoría de la evolución fue declarada atea y perniciosa, pero cuando las evidencias y las verificaciones se hicieron irrefutables y toda la comunidad científica aceptó la evolución, a la Iglesia no le quedó más remedio que aceptarla aplicando la idea del fin divino de lo que existe y de la “inteligencia” e “implicación divina” en la evolución de las especies.

Siempre la Iglesia se ha atribuido el derecho de imponer a la sociedad su dirección política, moral, cultural, educativa y pseudo científica. Jamás ha dejado a las conciencias propias, incluso la de sus fieles, la libre elección de los asuntos de toda índole. Ellos tienen la verdad revelada y ésta no puede contradecirse. En la medida que la historia avanza la Iglesia, aliada siempre a las clases dominantes, se adapta para mantener sus privilegios, su poder y sus fieles.

Y en la medida que las religiones y el cristianismo son “verdades” reveladas por la divinidad, inmutables y dogmáticas es necesario adoctrinar a los fieles y su descendencia. Su forma de introducir la superstición y su moral ha sido la educación y el control del conocimiento. Las castas sacerdotales han sido los depositarios del saber en las primeras sociedades de clases. Un conocimiento secreto e imbuido de divinidad. Al ser los intermediarios entre Dios y los mortales tenían la suerte de tener “información privilegiada”. Naturalmente este conocimiento científico sobre el mundo natural significaba poder utilizar las fuentes productivas para el provecho de las clases dominantes.

La Iglesia ha impulsado desde siempre la superstición para mantener su ascendente sobre la población y los sectores más atrasados. Es conocida la frase de Marx, la religión es el opio del pueblo, pero es menos conocida la premisa que da lugar al razonamiento. ísta explica que la religión es una reacción al sufrimiento humano y que por eso alivia el dolor.

En psicología se sabe que la mente en crisis o en permanente sufrimiento busca una salida y ésta suele tender hacia la irracionalidad. De ahí que los milagros sean algo corriente en la Iglesia Católica. Este tipo de superstición suele estar ligada a la situación social y política del momento y en muchos casos utilizados con fines políticos concretos. Tal es el caso del “milagro” en Madrid de la licuación de la sangre de San Pantaleón. Esta falsedad fue utilizada días antes de la guerra civil como suceso premonitorio de la catástrofe. Como aviso divino de los pecados de los malos españoles. Este suceso de licuación en verano ha sido sistemáticamente expuesto como milagro, pero a su vez se ha impedido su estudio. Cuando la evidencia nos dice que hay productos que pueden hacer ese efecto y que durante siglos se usaron groseras falsificaciones de exvotos y restos de todo tipo, que a decir de la Iglesia resultaban mágicos.

Esta vuelta al milagreo propio de la Edad Media parece que la Iglesia lo renueva periódicamente. Tal es el caso de la llamada sábana santa que envolvió a Jesús. Después de gastarse millones en el análisis del carbono 14 y probar que el lienzo es medieval, siguen hablando de la autenticidad del sudario de Cristo.

En el terreno de la educación la Iglesia mantiene multitud de centros educativos pagados por el Estado. Mantiene la asignatura de religión en la escuela pública. Ahora existe una batalla de la jerarquía eclesiástica para que la asignatura sea evaluable y cuente en el currículo académico del alumno. Si durante el franquismo se mantuvo la obligatoriedad de la educación religiosa en todo el sistema educativo desde la primaria hasta la Universidad, a partir de la Transición y con la Constitución del 78 no han cambiado tanto las cosas como se cree.

Por otra parte si desde 1980 la asignatura de religión no es obligatoria (la Ley de Educación franquista de 1970, permitía a los alumnos de otras religiones no asistir a estas clases), en la enseñanza primaria y media la ley obligaba al alumno a asistir a una nueva asignatura llamada ética si no asistía a clases de religión. Con el PP no cambió la situación, sino a peor. Las subvenciones a los colegios privados aumentaron y se intentó que hubiera otra asignatura, una especie de Historia de las religiones que fuera evaluable, para aquellos que no quisieran dar la religión en la Escuela pública, pero que no se llevó a cabo.

¿A qué viene ese intento continuo de la Iglesia para que la asignatura de religión sea evaluable y obligar a los que no quieren religión a otra asignatura? El adoctrinamiento de la población y el mantenimiento de las tradiciones sirven para mantener su poder y privilegios. Ellos saben, desde siempre, que la religión en la escuela es “una maría”. No tiene ni el tratamiento, ni la aceptación, ni la querencia del alumnado. Pero a ellos no les importa. Lo que les importa es que exista y que sea de alguna manera obligatoria, pues entre otra asignatura –tipo ética– y la religión, es más probable mantener alumnos en su doctrina. Si además es evaluable el chantaje es más evidente todavía. En el expediente académico puede subir o bajar nota y para entrar en la selectividad puede ser vital obtener una buena nota y poder entrar en la carrera que se desea.

Luchar por la ciencia y la igualdad contra la Iglesia Católica, una tarea de hoy

Hoy día parece desproporcionado a mucha gente y fuera de nuestra época denunciar la superstición religiosa y las imposiciones de la Iglesia. Pero la Iglesia Católica como poder es una fuerza ligada al imperialismo de las grandes potencias y las burguesías. Es un parásito en el cuerpo social que vive de las tradiciones y costumbres convertidas en populares y del apoyo del Estado y la burguesía. Es una fuerza contra los trabajadores, los pobres y las mujeres del mundo.

Por esto hoy más que nunca hay que denunciar el papel de la Iglesia Católica española, como todo el integrismo internacional. Ahora existe un movimiento para la apostasía. Es hora ya de difundir estas actuaciones que permiten desvelar y aclarar los que son cristianos de los que no lo son. Pues hay que luchar para que las creencias religiosas queden en las conciencias de las personas y no en la sociedad y la política. Hay que luchar para que el Estado deje de sufragar a la Iglesia, y para que la educación religiosa salga de la escuela y del sistema educativo, dejando de apoyar a la escuela privada con sus conciertos.

Defender la ciencia y el ateismo ha sido una constante del movimiento obrero y de las corrientes socialistas, anarquistas o comunistas. Es hora de retomar de nuevo esta tarea y de difundir ante todos estas ideas, las únicas que han permitido mejorar a la especie humana.