El referéndum organizado en el Reino Unido dio la mayoría a la salida del país de la Unión europea. Se trata de una victoria para todos los reaccionarios antimigrantes, nacionalistas y soberanistas de Gran Bretaña y Europa. (Basta con ver la cara encantada de la ultraderechista Marine Le Pen en Francia para darse cuenta de que eso no es nada bueno.)
En este referéndum, los intereses de los trabajadores no estaban presentes, nadie los representaba, fuera cual fuera el bando. Los partidarios del “in” defendían la pertenencia a una Europa hecha a medida para los capitalistas y los banqueros. No podían estar de acuerdo con ello los trabajadores conscientes de que se enfrentan con una casta política y unas instituciones que nunca han estado a su lado.
Pero ponerse en la fila de los partidarios del Brexit equivalía a reforzar el voto antimigrantes y racista y apoyar las calumnias asquerosas que se vienen vertiendo sobre los inmigrados acusados de aprovecharse de las ayudas sociales y robarles el trabajo a los británicos. En ambos casos, era una mala solución.
El mundo obrero ya ha perdido mucho, porque la campaña por el Brexit ha empeorado las divisiones que oponen los trabajadores británicos y los europeos, los inmigrados que llevan ya tiempo en el Reino Unido y los recién llegados. Esta evolución reaccionaria es un peligro que nos amenaza a todos los trabajadores de Europa.
En todas partes la extrema derecha propone seguir el ejemplo británico y agita, como una muleta ante un toro, el “problema” de la inmigración mientras convierte Bruselas en su chivo expiatorio responsable de todos nuestros males para promover el regreso a la “soberanía nacional”.
¿Qué puede significar semejante soberanía nacional para los explotados cuando su empleo, su salario, su pensión dependen de la buena o mala voluntad de la patronal?
Y ¡¿cómo se puede creer que regresar a la peseta mejoraría el nivel de vida de los trabajadores cuando los patrones no dejan de hundirlo?!
Dentro de la Unión Europea como fuera de ella, un banquero sigue siendo un banquero y un patrón sigue siendo un patrón. Hacer creer a los trabajadores que podrían escapar de la explotación o encontrar cierta protección confiando en su Estado nacional es una trampa.
Desde el punto de vista económico, el “divorcio” provocado por el Brexit sólo lo es formalmente. Los capitalistas británicos y europeos tienen interés en preservar sus relaciones económicas. Ya han empezado a agitarse para que sus representantes políticos escribieran otros tratados y firmaran otros acuerdos. Pero para los explotados, será otra vez el mismo chantaje a base de competitividad.
Si los trabajadores se dejan desviar de sus intereses de clase por falsos debates, siempre perderán. Y hay un riesgo de que pierdan una vez más con esta nueva oleada de especulación provocada por el Brexit. Hemos visto cómo la tormenta bursátil de 2008 desembocó en una crisis económica mundial, que todavía están pagando los trabajadores con los despidos y los cierres de fábricas.
Los políticos británicos son tan mentirosos y demagogos como los de aquí. Boris Johnson, el exalcalde de Londres, que hace unos años era un partidario de la UE, se ha convertido, el tiempo de una campaña, en uno de sus enemigos más determinados. ¡Ahora que se ha votado el Brexit, le da mucho menos prisa salir de la UE! Ese señor, en realidad, tiene mucha prisa por estar entre los vencedores del partido y apoyar al sucesor (o la probable sucesora) de David Cameron como primer ministro.
Muchos otros políticos en otros países, en Francia o en España, utilizan el rechazo a las instituciones europeas para propulsarse en la carrera al poder. De estos demagogos hay que huir como de la peste, porque desvían la cólera social de los verdaderos responsables y difunden un veneno de división entre la clase obrera.
La única manera de dar pasos adelante es preparando a los trabajadores al combate contra su enemigo que es un enemigo interior, su propio gobierno y su sistema económico. Uniéndose, sea cual sea su nacionalidad, ellos representan una fuerza capaz de defenderse e imponer sus prioridades. Es en el terreno de la lucha de clases donde se juegan los intereses de los explotados. Es ahí dónde tienen que luchar.