En 1939, Trotsky escribía en «El marxismo y nuestra época»: «A pesar de los últimos triunfos del pensamiento técnico, las fuerzas productivas naturales ya no aumentan. El síntoma más claro de la decadencia es el estancamiento mundial de la industria de la construcción, como consecuencia de la paralización de nuevas inversiones en las ramas fundamentales de la economía. Los capitalistas ya no son capaces de creer en el futuro de su propio sistema.»
Mientras que la burguesía apostaba por el New Deal o el fascismo y estaba dispuesta a hundir a la humanidad en otra guerra mundial, Trotsky concluía de la siguiente manera: «Las reformas parciales y los remiendos para nada servirán. La evolución histórica ha llegado a una de sus etapas decisivas, en la que únicamente la intervención directa de las masas es capaz de barrer los obstáculos reaccionarios y de asentar las bases de un nuevo régimen. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción es la primera condición para la economía planificada, es decir, para la introducción de la razón en la esfera de las relaciones humanas, primero en una escala nacional y, finalmente, en una escala mundial.» Algunos meses después de que se escribieran estas líneas, se desencadenaba la Segunda Guerra Mundial. Al salir de dicho conflicto se evitó la revolución proletaria, el sistema capitalista vivió algunos años de recuperación, con lo cual parecían erróneas las previsiones de Trotsky. En realidad, podemos comprobar hoy en día que no se trataba de otra cosa que una recuperación provocada por la guerra y que el capitalismo sigue llevando a la humanidad hacia el abismo.
Sin embargo, nunca en la historia ha tenido la humanidad tantos recursos a su disposición para hacer frente a las necesidades de su vida colectiva.
Nunca antes ha sido tan enorme el desfase entre una humanidad capaz de explorar el espacio lejano y una sociedad que se ahoga en guerras entre países, entre naciones, entre etnias o aldeas. La globalización capitalista ha fundido a los hombres de todas las partes en un destino común, como nunca antes; pero el fragmentamiento de los pueblos alcanza niveles ináuditos.
Los medios materiales y culturales para vencer definitivamente los prejuicios, los misticismos, fruto de siglos de opresión y división de la sociedad en clases, son más numerosos que nunca antes. Pero al mismo tiempo las religiones y misiticismos vuelven con más fuerza que nunca en la vida social.
La putrefacción de la sociedad capitalista se expresa de la manera más asquerosa, en la atracción que ejerce el terrorismo islamista sobre una fracción de la juventud.
En resumen, nunca han sido tan favorables las condiciones materiales y técnicas, para una sociedad unificada en la fraternidad a escala planetaria, pero nunca tampoco ha parecido tan remota esta perspectiva.
La gran aportación del marxismo al movimiento obrero, no sólo consistió en denunciar el capitalismo y el agotamiento de su potencial de progreso, sino en darle los medios para romper las cadenas. Como decía Marx ya en 1845, el problema ya no es entender a la sociedad sino transformarla. El marxismo no sólo consideró la nueva clase obrera como una clase explotada y víctima: en ella vio la solución, la clase social capaz de derrumbar al capitalismo. Marx, Engels y su generación veían el fin del capitalismo algo más cercano. Tenían este optimismo de los revolucionarios.
La historia en general y en particular la del movimiento obrero, con sus tirones y saltos hacia adelante pero también sus retrocesos catastróficos, prorrogó la existencia del capitalismo mucho más allá de los plazos que imaginaban Marx y Engels. El capitalismo se ha mantenido más tiempo de lo que se esperaba Trotsky un siglo más tarde, cuando analizaba la incapacidad del capitalismo para volver a desarrollar las fuerzas productivas. Desde la época de Marx, la humanidad ha pasado por muchas crisis económicas, muchas formas de opresión y regímenes autoritarios, varias guerras locales y dos guerras mundiales.
Hasta la fecha, es sobre todo en negativa cómo la historia confirmó el análisis de Marx. Pero el proletariado en el que Marx veía la única fuerza capaz de cambiar el futuro de la humanidad no es una construcción intelectual. Es una realidad social. Los robots no han sustituido al proletariado y, a pesar de las posibilidades cada vez mayores de la ciencia y la técnica, la sociedad es la de los seres humanos.
El proletariado se encuentra hoy en día mucho más diversificado, que en el tiempo de Marx e incluso el de Lenin y de la revolución rusa. La burguesía aprendió a utilizar esta diversidad por sus intereses, oponiendo a las distintas categorías de trabajadores entre ellas, combatiendo la consciencia de clase y la formación de organizaciones nacionales e internacionales que la representaban. Sin embargo, la clase obrera es mucho más numerosa que en el pasado y ahora está presente en todas las partes del mundo.
La lucha de clase entre la burguesía y el proletariado se libra a una escala más amplia que antes, cuando el proletariado ya se erigía en candidato a dirigir la sociedad. En muchos países en los que el proletariado industrial es todavía joven y vive en la miseria, desde China hasta Bangladesh, la lucha de clase toma formas tan masivas y violentas que en los tiempos de la formación del proletariado moderno en Europa occidental. En los grandes países industriales tampoco ha cesado la lucha de clase, aunque muchas veces no pase de reacciones diarias de los trabajadores frente a la agravación de la explotación en las empresas y las múltiples facetas de la arbitrariedad de la patronal.
Las ideas de lucha de clases pueden caer en un campo tan fértil como en el tiempo de Marx o Lenin porque corresponden a una realidad que los trabajadores vivimos todos los días. Pero es necesario expresarlas y transmitir el amplio capital político acumulado en el marxismo revolucionario gracias a las luchas de generaciones de trabajadores. Éste es el papel de las organizaciones comunistas y revolucionarias, la razón de su exitencia, para que cada lucha importante de la clase obrera se beneficie de las experiencias de las luchas anteriores. Ahí está el problema de fondo de nuestra época. Trotsky afirmaba en el Programa de Transición: «La situación política mundial del momento se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.»
Lo que unía a las distintas generaciones de comunistas revolucionarios, desde Marx hasta Trotsky pasando por Lenin, Luxemburgo y otros, es la convicción de que cuando la humanidad se desprendiera de las cadenas del capitalismo seguiría su camino hacia adelante; y también la idea de que la única fuerza social capaz de esta transformación histórica fundamental era el proletariado.
El marxismo siempre ha sido y sigue siendo la única manera científica de entender el funcionamiento de la sociedad para transformarla. Es el único humanismo viable de nuestra época. El año pasado escribíamos: «Les toca a las generaciones futuras recuperar las tradiciones del comunismo revolucionario y la experiencia de las luchas del pasado. En todas partes se plantea la reconstrucción de partidos comunistas revolucionarios y por eso esta cuestión se confunde con la del renacimiento de una Internacional comunista revolucionaria.» Así resumíamos las tareas de nuestra generación de revolucionarios.
«Nadie puede anticipar cómo, por qué camino, las ideas comunistas revolucionarias le llegarán a la clase obrera, la clase social a la que siempre han sido destinadas en el tiempo de Marx, el de Lenin y de Trotsky; y la clase social que sigue siendo la única capaz de apoderarse de estas ideas para dirigir una explosión social que lleve al capitalismo a su tumba.»
La necesidad no ha cambiado desde que Trotsky escribió el Programa de Transición y nuestras tareas proceden de ella…
El 46° congreso de “Lutte Ouvrière”, febrero de 2017