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Portugal: un gobierno “anti-austeridad”… ¿para cuánto tiempo?

Desde que empezó como primer ministro el 26 de noviembre, el so­cialista Antonio Costa repite que va a recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores y jubilados y rom­per con las políticas de austeridad que llevó desde 2010 su predecesor socialista, José Sócrates, y que fue­ron luego ampliadas por la derecha.

Así el salario mínimo aumentó el 1 de enero. Subió de 505 a 530 eu­ros con 14 pagas, siendo el objetivo 600 euros en 2019, nada que pueda arruinar a los industriales. Además, un impuesto excepcional de un 3,5% dejará de gravar los sueldos inferiores a 600 euros, lo que co­bran más de la cuarta parte de los asalariados portugueses. En cuanto a las pensiones, ya no están conge­ladas. Hasta aumentan ligeramente este año: en torno a 2 euros men­suales más. El gasto total, para los 2,2 millones de pensionistas, sería de 80 millones. Las ayudas a los ju­bilados y familias en la miseria au­mentan también un poco, un gasto que se estima en unos 90 millones.

Por otra parte, las privatizaciones todavía por cerrar se cancelan. La venta de los transportes públicos de Lisboa y Porto, ya concedida a gru­pos españoles y franceses, se cance­lan también y Costa anuncia que el Estado va a recuperar la mayoría de las acciones de la aerolínea TAP.

Estas medidas, muy modestas y que no tienen nada de revoluciona­rio, recuerdan las que se tomaron en los primeros tiempos del gobier­no de Tsipras en Grecia; ya vimos como luego, presionado por los di­rigentes de la Unión europea y del FMI, éste acabó capitulando frente a sus exigencias.

Igual que su homólogo griego, Costa busca tranquilizar a los diri­gentes europeos y convencerlos de que le dejen llevar su política. Así se pronuncia a favor de una gestión rigurosa, que satisfaga a las autori­dades de la Unión europea. Cuando éstas rechazaron un déficit de un 2,8 % para el año 2016, Costa re­tomó su presupuesto y propuso un déficit de un 2,6 %, inferior al de la mayoría de las grandes potencias europeas.

Costa quiere evitar los enfren­tamientos y tranquilizar a sus so­cios europeos. Pero no está claro que lo consiga más que Tsipras. Los acreedores de Portugal ya se dicen preocupados por lo que denuncian como un giro a la izquierda. Los ti­pos de interés han aumentado últi­mamente, por lo que se teme una especulación sobre la deuda portu­guesa.

Igual que en Grecia, los traba­jadores y las clases populares de Portugal no tienen por qué confiar en un gobierno que se pretende anti-austeridad… ¡mientras los fi­nancieros y sus representantes se lo permitan!

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