Las primeras comisiones que aparecen en los años 60, animadas por los militantes del PCE, cristianos de la HOAC y JOC, y los primeros grupos a la izquierda del PCE, el FLP, y USO e independientes, tienen un carácter unitario y no se corresponde al carácter clásico sindical. Se proclaman como un movimiento socio-político y anticapitalista. En un documento de las CCOO de Barcelona de 1968 explican que nacen como “órganos de representación y de dirección de las luchas obreras” y “como objetivo inmediato e impostergable, las Comisiones obreras luchan por el sindicato de clase unitario y democrático por las libertades fundamentales de asociación, expresión, manifestación y huelga…” y después se preguntaba “¿las Comisiones obreras son un sindicato? Sin duda transcienden hoy los propios objetivos sindicales, ya que como expresión organizada de la clase obrera deben dirigir sus luchas en todos sus aspectos.”
Su táctica “se concreta” en “asambleas de empresa, de ramo y de localidad, como medio de forzar la clandestinidad y conseguir una legalidad de hecho” y así imponer las libertades “sin esperar a su reconocimiento”. También su táctica es introducirse en el sindicato vertical presentándose a las elecciones sindicales para enlaces y jurados de empresa. Utilizaban por tanto los resquicios de la legalidad que le proporcionaban la Ley Sindical y la Ley de Convenios Colectivos de 1958. En el mismo documento citado explicaba la dualidad del trabajo militante, “combinación por último de las luchas legales e ilegales, participación así en las elecciones sindicales oficiales, copando miles de puestos representativos en el seno de la CNS (Central Nacional Sindicalista, sindicato franquista) y trabajando desde dentro de ella para su destrucción y constitución consiguiente del Sindicato Unitario y Democrático.”
Finalmente se planteaban “dotar a la clase obrera y a las masas trabajadoras de un alto nivel organizativo y de conciencia”, dotarla de una plataforma reivindicativa que fuera más allá de la mera acción sindical exigiendo medidas socializadoras del suelo, la banca y los monopolios, “alcanzar niveles de respuesta eficaz a la represión” y extender la lucha organizada a la población. A partir de este trabajo directo con la base obrera, con la constancia y abnegación de estar día a día con los trabajadores y desde sus preocupaciones, elevaban la conciencia de la situación de explotación de los trabajadores más atrasados y conseguía la credibilidad y el reconocimiento de la mayoría.
Los convenios colectivos suponían la posibilidad de negociar directamente con la patronal. Aunque la huelga estaba prohibida y tanto la represión policial y empresarial a la orden del día, podemos decir que en las condiciones de la dictadura no se podía luchar más que con los métodos asamblearios de la democracia obrera. Previo a las asambleas había un trabajo militante de las comisiones de fábrica. Utilizando los cargos de enlaces y jurados se procuraba hacer reuniones en los locales del sindicato vertical, se elaboraban encuestas donde se determinaban las necesidades de los trabajadores y se elaboraban proyectos de plataformas reivindicativas que se discutían en las reuniones. Se estudiaba cada reivindicación para tener las máximas garantías argumentales en las discusiones.
Las asambleas eran el centro de la lucha. Sin ellas hubiera sido imposible reconstruir el movimiento obrero. Las asambleas permitían a todos decidir, se intervenía defendiendo posturas de clase, y este método de la asamblea impulsaba la toma de conciencia y los militantes podían conocer las preocupaciones obreras. Sin las asambleas, no se hubiera podido conocer las opiniones de los trabajadores ni palpar las posibilidades y la rebeldía de los obreros. En el contexto de la dictadura donde la represión patronal y policial acechaba, no había otra posibilidad de lucha con los obreros que reunirse donde se pudiera. Por eso cuando las posibilidades de reunirse llegaban al límite de la legalidad y el conflicto tomaba el cariz de la lucha, se buscaban formas que la huelga se hiciera entender al resto de los trabajadores y la población, y normalmente eran los encierros en las propias fábricas o empresas, en las iglesias.
Como consecuencias de las luchas, la solidaridad era palpable, era una necesidad. Cuando una fábrica se ponía en huelga esta decisión traía consigo el despido de los más destacados, de parte o incluso de toda la plantilla. La represión patronal con los despidos era un arma que utilizaban y que la dictadura les garantizaba. Esta represión obligaba a buscar la solidaridad de otros trabajadores de otras fábricas. Esto permitía avanzar en la unidad de clase. La fuerza de la clase obrera está en su unidad. En unos de los primeros documentos de CCOO en el cual se hace un llamamiento a la clase obrera y todos los sectores de ésta a que entren en la organización unitaria se especifica que “los trabajadores a lo largo de la historia del movimiento obrero han comprobado que su fuerza, su capacidad, procede fundamentalmente de su unidad de clase.”
Por eso se buscaba la unión de la clase extendiendo los conflictos. Encarna Ruiz, que ha escrito la historia de una famosa huelga del metal en Sevilla, explica como ante la jornada del 11 de diciembre de 1973 en solidaridad con los procesados del 1001 había que “unificar lo poco y lo mucho, generalizando las acciones en las empresas y tajos, por medio de la coincidencia de la diversidad en las formas de acción.”
Se procuraba que las plataformas reivindicativas no discriminaran a unos trabajadores de otros por ramas o sector. Así la diferenciación entre la composición de clase por pertenecer a una gran empresa con convenio propio y los trabajadores que pertenecían a las pequeñas empresas se intentaba igualarla, salvando la fragmentación. Se intentaba por tanto que cada lucha no se aislara, que las huelgas de unas y otras coincidieran porque así se mostraba la fuerza de los trabajadores y “se ponía de manifiesto el mayor grado de conciencia política, en la que no pocos trabajadores iban con la determinación de jugarse el puesto de trabajo y el pan de sus hijos, que era como decir todo.”
El objetivo era llegar a la huelga general. Ésta era la expresión máxima de la unidad obrera. Conseguirlo era tarea ardua y difícil. Pero era el arma que mostraba la superioridad de la clase obrera y las comisiones buscaban también objetivos políticos. Se consideraba a los trabajadores la vanguardia de la lucha contra la dictadura. Y en consecuencia los objetivos de Comisiones eran políticos.
Como hoy se demuestra día a día, las direcciones de CCOO desde la Transición llevan la política totalmente contraria. Las asambleas prácticamente han desaparecido y sólo en algunas grandes empresas se sigue la tradición. El sindicato convoca cuando le parece oportuno a los trabajadores y para refrendar el acuerdo ya hecho con la patronal. Esta situación no obedece solamente a un reflujo de las luchas. Obedece fundamentalmente a la falta de una dirección política obrera que se plantee objetivos propios de su clase y contra la patronal y el Estado. En las condiciones de la dictadura para la dirección del PC si quería que fuera tomada en cuenta, no tenía más remedio que utilizar los métodos asamblearios. Cuando las condiciones políticas cambiaron con la Transición, la reunión a la hora del bocadillo fue cambiada por el despacho del jefe y las comidas con los ejecutivos para preparar el convenio. Es la pura historia del reformismo obrero: buscar la acomodación al orden social de la burguesía en vez de buscar la destrucción del orden capitalista.
25 años de la constitución en sindicato de CCOO, noviembre de 2001