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Amenazas de crack y altibajos de la crisis de la economía capitalista

Pocas catástrofes financieras han sido tan anunciadas como la que se está acercando. Desde los primeros días de enero, las declaraciones catastrofistas llenan la prensa.

Amenaza de una nueva crisis financiera

El diario de economía Les Échos del 5 de enero de 2016 dice: “Ha vuelto a aparecer el espectro de un crack chino… La Bolsa de Shanghái se hundió un 7% antes de la suspensión de las negociaciones y afectó a las bolsas del mundo entero.”

El mensual L’Expansion de enero de 2016 tiene como titular: “2016: la re-crisis. Depresión china, regreso de las burbujas, riesgos geopolíticos. Por qué la recuperación es un engaño.”

Hasta el diario popular Le Parisien publicaba este titular, el 6 de enero: “Una economía mundial podrida. Nos está amenazando otra crisis”, y así seguía: “No se han sacado las conclusiones de la crisis de 2008. El nerviosismo bursátil en Asia y la subida anunciada de los tipos en los Estados Unidos despiertan una gran inquietud.” Y el tono siguió igual a lo largo de enero. El 1 de febrero, Les Échos publicaba une entrevista con Patrick Artus, el economista jefe de Natixis, un gran banco de inversión: “La próxima crisis será extremadamente violenta”.

Los pensadores de la economía capitalista discrepan a la hora de determinar en qué sector la burbuja financiera va a estallar primero: obligaciones, acciones, gas de esquisto, el sector inmobiliario chino o crédito al consumo en el sector automóvil americano. ¿O será el mercado de la deuda pública, o el de divisas? ¿Vendrá la crisis financiera de un defecto de Brasil o de otro gran país cuya economía se ha vuelto inestable? Algunos acusan a China, otros a “la locura de los bancos centrales”, para citar una expresión del propio Patrick Artus. Muchos comparten el pronóstico de este hombre, formulada en el subtítulo de su último libro: “La próxima crisis será peor”.

Todos conocen y denuncian la causa fundamental de esta situación casi con unanimidad. Después de la crisis bancaria de 2008, los bancos centrales de las potencias imperialistas, la Reserva federal estadounidense, luego el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón y por fin el Banco Central Europeo (BCE), han emprendido amplias operaciones de fabricación de moneda para salvar a los bancos. Estas operaciones consistían en comprar obligaciones, créditos, títulos que tenían los bancos y diversas entidades financieras con dinero creado por el propio banco central. Justo después de la crisis de 2008, estas operaciones se hacían en cantidades enormes, incluso con una mayoría de títulos que representaban créditos a personas insolventes, es decir, los que no tenían ni la más mínima esperanza de recibir reembolso.

Siguiendo el mismo movimiento, los bancos centrales bajaron prácticamente hasta cero el tipo de referencia, es decir el tipo de interés con el que pueden prestar dinero a los bancos privados. Eso significa que el sistema financiero tenía un acceso casi gratis a dinero fresco, en cantidad ilimitada.

Bajo la expresión recién forjada de quantitative easing (o expansión cuantitativa), se trata en todas partes de variantes modernas de la vieja impresión masiva de billetes.
En total, desde 2008, se ha inyectado en la economía algo como 6.674.000 millones de dólares, lo que equivale al PIB anual de Alemania y Francia reunidas.

El dinero en circulación en los países de la OCDE, es decir el conjunto de les países industriales, se ha triplicado en siete años, mientras la producción de bienes y servicios se estancaba y la circulación de las mercancías no podía absorber este crecimiento inmenso de la masa monetaria. El dinero emitido por los bancos centrales representa hoy en día casi un 30% del PIB mundial cuando solo era un 6% al final de los años 1990. El endeudamiento mundial ya ha superado el de 1946 y alcanzado niveles que, hasta la fecha, solo se podían observar después de las guerras…

Los grupos financieros, grandes bancos, compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos especulativos y buitres, que tienen dinero para invertir en cantidades casi ilimitadas, buscan permanentemente el sector con más ganancia; pero cuanto más crece el dinero en circulación, menos se invierte en la producción. ¿Para qué invertir en la construcción de fábricas nuevas, la fabricación de nuevos medios de producción, si esta producción suplementaria no se podrá vender con beneficio? El capitalismo lleva décadas chocando con su contradicción fundamental entre su capacidad ilimitada de aumentar la producción y los límites del mercado, o sea, el consumo solvente.

Con el aumento del dinero en circulación crece lo que los economistas de la burguesía llaman el “nerviosismo de los inversores”. La expresión se ha vuelto un leitmotiv en todos los artículos dedicados a la economía. ¿Cuál es el “activo financiero”, como ellos dicen, que da más ganancia en un momento dado, aunque sea con un porcentaje mínimo superior al de los demás? Por cualquier alerta, cualquier “información” (verdadera o falsa), cualquier declaración de un responsable de un banco central, cualquier estremecimiento en la economía productiva, cualquier amenaza de crisis social o política, los miles de millones se mueven en un sentido u otro.

La economía capitalista parece un tren que se lanza al vacío a gran velocidad. El conductor y el personal a bordo están al tanto del peligro pero no lo pueden frenar. Los viajeros gritan y piden socorro. Pero nadie hace nada porque este tren no tiene frenos ni hay ningún medio para impedir la catástrofe… Los dirigentes políticos justificaban esta política de dinero fácil, repitiendo como loros que era indispensable para la recuperación económica. Pero desde 2008, la economía nunca se ha llegado a recuperar realmente. En realidad, solo se ha recuperado en el sector financiero.

El dinero cuyo chorro inunda la economía ha sido aspirado casi por completo por operaciones financieras. Con altibajos según la coyuntura del sector, los índices como el CAC 40 siguen una tendencia general al crecimiento pero, al mismo tiempo, si tomamos el ejemplo de la zona euro, la inversión en la producción ha descendido un 15% desde su nivel de 2007. El sistema financiero está enganchado hasta la sobredosis al dinero gratuito que le facilitan los bancos centrales y nunca regresa a la economía productiva bajo la forma de inversiones. Pero ¿qué se puede hacer? Privar a los mercados financieros de esta droga, subiendo el tipo de referencia de los bancos centrales, significa matarlos; pero no hacerlo sería matarlos igual.

El banco central americano se ha pasado el año 2015 vacilando entre los avisos de una subida de sus tipos de referencia y los retrocesos ante la reacción de pánico de los “mercados financieros” y, por fin, una leve alza por primera vez desde la crisis financiera de 2008. Fue una subida muy prudente, el tipo pasó del 0,25% al 0,5%; o sea, la banca sigue gozando de un dinero casi gratuito. En cuanto a la BCE, no duda ni un segundo en aumentar la dosis de droga. Su presidente, Draghi, dijo explícitamente que “no había limite” en su política monetaria, lo que significa, la creación continua de dinero.

Los BRICS en la tormenta

Entre tantos altibajos, aumentan la amplitud y la violencia de los movimientos de capitales. Solo mencionaremos un ejemplo: la inversión masiva de capitales hacia los mercados “emergentes” está siendo sustituido por su huida brutal. En los años después de la crisis financiera de 2008, capitales en búsqueda de rendimientos interesantes se arrojaron sobre la India, Rusia, Brasil, Turquía y, sobre todo, China. El diario Le Monde (26 de enero de 2016) habla de China, cuyo banco central tenía, durante el verano de 2014, 4.000.000 millones de dólares mientras que en 2002, sus reservas de dólares se limitaban a 220.000 millones.

O sea, casi veinte veces más. Pero en el verano de 2014 fue el momento del giro: inquietos ante la recesión de Brasil y Rusia y la desaceleración económica en China, los capitales huyeron tan rápidamente como habían llegado. Las salidas de capitales de los países agrupados bajo el acrónimo de BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) se evalúan entre 300.000 y 400.000 millones de dólares ¡al mes! Los importes son tan enormes que provocan catástrofes bursátiles en los países de donde salen o en el tipo de cambio de su divisa y contribuyen a formar burbujas especulativas en los sitios donde se invierten en masa.

La oleada de capitales en circulación hundió el real brasileño, sacude el rublo ruso y amenaza el yuan chino. Las sacudidas del mercado de divisas repercuten en los intercambios internacionales, con consecuencias sobre la producción. Hasta crean nuevos campos de especulación a la baja sobre la divisa de varios países emergentes. Los dirigentes chinos, cuyo Estado dispone paradójicamente de más recursos que los demás para frenar la especulación contra su divisa, ha llegado a denunciar los fondos especulativos que asesora Georges Soros, en el Diario del pueblo. Recordemos que, en 1992, este gerente de fondos especulativos logró obligar al gobierno británico a devaluar la libra esterlina y quitarla del sistema monetario europeo.

Desde enero de 2014, las divisas de países “emergentes”, excepto China, han bajado un 30% de promedio frente al dólar. Esto significa que, en los países afectados, las importaciones se han vuelto más caras mientras la situación en el mercado mundial no siempre les permite realizar más exportaciones para compensar. Resulta que las clases populares de estos países empobrecen. Esta crisis de los países emergentes demuestra que aunque los intelectuales de la burguesía jueguen con palabras e inventen expresiones, no cambia la realidad: estos países, incluso los más grandes, están sometidos a la ley del gran capital de los países imperialistas y, en este caso, a las numerosas consecuencias de las especulaciones de los financieros.

En la actualidad, los temores de los mercados financieros se centran particularmente en China. Puede parecer paradójico ya que este país tiene un crecimiento económico oficial del 7%, una cifra con la que ni siquiera sueñan los dirigentes de Francia, Alemania o EEUU.

Aun si se toma en cuenta que hay cierta exageración en esta cifra y si se la divide entre dos o tres, la situación económica de China todavía puede darles envidia a muchos otros países. El 27 de enero, Les Échos publicaba en portada “Petróleo, metales, cereales… China sigue importando”. Y hasta se comentaba un alza en sus compras de cobre y níquel.

Pero ahí no está el problema. No está, todavía no, en la reducción de las compras de materias primas por China, sino en la idea que se formarán de ello, para el periodo que viene, los propietarios de los grandes capitales. El problema está en la amplitud de las operaciones especulativas que se han impuesto a los intercambios reales. Bien es verdad que, durante años, la producción industrial china crecía. Los bajos sueldos atrajeron allí los capitales de países imperialistas, Japón, Taiwan, Estados Unidos, pero también Francia y Reino Unido. Gracias a estos capitales y, sobre todo, gracias a sus trabajadores, a la explotación de centenas de millones de personas expulsadas del campo para llegar a aglomerarse en las ciudades industriales, China se convirtió en el “taller del mundo”.

Incluso una parte de los capitales de los países imperialistas que realmente invirtieron en la producción fueron atraídos por cálculos especulativos. Especulación, primero, sobre el crecimiento y enriquecimiento de una burguesía china que pudiera comprar coches de gran cilindrada, artículos de lujo, viviendas de gama alta y fantasías de nuevos ricos. Para satisfacer mejor a esta capa que iba enriqueciéndose, había que estar ahí con sus productos. China atraía también, siguiendo este movimiento, capitales puramente especulativos. La bolsa de Shanghái se ha convertido en uno de los sitios importantes de la finanza mundial, un sitio en el que hay que estar. Y el propio desarrollo ilimitado del mercado chino pasó a ser objeto de especulación.

Sin embargo, el crecimiento económico de China se basaba, en parte, en un vacío, incluso cuando los economistas seguían hablando de su crecimiento con cifras. Las famosas “clases medias” que se desarrollaban en China hasta el punto de atraer a inversiones, desde Renault, PSA (Peugeot y Citroën), Mercedes Benz, hasta Louis Vuitton, grandes empresas de la construcción y muchos otros, se enriquecían sobre todo por operaciones especulativas, en particular en el inmobiliario y la bolsa.

La mayoría de las grandes fortunas que aparecieron en China y pertenecen hoy al “mejor” de las fortunas en el ámbito mundial se han creado en el sector inmobiliario. Con tan solo una desaceleración del sector inmobiliario chino o una quiebra de una multitud de pequeños y medios burgueses a causa de la bolsa de Shanghái, se han producido reacciones en cadena que el final afectaron las previsiones de los grupos financieros.

La prensa económica está llena de reportajes sobre estas ciudades inmensas, artificiales, cuya construcción se emprendió en los tiempos del boom económico y el enriquecimiento de la nueva burguesía china y que hoy en día se convierten en ciudades fantasma antes de que alguien haya vivido en ellas. El diario “Le Figaro” del 27 de enero describe la copia exacta de Venecia, incluso el Gran Canal, que se construyó en Dalian (ex Port Arthur), cuyas propiedades se vendieron con antelación a ricos chinos pero donde, hoy en día, “las viviendas vendidas por más de 2 millones de euros están vacías y el nuevo centro comercial lo recorre el viento.”

Sin embargo, el desarrollo industrial de China provocó muchas otras especulaciones, en particular la que se hizo sobre las materias primas. Si bien China parecía la locomotora de la economía mundial, no fue solo por las necesidades de su industria que subían la demanda de hierro, níquel, cobre etc., sino también porque aumentaba las inversiones especulativas.

Los grandes fondos especulativos se apoderaron de la gallina de los huevos de oro con la compra de acciones de las minas de hierro, níquel, cobre, etc. Pero, ya el año anterior, estos fondos sintieron un peligro y empezaron a abandonar el sector. El retroceso general en las materias primas, que es uno de los aspectos clave de la crisis actual, no solo es el efecto mecánico de la desaceleración de la demanda china sino que expresa sobre todo la huida de las inversiones especulativas que a su vez provocó y sigue provocando la caída de los precios de las materias primas.

Iniciada hace más de dos años, esta tendencia se ha reforzado en 2015: el aluminio ha bajado un 3%, el cobre un 9%, el níquel un 15%, el hierro un 28%. Y esto sin hablar del petróleo crudo que sigue el mismo movimiento pero además con factores geoestratégicos. Las consecuencias de este baile del precio del crudo y del gas ya son catastróficos en Venezuela y empiezan a serlo en Argelia e incluso Rusia.

El descenso no se limita a las materias primas industriales, sino que también afecta la producción agrícola capitalista: el trigo ha bajado un 8% en la bolsa de Chicago, el aceite de palma un 8% también, el maíz un 16% y la soja un 25%.

Igual que el año anterior, esta bajada de precio provoca despidos, cierres de minas, derrumbe de la economía de muchos países cuyo comercio exterior se concentre en uno o dos productos.

La financiarización de la economía

La amplificación y la aceleración de la financiarización de la economía mundial no han aparecido con la crisis bancaria de 2008. Así, según muchos economistas que se lucían sobre las consecuencias de la financiarización acelerada y los peligros que conlleva, comenzar la historia en 2008 es una manera de ocultar que la propia crisis financiera de 2008 es el resultado de toda la evolución anterior.

Esta manera de empezar la historia con la última de las crisis permite denunciar una u otra causa circunstancial —por ejemplo, acusar a los bancos centrales y su política después de 2008— para no hablar de la crisis de toda la economía capitalista. Ésta es la historia de la economía mundial desde varias décadas. Desde aproximadamente principios de los años 1970, la economía capitalista sobrevive dopándose con crédito (y por tanto, deudas) tanto público como privado. La sacuden crisis, más o menos amplias, más o menos generales. El medicamento inventado para superar el brote de fiebre empeora la enfermedad y desemboca en una nueva crisis de fiebre, más grave que la precedente.

La financiarización, que la propia prensa burguesa denuncia y acusa como la amenaza más grave sobre la economía, llevamos hablando de ella desde hace muchos años, constatando que se ha convertido en un aspecto central de la evolución económica durante las últimas cuatro décadas. Hemos afirmado varias veces, incluso en nuestros textos de congreso, que ya no se trata de una de estas crisis periódicas que sacuden la economía capitalista desde su aparición sino de la manera de funcionar del capitalismo de hoy en día. La expresión “estancamiento secular”, recién inventada por economistas burgueses, se encuentra cada vez más en los escritos de varios de ellos.

La política de dinero fácil de los bancos centrales ante el sistema financiero se ve empeorada y acelerada por la financiarización de la economía, con todas sus consecuencias. Aunque sea un suicidio para la economía, no hay señal de que vaya a parar porque esta política corresponde a los intereses del gran capital. Una política de clase. Hasta un economista tan famoso y conocido como Patrick Artus, cuando hace un balance, bastante pesimista, del último periodo, después de afirmar que “la expansión cuantitativa fabrica el alza del precio de los activos”, constata que en realidad “los bancos centrales utilizan estas burbujas sobre los precios de los activos (toda clase de títulos, acciones, obligaciones, etc.), en particular acciones y títulos inmobiliarios, como instrumento de la política monetaria con el objetivo de demostrar los efectos de riquezas necesarias al estimulo de la demanda por el enriquecimiento de los poseedores de carteras.”

Esta frase tan complicada significa que esta política tiene como objetivo el enriquecimiento de los accionistas y toda la jerarquía del gran capital que vive y prospera gracias a la banca y a expensas sobre todo de la clase trabajadora pero también de las capas bajas de la burguesía. Es el triunfo de los accionistas, que se enriquecen tanto por el alza general del precio de las acciones —a pesar de variaciones espectaculares— como por los dividendos que reciben y la recompra de acciones. En 2015, el importe global de estas recompras por las empresas americanas de sus propias acciones ha superado el billón de dólares por primera vez en la historia.

Para que siga produciéndose el traslado de fondos a expensas sobre todo de la clase trabajadora y por el beneficio de los accionistas, es indispensable que los bancos centrales mantengan su política de dinero fácil. Pero solo se trata de aceite en un mecanismo cuya razón de ser es aumentar la explotación de la clase obrera, aumentando siempre con ella la plusvalía que se saca del trabajo de los asalariados, hablemos de plusvalía absoluta o relativa. De ahí, en todas partes de la economía capitalista, presiones para intensificar el ritmo de trabajo y alargar la jornada laboral; de ahí la carrera a la competitividad que los servidores políticos de la burguesía nos presentan como el camino para superar la crisis.

Es una mentira evidente ya que el crecimiento de la competitividad de una empresa o un país no influye en la situación económica general ni tiene el poder de superar la crisis. Solo permite a las grandes empresas interesadas ganar la partida ante sus competidores, mediante un empeoramiento de la guerra comercial.

De la agravación de la explotación que supone esta carrera a la competitividad resulta un crecimiento del total de la plusvalía por repartir entre capitalistas. Este reparto se hace cada vez más en beneficio del capital financiero y por lo tanto favorece al gran capital y sus poseedores, la gran burguesía, mientras una parte cada vez mayor de la clase trabajadora cae en el paro y la pobreza.

El enfrentamiento entre las instituciones oficiales de la gran burguesía (FMI, BCE, Comisión europea) y Grecia, y sobre todo su desenlace, es una de las expresiones más evidentes de la dictadura mundial de la gran banca. En el propio objeto de este enfrentamiento: las instituciones querían imponer al gobierno griego medidas drásticas contra sus clases trabajadoras, en nombre de la deuda acumulada por el Estado griego a lo largo de los años.

Ni siquiera vamos a discutir el punto de que es la propia burguesía, griega o no, la que hizo la deuda y se aprovechó de ella, y no los asalariados, funcionarios, parados o jubilados griegos a quienes se pasa la factura. Pero en el mismo momento en el que se repartían alabanzas de esta deuda, los bancos centrales producían dinero a toda máquina, imprimiendo dinero masivamente en una cantidad a la que no se puede comparar el importe tan grande de la deuda griega. Esto demuestra, si hacía falta, que todo ese mecanismo de la deuda tiene como único objetivo el robo a las clases populares para el beneficio del capital financiero. Todo el resto, los discursos tranquilizadores de los políticos, las explicaciones seudocientíficas de los economistas burgueses no son más que una cortina de humo.

Pero la presión sobre el Estado griego ante la cual el gobierno Tsipras, presentado como de extrema izquierda, cedió como sus predecesores, demuestra también como los Estados se convierten en ejecutantes de la obra menor del capital financiero y la gran burguesía que tiene el monopolio de éste. Los propios Estados o sus asociaciones internacionales garantizan el traslado hacia los bolsillos de la gran finanza del dinero robado a las clases trabajadoras.

Igualmente insistimos varias veces en que este desvío de una parte creciente del gran capital de las inversiones productivas hacia las operaciones financieras no constituye solamente una retención de fondos en la economía por el beneficio de la banca. Modifica el funcionamiento de la economía entera.

Con notar el crecimiento desproporcionado de la finanza respecto a la producción, se resume la dinámica presente del gran capital. Sin embargo, no se trata de dos sectores separados de la economía, menos aún de dos fracciones distintas de la gran burguesía que tiene el monopolio del gran capital. Se trata del comportamiento de los mismos grandes grupos industriales y financieros.

La mayoría de los hechos y acontecimientos de la economía capitalista que parecen caóticos y sin relación entre ellos son la expresión concreta, directa o indirecta, de la financiarización. Desde principios de esta evolución del capitalismo en crisis, hemos tenido que discutir, explícita o implícitamente, con toda clase de corrientes reformistas, estalinistas o antiglobalización, para combatir la idea de que esta evolución es el resultado de una mala política de los Estados y los gobiernos. En su época, estas corrientes acusaban a Thatcher, Reagan y algunos más. Esa gente murió y se enterró hace mucho tiempo pero la evolución sigue amplificándose…

La financiarización no es el resultado de una orientación política. Las políticas en este campo como en muchos otros sirven para justificar la orientación del gran capital, bien con retraso, bien con anticipación. Se trata de una evolución de fondo del propio capitalismo imperialista, y la política de los Estados solo es uno de sus elementos, a veces decisivo, pero un elemento entre otros.

El colonialismo, esta primera forma del imperialismo, no resultó de las decisiones de Jules Ferry o Gallieni. El propio imperialismo, tal como lo analizó Lenin, no resultaba de decisiones de los Estados en los países económicamente avanzados a finales del siglo XIX sino que era la evolución del capitalismo en un momento determinado de su desarrollo y la política de los Estados solo era una de sus expresiones.

No se trata de un mero debate teórico. Nunca lo ha sido, ni menos aún en la época de Lenin. Era una oposición de fondo entre comunistas revolucionarios y reformistas. En esa época, el objeto eran los motivos fundamentales de la Primera Guerra Mundial. Hoy en día, poniendo a juicio exclusivamente a los gobiernos y sus políticas económicas, lo que se busca es difundir la idea de que otra política es posible dentro del marco del sistema capitalista.

La creciente financiarización de la economía, con sus consecuencias catastróficas para la sociedad, es una expresión del parasitismo cada vez mayor del propio capitalismo. Decir que se la va a combatir en base a la economía de mercado y propiedad privada de los medios de producción es una pura estafa.

Los capitales no se conforman con inundar el mercado de los productos financieros sino que llevan a ampliar el mercado constantemente, lo que pasa por la intervención de lo que llaman “nuevos productos financieros”. La creación continua de una multitud de títulos nuevos desempeña el mismo papel en los mercados que la intervención de los móviles y smartphones en el campo de la producción, aunque a otro nivel.

Los productos financieros son, hoy en día, numerosísimos e incontrolables. Se compran y venden a la velocidad de las últimas técnicas usando las interconexiones de nuestra época. Algunos de estos recursos, como el trading de alta frecuencia, ya no necesitan de la intervención humana para aprovecharse del más mínimo desfase entre precios de los productos financieros en las bolsas de todas partes del planeta.

Asalto al sector público

Los capitales privados impulsan cada vez más la ampliación del mercado financiero y, en primer lugar, integrando en éste el sector público y los servicios llamados públicos, los transportes, el sistema de sanidad, el llamado Estado de bienestar, en los que se manejan importes enormes.

Los capitales privados siempre han sido parásitos de los servicios públicos. Aun cuando pertenecía 100% al Estado, la SNCF permitía prosperar a una multitud de proveedores y subcontratas. Pero con la financiarización, los capitales privados entran dentro del sector público para someterlo cada vez más a las leyes del mercado y la competencia, es decir, de la finanza.

Los servicios públicos, como lo llaman todas las clases de reformistas, del PCF hasta los sindicalistas, nunca han estado al servicio del público realmente. Fueron creados, la mayoría de ellos, al final de la Segunda Guerra Mundial, para garantizar los servicios indispensables al funcionamiento de la economía capitalista pero que, en esa época, no proporcionaban un beneficio suficiente como para interesar a los capitales privados. Surgen además de las necesidades políticas de un contexto económico y social peculiar en el que lo más importante era disipar la amenaza de que esta guerra desembocara, como la Primera Guerra Mundial, en unos acontecimientos revolucionarios.

El hecho de que la sanidad, la protección social o una parte de los transportes públicos hayan escapado a la economía de mercado representaba y sigue representando una ventaja para la población. Hay que defender lo que, en el servicio público, favorece a las clases populares, pero no al ”servicio público” en general. Todo lo contrario: hay que subrayar, detrás de la abstracción, la oposición de los intereses de clase.

Sustituir el actual sistema de pensiones por las pensiones privadas, o la protección de la Seguridad Social por los seguros privados, es la expresión de la misma evolución fundamental que representa, por ejemplo, la separación de la SNCF en dos y luego tres entidades que sustituyeron sus relaciones internas(es decir, planificadas) por relaciones comerciales. Y las relaciones comerciales entre ex miembros del cuerpo del Estado significa que se abre un nuevo campo a los bancos, los préstamos y el endeudamiento.

Pasa lo mismo con el sistema de sanidad. En el marco de una evolución a largo plazo, el concepto de rentabilidad se ha introducido en el funcionamiento de los hospitales. Luego, en nombre de la modernización, empezó el endeudamiento. Resulta que los hospitales públicos siguen siendo públicos, puesto que no tienen accionistas privados y por tanto no pagan dividendos; sin embargo, pagan intereses cada vez más elevados a los bancos. Y en realidad el pago de los intereses es uno de los motivos por los que se llevan a cabo reestructuraciones a expensas del personal.

Esta misma evolución explica las dificultades de las colectividades territoriales que vienen, por una parte, de la reducción de los fondos procedentes del Estado, que a su vez resulta del endeudamiento de éste; y, por otra parte, del endeudamiento de las propias colectividades. Otra vez, los bancos las han llevado a endeudarse proponiéndoles productos financieros más o menos sofisticados para financiar la construcción de una piscina aquí, de un centro deportivo allá, unos gastos que hoy en día hacen que se dispara su endeudamiento (ejemplo del banco Dexia).

Recordemos también que las compañías de seguros, entre las cuales las más importantes son grandes grupos financieros, sueñan con hacerse con la Seguridad Social. Desmantelar la Seguridad Social mediante la competencia del exterior o la integración de una de sus partes en la economía de mercado abrirá al sector privado el acceso a importes enormes que a su vez podrán entrar en el baile de la banca y la especulación.

Otra consecuencia de la financiarización, y no menor, es la siguiente: si tanta “liquidez” derramada en la economía beneficia al gran capital, al mismo tiempo acaba con el papel de regulación que desempeñan clásicamente las crisis cíclicas en la economía capitalista. Son estas crisis cíclicas las que regulan la economía anárquica, adaptan a posteriori la producción al mercado solvente, con la brutalidad de las fábricas que cierran, el paro que se dispara y la caída de los precios. Permiten a la economía deshacerse de sus sectores cojos y provocan la concentración cada vez mayor de los capitales; cuando se alcanza el punto bajo, llevan el nuevo arranque de la producción.

En la economía financiarizada, hasta esta regulación brutal es desviada. El carácter anárquico del capitalismo se hace más violento y cada día más desconectado de la economía productiva.

En cuanto a la idea de imponer a los bancos unas reglas de funcionamiento para frenar la fiebre financiera, lo que prometían los dirigentes imperialistas en medio del pánico de la crisis del sistema bancario en 2008, se trata de un mero engaño. La circulación de los títulos financieros se hace cada vez más por entidades que no son bancos: compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos de inversión, fondos especulativos diversos. Crear filiales no bancarias es una de las vías que siguen los bancos que dominan la economía mundial para esquivar las pocas regulaciones que los Estados pretenden imponer. “La locura” que denuncia el título del libro de Patrick Artus no solo es de los bancos centrales sino del sistema capitalista entero. Una locura exacerbada y agravada por la financiarización.

La crisis y la financiarización de la economía han afectado a la clase obrera, empeorando el paro y la precariedad, hasta en los países imperialistas. Además, la división internacional del trabajo que supone modificaciones permanentes en la economía, tiene como consecuencia cambios en la composición de la clase trabajadora y su distribución geográfica.

Las actividades productivas han ido desplazándose hacia los países pobres, donde los salarios son más bajos. En los países imperialistas se ha desarrollado lo que llaman con el nombre muy genérico de “servicios”: las fábricas y zonas industriales que concentran a decenas de miles de trabajadores se ven sustituidas por concentraciones de bancos, compañías de seguros, grandes distribuidoras con su ejército de empleados con salarios que muy a menudo no sobrepasan los de los trabajadores de la industria.

Al mismo tiempo, la crisis y el paro producen el terreno en el que la burguesía y sus servidores políticos pueden incitar a la formación de lo que llaman con pompa microempresas, autoempresas o autónomos. El obrero en el paro que se ha convertido en un vendedor de pizzas en su furgoneta o la trabajadora despedida convertida en costurera a domicilio, no han dejado de ser proletarios. Solo han perdido la poca protección que les proporcionaba más bien la pertenencia a una colectividad que las propias leyes.

Esta disolución de una parte de la clase trabajadora en trabajadores aislados no es, para nada, un progreso. Y resulta significativo que la burguesía de los países avanzados vuelva a descubrir el encanto de lo que, en los países pobres, se llama el “sector informal”.

La putrefacción del capitalismo, del que la financiarización es la expresión, tiene efectos nefastos sobre el proletariado y su consciencia de clase. Favorece el individualismo, el aislamiento y el prejuicio de que “la suerte de cada uno está entre sus manos”.

El futuro pertenece al proletariado

La consciencia de clase del proletariado y su organización en movimiento obrero consciente han surgido a través de muchísimas luchas contra sus explotadores.

La burguesía siempre ha intentado impedir esa toma de consciencia. Desde el principio, incitando a la competencia entre trabajadores, jugando con la aspiración a arreglárselas cada uno por separado. A lo largo del desarrollo económico, añadió otras técnicas a su repertorio, usando las instituciones que le dio la historia: al principio, los curas y sus equivalentes en todas partes del mundo; luego, a partir de un momento determinado, los propios aparatos surgidos en el movimiento obrero, sindicatos, partidos reformistas, etc.

La burguesía ha aprendido a utilizar la diversificación de la clase trabajadora, consecuencia directa del desarrollo económico, para levantar nuevas barreras entre unos y otros, según su categoría, su origen, su estatuto.

Más allá de su diversidad, sin embargo, el proletariado sigue aumentado en número a nivel mundial. Por muy diferentes que sean sus condiciones de existencia entre los distintos países y hasta dentro de un solo país, tienen algo en común y es que no pueden vivir sin vender su fuerza de trabajo, ser explotados. Las necesidades de la producción capitalista integran en una sola cadena los eslabones dispersos a nivel del planeta: desde los niños que, en el Congo, sacan de las entrañas de la tierra, en condiciones infames, los metales raros necesarios para la fabricación de los teléfonos móviles, hasta los jornaleros de los almacenes de Amazon o los vendedores de la Fnac que participan en su venta, pasando por las niñas de 12 o 14 años que ensamblan estas maravillas de la técnica moderna en las fábricas chinas. Son ellos los que hacen funcionar la economía mundial.

La interdependencia de los proletarios de los distintos países que participan en estas cadenas de producción está inscrita en el funcionamiento de la economía capitalista, con la financiarización o sin ella. La burguesía capitalista combate y combatirá inevitablemente cualquier política destinada a desarrollar la consciencia de los trabajadores que están en posiciones distintas en la cadena de producción, lo intentará todo para impedir que demuestren su solidaridad y tomen consciencia de su interés común en unirse en la misma lucha para derrocar la dictadura de la clase capitalista sobre la sociedad. Agudizará las diferencias nacionales o culturales entre unos y otros, las diferencias de nivel de vida, el nacionalismo y otros factores.

Es indispensable oponer a esa actitud de la burguesía una política que tenga el objetivo de desarrollar la consciencia de clase.

La gran oleada revolucionaria que se produjo después de la Primera Guerra Mundial tenía como centro de gravedad las grandes fábricas con sus miles de obreros. En Alemania, por supuesto, pero también en Hungría y sobre todo en Rusia, a pesar del atraso de su economía. En China, algunos años después, el auge obrero de Cantón así como la insurrección de Shanghái fueron llevadas a cabo por un proletariado que integraba en parte trabajadores de los sectores industriales modernos, la industria algodonera o de hilado, los mineros y los ferroviarios, pero sobre todo los culíes, cargadores, conductores de rickshaws —los autónomos de la época— a los que se sumaban centenas de miles de pequeños artesanos y empleados de las tiendas. Todos se juntaron en una misma insurrección proletaria que, aunque vencida, marcó la historia de China.

El verdadero problema del futuro de la sociedad es, pues, el del renacimiento de la dirección revolucionaria del proletariado, o sea de los partidos comunistas revolucionarios y al mismo tiempo el de una internacional capaz de entender los efectos nefastos de la sociedad capitalista y combatirlos.

En 2014, escribíamos en nuestro texto de congreso:

Hace casi un siglo ya, en el momento en que las rivalidades imperialistas hundían al planeta en una Primera Guerra Mundial, Lenin decía que el imperialismo era la «fase senil del capitalismo». No ha sido destruido por el proletariado revolucionario y sigue sobreviviendo. Las leyes de la biología no se pueden calcar en la sociedad humana: una forma de organización social, aún anacrónica desde hace mucho tiempo y senil, solo desaparece cuando la clase privilegiada que se beneficia de ella se ve derrocada por una clase social que lleve una nueva forma, superior, de organización social. La humanidad ha pagado el retraso de la revolución social por la crisis de 1929, la barbarie nazi, una Segunda Guerra Mundial y, tras tres décadas de relativa tregua, una nueva crisis económica y el crecimiento extraordinario del parasitismo de la banca con todas las amenazas que supone.

La pregunta que se plantea ante la sociedad va mucho más allá de la necesidad de defender las condiciones de existencia de la clase obrera, la principal clase productiva de la economía. Se trata del futuro de la humanidad.

La sociedad ya no se desarrolla en base al capitalismo. El futuro de la humanidad depende de la capacidad de la clase trabajadora para elevarse a la altura de su misión histórica, en la que ninguna otra fuerza social la puede sustituir: la misión de acabar con la dominación de la gran burguesía y sustituir la economía capitalista por una organización económica que permita que la humanidad vuelva a emprender su camino hacia adelante.

Nada tenemos que añadir a esta afirmación, excepto la constatación de que la situación económica ha empeorado durante el año 2015 y se presenta aún peor en el principio de 2016, con las consecuencias sobre las relaciones sociales, sobre la vida. “Socialismo o barbarie”: vamos a vivir uno de esos periodos de la historia en los que esta expresión tiene todo su sentido.

4 de febrero de 2016


El 45° congreso de “Lutte Ouvrière”, mayo de 2016