Se cumple un año del inicio de masacre en la franja de Gaza por Israel, con miles de muertos, asesinados por el gobierno de Benjamín Netanyahu. El bombardeo incesante ha acabado con la mayor parte de las ciudades, reducidas a escombros. Según la ONU, el 70% de los campos de granos han sido destruidos y toda la población de la Franja depende de la ayuda humanitaria.
La escalada de violencia de Israel ha llegado al Líbano. El bombardeo de su frontera sur y de Beirut fue seguido de una incursión por parte de las tropas de Israel. Y cortó el principal paso fronterizo entre Líbano y Siria, por donde decenas de miles de personas huyen de los bombardeos. El gobierno de Israel ya había anunciado que seguiría ampliando la ofensiva en la franja de Rafah con «fuerzas adicionales». El ejército israelí ha atacado a Siria, Yemen e Irán y ahora mata en el Líbano; no va a parar.
En esta locura asesina Netanyahu no está solo, tiene el apoyo militar de EE.UU. Y en Europa países como Francia, Alemania, Reino Unido e Italia justifican los ataques llevados a cabo por el gobierno de Israel, incluida España, y lo apoyan activamente. Tras el reconocimiento español del Estado palestino, Pedro Sánchez declaró que «Israel tiene el derecho de defenderse, pero siempre dentro del derecho internacional humanitario». Pedir moderación es cara a la galería, no podría ser de otra forma, pues lo humano hubiese sido detener el envío de armas a Israel desde el minuto uno. Los intereses de los países alineados con Israel, con EE.UU. a la cabeza, marcan el rumbo a Netanyahu. El negocio de la guerra, con todas sus consecuencias, está dando enormes beneficios a la burguesía estadounidense e israelí, así como a la industria subsidiaria en otros países, como España.
Cuándo los líderes sionistas decidieron construir un estado judío sectario en tierras habitadas por los palestinos, condenaron a los israelíes a una guerra sin fin. De oprimido, el pueblo de Israel se convirtió en opresor y en el principal aliado del imperialismo sirviendo a EEUU de gendarme de la zona, de países a los que no ven con buenos ojos, como Irán.
No se puede esperar que los intereses capitalistas se vuelvan pacíficos y humanitarios de la noche a la mañana; no lo harán nunca pues de lo que se trata es de ver quién seguirá dominando esta región, quién controlará el petróleo y demás riquezas de la zona, quién controlará el Canal de Suez y todo el comercio marítimo de la zona.
Por ello no hay solución definitiva para ningún pueblo mientras no se derroque el sistema que los enfrenta, el capitalismo en su búsqueda constante de beneficios. Construir un futuro para todos pasa por la unión de todos los trabajadores y oprimidos, de aquí y de allí.