Este 25 de Noviembre se ha vuelto a celebrar el Día contra la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Desde la derecha quieren aparentar que la violencia machista no existe, sino una especie de violencia sin determinar en la que tanto hombres como mujeres pueden ser víctimas. La realidad desmiente tales afirmaciones: desde que existen registros -años 2003- son ya 1334 mujeres -por el hecho de serlo- muertas a manos de su pareja o ex pareja; en lo que va de año, 39 mujeres asesinadas. El negacionismo de esta situación no va a hacer que el problema desaparezca.
Como cada 25N se han llevado a cabo por muchas ciudades manifestaciones de protesta para repudiar el machismo asesino y agresor; es cierto que las manifestaciones no han sido tan numerosas como la de años anteriores, como también el hecho de que en las principales ciudades ha habido dos cortejos distintos, evidenciando así la división del movimiento feminista.
Son muchos los comentarios que culpabilizan al movimiento feminista, por su división, de la menor afluencia a estas manifestaciones. La división viene de aproximadamente tres años atrás y el epicentro son los distintos puntos de vista sobre la ley trans, el tema de la prostitución -abolicionistas contra regulacionistas-, la Ley de Libertad Sexual, el consentimiento… Cierto es también que los actos contra el machismo y la violencia contra las mujeres se han convertido, en muchos casos, en actos muy institucionalizados, donde los políticos “progres” se tiran los trastos a la cabeza unos contra otros.
Más allá de las divisiones, más allá del negacionismo de la derecha y de sus jóvenes cachorros, esta lucha debe continuar porque la violencia contra las mujeres impera no solo en estas trágicas muertes anuales, terribles, sino también por todas partes, incluso en la sanidad, de forma incluso institucional, como recordaban en Sevilla las víctimas por los cribados del cáncer de mama. ¿Qué decir de los fallos en las pulseras de los maltratadores? ¡Sin palabras!
Las calles hay que volverlas a tomar para denunciar no solo a los maltratadores particulares sino también a todas las instituciones, incluidas las “progresistas”, que recortan presupuestos habiendo vidas en juego, entre otras cosas. Hay que mirar hacia delante y sacar todas las consecuencias de las injusticias y desigualdades, de todas las opresiones -donde la de la mujer es una de las más odiosas-, pero también de la violencia racista, económica, laboral…, y comprender que ninguna ley va a cambiar pensamientos profundos y prejuicios alimentados por el poder de los que tienen dinero, dinero de verdad, por los poderosos, a los que no conviene nada que las mentes de mujeres y hombres avancen y lleguen a comprender que son sus riquezas el origen de todas las desigualdades y violencias.
Hay que imponer y arrancar a los sucesivos gobiernos leyes que permitan avanzar pero sin perder el norte que el verdadero cambio no vendrá de ninguna ley sino de la lucha y de las conquistas sociales. Por ello es necesario volver a conseguir una verdadera movilización de hombres y mujeres, de trabajadores y trabajadoras, de la población en general, para avanzar en la concienciación y en la comprensión de que somos los y las trabajadoras los que movemos el mundo y producimos riquezas suficientes para acabar con muchas desigualdades e ir sentando las bases de un mundo mejor. ¡Le pese a quien le pese!

