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Vegetarianismo, veganismo y antiespecismo

En España como en muchos otros países, existen asociaciones que denuncian el maltrato a los animales en la industria alimentaria, en los mataderos —sin hablar del movimiento contra la corrida de toros.
Desde hace unos años, se ha desarrollado una corriente ideológica que defiende una alimentación exclusivamente vegetal y encuentra resonancia esencialmente en la pequeña burguesía y la juventud.
La preocupación por el sufrimiento animal es fundamentalmente progresista y es positivo que estos problemas se debatan en la sociedad. Los marxistas siempre hemos considerado al ser humano como un producto de la naturaleza; de ahí que su condición le impone respetarla.
Sin embargo, la organización social actual impide solucionar estos problemas. La economía capitalista basada en la propiedad privada de los medios de producción imposibilita la planificación de la actuación humana y nadie controla sus consecuencias. Obviar este obstáculo ante el progreso humano, ante el desarrollo de una gestión armoniosa de la actividad humana en el medioambiente es silenciar lo esencial.
Una realidad que pocos animalistas mencionan es la realidad del trabajo en los mataderos: un trabajo duro, físico, y que deshumaniza a causa del sufrimiento de los animales. Una parte del problema está ahí: los mataderos, las granjas industriales están sometidos a la presión del beneficio capitalista (indirectamente por los recortes en el caso de los mataderos públicos).
Algunos, que no quieren cuestionar la organización social y económica actual y por lo tanto eluden las verdaderas causas, prefieren promover el vegetarianismo —no comer carne— o el veganismo —no consumir ningún producto procedente de la explotación de animales.
Estas actitudes pueden parecer consecuentes al nivel individual pero, en el fondo, son irrisorias.
El que renuncia a comer carne tiene que alimentarse de una manera u otra. Ahora bien, ¿qué producción alimenticia se salva de la opresión y la explotación? Las lechugas y los tomates no sufren, pero sí los trabajadores de los invernaderos y del campo, así como los de toda la industria agroalimentaria, donde la explotación más feroz es la regla —en particular para los trabajadores inmigrantes.
Las asociaciones animalistas no parecen indignarse tanto ante la barbarie de la condición humana en todo el planeta. Desde las minas del Congo o Bolivia en las que trabajan niños hasta las redes anti suicidio instaladas por Foxconn en sus fábricas de iPhone, en China, no faltan los ejemplos de esta barbarie. Toda la economía está basada en la explotación. Se trata de combatir este sistema de raíz y no únicamente tal o cual aspecto. Los comunistas luchamos por la emancipación de todos los oprimidos y la construcción de una sociedad en la que se organice la producción democráticamente, a escala mundial, para responder a las necesidades de todos.
Los veganos radicales quieren que se abandone ya toda producción de carne o pescado. No se preocupan por las consecuencias para las cientos de millones de personas en el mundo que no comen lo suficiente o sufren carencias alimentarias.
Otra teoría que está de moda es el “antiespecismo”. Se inventó el concepto en los años 1970, derivándolo del concepto de antirracismo. El problema es que esta analogía es falsa: las razas humanas no existen, está científicamente demostrado. El racismo no es el producto de la existencia de razas sino de la división de la sociedad en clases sociales, porque es una ideología al servicio de los poseedores. Al contrario, las especies son una realidad biológica. Entre las especies no hay luchas de clases ni guerra “especista”, sino la evolución.
La evolución llevó a la humanidad a convertirse de predadora en productora, y esta etapa fundamental se basó en la domesticación de animales, la ganadería y la agricultura. Fue tan radical que los científicos la llaman la revolución neolítica.
Diez mil años después, ¿podría la humanidad prescindir de la producción de carne? Basta con una mirada a las cifras de malnutrición y crisis alimentarias para contestar que no. En una sociedad futura, ¿cómo se alimentarán los humanos? ¿Cuáles serán sus relaciones con los animales? Son preguntas legítimas. Pero la emergencia está en acabar con la desigualdad social y la propiedad privada. De lo que será capaz de realizar una sociedad comunista a escala mundial, sólo podemos decir que se abrirán posibilidades inmensas.
El comunismo no es la solución a todos los problemas. Pero es el único camino para que la humanidad esté en situación de controlar su propia sociedad, hasta ser capaz de cambiar, entre otras cosas, su manera de alimentarse y sus relaciones con el resto del mundo animal.