Desde finales de septiembre, y a pesar del control informativo que ejerce el estado marroquí, se están llevando a cabo protestas en Marruecos, de miles de jóvenes, en un movimiento que se ha venido a llamar “Generación Z 212”, debido a la generación nacida entre 1995 y 2010. Miles de jóvenes han salido a las calles exigiendo reformas urgentes en educación y salud, denunciando la corrupción, el desempleo y las prioridades “faraónicas” del gobierno, como la construcción de estadios para el Mundial 2030 en detrimento de servicios básicos.
La situación para los jóvenes en Marruecos, para toda la población trabajadora en general, no es fácil: aunque los medios oficiales no la consideran una dictadura, -hay que ser muy, muy ciego o tener muchos, muchos intereses- tampoco es una democracia al estilo usual; se trata de una monarquía “constitucional y parlamentaria” donde el rey aglutina todo el poder político, siendo jefe de Estado, jefe de las Fuerzas Armadas y líder religioso -“Comendador de los creyentes”- nombrando directamente al primer ministro y a los ministros de áreas claves; controla el poder judicial, puede incluso disolver el parlamento, vetar leyes y gobernar por decreto. Como Juan Palomo.
Numerosas ONG, clasifican a Marruecos como un país con “déficit democrático”, entre otras cosas, por su represión de la disidencia. En numerosas ocasiones han sido detenidos activistas, periodistas, opositores… Este ambiente opresor y dictatorial no ha impedido que la monarquía española haya cultivado con la monarquía alauí, “descendiente del profeta Mahoma”, excelentes lazos diplomáticos, derivando incluso en amistad fraternal y personal entre los monarcas. ¡Se ve que no hay mucha grandeza en sus estómagos! Así mientras el negocio de las infraestructuras y el mundial de 2030 enriquece a la burguesía marroquí, internacional y española; Marruecos, enfrenta una profunda crisis socioeconómica: algo menos de la mitad de su población tiene menos de 30 años; gran parte de ella sueña con una vida mejor en otros países pues el desempleo juvenil alcanza casi el 40%, con datos del primer trimestre de 2025.
La “chispa” de las protestas fue la muerte de ocho mujeres embarazadas en un hospital público de Agadir en septiembre de 2025 por falta de servicios de urgencia, sumada al segundo aniversario del terremoto del Atlas (8 de septiembre de 2023) sin avances en la reconstrucción.
Con este panorama a nadie puede extrañar que a finales de septiembre haya habido manifestaciones en varias ciudades: Rabat, Casablanca, Tánger, Marrakech, Agadir, etc. Estos jóvenes se organizan en distintos colectivos no formales, entre los que destaca Gen Z 212. Su protesta evidencia su falta de futuro, denuncia el alto desempleo, la insuficiencia de servicios públicos, especialmente Sanidad y Educación y claman por una mayor justicia social y contra la gran corrupción imperante. Frente a tantas carencias estos jóvenes se indignan por los grandes gastos que está ocasionando la organización y creación de infraestructuras para el próximo Mundial de Fútbol en 2030, mientras ellos no ven futuro alguno. Por supuesto las autoridades tratan de impedir concentraciones y acallar las protestas, pero el malestar en Marruecos viene de lejos.
Por este malestar, ya hubo en 2011, el Movimiento del 20 de febrero, que exigía reformas políticas comparables a las de la Primavera Árabe: mayor transparencia, menos corrupción y la reducción del poder del rey. En 2016 y 2017, fue el Rif el que se levantó contra la discriminación y dónde se exigían mejores servicios públicos; hubo arrestos masivos y condenas a prisión durísimas, de hasta 20 años. Ha habido muchas más protestas, por el pan, contra la inflación, estudiantes protestando contra el autoritarismo y la mala situación económica, etc.
Así pues, lo que nos llega actualmente de Marruecos no son disturbios sino una protesta legítima y necesaria contra tal estado de cosas. Según ciertos medios uno de sus eslóganes es: “El régimen marroquí no es viable. El levantamiento popular es inevitable”. Reclaman, con toda razón “Libertad, dignidad y justicia social” o “Hay estadios, ¿pero dónde están los hospitales? ¡No queremos el Mundial, queremos Sanidad! Las protestas también están siendo solidarias con el pueblo palestino.
Estos jóvenes tienen toda la razón al salir a protestar y denunciar los altos presupuestos destinados al Mundial mientras en los hospitales hasta simples embarazos terminan en tragedias, están colapsados, sucios y desabastecidos de todo, incluido personal sanitario. Pero el régimen está actuando como es habitual: ha habido numerosas detenciones; de hecho la AMDH, Asociación Marroquí de Derechos Humanos, ha informado de más de 70 detenciones tan solo en Rabat y al tiempo que esto se escribe dos manifestantes muertos por la represión policial. Es lo habitual, la policía dispersa las manifestaciones, se impiden concentraciones pacíficas y solo hablan de disturbios… En Marruecos, las autoridades no suelen ofrecer cifras sobre el número de manifestantes. Y mucho menos cuando prohíben las protestas. Pero, más allá del número de asistentes, el malestar de la población es manifiesto y lo demuestra el hecho de que las protestas se han extendido por varias ciudades.
Mientras esto ocurre en el país vecino, el “gobierno más progresista de la historia” calla. ¿Por qué? Porque con Marruecos hay innumerables lazos comerciales, siendo uno de los principales socios comerciales de España en África, no solo a nivel de exportaciones (automoción, maquinaria, alimentos, productos químicos) sino también de importaciones (fosfatos, textiles, hortalizas, frutas…) España tiene en suelo marroquí una gran inversión en energía renovables, infraestructuras y también turismo. Son más de 360 empresas españolas establecidas en Marruecos, entre ellas Abengoa, Acciona, Sacyr, Barceló, Indra, Ferrovial, ACS… Además, tiene un acuerdo de cooperación con Marruecos para el control de fronteras cara a la inmigración, siendo el país vecino el gendarme de España y de la UE para frenar la llegada de trabajadores migrantes a suelo europeo.
Estos jóvenes y los trabajadores de Marruecos deben convivir a diario entre la miseria y la precariedad instalada en sus barrios y las grandes fortunas, como las del propio rey Mohamed VI y el primer ministro Aziz Akhannouch. Y llevan razón en su grito de protesta. Pero el «sistema» que los oprime y que deben derrocar no es solo el aparato estatal, policial y militar que los quiere callados y maniatados, dóciles, no es solo la monarquía aluita, es todo el sistema capitalista, el sistema empresarial que da migajas a unos para despojar a tantos y enriquecer a una burguesía multimillonaria. Es el sistema capitalista el que ha sometido no solo a Marruecos, sino a todo el planeta, a una precariedad creciente para que se enriquezcan un puñado de ricos. Los jóvenes en Marruecos, los trabajadores allí como aquí, están unidos por la misma cadena de explotación. Por eso la suerte de los jóvenes y trabajadores en Marruecos nos concierne, se trata de nuestra misma suerte.