La tragedia provocada por desastre natural de gota fría ha causado, hasta el momento de escribir este artículo, la muerte de más de 231 personas, 17 desaparecidas y daños materiales que ascienden a cientos de millones de euros. Las tormentas más violentas que se registran desde hace años han dejado una verdadera catástrofe para zonas de la península donde la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) ha sido más virulenta. Son las peores inundaciones desde hace 75 años en Valencia y también en Castilla-La Mancha, las más afectadas por el temporal.
Pero a este desastre natural lo acompaña el desastre social y económico producto no sólo de una nefasta gestión de los políticos al mando de estas comunidades y del gobierno central, sino también producto de la sociedad y economía en la cual vivimos. Los desastres naturales no son evitables, por ahora, pero sí sus consecuencias económicas, sociales y en vidas humanas si se aplicaran la ciencia, la racionalidad y la solidaridad humana, en vez de la primacía de los intereses y negocios de la patronal y de los politiqueros de turno. Estos, echándose la culpa unos a otros, han sido incapaces de anticipar y aminorar el desastre para las comarcas más afectadas.
No sólo son los políticos culpables, es el caos del sistema capitalista
En realidad estamos ante un escándalo político y social de una sociedad en manos de una oligarquía capitalista que domina – el Ibex 35- que solo mira por los intereses económicos de sus grandes empresas y bancos a costa del erario público, la precarización de la clase trabajadora y la privatización-deterioro de los servicios públicos.
En primer lugar tenemos que decir que muchas de estas vidas humanas que se ha llevado la salvaje meteorología, hubieran podido salvarse si los responsables políticos de la zona y las empresas hubieran tomado en serio las predicciones de la AEMET. Recordemos que la Agencia Estatal de Meteorología agrupa a científicos expertos en estos fenómenos atmosféricos que habían declarado la peligrosidad, la alerta roja, para las zonas donde se descargaría la furia de la naturaleza. En efecto, la AEMT había alertado el 26, 27 y 28 de octubre del peligro que se avecinaba. La Agencia Estatal actualizó la alerta por lluvias y decretó el nivel rojo a las siete y media de la mañana del martes 29. No fue hasta las 20:12 horas del martes que el gobierno valenciano activó las alertas cuando ya miles de personas estaban atrapadas en la catástrofe.
Además la eliminación de la Unidad Valenciana de Emergencias en 2023 de la Generalitat valenciana por el actual gobierno del PP y Vox y la no activación de los protocolos de Víctimas Múltiples hasta el mismo día de la catástrofe meteorológica, la tarde noche del martes, provocó que la catástrofe natural se convirtiera en humana por la negligencia de los responsables políticos.
El presidente de Generalitat valenciana Carlos Mazón, el mismo martes por la mañana –día en el que empezó la DANA– teniendo la información de los organismos de prevención de emergencias de lo que estaba pasando y de lo que podía pasar, auguraba —en un tuit que ha sido borrado de su cuenta oficial— que el temporal se estaba desplazando hacia la sierra de Cuenca y sobre las seis de la tarde disminuiría su intensidad en el resto de la comunidad. Escribía en el tuit: “la emergencia situación 1 está en la comarca de la Ribera Alta” y que hay “alerta roja por lluvias en todo el litoral e interior norte de la provincia de València que va a estar vigente, en principio hasta las 18.00 horas” (diario.es).
En segundo lugar muchos de los afectados vivieron la catástrofe mientras trabajaban, tras negarse sus empresas a desalojar sus locales comerciales y obligando a sus empleados a mantener sus horarios laborales intactos. Y las redes sociales han sido testigo de ello. Este ha sido el caso de compañías como Mercadona e Ikea, o incluso empresas de reparto como Glovo y Uber Eats. Ya fue con la pandemia cuando quedó demostrado que la clase trabajadora en una sociedad capitalista se reduce solo a mera mercancía para producir plusvalía para el gran empresariado, pero ahora con las inundaciones provocadas por la DANA, volvemos a ver otra vez cómo son los trabajadores quiénes asumen realmente los riesgos, poniendo en riesgo hasta su vida para asegurar los beneficios de las grandes superficies como Mercadona o IKEA. Es más que evidente que la vida de los trabajadores les importa bien poco a los capitalistas, excepto para producir.
En Bonaire, un centro comercial de Valencia, una trabajadora decía por las redes sociales: “estamos atrapados en el Bonaire cientos de trabajadores. No nos han dejado irnos nuestros superiores, tampoco tenemos comida, ni un sitio para sentarnos porque Cinesa no se hace responsables…” esto es simplemente terrorismo patronal que introduce el miedo en los trabajadores y así obtener sus buenos beneficios a costa de ellos. Está radicalmente claro que sus beneficios están por encima de las vidas humanas.
No hablemos de los ancianos muertos por las trombas de agua o las familias atrapadas en los automóviles. Hay personas que a fecha del 30 de Noviembre seguían atrapadas en su coche sin poder salir, sin contar las fallecidas en las trampas mortales de los aparcamientos o casas.
En tercer lugar hay que explicar que en una sociedad donde la tecnología nos permite comunicarnos en tiempo real y con los medios de comunicación actuales no se entiende que el viernes 1 de noviembre no se hubieran restablecido las comunicaciones porque no había medios preparados para la eventualidad; esto es así porque el deterioro y privatización de todos los servicios públicos, desde la sanidad a los servicios sociales, como los medios de prevención, están en una situación calamitosa y temiendo por el colapso en cualquier emergencia. Este fenómeno de externalización de los servicios públicos es la manera de obtener beneficios privados las grandes compañías. Es la otra cara de las subcontrataciones de las grandes empresas: ahorrar costes salariales a costa del trabajador y los salarios y con ello la precarización generalizada del mundo del trabajo.
El negocio de la reconstrucción
Una lluvia de millones de euros dicen que se van a repartir entre los afectados por la catástrofe. Naturalmente son necesarias, pero el problema, más allá de que lleguen en condiciones a los verdaderos afectados, está en los millones de euros que irán a parar a las empresas que tendrán que reconstruir lo destruido. Y como siempre la red de grandes empresas unidas a sus políticos tiene un buen negocio entre manos. Un negocio a costa de los trabajadores y de los damnificados.
El consejo de ministros ha ido aprobando paquetes de ayudas para los damnificados por la DANA. A mitad de diciembre el gobierno central ha concedido ayudas directas para paliar daños personales, daños materiales en vivienda y enseres, daños en establecimientos y comunidades de propietarios, gastos de corporaciones locales etc., por un total de 16.511.280 €. Ayudas directas a empresas y autónomos presentadas ante la Agencia Tributaria: con un importe total abonado: 290.867.299 €. Además de ayudas a los agricultores con más del 40% de daños… Se dice que son más de 200 millones de euros lo que ya se han liberado. No obstante, los damnificados deben ser muy cautos habida cuenta de lo que vienen siendo las promesas del gobierno, el ritmo al que luego llegan tales ayudas para el ciudadano de a pie, y la cuantí́a final de la misma. Si llegan.
Por su parte, el gobierno autonómico de Carlos Mazón ha adjudicado también millones de euros, muchos por vía de emergencia, ósea a dedo, para reparar daños en infraestructuras y, como no, algunas de las empresas adjudicatarias no son trigo limpio y aparecen vinculadas a tramas como la Gürtel o Taula. Este personaje, además, con una desfachatez total, ha aprovechado todo el revuelo de las ayudas y ha quitado el tope salarial para altos cargos de su gobierno camuflándolo en un decreto de ayudas de la DANA; una subida salarial encubierta, en definitiva.
Estas oportunidades de negocios tras las catástrofes, guerras, desastres naturales, etc., siempre se dan bajo el capitalismo. Es aquí donde se ve de forma nítida los lazos y relaciones de los políticos con la trama empresarial. Lo que es una catástrofe para la mayoría de la población afectada en Valencia y muchos de sus pueblos, son oportunidades de negocios para unos cuantos.
El dinero de la reconstrucción es dinero público y no debe servir para lucro de las empresas más grandes y vinculadas al lodo de la corrupción. Para que la reconstrucción fuese cierta y el dinero público no sea trasvasado al balance contable de las empresas, que harán lo mínimo, toda ella debería estar organizada, decidida y supervisada por los propios vecinos en comisiones, porque nadie mejor que ellos saben qué necesitan, y como supervisarlo.
El sistema económico y social del capitalismo, tocando fondo
Históricamente el ser humano ha luchado por sobrevivir a las inclemencias de la naturaleza y esta lucha ha sido posible gracias a la racionalidad y a la ciencia que ha permitido, junto al apoyo mutuo, es decir la solidaridad social, nuestra supervivencia. Durante miles de años el hombre como ser sufriente ha buscado en las religiones y la superstición el opio que le permitiera alivio del dolor. Y fue la evolución social que, desarrollando la ciencia, pudo hacer frente y aliviar realmente el sufrimiento humano y no solo el adormecimiento del dolor. El terremoto de Lisboa en 1755, del 1 de noviembre, cogió a miles de personas en las iglesias. En esa época no se podía prever las consecuencias, ni anticipar la catástrofe. Era, para las clases dominantes y la mentalidad de la época en manos de la religión, el “efecto de las leyes eternas creadas por un dios libre”, era “la venganza divina, su muerte es el precio de los crímenes” en palabras de Voltaire. Y fueron estos intelectuales llamados más tarde ilustrados, los que comenzaron con la razón y no la superstición, a explicar estos fenómenos de la naturaleza.
Fue Rousseau quien, comentando este mismo desastre, explicaría que “la mayor parte de nuestros males físicos son obra de nosotros mismos” y “que los males que nos produce la naturaleza son menos crueles que los que nosotros le producimos a ella”. Y explicaba así las causas producidas por el desastre: “en cuanto a lo sucedido en Lisboa, convenga usted que la naturaleza no construyó las 20 mil casas de seis y siete pisos, y que, si los habitantes de esta gran ciudad hubieran vivido menos hacinados, con mayor igualdad y modestia, los estragos del terremoto hubieran sido menores, o quizás: inexistentes.”
En nuestro país denunció Blanco White en “Cartas de España”, esa irresponsabilidad de los políticos y autoridades en Sevilla, que durante la epidemia de fiebre amarilla de 1800 tomaron la decisión de hacer rogativas y procesiones para pedir al “santísimo” frenarla. Naturalmente la epidemia se extendió más, con los cortejos y procesiones, y mató a cientos de personas por no seguir los criterios de la medicina de esa época, que proponía el aislamiento para frenar el contagio.
Siglos más tarde, la corrupción y la decadencia de un sistema y su régimen político vuelven a ser irracionales a la hora de enfrentarse con un desastre provocado por la naturaleza. En nuestro caso no son las rogativas y la superstición religiosa, pues las procesiones y las fiestas religiosas han quedado como espectáculos turísticos y divertimento local, pero son la corrupción política y el negocio de la patronal las que dominan, el sistema capitalista, que aun habiendo desarrollado la ciencia y tecnología de una forma increíble, provocan y aumentan las catástrofes porque sus objetivos son sus beneficios y negocios y no el bien común.
La destrucción general en Valencia y las personas que han muerto, no han sido causadas por el destino inevitable de las fuerzas de la naturaleza; lo han sido por ir a trabajar obligados por sus empresas y por las autoridades y organismos competentes que no declararon el peligro a tiempo cuando desde hacía días se sabía.
Finalmente vivimos en una sociedad donde los medios científicos, tecnológicos y humanos están desarrollados hasta tal punto que sabemos cuándo puede pasar una catástrofe, existen los medios para combatirlos, pero están en manos de la propiedad privada, de una burguesía rapaz que, con sus políticos corrompidos, solo buscan la codicia.
Hoy se vuelven actuales las palabras del Manifiesto Comunista: “Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.” El sistema económico y social del capitalismo provoca y/o acrecienta estas tragedias. Por ello la solución real a estos problemas solo puede venir si todos los medios de producción, de intercambio y de servicios se convierten en colectivos, públicos y en manos de los que en realidad los hacen funcionar: el mundo del trabajo.