Tras Ramadi, capital de la provincia de Al Anbar, región al noroeste de Irak y la frontera con Siria, la organización Estado Islámico (EI) ha tomado posesión de Palmyra, en Siria, el 21 de Mayo y luego siguió su progresión a lo largo de la frontera con Siria. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), el EI habría ejecutado al menos a 217 personas partidarios del régimen de Bashar al-Assad, incluyendo civiles, desde que se hizo cargo allí desde hace 9 días de parte de la provincia siria de Homs, que incluye Palmyra. Sin embargo, la cifra podría ser mucho mayor.
Tanto en Siria como en Irak, los avances del EI han impulsado a huir a miles de personas. Desde enero de 2014, y especialmente desde su avance fulgurante en junio del mismo año, el EI continua su progresión en un territorio a caballo entre Siria e Irak, base del «Califato» que su líder Abu Bakr al-Baghdadi dice querer instaurar.
El imperialismo americano comenzó en agosto los bombardeos aéreos, para tratar de contrarrestar el avance del EI, apoyándose por la conmoción creada por la barbarie de los yihadistas. Pero la desestabilización de toda la región es el resultado directo de años de ocupación y de las guerras en Irak en 1991 y 2003. Como cada vez que el imperialismo interviene para extinguir incendios que él mismo ha provocado, directamente o a través de los poderes locales interpuestos, el incendio se aviva en más sitios y con más intensidad.
En Irak, para combatir a las milicias suníes del EI, el actual gobierno iraquí liderado por Haider al-Abadi no tiene más poder que el de Nouri al-Maliki reemplazado bajo la presión de la administración americana. Se ve obligado a recurrir a milicias, de mayoría chií, como la milicia Badr. Estos, al igual que los del EI, han cometido atrocidades en los últimos meses en las zonas conquistadas. Amnistía Internacional ha denunciado desapariciones, secuestros y ejecuciones de prisioneros de los que son responsables. El temor que inspiran también provoca el desplazamiento de decenas de miles de iraquíes, creando zonas suníes o chiíes, incluso allí dónde la población vivía mezclada, avivando el odio entre comunidades.
Los poderes locales como Arabia Saudita, Qatar e Irán, que están compitiendo por el papel de gendarmes del imperialismo y a través de los cuales Estados Unidos trata de controlar la situación, arman y financian numerosas milicias chiítas o sunitas que compiten con las del EI. En Siria, los Estados Unidos dejaron a Arabia Saudita abastecer de armas a las milicias sunitas, que más tarde formaron la organización del EI para debilitar el régimen de Bashar al-Assad. El rápido crecimiento de los combatientes del EI fue la reacción de esta política.
Mientras la situación continúe pudriéndose, las poblaciones están atrapadas entre las diferentes bandas armadas de yihadistas y los ejércitos imperialistas, y pagan a un precio exorbitante la dominación imperialista en la región.