Las elecciones en Alemania muestran a las claras el giro a la derecha. Con la menor abstención desde 1990, en medio de un ambiente marcado por la guerra de Ucrania, las tensiones con EEUU y los propios atentados sufridos, los conservadores de CDU ganan las elecciones con casi un 30% de los votos; su líder, el multimillonario Merz, representa el ala más a la derecha del partido de la excanciller Ángela Merkel. Por su parte la extrema derecha, Alternativa para Alemania (AfD), ha sido la segunda fuerza más votada; duplica sus resultados con un 20,8%, el mejor desde su fundación en 2013.
Mientras aquí en España Vox se frota las manos, la población en general de izquierdas se muestra preocupada, con razón, y se pregunta el motivo de la derechización. La respuesta es clara: sobre todo es por la decepción y la rabia contra la política de los socialdemócratas y los Verdes en el Gobierno, que ha sido responsable del fuerte deterioro económico que vive el país, con despidos masivos y pérdidas de derechos sociales hasta tal punto que la pobreza aumenta visiblemente.
Al otro lado del espectro político, el llamado partido de izquierda radical, Die Linke, ha hecho progresos significativos, pasando de menos del 5% de los votos al 8,8%.
Las elecciones en Alemania han sido aquí muy comentadas, tanto por la derecha y extrema derecha que ven reflejados los avances en sus propias filas, como por la izquierda “progre”, pues los resultados de Die Linke también les infunde esperanzas; este voto significa que varios millones de votantes, y alrededor del 25% entre los jóvenes, han optado por decir no a la política de austeridad de los principales partidos, no a la militarización, no a la caza de migrantes.
Sin embargo, harán falta algo más que esperanzas para evitar la creciente precariedad en el mundo del trabajo; hará falta que los propios trabajadores se organicen y pongan freno a los desmanes del capital y sus empresarios, siempre a la caza del beneficio.