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Uber, Airbnb, Blablacar… ¿“nueva” economía o viejo capitalismo?

Las plataformas en Internet como Uber, Airbnb o BlaBlaCar siguen ganando terreno en la vida diaria y la eco- nomía. Gracias a las nuevas tecnologías y al uso de los smartphones conectados a Internet, ponen en relación oferta y demanda rápidamente y modifican la manera de consumir.

Muchos economistas y políticos alaban esta economía “colaborativa” que, se supone, crea miles de empleos… El americano Jeremy Rifkin, por ejemplo, hace su elogio, hablando de una tercera revolución industrial. Él y otros teo- rizan el paso de una economía de mercado a una economía de redes y bienes compartidos, en la que la propiedad ya no tendrá tanta importancia. Pensar esto es empequeñecer arduamente el peso de la división de la sociedad en clases y el de la burguesía con sus capitales.

Para hacer funcionar correctamente una plataforma de intermediación como Uber o BlaBlaCar, hace falta inge- nieros informáticos y un material de calidad, lo cual supone costes. Además el interés de las plataformas es poner en relación al máximo número de particulares con su oferta y demanda, por lo que son empresas grandes, con capitales suficientes, las que conquistan el mercado. Y cuando domina una plataforma, ¿para qué dirigirse a otra pequeña, si es ésta la que reúne a más proveedores y clientes potenciales? Así se produce una fuerte concentración.

El caso de BlaBlaCar es interesante. En 2006, un inversor francés que tenía su propia plataforma de coches com- partidos compró una más famosa, Covoiturage.fr, y con la introducción de algunas mejoras la convirtió en la web de coches compartidos más utilizada en el país galo. En 2009 se desarrollan aplicaciones para smartphones; en 2010, un fondo de inversión le da un millón de euros para seguir desarrollándose y en 2011 obliga a los usuarios a pagar en línea, con lo que la web cobra una comisión. Luego la empresa se extiende por Europa y cambia de nombre para lla- marse BlaBlaCar; compra el competidor alemán Carpooling y ahora tiene a veinte millones de usuarios desde Améri- ca Latina hasta la India. Las comisiones siguen subiendo, mientras que la empresa BlaBlaCar, con sus 450 empleados, está valorada unos 1.200 millones de euros. ¿Colaborativo, en serio?

En realidad, estas plataformas monetarizan todo lo que los hombres pueden producir como bienes o servicios. Por supuesto, utilizan la evasión fiscal a gran escala. Y otro aspecto que nos afecta más directamente: aprovechando el retraso de la ley sobre la tecnología, desarrollan nuevos tipos de precariedad laboral. En general, las plataformas no contratan a los que proponen servicios: sólo los ponen en relación con sus posibles clientes. Así el “proveedor” (por ejemplo el conductor de Uber) parece libre, elige sus horarios y nadie lo obliga a trabajar. Pero en la práctica, las comisiones que cobran las plataformas hacen que es imposible sacar algo de dinero si no se trabaja muchas horas.

¡En Uber son del 20%! En estas condiciones, un chófer de Uber que trabaja 60 a 70 horas semanales apenas llega a  los  900  euros mensuales…

Así pues la “uberización” ha empezado a significar la precarización de alta velocidad. Frente a este fenómeno, los propios trabajadores de estas plataformas se defenderán con las armas de la lucha de clase. El primer paso es tomar consciencia de las relaciones de clase, muchas veces implícitas, que están detrás de las plataformas. En 2015, los conductores Uber de California consiguieron el estatuto de trabajadores de la empresa, lo cual les permite tener relaciones entre ellos y defenderse mejor. Pero no es en el terreno jurídico sino en el de la lucha de clases dónde se librará la batalla. Hará falta huelgas, manifestaciones, organización de los trabajadores. El pasado mes de agosto, los repartidores de Deliveroo en Londres hicieron una huelga contra la baja del precio de su servicio. Éste es el camino. Las plataformas y el uso de Internet llevan muchas promesas pero la economía sólo podrá ser “colaborativa” en una sociedad en la que los recursos se gestionen en común y nadie pueda aprovecharse para sacar ganancias del trabajo de otros; es decir en una sociedad  comunista.