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Trump vence a Clinton: un circo electoral en el que siempre gana el capital

La victoria de Trump en las elecciones presidenciales americanas ha frustrado la mayoría de las previsiones. En países como España, son muchos los periodistas y los políticos que no pueden disimular su disgusto ante el triunfo de un candidato que haya llevado a cabo una campaña tan demagógica.

Sin embargo una gran parte del electorado tradicional de los Republicanos se reconoció en el discurso antimexicano y antimusulmán de Trump; a esta franja del electorado, no le viene mal acabar de esta manera con la era de un presidente negro que nunca aceptó. Por su parte los votantes evangelistas, muy conservadores y tradicionalmente republicano, votaron tapándose la nariz a este hombre casado tres veces y que se parece más a un predador sexual que a un devoto. En todo caso, el rechazo a los demócratas fue lo más decisivo.

Trump también ganó en los Estados industriales del Midwest, no sólo en Ohio —uno de los “swing states”, los Estados que votan a veces republicano y a veces demócrata— sino también en Michigan, un Estado habitualmente demócrata. En estos Estados, los cierres de fábricas se vienen multiplicando y la condición de la clase obrera no ha dejado de empeorar. Incluso los trabajadores que han conservado su empleo han tenido muchas veces que aceptar una revisión a la baja de su contrato, perdiendo ventajas en términos de régimen de pensiones o de sueldo. La campaña demagógica de Trump sobre proteccionismo y contra las “deslocalizaciones” fue, desde su punto de vista, acertada.

También utilizó por su beneficio los temas del movimiento de protestas “Occupy Wall Street” contra el “sistema”, por ejemplo cuando denunciaba la subida de las cotizaciones que conllevó la reforma del plan de cobertura sanitaria que tanto orgullo le daba a Obama. En estos Estados, los hombres blancos votaron masivamente a Trump; por ejemplo, las dos terceras partes de los varones blancos de Ohio lo votaron mientras que sólo la tercera parte votó a Clinton; en Michigan, el 64% de los hombres blancos votaron a Trump, el 28% a Clinton.

Si bien el 88% de los afroamericanos y el 65% de los hispánicos votaron a Clinton, hay que tener en cuenta que sólo representan una minoría del electorado y no se han movilizado masivamente a favor de la campeona de Wall Street. Una gran parte de la población, en particular las capas más pobres, no vota: o bien no está registrada en las listas de votantes, o bien no tiene derecho porque se lo quitaron después de recibir una condena, como es el caso de seis millones de personas en los EEUU. Además muchos de los pobres no tienen ningún interés en la elección presidencial. El pasado 8 de noviembre, votaron menos del 60% de los estadounidenses con la edad para votar. Trump fue elegido pues con unos 60 millones de votos de los 230 millones de personas que en EEUU tienen la edad para votar.

Hillary Clinton era la favorita del mundo de los negocios y de los políticos europeos. Desde luego no hace falta demostrar que esto no fue ninguna ventaja desde el punto de vista de los votantes de las clases populares. Los demócratas estuvieron en el poder durante 16 de los últimos 24 años; en los últimos 8, la población vio cómo aumentaban las desigualdades y se degradaba su nivel de vida. Clinton estuvo comprometida directamente en esta política. Ya en 2008, cuando Obama era todavía un desconocido, la venció inequívocamente en las primarias demócratas. En 2016, otro desconocido que se presentaba como socialista, Bernie Sanders, le ganó la primaria en 22 de los 50 Estados, denunciándola como la favorita de Wall Street.

Así pues, le era más fácil a Trump presentarse como el candidato antisistema… ¡menuda estafa por parte de este magnato del inmobiliario! Dijo que era la garantía de un futuro mejor para el pueblo americano… ¡menuda comedia! En su discurso de victoria, prometió duplicar el nivel del crecimiento económico, restablecer los empleos perdidos, construir hospitales y arreglar las carreteras en mal estado… ¡menuda película! Como todos los políticos, Trump hará lo que le exija la gran burguesía. Por muy multimillonario que sea, no tendrá más que otro presidente el control de la economía capitalista.

Durante su campaña, el candidato Trump multiplicó las promesas demagógicas que nunca cumplirá.

Prometió poner fin a la inmigración ilegal. Si bien su éxito refleja un aumento de la xenofobia, es muy probable que participe en avivarla. Trump puede muy bien tomar medidas simbólicas como por ejemplo el refuerzo del muro ya existente en la frontera mexicana; sin embargo son probablemente once millones los extranjeros irregulares en los EEUU y una parte de las empresas, entre las cuales las del propio imperio Trump, funcionan utilizando esta mano de obra infrapagada —y no contemplan pasar de ella—. Quizás las expulsiones, que ya fueron muchas con Obama (el presidente que más ha expulsado), vayan a aumentar; quizás vaya a empeorar la vida de los inmigrados; pero la inmigración no va a desaparecer: la burguesía la necesita.

Trump ha utilizado el proteccionismo como eje de campaña y prometido hacer regresar a Estados Unidos los empleos perdidos. Está claro que la burguesía americana desea que se proteja su mercado interior y, en cierta medida, el Estado federal no ha esperado a Trump para llevar una guerra comercial. Pero las grandes multinacionales necesitan acceder a numerosos mercados extranjeros. La Cámara de los representantes y el Senado son de mayoría republicana e indudablemente librecambistas. Por otra parte, es evidente que Apple no dejará de producir sus iPhone y sus iPad en China para abrir fábricas en el Midwest.

Los trabajadores estadounidenses que votaron a Trump con la esperanza de que mejore su condición experimentarán una inevitable decepción.

Al mismo tiempo, recordemos que la clase trabajadora no tenía ninguna representación en esta elección presidencial. Aunque los dirigentes sindicales llamasen a votar a Clinton, su derrota no ha sido la del mundo laboral. La clase obrera tiene que expresarse y conquistar su propio campo de batalla que es el de la lucha de clase. En el pasado, los trabajadores americanos, en particular los negros, lucharon en épocas de presidentes tan enemigos de la clase obrera como Trump, fueran republicanos o demócratas. Así que, por muy reaccionario que sea este patrón de combate que sale a celebrar su elección, él nunca les impedirá luchar.

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