Por la noche del viernes 26 al sábado 27 de febrero comenzó en Siria una tregua entre el régimen y la rebelión, conforme al plan anunciado algunos días antes por representantes de los Estados Unidos y de Rusia.
Sobre el terreno, tras algunos días, todo parecía calmado. La tregua sólo afecta a la mitad del territorio sirio, no a las regiones controladas por los grupos yihadistas, entre otros el Frente Al-Nosra (la rama siria de Al-Qaida) y la organización Estado islámico. Pero en las provincias centrales de Homs y Hama, de Damasco o de Alepo, los habitantes pueden de nuevo salir para intentar comprar productos de primera necesidad y los niños son autorizados a correr fuera, aunque sea en medio de las ruinas. La ONU anunció el envío de convoyes humanitarios para socorrer a cientos de miles de habitantes que han quedado prisioneros en el corazón de las zonas de enfrentamiento. En otros lugares, las incursiones de Rusia y de la coalición internacional tras los Estados Unidos continúan, de hecho una de ellas dejó doce muertos, entre ellos 8 niños.
La tregua se inserta en las tentativas de las grandes potencias de encontrar una apariencia de estabilidad en Siria, y más ampliamente en esta región del Medio Oriente dónde sus intervenciones sucesivas sólo han hecho agravar el caos y provocar el fortalecimiento de múltiples grupos yihadistas. La intervención de Rusia al lado del régimen de Assad, desde el otoño de 2015, vino de hecho en socorro de los Estados Unidos, para permitirles salir de una situación que no controlaban más.
Así como Putin se comprometió a hacerlo con el régimen sirio, los Estados Unidos procuran, a través de esta pausa en los enfrentamientos, imponer su política a sus propios aliados en la región. Desde el principio de la guerra civil en Siria en 2011, los Estados vecinos, hoy unidos en coalición tras Washington, jugaron cada uno su propio juego. Arabia Saudí, que se considera ahora preparada para una intervención militar, sostuvo sobre todo y armó a los grupos que se oponen a la influencia de Irán, su rival en la región. Al mismo tiempo, los Estados Unidos contaban cada vez más con un restablecimiento de sus relaciones con el régimen de Teherán para dar una apariencia de orden en Siria y en Iraq. El otro aliado de peso de los Estados Unidos en la región, Turquía, se comportó como cómplice de la organización Estado islámico y dio prioridad a la lucha contra los kurdos de Siria, aliados del PKK contra el cual está en guerra en su propio territorio. Al contrario, Washington contaba con apoyarse en las milicias kurdas contra el Estado islámico.
El alto al fuego impone a estos aliados de los Estados Unidos poner en sordina su doble juego; podemos preguntarnos por cuánto tiempo. Si la tregua prevista al menos para quince días dura un poco, será por lo menos un alivio provisional para las poblaciones del lugar. Cerca de 300.000 personas ya perdieron la vida desde el principio del conflicto, más de 10 millones debieron huir de su hogar y 4,5 millones exiliarse en el extranjero. Gran número de sirios hoy son amenazados por el hambre en el corazón de las grandes ciudades dónde se enfrentan desde hace ya cinco años las camarillas en rivalidad por el poder.
Sus enfrentamientos, la política del régimen y las intervenciones de las potencias imperialistas habrán llegado así a reducir a la población siria a escoger entre evitar los bombardeos o vivir en medio de las ruinas. De la contestación nacida en 2011 a consecuencia de las “primaveras árabes “ no queda nada, sino la elección entre sufrir la infame dictadura de Assad o sufrir las imposiciones de movimientos islamistas que sólo aspiran a imponer un régimen todavía peor.