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Centenario de la Revolución Rusa. Febrero 1917: entre el poder burgués y el poder obrero

Entre el 23 y 27 de febrero de 1917 (del 8 al 12 de marzo según nuestro calendario), la determinación de la clase obrera de Petrogrado movilizada en la calle forzó la abdicación del zar. Los trabajadores reconocían en lo sucesivo sólo un poder: el soviet, la asamblea representativa de las masas en lucha. La paradoja es que es el mismo soviet el que, en estos primeros días de la revolución de febrero, transmitió el poder a un gobierno provisional que sólo representaba a la burguesía.

Trotsky describe así esta paradoja en su “Historia de la revolución rusa”: «La primera sesión del soviet fue fijada la tarde [del 27 de febrero]. (…) Delegados de los regimientos sublevados vinieron a la sesión para expresar sus felicitaciones. Entre ellos  había soldados completamente grises, como aturdidos aún por la insurrección y que se expresaban con dificultad. Pero ellos precisamente encontraban palabras que ningún tribuno hubiese llegado a encontrar. Fue una de las escenas más impresionantes de una revolución que empezaba a sentir su fuerza, el despertar de una masa innumerable, la inmensidad de las tareas por cumplir, el orgullo de sus éxitos, una palpitación alegre de corazón por el pensamiento del día siguiente que debía ser todavía más radiante que el de hoy. (…)

A partir del momento en que se constituye, el soviet, mediante su comité ejecutivo, comienza a actuar como poder gubernamental. Elige una comisión provisional para el  abastecimiento y la encarga de ocuparse de modo general de las necesidades de los insurrectos y de la guarnición. (…) Los obreros, los soldados y pronto los campesinos no se dirigirán en lo sucesivo más que al soviet, que se convierte, a sus ojo“s, en el punto de concentración de todas las esperanzas y de todos los poderes, la encarnación misma de la revolución. (…)

El poder, desde primera hora, pertenece al soviet; los miembros de la Duma [la Asamblea de los diputados] podían permitirse respecto a esto menos ilusiones que nadie.  Según el testimonio de un diputado, “el soviet tomó posesión de todas las oficinas de correos y telégrafo, de todas las estaciones de Petrogrado, de todas las imprentas, de modo que, sin su permiso, hubiese sido imposible expedir un telegrama, dejar Petrogrado, o bien imprimir un manifiesto.“

«¿Cómo, en tales circunstancias, los liberales se encontraron en el poder?, se pregunta Trotsky. El caso es que los socialistas que se encontraban a la cabeza del soviet estimaban cosa totalmente natural que el poder pasase a la burguesía. (…) La tarde del 1 de marzo, los delegados del comité ejecutivo fueron a la sesión del comité de la Duma para discutir las condiciones en las cuales el nuevo gobierno sería sostenido por los soviets. Su programa guardaba completo silencio sobre los problemas de la guerra, de la proclamación de la república, del reparto de las tierras, de la jornada de ocho horas, y  sólo abordaba una única y sola reivindicación: la libertad de propaganda para los partidos de izquierda. ¡Bello ejemplo de desinterés para los pueblos y los siglos: socialistas qué tenían en las manos la totalidad del poder, y de los que dependía completamente el conceder o negar a otros la libertad de agitación, les cedían el poder a sus ‘enemigos de clase’ bajo condición que éstos les prometieran la libertad de agitación! (…)

Al otorgar su confianza a los socialistas, obreros y soldados lo que hacía, sin saberlo, era despojarse del poder político. Cuando se dieron cuenta de la situación se quedaron perplejos, se inquietaron, pero no encontraron aún el modo de salir de la situación. (…) El proletariado y los campesinos habían votado por mencheviques y socialrevolucionarios, no como conciliadores, sino como enemigos del zar, del terrateniente y del capitalista. Pero al votarlos levantaban una fosa entre ellos y sus objetivos.»