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PROGRAMA DE TRANSICIÓN

PROGRAMA DE TRANSICIÓN

LA AGONÍA DEL CAPITALISMO Y LAS TAREAS DE LA
IV INTERNACIONAL

Las condiciones objetivas para la revolución socialista

El rasgo fundamental de la situación política mundial en su conjunto es la crisis histórica de la dirección del proletariado.
Las condiciones económicas para la revolución proletaria han alcanzado ya el más alto grado de madurez posible bajo el régimen capitalista. Las fuerzas productivas de la Humanidad han dejado de crecer. Las nuevas invenciones y mejoras técnicas no consiguen elevar el nivel de riqueza material. En las condiciones actuales de crisis social del sistema capitalista en su conjunto, cada nueva crisis coyuntural impone a las masas mayores sacrificios y sufrimientos. El paro, a su vez, aumenta la crisis de recursos financieros del Estado y socava los inestables sistemas monetarios. Los gobiernos, ya sean democráticos o fascistas, se ven afectados por continuas crisis financieras.
La propia burguesía no encuentra salida a la situación. En los países en que se ha visto forzada a jugárselo todo a la carta del fascismo, se precipita ahora con los ojos cerrados hacia la catástrofe económica y militar. En los países privilegiados por la Historia, es decir, aquellos en los que la burguesía puede permitirse aun durante un tiempo el lujo de la democracia a expensas de la acumulación nacional (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, etc.), los partidos tradicionales del capital se hallan en tal estado de perplejidad que no saben lo que hacer, que su voluntad está casi paralizada. A pesar de un primer período de decisiones pretenciosas, el New Deal no es más que una forma específica de perplejidad política que sólo puede permitirse un país cuya burguesía ha logrado acumular incalculables riquezas. La crisis actual, que aún no ha llegado a su fin, ha conseguido poner de manifiesto que ni la política del New Deal, ni la del Frente Popular en Francia, tienen la clave para salir del callejón sin salida en que se encuentra la economía de esos países.
Las relaciones internacionales no presentan mejor aspecto. Bajo la tensión creciente del declinar capitalista, los antagonismos interimperialistas han llegado a tal extremo, que los enfrentamientos aislados y los choques cruentos (Etiopía, España, Extremo Oriente, Europa Central) necesariamente llevan camino de convertirse en una conflagración mundial. La burguesía no ignora el peligro mortal que una nueva guerra representaría para el mantenimiento de su dominación. Pero actualmente es mucho menos capaz de impedir la guerra que en 1914.
Las charlatanerías que tratan de demostrar que las condiciones históricas para el socialismo no han ”madurado” aún, son producto de la ignorancia o la mala fe. Las condiciones objetivas para la revolución proletaria no sólo han ”madurado”, han empezado a pudrirse. En el próximo período histórico, de no realizar la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria.

El proletariado y sus direcciones

La economía, el Estado, la política de la burguesía, sus relaciones internacionales, se ven afectadas por la crisis social, característica de la situación prerrevolucionaria de la sociedad. El principal obstáculo para la transformación de esa situación prerevolucionaria en una revolucionaria es el oportunismo de la dirección del proletariado, su cobardía pequeñoburguesa ante la gran burguesía y sus traidoras relaciones con ésta, aun en su agonía.
En todos los países, el proletariado es presa de un profundo malestar. Millones de personas toman una y otra vez el camino de la revolución, pero en cada una de esas ocasiones se ven bloqueadas por sus propios aparatos burocráticos conservadores.
Desde abril de 1931, el proletariado español ha intentado heroicamente, en varias ocasiones, tomar el poder y dirigir los destinos de la sociedad. Sin embargo, han sido sus propios partidos (socialdemócrata, estalinista, anarquista, poumista), cada cual a su manera, quienes le han servido de freno y han preparado el triunfo de Franco.
En Francia, la gran oleada de huelgas y ocupaciones de fábrica, especialmente en junio de 1936, mostró que el proletariado estaba dispuesto a derrocar el sistema capitalista. Pese a ello, sus organizaciones dirigentes (socialistas, estalinistas, sindicalistas) consiguieron canalizar y detener, al menos por un tiempo, la corriente revolucionaria con el señuelo del Frente Popular.
La oleada sin precedentes de huelgas y ocupaciones de fábricas en los Estados Unidos y el crecimiento prodigioso de los sindicatos industriales (C.I.O.) es la más clara expresión de la lucha instintiva de los obreros americanos por elevarse al nivel de las tareas que la Historia les impone. Pero, una vez más, las organizaciones dirigentes, incluida la C.I.O., recién creada, hacen todo lo posible por contener y paralizar la ofensiva revolucionaria de las masas.
El paso definitivo de la Internacional Comunista al terreno del orden burgués, su papel cínicamente contrarrevolucionario en el mundo entero, particularmente en España, en Francia, en Estados Unidos y en los demás países ”democráticos”, ha creado dificultades enormes a las tareas del proletariado mundial. Usurpando la bandera de la Revolución de Octubre, la Komintern, a través de la política conciliadora de los ”Frentes Populares”, condena a la clase obrera a la impotencia y abre paso al fascismo.
Frentes Populares, por un lado, y fascismo, por otro, son los últimos recursos políticos del imperialismo en su lucha contra la revolución proletaria. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, ambos recursos no son sino una ficción. La putrefacción del capitalismo continuará también bajo el gorro frigio en Francia como bajo el signo de la swástica en Alemania. Sólo el derrocamiento de la burguesía puede resolver la crisis actual.
La orientación de las masas está determinada, por una parte, por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y de otra, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De estos dos factores el factor decisivo, es, por supuesto, el primero; las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos. Cualquiera que sea la diversidad de métodos de los social traidores -de la legislación “social” de Blum a las falsificaciones judiciales de Stalin-, no lograrán quebrar la voluntad revolucionaria del proletariado. Cada vez en mayor escala, sus esfuerzos desesperados para detener la rueda de la historia demostrarán a las masas que la crisis de la dirección del proletariado, que se ha transformado en la crisis de la civilización humana, sólo puede ser resuelta por la IV Internacional.

Programa mínimo y programa de transición

La tarea estratégica del próximo período -un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia -la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes-. Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales, con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de reivindicaciones transitorias, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.
La socialdemocracia clásica, en la época del capitalismo progresivo, dividía su programa en dos partes independientes una de otra: el programa mínimo, limitado a una serie de reformas en el marco de la sociedad burguesa, y el programa máximo, que prometía para un futuro indeterminado la sustitución del capitalismo por el socialismo. Entre uno y otro no había conexión. La socialdemocracia no tenía necesidad de este puente, pues para ella la palabra socialismo estaba reservada para los discursos de los días de fiesta.
La III Internacional sigue el camino de la socialdemocracia en la época del capitalismo en descomposición, en un momento que excluye la adopción de reformas sociales sistemáticas y el aumento del nivel de vida de las masas; en un momento en que la burguesía recupera siempre con la mano derecha el doble de lo que ha dado con la izquierda -impuestos, derechos de aduana, inflación, ”deflación”, carestía, paro, reglamentación policíaca de las huelgas, etc.-; en un momento en que toda reivindicación importante del proletariado y hasta las exigencias de la pequeña burguesía desbordan los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.
La tarea estratégica de la IV Internacional no es reformar el capitalismo, sino derribarlo. Su meta política es la toma del poder por el proletariado para expropiar a la burguesía. Pero esta meta no puede alcanzarse sin prestar la máxima atención a las cuestiones tácticas, aun las más parciales y concretas.
Hay que atraer al movimiento revolucionario a todos los sectores del proletariado, todas sus capas, profesiones y grupos. Lo que distingue la época actual, no es que exima al partido revolucionario del trabajo prosaico de todos los días, sino que permite sostener esa lucha en unión indisoluble con los objetivos de la revolución.
La IV Internacional no rechaza las del viejo programa “mínimo” en la medida en que ellas han conservado alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero realiza este trabajo en el cuadro de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria. En la medida en que las reivindicaciones parciales –“mínimum”- de las masas entren en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y eso ocurre a cada paso, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo “programa mínimo” es constantemente superado por el programa de transición cuyo objetivo consiste en una movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria.

La escala móvil de salarios y horas de trabajo

Bajo el capitalismo decadente, las masas siguen viviendo la mísera vida de los oprimidos, ahora con la amenaza adicional de verse sumidas en la pobreza total. Tienen que defender su trozo de pan, ya que no pueden aumentarlo o mejorarlo. No es necesario ni factible hacer aquí un recuento de las reivindicaciones parciales que surgen a partir de circunstancias concretas, a nivel nacional, local o sectorial. Pero hay que hallar consignas y formas de lucha generalizadas contra dos males básicos que expresan la creciente aberración del sistema capitalista: el desempleo y la carestía de la vida.
La IV Internacional mantiene una guerra sin cuartel contra la política de los capitalistas, que en una parte considerable es compartida por sus agentes, los reformistas, y que intenta descargar el fardo del militarismo, las crisis, la desorganización del sistema monetario y todas las demás plagas que origina la agonía del capitalismo sobre las espaldas de los trabajadores. La IV Internacional exige trabajo y condiciones de vida dignas para todos.
Ni la inflación monetaria ni la estabilización monetaria pueden ser consignas para el proletariado, porque ambas son caras de una misma moneda. Contra la carestía de la vida, que se desbocará aún más con la inminencia de la guerra, sólo puede lucharse con la consigna de escala móvil de salarios. Los convenios colectivos deben incluir la subida automática de los salarios correlativa al aumento de precio de los bienes de consumo.
A menos que esté dispuesto a consentir en su propia desintegración, el proletariado no puede permitir que una parte creciente de los trabajadores se conviertan en parados crónicos, en miserables que viven de las migajas de una sociedad que se pudre. El derecho al trabajo es el único derecho serio que le queda al trabajador en una sociedad basada en la explotación, pero hoy se lo deniegan en todo momento. Frente al paro, ”estructural” o ”coyuntural”, hay que oponer, junto con la consigna de más obras públicas de interés social, la de una escala móvil de las horas de trabajo. Los sindicatos y demás organizaciones de masas tienen que unir a los que trabajan y a los parados en mutua solidaridad. Todo el trabajo existente debe distribuirse entre todos los trabajadores, determinándose así la extensión de la jornada de trabajo. El salario de cada trabajador debe ser el mismo que con la jornada antigua. Los salarios, una vez garantizado estrictamente un salario mínimo, deben seguir el movimiento de los precios. No se puede defender un programa distinto en la catastrófica situación actual.
Los capitalistas y sus defensores probarán la ”imposibilidad” de materializar estas reivindicaciones. Los pequeños empresarios, especialmente si están casi arruinados, se remitirán además a sus libros de cuentas. Pero los trabajadores deben rechazar categóricamente tales argumentos. No se trata de un conflicto “normal” de intereses materiales contrapuestos; se trata de salvar al proletariado de la degradación, la desmoralización y la ruina; es una cuestión de vida o muerte para la única clase creadora y progresiva y, por tanto, para el futuro de la Humanidad. Si el capitalismo se muestra incapaz de satisfacer las exigencias que surgen de las calamidades que él mismo ha generado, debe desaparecer. La “posibilidad” o “imposibilidad” de materializarlas depende ahora de la relación de fuerzas y es una cuestión que sólo puede resolverse con la lucha. Sólo la lucha, con independencia de sus resultados concretos inmediatos, puede hacer que los trabajadores lleguen a comprender la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.

Los sindicatos en el período de transición
Los trabajadores, hoy más que nunca, necesitan organizaciones de masas, especialmente sindicatos, para luchar por las reivindicaciones parciales y transitorias. El auge de los sindicatos en Francia y en los Estados Unidos es la mejor respuesta a las doctrinas ultra-izquierdistas que predicaban que los sindicatos estaban “fuera de época”.
Los bolcheviques-leninistas están siempre en primera línea de todas las luchas, aunque no se trate más que de la defensa de los más modestos intereses y derechos democráticos de la clase obrera. El bolchevique-leninista participa activamente en los sindicatos de masas, fortaleciéndolos y elevando su combatividad. Lucha sin cuartel contra todo intento de subordinar los sindicatos al Estado burgués y de maniatar al proletariado mediante el “arbitraje obligatorio” o cualquier otra forma de intervención policial no sólo fascista, sino también “democrática”. Una lucha victoriosa contra los reformistas, burocracia estalinista inclusive, sólo puede librarse en base a un trabajo semejante en el seno de los sindicatos. Las tentativas sectarias de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios” como una segunda edición del partido, significa en el hecho la renuncia por la lucha por la dirección de la clase obrera. Hay que defender esta regla de oro: la autoexclusión capituladora de los sindicatos de masas, que equivale a traicionar la revolución, es incompatible con la adhesión a la IV Internacional.
Igualmente, la IV Internacional rechaza y condena la fetichización de los sindicatos, característica de los sindicalistas.
a) Los sindicatos ni ofrecen ni pueden ofrecer, por sus tareas, composición y forma de reclutamiento, un programa revolucionario acabado; por tanto, no pueden ser sustitutos del Partido. La construcción de partidos revolucionarios nacionales, secciones de la IV Internacional, es la tarea central de la época de transición.
b) Los sindicatos, aun los más poderosos, no llegan a englobar a más del 20 ó 25 por 100 de la clase obrera, fundamentalmente a los sectores más cualificados y mejor pagados. La mayoría más oprimida de la clase sólo participa en la lucha episódicamente, en momentos de ascenso excepcional del movimiento obrero. En esos momentos hay que crear organizaciones ad hoc, capaces de abarcar al conjunto de las masas en lucha: comités de huelga, comités de fábrica y, finalmente, soviets.
c) Como organizaciones que expresan los intereses de las capas superiores del proletariado, los sindicatos – lo ha demostrado la experiencia histórica, incluso la reciente de los sindicatos anarquistas en España – generan poderosas tendencias al pacto con el régimen democrático-burgués. En los períodos agudos de lucha de clases, los aparatos dirigentes de los sindicatos se esfuerzan por convertirse en amos del movimiento de masas para domesticarlo. Esto es lo que ocurre ya con las simples huelgas, especialmente cuando se trata de huelgas de masas con ocupación de fábricas, que socavan el fundamento de la propiedad privada. En tiempos de guerra o revolución, cuando la burguesía se ve asediada por dificultades excepcionales, los dirigentes sindicales suelen convertirse en ministros burgueses.
Por todo ello, las secciones de la IV Internacional no sólo deben luchar en todo momento para que se renueve el aparato sindical, proponiendo con audacia y decisión, en los momentos decisivos, a nuevos dirigentes combativos para sustituir a los funcionarios caídos en la rutina y en el arribismo, sino que también deben crear en todo momento oportuno organizaciones de combate independientes que se adecúen mejor a las necesidades de la lucha de masas contra la sociedad burguesa y que, si es preciso, no titubeen siquiera ante una ruptura abierta con la maquinaria conservadora de los sindicatos. Sería criminal volver la espalda a las organizaciones de masas en base a ficciones sectarias, pero igualmente lo es tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucionario de masas al control de los aparatos burocráticos abiertamente reaccionarios o encubiertamente conservadores (“progresistas”). El sindicato no es un fin en sí mismo, sino sólo uno de los medios a emplear en la marcha hacia la revolución proletaria.

Comités de fábrica

En la época de transición, el movimiento obrero no es sistemático y equilibrado, sino turbulento y explosivo. Las consignas y las formas de organización deben subordinarse a este carácter del movimiento. Al tiempo que se huye de la rutina como la peste, la dirección debe ser sensible a la iniciativa de las masas.
Las huelgas con ocupación de fábrica, una de las más recientes manifestaciones de esa iniciativa, rebasan los límites del funcionamiento normal del régimen capitalista. Con independencia de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporal de las fábricas es, en sí misma, un golpe al fetiche de la propiedad capitalista. Cada ocupación plantea en la práctica el problema de quién manda en la fábrica: el capitalista o los obreros.
Si las ocupaciones plantean la cuestión episódicamente, los comités de fábrica le dan una dimensión organizativa. El comité de fábrica, elegido por todos los trabajadores de la empresa, se convierte inmediatamente en un contrapeso a la voluntad de la administración.
Al reformismo de quienes contraponen los patronos de viejo tipo, los llamados “patronos por la gracia de Dios” del tipo Ford, a los explotadores “buenos” y “demócratas”, nosotros oponemos la consigna de los comités de fábrica como centros de lucha contra unos y otros.
Los burócratas sindicales se opondrán por regla general a la creación de comités de fábrica, del mismo modo que se oponen a todo paso audaz en el camino de la movilización de masas. Sin embargo, cuanto más fuerte sea la extensión del movimiento, tanto más fácil será vencer esas resistencias. Allí donde ya en tiempos de ”calma” todos los obreros de la empresa estén sindicados, el comité coincidirá formalmente con la sección sindical, pero renovará su personal y ampliará sus funciones. Sin embargo, el principal significado de los comités es el de transformarse en estados mayores para las capas obreras que, por lo general, el sindicato no es capaz de abarcar. Y es precisamente de esas capas más explotadas de donde surgirán los destacamentos más abnegados a la revolución.
A partir del momento de la aparición del comité de fábrica, se establece de hecho una dualidad de poder. Por su esencia ella tiene algo de transitorio porque encierra en sí dos regímenes inconciliables: el régimen capitalista y el régimen proletario. La principal importancia de los Comités de Fábrica consiste precisamente en abrir un período pre-revolucionario, ya que no directamente revolucionario, entre el régimen burgués y el régimen proletario. Que la propaganda por los Comités de Fábrica no es prematura ni artificial, lo demuestra del mejor modo la ola de ocupación de fábricas que se ha desencadenado en algunos países. Nuevas olas de ese género son inevitables en un porvenir próximo. Es preciso iniciar una campaña en pro de los comités de fábricas para que los acontecimientos no se tomen de improviso.

El “secreto comercial” y control obrero de la producción

El capitalismo de libre competencia y libre cambio ha pasado a mejor vida. Su sucesor, el capitalismo monopolista, no sólo no disminuye la anarquía del mercado, sino que le añade caracteres especialmente convulsivos. La necesidad de un ”control” de la economía, de una “dirección” estatal, de una “planificación”, la reconocen hoy, al menos de palabra, casi todas las corrientes de opinión burguesas y pequeñoburguesas, desde los fascistas hasta los socialdemócratas. Para los fascistas, se trata sobre todo de “planificar” el pillaje del pueblo con fines militares. Los socialdemócratas se disponen a achicar el océano de la anarquía con la cuchara de la “planificación” burocrática. Ingenieros y profesores escriben artículos sobre la “tecnocracia”. Pero en sus cobardes intentos de “regular” la economía, los gobiernos democráticos se topan con el sabotaje inevitable del gran capital.
La verdadera relación entre los explotadores y sus “controladores” democráticos la expresa el hecho de que los señores “reformadores” se detienen con piadoso recogimiento ante el umbral de los trusts y sus “secretos” industriales y comerciales. Aquí domina el principio de “no intervención”. Las cuentas entre el capitalista individual y la sociedad constituyen un secreto del primero: la sociedad no tiene vela en este entierro. La razón que se da para el mantenimiento de estos “secretos” de la empresa no es otra que, como en los tiempos del capitalismo liberal, la de los intereses de la “competencia”. Pero en realidad, los trusts no guardan secretos entre sí. Los secretos industriales de la época actual forman parte de un complot continuo del capital monopolista contra los intereses de la sociedad. Todo intento de limitar los poderes de los “patronos por la gracia de Dios” será una farsa patética mientras los propietarios privados de los medios sociales de producción puedan ocultar a productores y consumidores sus maquinaciones de explotación, robo y fraude. La abolición del “secreto comercial” es el primer paso hacia un verdadero control de la industria.
Los trabajadores no tienen menos derecho que los capitalistas a conocer los ”secretos” de la fábrica, del trust, de las diferentes ramas de la industria o de la economía nacional en su conjunto. Los bancos, la industria pesada y los transportes centralizados deben ser los primeros sometidos a observación.
Las tareas inmediatas del control obrero consisten en investigar los ingresos y gastos de la sociedad, a partir de cada empresa; averiguar la verdadera proporción de la renta nacional que aportan el capitalista individual y los explotadores en su conjunto; denunciar los arreglos secretos y las estafas de bancos y trusts; finalmente, revelar a la sociedad entera el incalculable derroche de trabajo humano que resulta de la anarquía capitalista y de la exclusiva búsqueda de beneficios.
Ningún funcionario del Estado burgués puede realizar esta tarea, por muchos poderes que se le otorguen. El mundo entero pudo contemplar la impotencia del presidente Roosevelt o del presidente Blum frente al complot de las ”60” ó ”200” familias de sus respectivos países. Para vencer la resistencia de los explotadores hay que movilizar la presión de las masas proletarias. Sólo los comités de fábrica pueden imponer un verdadero control de la producción contando con la colaboración, como consultores, no como “tecnócratas”, de especialistas sinceramente entregados a la causa popular: contables, estadísticos, ingenieros, científicos, etc.
En particular la lucha contra el desempleo no puede afrontarse sin la organización audaz de grandes obras públicas. Pero las obras públicas sólo tienen un efecto duradero y progresivo para la sociedad y para los parados si forman parte de un plan de conjunto para una serie de años. En el marco de semejante plan, los obreros deben exigir que se vuelvan a poner en marcha, como empresas públicas, los negocios privados que han cerrado como consecuencia de la crisis económica. En tales casos, el control obrero sería reemplazado por la gestión directa de los trabajadores.
La elaboración de un plan económico, así sea el más elemental, desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y no de los explotadores, es inconcebible sin control obrero, sin que la mirada de los obreros penetre a través de los resortes aparentes y ocultos de la economía capitalista. Los comités de las diversas empresas deben elegir, en reuniones oportunas, comités de trusts, de ramas de la industria, de regiones económicas, en fin, de toda la industria nacional, en conjunto. En esa forma, el control obrero pasará a ser la escuela de la economía planificada. Por la experiencia del control, el proletariado se preparará para dirigir directamente la industria nacionalizada cuando llegue el momento.
A los capitalistas, especialmente a los pequeños y medianos, que se ofrecen por propia voluntad a abrir sus libros a los trabajadores -para justificar la necesidad de reducir los salarios-, los obreros deben contestar que no tienen interés en conocer las cuentas aisladas de empresarios quebrados o semiquebrados, sino los libros de cuentas del conjunto de los explotadores. Los obreros ni pueden ni quieren adaptar sus condiciones de vida a las necesidades de los capitalistas individuales víctimas de su propio régimen social. Se trata de reorganizar sobre bases más dignas y racionales el sistema de producción y distribución en su conjunto. Del mismo modo que la abolición del secreto comercial es una condición necesaria para el control obrero, ese control es el primer paso hacia la dirección socialista de la economía.

Expropiación de ciertos grupos de capitalistas

Bajo ningún pretexto, la defensa de un programa socialista de expropiaciones, es decir, del derrocamiento político de la burguesía y de la liquidación de su dominación económica, debe apartarnos de exigir en esta época de transición, si la ocasión lo permite, la reivindicación de la expropiación de determinados sectores industriales claves para la existencia nacional, o de los grupos más parasitarios de la burguesía.
Así, en respuesta a los patéticos lloriqueos de los caballeros demócratas contra la dictadura de las ”60 familias” en los EE. UU. o de las ”200 familias” en Francia, nosotros defendemos la expropiación de esos 60 ó 200 barones del capitalismo.
Igualmente, exigimos la expropiación de las empresas monopolistas en el campo de la industria de guerra, los ferrocarriles, las materias primas fundamentales, etcétera.
La diferencia entre estas reivindicaciones y la confusa consigna reformista de ”nacionalizaciones” reside en lo siguiente:
1) Qué nosotros rechazamos cualquier tipo de indemnización.
2) Qué prevenimos a las masas contra los demagogos frentepopulistas que, aunque abogan por las nacionalizaciones de palabra, son en los hechos agentes del capital.
3) Qué llamamos a las masas a que no confíen más que en su fuerza revolucionaria.
4) Qué ligamos el tema de la expropiación con el de la toma del poder por los obreros y los campesinos.
La necesidad de defender la consigna de la expropiación en nuestra agitación diaria y por tanto de forma parcial, y no sólo en nuestra propaganda y de manera general, se debe a que las diferentes ramas de la industria tienen un grado de desarrollo diferente, desempeñan un papel distinto en la vida social y pasan por etapas distintas de la lucha de clases. Sólo el ascenso revolucionario generalizado del proletariado puede poner a la orden del día la expropiación total de la burguesía. La misión de las consignas transitorias consiste en preparar al proletariado para realizar este objetivo.

Nacionalización de la banca privada y estatización del sistema crediticio

El imperialismo es la dominación del capital financiero. Junto a trusts y consorcios, a menudo por encima de ellos, los bancos concentran en sus manos el verdadero dominio de la economía. Los bancos expresan en su propia estructura, de forma concentrada, toda la estructura del capitalismo moderno: combinan la tendencia al monopolio con la tendencia a la anarquía. Producen milagros tecnológicos, empresas gigantes, poderosos trusts y, al tiempo, crean la inflación, las crisis y el paro. Es imposible dar un solo paso contra el despotismo de los monopolios y contra la anarquía capitalista, si se dejan los puestos de mando de la banca a los perros de presa del capital. Si se quiere crear un sistema unificado de inversión y crédito junto con un plan racional que corresponda a los intereses de todo el pueblo, hay que fundir todos los bancos en un solo Banco nacional. Sólo la expropiación de la banca privada y la concentración del sistema crediticio en manos del Estado puede proporcionar al Banco nacional los recursos materiales necesarios – no sólo burocráticos y formales – para la planificación económica.
La nacionalización de la banca no significa en modo alguno la expropiación de los pequeños depósitos bancarios. Al contrario, el Banco nacional podrá crear unas condiciones más favorables para los pequeños ahorradores. Igualmente sólo un Banco nacional puede dar buenas condiciones de crédito, es decir, crédito barato a los campesinos, a los autopatronos y a los pequeños comerciantes. Aún más importante es el hecho de que toda la economía – sobre todo la gran industria y el transporte – , dirigida por una sola entidad financiera, se pondrá al servicio de los obreros y todos los demás trabajadores.
Sin embargo, estos favorables resultados de la estatización de la banca sólo podrán asegurarse si el poder estatal pasa de las manos de los explotadores a las de los trabajadores.

Piquetes de huelga, destacamentos de combate, milicias obreras, armamento del proletariado

Las huelgas con ocupación de fábricas son serias advertencias de las masas no sólo hacia la burguesía, sino también hacia las organizaciones obreras, la IV Internacional inclusive. En 1919-20, los obreros italianos ocuparon las fábricas por iniciativa propia, señalando así a sus “dirigentes” que había llegado la revolución social. Pero sus “dirigentes” no contestaron a esa señal. El resultado fue el triunfo del fascismo.
Las ocupaciones actuales no son aún tomas de fábricas al estilo italiano, pero suponen un paso decisivo hacia ellas. La crisis actual puede agudizar la lucha de clases y aproximar su desenlace. Pero esto no significa que las situaciones revolucionarias aparezcan súbitamente. En realidad, su llegada será anunciada por todo un conjunto de convulsiones. La oleada de huelgas con ocupación es precisamente una de ellas. La tarea de las secciones de la IV Internacional consiste en ayudar a la vanguardia proletaria a comprender el carácter general y el ritmo de nuestra época y hacer que fructifique la lucha de masas a través de consignas cada vez más audaces y medidas organizativas cada vez más combativas.
La agudización de la lucha de clases significa que el capital afilará sus armas para el contraataque. Cada nueva oleada de ocupaciones de fábricas puede ser respondida, será indudablemente respondida con medidas enérgicas por parte de la burguesía. La respuesta ya se está preparando secretamente en los estados mayores de los monopolios. ¡Ay de las organizaciones revolucionarias! ¡Ay del proletariado si se deja sorprender!
La burguesía no se limita en ninguna parte a utilizar solamente la policía y el ejército oficiales. En los Estados Unidos, incluso en los períodos de “calma”, mantiene destacamentos amarillos y bandas armadas de carácter privado en las fábricas. Es preciso agregar ahora las bandas de nazis norteamericanas. La burguesía francesa en cuanto sintió la proximidad del peligro movilizó los destacamentos fascistas semilegales e ilegales, hasta en el interior del ejército oficial. Bastará que los obreros ingleses aumenten de nuevo su empuje para que de inmediato las bandas de Lord Mosley se dupliquen, tripliquen, decupliquen en número e inicien una cruzada sangrienta contra los obreros. La burguesía advierte claramente que en la época actual la lucha de clases infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil. Los magnates y los lacayos del capital han aprendido en los ejemplos de Italia, Alemania, Austria y otros países, mucho más que los jefes oficiales del proletariado.
Los políticos de la II y la III Internacional, así como los burócratas sindicales, conscientemente prestan oídos sordos al aumento del ejército privado de la burguesía; de otro modo no podrían conservar sus alianzas con ella ni veinticuatro horas. Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia estará más garantizada si la burguesía está armada hasta los dientes y los obreros permanecen inermes.
El deber de la IV Internacional consiste en dar fin de una vez por todas a esa política servil. Los demócratas pequeñoburgueses – también los socialdemócratas, estalinistas y anarquistas – invocan con tanta mayor fuerza la necesidad de luchar contra el fascismo cuanto más dispuestos están a capitular ante él en la práctica. Sólo los destacamentos obreros armados, seguros del apoyo de decenas de millones de trabajadores, pueden mantener a raya a las bandas fascistas. La lucha contra el fascismo no empieza en las redacciones de los diarios liberales, sino en las fábricas, y termina en la calle. Los esquiroles y guardias de seguridad privados a sueldo en las fábricas, son las células fundamentales del ejército fascista. Los piquetes de huelga constituyen las células fundamentales del ejército proletario. Este es nuestro punto de partida. Por eso, para cada huelga o manifestación callejera, hay que propagar la necesidad de crear grupos obreros de autodefensa. Hay que introducir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. Allí donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es necesario crear grupos de autodefensa e instruirlos y familiarizarlos con el manejo de las armas.
El nuevo ascenso del movimiento de masas debe servir no sólo para aumentar el número de estas unidades, sino también para coordinarlas por barriadas, ciudades y regiones. Hay que dar expresión organizada al legítimo odio que los obreros sienten por los esquiroles y las bandas de gángsters y fascistas. Hay que avanzar la consigna de milicias obreras como única garantía seria de la inviolabilidad de las organizaciones, las reuniones y la prensa obrera.
Sólo por medio de este trabajo sistemático, permanente, infatigable y valiente de agitación y propaganda, apoyándose siempre en la experiencia propia de las masas, es posible erradicar de su conciencia las tradiciones de sumisión y de pasividad: entrenar destacamentos de luchadores heroicos capaces de servir de ejemplo a todos los trabajadores; infligir una serie de derrotas tácticas a los pistoleros de la contrarrevolución; aumentar la confianza de los explotados en sus propias fuerzas; desacreditar al fascismo ante los ojos de la pequeña burguesía y allanar el camino del proletariado hacia la conquista del poder.
Engels definió el Estado como ”grupos de hombres armados”. El armamento del proletariado es un imperativo intrínseco a la lucha por su liberación. Cuando el proletariado así lo desea, acaba siempre por encontrar el modo y los medios de armarse. También en este terreno las secciones de la IV Internacional deben convertirse en su dirección natural.

Alianza de obreros y campesinos

El compañero de armas y equivalente en el campo del obrero industrial es el proletario agrícola. Ambos forman parte de una misma clase. Sus intereses son indivisibles. El programa de transición para los obreros industriales es el mismo programa de los proletarios agrícolas, una vez realizadas las adaptaciones correspondientes.
Los campesinos (pequeños propietarios) pertenecen a una clase distinta: son la pequeña burguesía del medio rural. La pequeña burguesía está formada por muy diversos sectores que van desde capas semiproletarias hasta grupos de explotadores. Por eso, la tarea política del proletariado industrial consiste en llevar al campo la lucha de clases. Sólo así podrá trazar una línea de demarcación entre sus aliados y sus enemigos.
Los rasgos específicos del desarrollo nacional de cada país alcanzan su máxima expresión en la situación de los campesinos; igualmente sucede, hasta cierto punto, con la pequeña burguesía urbana (artesanos y pequeños comerciantes). Estas clases, por grande que pueda ser su número, son esencialmente restos de los modos de producción precapitalistas. Las secciones de la IV Internacional deben elaborar con la mayor concreción posible un programa de consignas transitorias para campesinos y pequeños propietarios y para la pequeña burguesía urbana, teniendo en cuenta las condiciones específicas de cada país. Los trabajadores avanzados deben aprender a dar respuestas claras y concretas a los problemas de sus futuros aliados.
Mientras el pequeño propietario rural siga siendo un pequeño productor ”independiente”, necesitará crédito barato, maquinaria agrícola y abonos a precios asequibles, buenos transportes y una organización racional del mercado para sus productos. Por contra, los bancos, los trusts y los intermediarios le sacan su dinero por todas partes. Sólo los propios campesinos, con la ayuda de los trabajadores, pueden poner fin a esos robos. Hay que poner en pie comités de campesinos pobres que, junto con los comités obreros y los comités de trabajadores de banca, tomen en sus manos el control del transporte, del crédito y de las operaciones mercantiles que afectan a la agricultura.
Al tachar falsamente de ”excesivas” las reivindicaciones de los trabajadores, la gran burguesía trata de levantar una barrera artificial entre obreros y campesinos, entre obreros y pequeña burguesía urbana sobre el tema del precio de las mercancías. A diferencia del obrero industrial, del empleado o del funcionario, ni el campesino, ni el artesano, ni el pequeño comerciante pueden exigir la escala móvil de salarios. La lucha oficial del gobierno contra la carestía de la vida no es más que un engaño para las masas. Pero los campesinos, artesanos y comerciantes, en cuanto consumidores, deben irrumpir en la política de precios codo a codo con el obrero industrial. A los lamentos capitalistas sobre los costes de producción, de transporte y de distribución, los consumidores responderán: ”Enséñanos tus libros de cuentas; exigimos el control sobre la política de precios.” Este control debe ejercerse por medio de comités de control de precios compuestos por delegados de fábrica, de los sindicatos, de las cooperativas, de las organizaciones campesinas, de la pequeña burguesía urbana, de las amas de casa, etc. Estos comités servirán para que los obreros demuestren a los campesinos que la causa de !a carestía no está en el crecimiento de los salarios, sino en los exorbitantes beneficios de los capitalistas y los gastos extra que impone la anarquía capitalista.
El programa de nacionalización de la tierra y colectivización de la agricultura debe elaborarse de tal forma que, desde el principio, quede excluida la posibilidad de expropiar a los pequeños propietarios, así como de proceder a su colectivización obligatoria. El campesino debe seguir siendo dueño de su parcela mientras lo crea conveniente o posible. Si queremos hacer que el programa socialista vuelva a ganar su prestigio a ojos de los campesinos, es necesario denunciar sin tregua los métodos estalinistas de colectivización, que no se basan en los intereses de obreros v campesinos, sino en los de la burocracia.
Igualmente la expropiación de los expropiadores no significa la confiscación forzosa de artesanos y pequeños comerciantes. A la inversa, el control obrero de bancos y trusts, su nacionalización, puede ofrecer a la pequeña burguesía urbana condiciones de crédito, compra y venta mucho más favorables que las que obtiene bajo la dominación incontrolada de los monopolios. La dependencia respecto del gran capital será reemplazada por una dependencia respecto del Estado, tanto más atento a las necesidades de todos estos sectores cuanto que son los propios trabajadores quienes le han tomado firmemente en sus manos.
La participación real de los campesinos explotados en el control de las diferentes actividades económicas les permitirá decidir por sí mismos de la conveniencia de proceder a trabajar en común la tierra, así como de la oportunidad y la escala de ese proceso. Los obreros industriales deben estar dispuestos a prestar a lo largo de esta ruta toda su ayuda a los campesinos, por medio de los sindicatos, de los comités de fábrica y, sobre todo, de un gobierno obrero y campesino.
La alianza propuesta por el proletariado (una alianza no con las ”clases medias”, sino con las capas explotadas de la pequeña burguesía rural y urbana, en contra de todos los explotadores, incluso de aquellos que pertenecen a las ”clases medias”) no puede basarse en la fuerza, sino en el consentimiento libremente manifestado en un ”pacto” especial. Ese ”pacto” no puede ser otro que el programa de consignas transitorias que ambas partes acepten libremente.

La lucha contra el imperialismo y la guerra

Toda la situación mundial, y por tanto la vida política de las distintas naciones, está turbada por la amenaza de una guerra mundial. La catástrofe inminente hace temblar de aprensión a las más amplias masas.
La II Internacional repite su infame política de 1914 con seguridad acrecentada, ya que hoy la Komintern es el primer violín del chauvinismo. Tan pronto como llegó a concretarse el peligro de una guerra, los estalinistas, ganando por la mano a los pacifistas burgueses y pequeñoburgueses, se convirtieron en los más decididos partidarios de la ”defensa nacional”. La carga de la lucha revolucionaria contra la guerra descansa por completo sobre los hombros de la IV Internacional.
La política bolchevique-leninista en este punto, formulada en las tesis del Secretariado Internacional (La guerra y la IV Internacional, 1934), conserva actualmente toda su vigencia. En la fase que se abre, el éxito del Partido revolucionario dependerá sobre todo de la postura que adopte sobre el tema de la guerra. La política correcta debe incluir dos elementos: ningún compromiso con el imperialismo y sus guerras y un programa basado en la experiencia de las propias masas.
Más que ninguna otra, la cuestión de la guerra es usada por la burguesía y sus agentes para engañar al pueblo con abstracciones, fórmulas generales y fraseología barata: ”neutralidad”, ”seguridad colectiva”, ”armarse para defender la paz”, ”defensa nacional”, ”lucha contra el fascismo”, etc. Todas estas fórmulas no persiguen más que una sola finalidad: que el tema de la guerra, es decir, l suerte del pueblo, se deje en manos de los imperialistas, sus gobiernos, su diplomacia, sus generales, pozos todos ellos de intrigas y asechanzas en contra del pueblo.
La IV Internacional rechaza tajantemente todas esas abstracciones (”honor”, ”sangre”, ”raza”) tendentes a un mismo fin tanto en el campo democrático como en el fascista. Pero no basta con rechazarlas tajantemente. Hay que ayudar a las masas a comprender la verdadera esencia de esas abstracciones fraudulentas por medio de criterios, exigencias y reivindicaciones que sirvan para desenmascararlas.
¿Desarme? Todo el problema consiste en saber quién desarmará a quién. El único desarme que puede evitar o acabar con la guerra es el desarme de la burguesía por el proletariado. Y para desarmar a la burguesía, los obreros tienen que armarse.
¿Neutralidad? El proletariado es cualquier cosa menos neutral en la guerra entre Japón y China o en una guerra entre Alemania y la U.R.S.S. ”¿Así que se trata de defender a China y a la U.R.S.S.?” ”¡Por supuesto!” Pero no con ayuda de los imperialistas, que se aprovecharán para estrangular tanto a la China como a la U.R.S.S.
¿Defensa de la patria? Bajo esta abstracción, la burguesía entiende la defensa de sus beneficios y su derecho al pillaje. Nos aprestaremos a defender a la patria de los capitalistas extranjeros, cuando hayamos atado de pies y manos a los nuestros y les hayamos impedido seguir atacando patrias extranjeras; cuando los obreros y los campesinos se hayan convertido en los verdaderos dueños de nuestro país; cuando la riqueza nacional haya pasado de las manos de una ínfima minoría a las del pueblo; cuando el ejército sea un arma de los explotados y no de los explotadores.
Es necesario saber traducir estas ideas fundamentales en ideas más particulares y más concretas, según la marcha de los acontecimientos y la orientación y estado de espíritu de las masas. Es necesario por otra parte, distinguir estrictamente del pacifismo del diplomático, del profesor, del periodista, del pacifismo del carpintero, del obrero agrícola, de la lavandera. En el primer caso, el pacifismo es la máscara del imperialismo. En el segundo es la expresión confusa de la desconfianza hacia el imperialismo.
Cuando el pequeño campesino o el obrero hablan de la defensa de la patria, se están refiriendo a la de su casa, su familia y otras familias como la suya de la invasión, las bombas y el gas tóxico. Los capitalistas y sus periodistas entienden por defensa de la patria la conquista de colonias y mercados, el aumento de la parte ”nacional” de la renta mundial por medio del pillaje. El pacifismo y el patriotismo burgués están transidos de engaño. En el pacifismo, y aun en el patriotismo de los oprimidos hay una mezcla de elementos que, por un lado, reflejan su odio hacia la destrucción y la guerra y, por otro, les impulsan hacia lo que ellos estiman ser su propio bien. Esos elementos han de ser correctamente entendidos para poder extraer conclusiones correctas. Hay que saber contraponer frontalmente estas dos formas de pacifismo y patriotismo.
Con estas consideraciones por punto de partida, la IV Internacional defiende toda reivindicación, por insignificante que parezca, que pueda empujar a las masas a la política activa, que despierte su sentido crítico y que aumente su control sobre las maquinaciones de la burguesía.
Con esta perspectiva, nuestra sección americana, por ejemplo, da su apoyo crítico a la propuesta de que toda eventual declaración de guerra sea decidida en un referéndum. Sin duda, ninguna reforma democrática puede impedir por sí misma que los dirigentes imperialistas se lancen a la guerra cuando lo estimen conveniente. Esto hay que decirlo abiertamente. Pero, pese a las posibles ilusiones que las masas puedan hacerse respecto al referéndum, su apoyo refleja la desconfianza que obreros y campesinos sienten hacia el gobierno y el parlamento burgueses. Sin fomentar ilusiones, hay que apoyar con todas nuestras fuerzas toda muestra de desconfianza de los explotados hacia los explotadores. Cuanto mayor sea el movimiento pro-referéndum, antes lo abandonarán los pacifistas burgueses; tanto más desacreditados se verán los traidores de la Komintern; tanto mayor será la desconfianza hacia los imperialistas.
Desde este punto de vista, hay que defender la exigencia de que hombres y mujeres tengan derecho al voto desde los dieciocho años. Quienes serán llamados a morir por la patria deben tener derecho a votar. La lucha antiguerra debe convertirse ante todo en movilización revolucionaria de los jóvenes. Hay que hacer luz sobre el problema de la guerra desde todos los ángulos, haciendo hincapié especialmente en aquellos aspectos que en cada momento sean más comprensibles para las masas.
La guerra es una empresa comercial gigantesca, especialmente para la industria bélica. Por eso las ”60 familias” son patriotas de toda la vida, y a la vez son los principales factores de guerra. El control obrero de las industrias bélicas es el primer paso en la lucha contra los fabricantes de guerras.
Al slogan reformista de impuestos sobre los beneficios bélicos nosotros oponemos los de confiscación de los beneficios bélicos y expropiación de los fabricantes de la industria de guerra. Allí donde, como en Francia, la industria militar está ”nacionalizada” la consigna de control obrero mantiene toda su vigencia. El proletariado tiene tan poca confianza en el gobierno burgués como en los capitalistas individuales.
¡Ni un hombre, ni un céntimo para el gobierno burgués!
¡No a los programas de armamento! ¡Sí a los programas de obras de utilidad pública!
¡Total independencia de las organizaciones obreras respecto del control militar y policíaco!
De una vez por todas hay que arrebatar las decisiones sobre el destino del pueblo de las manos de las bandas imperialistas codiciosas y despiadadas que intrigan a espaldas del pueblo. Asi pues, exigimos: ¡Total abolición de la diplomacia secreta; acceso de los obreros y campesinos a todos los acuerdos y tratados! ¡Entrenamiento militar y armamento de los obreros y campesinos bajo el control de los comités de obreros y campesinos! ¡Creación de escuelas militares para la formación de oficiales provenientes de las filas de los trabajadores, elegidos por las organizaciones obreras! ¡Sustitución del ejército regular, es decir, acuartelado, por una milicia obrera indisolublemente ligada a las fábricas, las minas, los campos, etc.!
La guerra imperialista es una continuación corregida y aumentada de la política de pillaje de la burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra es la continuación corregida y aumentada de su lucha de clase. La ruptura de hostilidades altera el equilibrio y, parcialmente, los métodos de lucha entre las clases, pero no su fin ni su rumbo fundamental.
La burguesía imperialista domina el mundo. Básicamente, por tanto, la próxima guerra va a ser una guerra imperialista. El contenido fundamental de la política del proletariado internacional ha de ser, por tanto, una lucha contra el imperialismo y su guerra. El principio fundamental de esta lucha es: ”El enemigo principal está en nuestro propio país”, o ”La derrota de nuestro propio gobierno (imperialista) es el mal menor”.
Pero no todos los países del mundo son imperialistas. Muy al contrario, la mayoría son víctimas del imperialismo. Algunos de los países coloniales o semi-coloniales tratarán indudablemente de utilizar la guerra para librarse del yugo de la esclavitud. La suya no será una guerra imperialista, sino de liberación. El deber del proletariado internacional es ayudar a los países oprimidos en su lucha contra los opresores. El mismo deber tiene de ayudar a la U.R.S.S. o a cualquier otro Estado obrero que pueda surgir de la guerra o en plena guerra. La derrota de todos y cada uno de los gobiernos imperialistas en lucha contra un Estado obrero o contra un país colonial es el mal menor.
Pero los obreros de un país imperialista no pueden ayudar a un país antiimperialista a través de su propio gobierno burgués, por buenas que puedan ser las relaciones diplomáticas y militares entre ambos países en un momento dado. Si sus gobiernos están unidos por una alianza temporal y necesariamente inestable, el proletariado del país más imperialista debe seguir manteniendo una posición de clase opuesta a su propio gobierno y debe ayudar al ”aliado” no imperialista con sus propios métodos, es decir, por los de la lucha de clases internacional (agitación a favor del Estado obrero o del país colonial no sólo contra sus enemigos, sino también contra sus pérfidos aliados, utilizando el boicot y la huelga en algunos casos y rechazando el boicot y la huelga en otros, etc.).
Al defender a un país colonial o a la U.R.S.S. en el curso de una guerra, el proletariado no debe solidarizarse ni por un momento con el gobierno burgués de un país colonial o con la burocracia termidoriana de la U.R.S.S. Al contrario, debe mantenerse independiente de uno y otra. Por su ayuda a las guerras justas y progresivas, el proletariado revolucionario se ganará la simpatía de los obreros de las colonias y de la U.R.S.S., afianzando así la autoridad y la influencia de la IV Internacional y aumentando las posibilidades de que sean derrocados tanto el gobierno burgués del país colonial en cuestión como la burocracia reaccionaria de la U.R.S.S.
Al comienzo de la guerra, las secciones de la IV Internacional se van a sentir inevitablemente aisladas: las guerras cogen por sorpresa a las masas de cada país y las empujan hacia su aparato gubernamental. Los internacionalistas tendrán que nadar contra corriente. Pero la destrucción y la miseria de la nueva guerra, que superarán con mucho en pocos meses los sangrientos horrores de 1914-18, actuarán como una ducha de agua fría. El descontento de las masas y su revuelta crecerán bruscamente. Las secciones de la IV Internacional se encontrarán a la cabeza de la oleada revolucionaria. El programa de transición cobrará una actualidad apremiante. Y el problema de la toma del poder por el proletariado se planteará en toda su dimensión
Antes de aniquilar o ahogar en sangre a la humanidad, el capitalismo se encarga de envenenar la atmósfera mundial con los vapores tóxicos del odio nacional y racial. El antisemitismo es actualmente uno de los más peligrosos estertores de la agonía del capital.
La denuncia implacable de las raíces de clase de los prejuicios raciales, así como de todas las formas y clases de chovinismo y arrogancia nacionalista, especialmente del antisemitismo, deben formar parte del trabajo cotidiano de todas las secciones de la IV Internacional, como elemento educativo fundamental en la lucha contra el imperialismo y la guerra. Nuestra consigna básica sigue siendo la de ¡Proletarios de todos los países, uníos!

El gobierno obrero y campesino

La consigna de ”gobierno obrero y campesino” apareció por primera vez en 1917 en las campañas de agitación bolchevique, para ser definitivamente aceptada tras la Revolución de Octubre. En última instancia no significaba otra cosa que la denominación popular para la dictadura proletaria ya establecida. Lo importante de esta designación es que subrayaba la idea de la alianza entre el proletariado y el campesinado en que se basaba el poder soviético.
Cuando la Komintern de los epígonos trató de resucitar la consigna, ya enterrada por la Historia, de “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, dio a la fórmula de “gobierno obrero y campesino” un significado puramente “democrático”, es decir, burgués, contraponiéndola a la de dictadura del proletariado. Los bolcheviques-leninistas rechazamos abiertamente la consigna de “gobierno obrero y campesino” en su versión democrático-burguesa. Afirmamos en su momento y lo repetimos ahora que cuando el partido del proletariado se niega a desbordar los cauces demo- crático-burgueses, su alianza con el campesinado se convierte en un mero soporte del capital. Eso sucedió con los mencheviques y los socialrevolucionarios en el año 1917, con el Partido Comunista chino en 1925-27, y sucede ahora con el Frente Popular en España, Francia y otros países.
De abril a septiembre de 1917 los bolcheviques exigieron a mencheviques y socialrevolucionarios que rompiesen con la burguesía liberal y tomasen el poder. Si lo hacían, el partido bolchevique prometía a mencheviques y socialrevolucionarios, representantes pequeño-burgueses de los obreros y campesinos, su ayuda revolucionaria contra la burguesía; aunque rechazaba categóricamente entrar en el gobierno de los mencheviques y socialrevolucionarios o aceptar ninguna responsabilidad política por sus actos. Si los mencheviques y los socialrevolucionarios hubiesen roto con los cadetes (liberales) y el imperialismo extranjero, el “gobierno obrero y campesino” que se hubiese formado habría acelerado, facilitándola, el establecimiento de la dictadura del proletariado. Pero ésta era precisamente la razón de que los dirigentes de la democracia pequeño-burguesa se resistieran con todas sus fuerzas a poner en pie su propio poder. La experiencia rusa demostró, como lo confirma ahora la experiencia de España y Francia, que incluso en circunstancias excepcionalmente favorables los partidos de la democracia pequeñoburguesa (socialrevolucionarios, socialdemócratas, estalinistas, anarquistas) son incapaces de crear un gobierno obrero y campesino, es decir, un gobierno independiente de la burguesía.
Sin embargo, la exigencia que los bolcheviques imponían a mencheviques y socialrevolucionarios (“Romped con la burguesía; tomad el poder en vuestras manos”) tuvo una excepcional importancia pedagógica para las masas. La obstinada negativa de mencheviques y socialrevolucionarios a tomar el poder, tan dramáticamente demostrada en las jornadas de julio, los condenó definitivamente ante las masas, preparando la victoria de los bolcheviques.
La tarea central de la IV Internacional consiste en librar al proletariado de su vieja dirección, cuyo conservadurismo está en completa contradicción con las catastróficas erupciones de un capitalismo en descomposición y constituye el obstáculo fundamental para el progreso histórico. La acusación principal de la IV Internacional a las organizaciones tradicionales del proletariado es que no desean separarse de ese semicadáver político que es la burguesía.
En estas circunstancias, la reiteración de la exigencia dirigida a la antigua dirección (“Romped con la burguesía; tomad el poder”) es un arma decisiva para denunciar el carácter traidor de los partidos y organizaciones de la II, la III y la Internacional de Amsterdam. La consigna de “gobierno obrero y campesino” sólo nos resulta aceptable si se le da el sentido que tenía en 1917 para los bolcheviques, es decir un sentido antiburgués y anticapitalista. Pero no la aceptamos con el significado “democrático” que le han dado los epígonos actuales, transformándola, de un puente hacia la revolución socialista, en el principal obstáculo en su camino.
A todos los partidos que se asientan sobre una base obrera y campesina y hablan en su nombre les exigiremos que rompan políticamente con la burguesía y se sumen a la lucha por un gobierno obrero y campesino. Para esta lucha les ofrecemos todo nuestro apoyo contra la reacción capitalista. Al tiempo, agitaremos incansablemente en favor de aquellas consignas transitorias que, en nuestra opinión, deberían constituir el programa del “gobierno obrero y campesino”.
¿Puede esperarse que semejante gobierno sea formado por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como se ha visto, que es, por lo menos, muy improbable. Sin embargo, no puede negarse de antemano la posibilidad de que, en circunstancias excepcionales (guerra, derrota, quiebra financiera, ofensiva revolucionaria de las masas, etcétera), los partidos pequeñoburgueses, estalinistas incluidos, puedan ser empujados más allá de lo que desearían por la vía de la ruptura con la burguesía. De algo no hay que dudar: incluso aunque esta improbabilísima variante pudiera materializarse en algún lugar y momento, aunque se creara un “gobierno obrero y campesino” en el sentido que acabamos de defender, no sería más que un episodio en la ruta hacia la verdadera dictadura del proletariado.
Pero es inútil perderse en adivinanzas. La agitación por “un gobierno obrero y campesino” tiene en todo momento un tremendo valor educativo. No es una casualidad. Esta consigna general va en el mismo sentido del desarrollo político de nuestra época (quiebra y descomposición de los partidos burgueses tradicionales, eclipse de la democracia, crecimiento del fascismo, impulso creciente de los trabajadores hacia una política más agresiva y activa). Todas y cada una de las consignas de transición deben llevar a la misma conclusión política: los obreros tienen que romper con todos los partidos tradicionales de la burguesía para poner en pie junto con el campesinado su propio poder.
Es imposible adivinar de antemano cuáles van a ser las fases de la movilización revolucionaria de las masas. Las secciones de la IV Internacional deben adoptar una actitud crítica ante cada nueva fase y defender aquellas consignas que se adapten a los deseos obreros de una política independiente, profundicen el carácter de clase de esa política, destruyan las ilusiones pacifistas y reformistas, fortalezcan las relaciones de la vanguardia con las masas y preparen la toma revolucionaria del poder.

Los soviets

Como se ha dicho, los comités de fábrica son órganos de doble poder en el seno de la fábrica. Por tanto, su existencia sólo es posible cuando se da una presión de masas creciente. Lo mismo puede decirse de los comités antiguerra, comités de precios y demás órganos semejantes del movimiento, cuya sola aparición prueba que la lucha de clases ha desbordado los límites de las organizaciones tradicionales del proletariado.
Todos estos órganos y comités van a empezar a sentir, en breve, su falta de cohesión y su insuficiencia. Ni una sola de las consignas de transición podrá imponerse totalmente mientras se mantenga el régimen burgués. Al tiempo, la profundización de la crisis social no sólo hará crecer los sufrimientos de las masas, sino su impaciencia, su voluntad de resistencia, su capacidad de presión. Cada día, nuevos sectores de oprimidos levantarán su cabeza y defenderán resueltamente sus reivindicaciones. Millones de necesitados e ignorados por las organizaciones reformistas comenzarán a llamar con insistencia a las puertas de las organizaciones obreras. Los parados se unirán al movimiento y los trabajadores del campo, los campesinos total o casi totalmente arruinados, los oprimidos de las ciudades, las mujeres trabajadoras, las amas de casa, los sectores intelectuales proletarizados, buscarán como un solo hombre su unidad y una dirección capaz.
¿Cómo armonizar, aunque no sea más que dentro de los límites de una sola ciudad, las diferentes reivindicaciones y formas de lucha? La Historia ha contestado ya esta pregunta: por medio de los soviets. Los soviets unificarán a los representantes de los distintos sectores en lucha. Nadie ha propuesto otra forma de organización distinta para alcanzar esos fines, y parece imposible inventar otra mejor. Los soviets no están vinculados a priori a ningún programa. Sus puertas están abiertas a todos los explotados. Su organización, que se extiende junto con el ascenso del movimiento, cambia y se rehace en su seno tantas veces como sea necesario. Todas las corrientes políticas proletarias pueden luchar por su dirección sobre la base de la más amplia democracia. Por eso, la consigna de soviets corona el programa de transición.
Los soviets sólo aparecerán cuando el movimiento de masas se embarque abiertamente en la ruta de la revolución. Desde su aparición, los soviets, actuando como un pivote en torno al cual se agrupan millones de trabajadores en su lucha contra los explotadores, se convierten en competidores y oponentes de las autoridades locales primero y del gobierno central después. De la misma manera que los comités de fábrica hacen aparecer una estructura de doble poder en las fábricas, los soviets suscitan un período de doble poder en el país.
El doble poder es la fase culminante de la época de transición. Dos regímenes diferentes, el burgués y el proletario, se oponen sin tapujos. Es inevitable el conflicto entre ambos. El destino de la sociedad dependerá de su resultado. Si la revolución es derrotada, la dictadura fascista de la burguesía será su consecuencia. Si no, el poder soviético, es decir, la dictadura del proletariado y la reconstrucción socialista de la sociedad.

Los países atrasados y el programa de transición

Los países coloniales y semicoloniales son, en esencia, países atrasados. Los países atrasados forman parte de un mundo dominado por el imperialismo. Su desarrollo, por consiguiente, tiene carácter combinado: las formas económicas más primitivas se combinan con el último grito de la técnica y la civilización capitalistas. Algo semejante sucede con las luchas políticas del proletariado en los países atrasados: la lucha por las más elementales reivindicaciones de independencia nacional y democracia burguesa se combina con el combate socialista contra el imperialismo mundial. En esta lucha, las consignas democráticas, las reivindicaciones transitorias y los problemas de la revolución socialista no constituyen etapas históricas aisladas, sino que están íntimamente unidas. Apenas había comenzado a organizar sindicatos, el proletariado chino se vio en la necesidad de dotarse de soviets. En este sentido, el programa de transición puede aplicarse perfectamente en los países coloniales y semicoloniales, al menos en aquellos donde el proletariado es capaz de proseguir una política independiente.
La tarea central en los países coloniales y semicoloniales es la revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la independencia nacional, es decir, la liberación del yugo capitalista. Ambas tareas están íntimamente ligadas.
No se trata de rechazar el programa democrático, sino de conseguir que, en su lucha, las masas lo desborden. La consigna de Asamblea Nacional (o Constituyente) mantiene toda su vigencia en países como China o la India. Esa consigna debe ligarse indisolublemente al problema de la independencia nacional o de la reforma agraria. Antes que nada, los obreros deben armarse de este programa democrático. Sólo ellos podrán organizar y unificar a los campesinos. Pero, sobre la base del programa democrático revolucionario, es necesario enfrentar a los obreros con la burguesía “nacional”. Al llegar a un cierto estadio en la movilización de las masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, pueden y deberían surgir los soviets. Su papel histórico en cada momento, especialmente en relación a la Asamblea Nacional, dependerá de factores como el nivel político del proletariado, sus lazos; con el campesinado y la política del partido proletario. Más tarde o más temprano, los soviets habrán de plantearse el derrocamiento de la democracia burguesa, pues sólo ellos pueden llevar a término la revolución democrática y abrir paso así a la era de la revolución socialista.
El peso específico de las diversas consignas democráticas y transitorias en la lucha proletaria, su relación mutua y su orden de aparición vendrán determinados por las peculiaridades de los diferentes países atrasados y, en buena medida, por su grado de atraso. Sin embargo, la tendencia general de desarrollo revolucionario en todos los países atrasados puede determinarse por la fórmula de revolución permanente en el sentido que le confirieron definitivamente las tres revoluciones rusas (1905, febrero de 1917 y octubre de 1917).
La III Internacional ha dado a los países atrasados una muestra ejemplar de cómo es posible hundir una revolución poderosa y prometedora. Cuando se produjo la impetuosa ascensión del movimiento de masas en China entre 1925 y 1927, la Internacional (Komintern) no propuso la consigna de Asamblea Nacional, al tiempo que impidió que se crearan soviets. (El Kuomintang, partido burgués, estaba llamado, según Stalin, a reemplazar tanto a la Asamblea Nacional como a los soviets.) Tras la derrota de las masas por el Kuomintang, la Komintern montó una caricatura de soviet en Cantón y, tras el hundimiento inevitable de la revuelta de Cantón, la Komintern se decidió por la guerrilla y los soviets campesinos, con total pasividad del proletariado industrial. Metida así en un callejón sin salida, la Komintern aprovechó la guerra chino-japonesa para liquidar de un plumazo a la ”China soviética”, sometiendo nuevamente no sólo el ”Ejército rojo” campesino, sino también el llamado Partido ”Comunista”, al Kuomintang, es decir, a la burguesía.
Tras haber traicionado a la revolución proletaria internacional en aras de la amistad con los mercaderes de esclavos ”demócratas”, la Komintern tenía que traicionar también la lucha por su liberación de las masas coloniales, con mayor cinismo, si cabe, con que lo hizo anteriormente la II Internacional. Una de las finalidades de la política de Frentes Populares y de ”defensa nacional” consiste en convertir en carne de cañón del Imperialismo ”democrático” a cientos de millones de trabajadores de las colonias. La bandera de la lucha por la liberación de los pueblos coloniales y semicoloniales, es decir, de más de media Humanidad, ha pasado definitivamente a manos de la IV Internacional.

El programa de transición en los países fascistas

Ha pasado bastante tiempo desde que los estrategas de la I.C. proclamaron que la victoria de Hitler no era más que un paso hacia la victoria de Thaelman. Más de 5 años lleva pasados Thaelman en las prisiones de Hitler. Mussohni mantiene a Italia bajo el fascismo desde hace más de 16 años. Mientras tanto, todos los partidos de la Segunda y Tercera Internacionales se han mostrado impotentes no solamente para provocar un movimiento de masas sino también para crear una organización ilegal seria que pueda compararse, aunque sólo sea en cierta medida a los partidos revolucionarios rusos de la época del zarismo.
No hay ninguna razón para pensar que esos fracasos se deban al poder de la ideología fascista. En esencia, Mussolini nunca propuso ideología alguna y la ”ideología” de Hitler nunca ha atraído seriamente a los trabajadores. Los sectores de la población, especialmente las clases medias, que se emborracharon con el fascismo han tenido tiempo suficiente para superar la resaca. El hecho de que la única oposición apenas perceptible se limite a círculos religiosos católicos y protestantes no prueba la pujanza de las teorías semi-delirantes y de las paparruchas sobre la ”raza” y la ”sangre”, sino la bancarrota de las ideologías de la democracia, la socialdemocracia y la Komintern.
Tras la masacre de la Comuna de París, el terror reaccionario duró cerca de ocho años. Tras la derrota de la revolución rusa de 1905, las masas trabajadoras permanecieron mudas durante un período casi tan largo. Pero en ambos casos, la derrota era un fenómeno físico, impuesto por la correlación de fuerzas y completado en Rusia por la inexperiencia política del proletariado. La fracción bolchevique no había cumplido aún los tres años por aquel entonces. La situación alemana es radicalmente distinta: la dirección la ejercían partidos poderosos, de los cuales uno tenía ya setenta años de existencia y el otro casi quince. Pero ambos partidos, con todos sus millones de electores, estaban moralmente paralizados con anterioridad a la lucha y capitularon sin librar una sola batalla. La Historia no recuerda otro fracaso semejante. El proletariado alemán no fue vencido por el enemigo en una batalla abierta. Fue aplastado por la cobardía, la bajeza y la perfidia de sus propios partidos. Es lógico que haya perdido su fe en todo aquello en que había creído durante tres generaciones. La victoria de Hitler, a su vez, fortaleció a Mussolini.
La falta de éxito real del trabajo revolucionario en Italia y en Alemania no tiene otra razón que la política criminal de la social democracia y del Comintern. Para realizar un trabajo ilegal es necesario no solamente la simpatía de las masas, sino también el entusiasmo consciente de sus capas más avanzadas. ¿Pero puede esperarse el entusiasmo en organizaciones que históricamente están en quiebra? Los jefes emigrados son sobre todo agentes del Kremlin o de la G.P.U., desmoralizados hasta la médula de los huesos, o antiguos ministros social-demócratas de la burguesía, que esperan que el milagro los obreros le devolverán sus puestos perdidos. ¿Es posible imaginar, aunque sólo sea por un momento a estos señores en el papel de futuros líderes de la revolución anti­fascista?
Los acontecimientos del mundo: el aplastamiento de los obreros austríacos, la derrota de la Revolución Española, la degeneración del Estado Soviético, poco pueden contribuir a aumentar el empuje revolucionario en Italia y Alemania. Como, además, la información política de los obreros alemanes e italianos depende en gran medida de la radio, cabe decir con toda seguridad que la radio de Moscú, con su combinación de mentiras termidorianas, estupidez e insolencia, se ha convertido en el más poderoso factor de desmoralización obrera en los Estados totalitarios. En esta como en tantas otras cuestiones, Stalin se limita a servir de ayudante a Goebbels.
Al tiempo, los antagonismos de clase que propiciaron la victoria del fascismo siguen actuando bajo ese régimen y lo van socavando gradualmente. Las masas están más insatisfechas que nunca. Cientos, miles de sacrificados proletarios continúan, pese a quien pese, con su revolucionario trabajo subterráneo. Ha llegado a escena una nueva generación que no conoce directamente el hundimiento de las viejas tradiciones y las grandes esperanzas. Por debajo de la losa funeraria, la preparación molecular de la revolución proletaria prosigue. Pero para que esta energía subterránea aflore en revuelta abierta, la vanguardia proletaria tiene que abrir nuevas perspectivas, dotarse de un nuevo programa, levantar una bandera sin lacra.
Esta es la principal dificultad. Es extremadamente difícil que los obreros de un país fascista opten por un nuevo programa. Un programa se verifica en la práctica. Y es precisamente la práctica del movimiento de masas lo que se echa a faltar en los países de despotismo totalitario. Es muy posible que sea necesario un verdadero éxito proletario en uno de los países ”democráticos” para dar nuevo impulso al movimiento revolucionario en territorio fascista. Efectos similares puede tener una catástrofe financiera o militar. Por el momento, es necesario realizar un trabajo fundamentalmente propagandístico y preparatorio del que puedan obtenerse buenos resultados futuros. En este punto algo hay que decir con la mayor convicción: una vez que rompa, la ola revolucionaria en los países fascistas provocará un gran estallido que en manera alguna se limitará a resucitar un cadáver como la República de Weimar.
A partir de aquí aparece una divergencia irreconciliable entre la IV Internacional y los partidos tradicionales, supervivientes de su propia bancarrota. El Frente Popular en el exilio es la peor y más nociva especie de Frente Popular. En esencia, se reduce a una impotente añoranza de la coalición con una burguesía liberal inexistente. De tener éxito, no haría sino preparar, como en España, nuevas derrotas del proletariado. La denuncia implacable de la teoría y la práctica del Frente popular constituye la primera condición para una lucha revolucionaria contra el fascismo.
Por supuesto, esto no significa que la IV Internacional rechace las consignas democráticas como medios de movilizar a las masas contra el fascismo. Esas consignas pueden jugar un papel considerable en diferentes momentos. Pero las fórmulas democráticas (libertad de prensa, libertad sindical, etc.) no son para nosotros más que consignas ocasionales y episódicas, subordinadas a la movilización independiente del proletariado; no un nudo corredizo puesto alrededor de su cuello por los agentes de la burguesía ( ¡España! ). Tan pronto como el movimiento asuma caracteres masivos, las consignas democráticas se entrecruzarán con las transitorias; no es difícil suponer que los comités de fábrica se interpondrán en la carrera de los viejos burócratas desde las embajadas en que se refugian hasta los edificios de los nuevos sindicatos; los soviets cubrirán Alemania antes de que pueda reunirse en Weimar una nueva Asamblea Constituyente. Lo mismo sucederá en Italia y en el resto de los países totalitarios y semitotalitarios.
El fascismo ha sumido a esos países en la barbarie política. Pero no ha cambiado su estructura social. El fascismo es un arma en manos del capital financiero y no de los terratenientes feudales. Un programa revolucionario debe basarse en la dialéctica de la lucha de clases que existe también en los países fascistas, y no en la sicología de unos pobres derrotados. La IV Internacional rechaza con asco cualquier participación en el carnaval político que llevó a los estalinistas, los viejos héroes del ”tercer período”, a ponerse máscaras de católicos, protestantes, judíos, nacionalistas alemanes y liberales, para mejor ocultar su repulsiva faz. La IV Internacional aparece siempre y en todas partes bajo su propia bandera y propone abiertamente su programa al proletariado de los Estados fascistas. Los trabajadores avanzados del mundo entero están ya firmemente convencidos de que el derrocamiento de Mussolini, Hitler, sus agentes e imitadores no puede hacerse más que bajo la dirección de la IV Internacional.

La U.R.S.S. y los problemas de la fase de transición

La Unión Soviética salió de la Revolución de Octubre convertida en un Estado obrero. La propiedad estatal de los medios de producción, esa precondición del desarrollo socialista, abrió la posibilidad de un rápido crecimiento de las fuerzas productivas. Pero, al tiempo, el aparato del Estado obrero sufrió una degeneración total: de arma de la clase obrera pasó a ser un arma de violencia burocrática contra la clase obrera y, cada vez más, un arma de sabotaje contra la economía del país. La burocratización de un Estado obrero atrasado y aislado, así como la transformación de la burocracia en una casta privilegiada y todopoderosa son la más convincente refutación no sólo teórica, sino práctica, de la teoría del socialismo en un solo país.
La U.R.S.S. se ve así recorrida de tremendas contradicciones. Pero sigue siendo un Estado obrero degenerado. Este ha de ser nuestro diagnóstico social. Nuestra previsión política está abierta: o bien la burocracia, al convertirse cada vez más en un instrumento de la burguesía mundial en el Estado obrero, terminará con las nuevas formas de propiedad y entregará de nuevo el país al capitalismo, o bien la clase obrera derrotará a la burocracia y despejará el camino hacia el socialismo.
Para las secciones de la IV Internacional, los procesos de Moscú no constituyeron una sorpresa, ni el resultado de la locura personal del dictador del Kremlin, sino una consecuencia natural del Termidor. Brotaron también de insoportables conflictos en el seno de la propia burocracia, reflejo de las contradicciones entre la burocracia y el pueblo, así como de las crecientes divisiones en el propio ”pueblo”. La naturaleza sangrienta y ”sensacional” de los procesos refleja la intensidad de esas contradicciones y anuncia la inminencia del desenlace.
A su modo, las declaraciones públicas de antiguos representantes extranjeros del Kremlin que se niegan a volver a Moscú confirman que entre la burocracia pueden darse todos los matices del espectro político: desde el bolchevismo auténtico (Ignace Reiss) hasta el más completo fascismo (F. Butenko). Los elementos revolucionarios de la burocracia, que son una pequeña minoría, reflejan, pasivamente, los intereses socialistas del proletariado. Los elementos fascistas y contrarrevolucionarios, cuyo número aumenta sin cesar, expresan con una coherencia creciente los intereses del imperialismo mundial. Esos candidatos a convertirse en nueva burguesía compradora consideran, con razón, que la nueva etapa dirigente sólo puede consolidar sus privilegios si rechaza las nacionalizaciones, la colectivización y el monopolio del comercio exterior en nombre de una asimilación a la “civilización occidental”, es decir, al capitalismo. Entre esos polos hay toda una serie de tendencias, difusamente mencheviques, socialrevolucionarias y liberales, que se inclinan hacia la democracia burguesa.
En el seno de la llamada sociedad “sin clases” existen, sin duda, agrupamientos semejantes a los que aparecen en el seno de la burocracia, aunque se expresen con menor claridad y en proporción inversa: las tendencias capitalistas conscientes se dan principalmente entre las capas prósperas de las explotaciones agrarias colectivizadas (koljoses) y son características de una pequeña parte de la población. Pero en esa capa hay una amplia base para tendencias pequeño-burguesas favorables a la acumulación de riqueza individual en medio de la pobreza general que son alentadas conscientemente por la burocracia.
En la cumbre de este sistema de contradicciones crecientes, reduciendo cada vez más el equilibrio social, se ha instalado por métodos terroristas la oligarquía termidoriana, reducida hoy a la banda bonapartista de Stalin. Las últimas farsas judiciales quisieron ser un golpe contra la izquierda. Esto vale incluso para la liquidación de los dirigentes de la Oposición de derechas, pues la derecha del viejo Partido bolchevique, desde la perspectiva de los intereses y las tendencias burocráticas, representaba un peligro de izquierda. El hecho de que la banda bonapartista, que también teme a sus propios aliados de derecha del tipo de los Butenko, se vea obligada a defenderse con la ejecución casi completa de la vieja guardia bolchevique, es la mejor prueba de la vitalidad de las tradiciones revolucionarias entre las masas, así como de su creciente descontento.
Los demócratas pequeñoburgueses de Occidente, que hasta hace poco aceptaban los procesos de Moscú como oro de ley, repiten hoy con insistencia que no hay “trotskismo ni trotskistas en la U.R.S.S.”. Lo que no explican nunca es la razón de que todas las purgas se realizan precisamente bajo la bandera de una lucha contra el trotskismo. Si entendemos por “trotskismo” un programa acabado o, mejor aún, una estructura organizativa, no cabe duda de que el “trotskismo” es extremadamente débil en la U.R.S.S. Sin embargo, su fuerza invencible se la da el hecho de que no sólo expresa la tradición revolucionaria, sino también la verdadera oposición actual de la clase obrera rusa. El odio social que los trabajadores han acumulado contra la burocracia es lo que, desde el punto de vista de la banda del Kremlin, hace peligroso al ”trotskismo”. La burocracia teme como a la muerte, y no sin razón, que puedan establecerse lazos entre la profunda pero aún desorganizada indignación de los obreros y la organización de la IV Internacional.
El exterminio de la vieja guardia bolchevique y de los representantes revolucionarios de las generaciones media y joven ha alterado el equilibrio político a favor de la derecha, de la rama burguesa de la burocracia y de sus aliados a lo ancho del país. De ellos, es decir, de la derecha, puede esperarse que en el próximo período se intente revisar el carácter socialista de la U.R.S.S. paraaproximarlo a la “civilización occidental” en su variante fascista.
En esta perspectiva, el tema de la “defensa de la U.R.S.S.” se convierte en algo muy concreto. Si mañana la fracción burgués-fascista, la “fracción Butenko”, por decirlo así, intentase conquistar el poder, la “fracción Reiss” se colocaría inevitablemente al otro lado de las barricadas. Aun cuando hubiese de aliarse coyunturalmente con Stalin, no por ello defendería a la banda bonapartista, sino a la base social de la U.R.S.S., es decir, la propiedad arrebatada a los capitalistas y convertida en propiedad del Estado. Si la “fracción Butenko” se aliase con Hitler, la ”fracción Reiss” defenderá a la U.R.S.S. de la intervención militar, tanto en el interior del país como en el frente mundial. Cualquier otra actitud sería una traición.
Aun cuando hoy es imposible negar de antemano la posibilidad, en circunstancias muy concretas, de establecer un “frente único” con la fracción termidoriana de la burocracia en contra de un ataque abierto de la contrarrevolución capitalista, la principal tarea política en la U.R.S.S. hoy sigue siendo el derrocamiento de esa misma burocracia termidoriana. Cada día que se añade a su dominación contribuye a corromper los cimientos socialistas de la economía y a acrecentar las posibilidades de una restauración capitalista. No otra ha sido la actuación de la Komintern, agente y cómplice de la banda estalinista, al estrangular la revolución española y contribuir así a la desmoralización del proletariado internacional.
Al igual que en los países fascistas, la principal fuerza de la burocracia no está en ella misma, sino en el desaliento de las masas, en la falta de una perspectiva nueva. Al igual que en los países fascistas, de los cuales el aparato político de Stalin difiere sólo en ser de una crudeza más desenfrenada, sólo un trabajo preparatorio de propaganda es actualmente posible en la U.R.S.S. Al igual que en los países fascistas, el impulso para el movimiento revolucionario de los obreros soviéticos será dada, muy probablemente, por acontecimientos exteriores. La lucha contra la III Internacional en la arena mundial es actualmente la parte más importante de la lucha contra la dictadura stalinista. Muchos indicios permiten creer que la disgregación de la Internacional, que no tiene apoyo directo en la G.P.U., precederá la caída de la camarilla bonapartista y de toda la burocracia termidoriana en general. Un nuevo empujón revolucionario en la U.R.S.S. comenzará indudablemente bajo la bandera de una lucha contra la desigualdad social y la opresión política.
¡Abajo los privilegios de la burocracia!
¡Abajo el estajanovismo!
¡Abajo la aristocracia soviética, con sus categorías y rangos!
¡Mayor igualdad salarial para todas las modalidades de trabajo!
La lucha por la libertad sindical y de formación de comités de fábrica, por el derecho de celebrar asambleas, por la libertad de prensa se convertirá en la lucha por la regeneración y el desarrollo de la democracia soviética.
La burocracia ha reemplazado a los soviets, en sus funciones de órgano de clase, por la ficción del sufragio universal, al estilo de Hitler-Goebbels. Es necesario devolver a los soviets no solamente su libre forma, democrática, sino también su contenido de clase. De la misma manera que antes la burguesía y los Kulaks no eran admitidos en los soviets, ahora la burocracia y la nueva aristocracia deben ser arrojada de los soviets. En los soviets no hay lugar más que para los obreros, para los miembros de base de los Koljoses, los campesinos y los soldados rojos.
Es imposible una democratización de los soviets sin legalización de los partidos soviéticos. Los obreros y campesinos deben indicar mediante su voto qué partidos reconocen como soviéticos. ¡Hay que revisar, en interés de los productores y consumidores toda la economía planificada! Debe devolverse a los comités de fábrica el derecho de controlar la producción. La calidad y el precio de los productos deben ser controlados por una cooperativa de consumidores democráticamente organizada.
¡Hay que reorganizar las granjas colectivas de acuerdo con las exigencias y los intereses de los obreros que trabajan en ellas!
¡La reaccionaria política internacional de la burocracia debe ser sustituida por una política de internacionalismo proletario! Toda la correspondencia diplomática del Kremlin debe ser hecha pública. ¡Abajo la diplomacia secreta!
¡Revisión de todos los procesos políticos montados por la burocracia termidoriana con completa publicidad e integridad y con derecho a una defensa abierta! Tan sólo una victoria del movimiento revolucionario de masas puede devolver la vida al régimen soviético y garantizar su desarrollo futuro hacia el socialismo. No hay más que un partido capaz de llevar a las masas soviéticas a la insurrección: ¡la IV Internacional!
¡Abajo la banda burocrática de Caín-Stalin!
¡Viva la democracia soviética!
¡Viva la revolución socialista internacional!

Contra el oportunismo y el revisionismo sin principios

La política del Partido de León Blum en Francia demuestra una vez más que los reformistas son incapaces de aprender ni siquiera de las más trágicas derrotas de la Historia. Con mentalidad de siervo, la socialdemocracia francesa copia la política de la socialdemocracia alemana y va por su mismo camino. En unos pocos decenios, la II Internacional, ensamblada con el régimen democrático-burgués, acabó por convertirse en parte suya y hoy se pudre con él.
La III Internacional ha tomado el camino del reformismo en un momento en que la crisis del capitalismo ha puesto definitivamente a la orden del día la revolución proletaria. La política actual de la Komintern en España y China – arrastrarse ante la burguesía ”democrática” y ”nacional” – demuestra que la Komintern es igualmente incapaz de aprender o cambiar. La burocracia que se ha convertido en una fuerza reaccionaria en el seno de la U.R.S.S. no puede desempeñar un Papel revolucionario a escala mundial.
El anarcosindicalismo ha pasado por una solución similar. Hace ya tiempo que en Francia la burocracia sindicalista de León Jouhaux se ha convertido en una agencia de la burguesía en el seno de la clase obrera. En España, el anarcosindicalismo se sacudió su sedicente carácter revolucionario y se convirtió en la quinta rueda del carro de la burguesía.
Las organizaciones centristas intermedias que se agrupan en torno al Buró de Londres no son más que apéndices ”de izquierda” de la socialdemocracia o la Komintern. Han demostrado una grandiosa incapacidad para entender la situación política y extraer de ella conclusiones revolucionarias. Su mejor representante es el P.O.U.M. español, que se mostró completamente incapaz de tomar la senda de la revolución en una situación revolucionaria.
Las trágicas derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una larga serie de años han llevado a las organizaciones oficiales a un conservadurismo todavía más acentuado y, al mismo tiempo, a los “revolucionarios” pequeño-burgueses decepcionados, a buscar “nuevos” caminos. Como siempre en las épocas de reacción y decadencia, por todas partes aparecen magos y charlatanes que quieren revisar todo el desenvolvimiento del pensamiento revolucionario. En lugar de aprender del pasado, lo “corrigen”. Unos descubren la inconsistencia del marxismo, otros proclaman la quiebra del bolchevismo. Unos adjudican a la doctrina revolucionaria la responsabilidad de los crímenes y errores de quienes lo traicionan. Otros maldicen a la medicina porque no asegura una curación inmediata y milagrosa. Los más audaces prometen descubrir una panacea y mientras tanto recomiendan que se detenga la lucha de clases. Numerosos profetas de la nueva moral se disponen a regenerar al movimiento obrero con ayuda de una homeopatía ética. La mayoría de estos apóstoles se han convertido en inválidos morales sin batalla. Así, con el ropaje de revelaciones deslumbradoras no se ofrecen al proletariado más que viejas recetas enterradas desde hace mucho tiempo en los archivos del socialismo anterior a Marx.
La IV Internacional ha declarado una guerra sin cuartel a las burocracias de la II y III Internacional, a la Internacional de Amsterdam y a la anarcosindicalista, así como a sus satélites centristas; al reformismo sin reformas; a la democracia aliada de la G..P.U.; al pacifismo sin paz; al anarquismo al servicio de la burguesía; a los “revolucionarios” que temen a la revolución como a la muerte. Todas esas organizaciones no son valores con futuro, sino reliquias del pasado. Esta época de guerras y revoluciones las arrasará.
La IV Internacional no busca ni inventa ninguna panacea. Se mantiene enteramente en el terreno del marxismo, única doctrina revolucionaria que permite comprender la realidad, descubrir las causas de las derrotas y preparar conscientemente la victoria. La IV Internacional continúa la tradición del bolchevismo que por primera vez mostró al proletariado cómo conquistar el poder. La Cuarta Internacional desecha a los magos, charlatanes y profesores de moral. En una sociedad basada en la explotación, la moral suprema es la de la revolución socialista. Buenos son los métodos que elevan la conciencia de clase de los obreros, la confianza en sus fuerzas y su espíritu de sacrificio en la lucha. Inadmisibles son los métodos que inspiran el miedo y la docilidad de los oprimidos contra los opresores, que ahogan el espíritu de rebeldía y de protesta, o que reemplazan la voluntad de las masas por la de los jefes, la persuasión por la coacción y el análisis de la realidad por la demagogia y la falsificación. He aquí por qué la socialdemocracia, que ha prostituido el marxismo tanto como el stalinismo, antítesis del bolchevismo, son los enemigos mortales de la revolución proletaria y de la moral de la misma.
Mirar la realidad de frente, no ceder a la línea de menor resistencia; llamar al pan pan y al vino vino; decir la verdad a las masas, por amarga que sea; no tener miedo de los obstáculos; ser exacto tanto en las cosas pequeñas como en las grandes; basar el programa propio en la lógica de la lucha de clases; ser audaz cuando llega la hora de la acción: tales son las reglas de la IV Internacional. Hasta el momento, la IV Internacional ha demostrado que es capaz de nadar contra corriente. La próxima ola de la Historia la elevará hasta su cresta.

Contra el sectarismo

Bajo la influencia de las traiciones cometidas por las organizaciones históricas del proletariado, han aparecido o se han reactivado en la periferia de la IV Internacional comportamientos o grupos sectarios de todo género. Se basan en el rechazo de la lucha por reivindicaciones parciales y transitorias, es decir, por las necesidades e intereses inmediatos de las masas trabajadoras en su forma actual. Para los sectarios, prepararse para la revolución significa convencerse a sí mismos de la superioridad del socialismo. Proponen dar la espalda a los “viejos” sindicatos, es decir, a decenas de millones de trabajadores organizados, como si las masas pudieran vivir al margen de las condiciones que impone la verdadera lucha de clases. La lucha en el seno de las organizaciones reformistas les deja fríos, como si fuera posible ganarse a las masas manteniéndose al margen de sus luchas cotidianas. Se niegan a ver diferencias entre la democracia burguesa y el fascismo, como si las masas no notasen la diferencia a cada paso.
Los sectarios no distinguen más que dos colores: el rojo y el negro. Para no caer en la tentación, se dedican a simplificar la realidad. Se niegan a distinguir entre los dos campos que luchan en España so capa de que ambos son burgueses. Por la misma razón creen necesario mantenerse”neutrales” en la guerra entre Japón y China. Niegan que haya una diferencia de principio entre la U.R.S.S. y los países imperialistas y se escudan en la política reaccionaria de la burocracia soviética para negarse a defender contra los ataques imperialistas las nuevas formas de propiedad creadas por la Revolución de Octubre.
Incapaces de encontrar acceso a las masas las acusan de incapacidad para elevarse hasta las ideas revolucionarias. Estos profetas estériles no ven la necesidad de tender el puente de las reivindicaciones transitorias, porque tampoco tienen el propósito de llegar a la otra orilla. Como mula de noria, repiten, constantemente las mismas abstracciones vacías. Los acontecimientos políticos no son para ello la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios. Los sectarios del mismo modo que los conlusionistas y los magos, al ser constantemente desmentidos por la realidad, viven en un estado de continua irritación, se lamentan incesantemente del “régimen” y de los “métodos” y se dedican a mezquinas intrigas. Dentro de su propio círculo, estos señores comúnmente ejercen un régimen despótico. La postración política del sectarismo no hace más que seguir como una sombra a la postración del oportunismo, sin abrir perspectivas revolucionarias. En la política práctica los sectarios se unen a cada paso a los oportunistas, sobre todo a los centristas, para luchar contra el marxismo.
La mayor parte de los grupos y grupúsculos sectarios que se alimentan de migajas que caen de la mesa de la IV Internacional llevan una existencia organizativa ”independiente”, con grandes pretensiones y ninguna posibilidad de éxito. Los bolchevique-leninistas relegan a esos grupos a su propia suerte sin perder tiempo con ellos. Sin embargo, también en nuestra propia organización aparecen tendencias sectarias que ejercen una influencia dañina sobre la actividad de las diferentes secciones. Hay que negarse a mantener compromisos con ellas ni un día más. Una condición básica para adherirse a la IV Internacional es seguir una política correcta respecto de los sindicatos. Quien no sepa buscar y hallar el camino hacia las masas no es un luchador, es un peso muerto que gravita sobre el partido. No se formula un programa para los redactores de un periódico o para los animadores de clubs de debate, sino para llevar a la acción revolucionaria a millones de luchadores. Limpiar de sectarismo y de sectarios incurables las filas de la IV Internacional es una precondición del éxito revolucionario.

¡Abrid paso a la mujer trabajadora!
¡Abrid paso a los jóvenes!

La derrota de la revolución española, montada por sus “dirigentes”, la vergonzosa bancarrota del Frente Popular en Francia y la denuncia de las farsas judiciales de Moscú son tres hechos que, en conjunto, asestan un golpe irreparable a la III Internacional y de paso infligen grandes heridas a sus aliados socialdemócratas y anarcosindicalistas. Sin duda, eso no significa que los miembros de estas organizaciones vayan a orientarse inmediatamente hacia la IV Internacional. La generación madura, que ha sufrido terribles derrotas, abandonará masivamente la lucha. Por otra parte, la IV Internacional no está dispuesta a convertirse en un asilo de revolucionarios inválidos o de burócratas y arribistas desilusionados. Al contrario, es necesario tomar estrictas medidas preventivas contra la influencia en nuestro partido de elementos pequeñoburgueses como los que ahora se encuentran en el aparato de las organizaciones tradicionales. Esas medidas son: un período de prueba prolongado para los simpatizantes que no son obreros, especialmente si son antiguos burócratas de partido; prohibición de desempeñar cualquier puesto de responsabilidad durante los tres primeros años, etcétera. En la IV Internacional ni hay ni habrá lugar para los arribistas, esa plaga de las viejas Internacionales. Tan sólo tendrán acceso a nuestras filas quienes deseen vivir para el movimiento y no a sus expensas.
Los trabajadores revolucionarios deben sentir que son sus propios amos. Para ellos están abiertas de par en par las puertas de nuestra organización. Sin duda hay no pocos hartos y desilusionados entre los trabajadores que en algún momento estuvieron en los primeros puestos. En el próximo período, al menos, seguirán manteniéndose a la expectativa. Cuando un programa o una organización se aviejan, también envejece con ellos la generación que les sirvió de soporte. Son los jóvenes, libres de responsabilidades por el pasado, quienes se encargan de regenerar al movimiento. La IV Internacional dedica especial atención a la joven generación proletaria. Toda su política se dirige a hacer que los jóvenes confíen en sus propias tuerzas y en el futuro. Tan sólo el fresco entusiasmo y el espíritu agresivo de la juventud pueden garantizar los primeros éxitos en el combate; y sólo esos éxitos pueden volver a atraer a los mejores elementos de la generación madura al camino de la revolución. Así ha sido siempre y así será.
Por su propia naturaleza, las organizaciones oportunistas concentran su atención en las capas superiores de la clase obrera, ignorando a la juventud y a la mujer obrera, cuando precisamente la degeneración del capitalismo descarga sus más pesados golpes sobre la mujer en tanto que asalariada y en tanto que ama de casa. Las secciones de la IV Internacional han de buscar apoyo entre los sectores más explotados de la clase obrera y, por tanto, entre las mujeres trabajadoras. En ellas encontrarán inagotables reservas de entrega, entusiasmo y capacidad de sacrificio.
¡Abajo la burocracia y el arribismo!
¡Abrid paso a los jóvenes!
¡Abrid paso a la mujer trabajadora!
Estas consignas están grabadas a fuego en la bandera de la IV Internacional. ¡Bajo la bandera de la IV Internacional!

Bajo la bandera de la IV Internacional

Los escépticos preguntan: ¿Pero ha llegado el momento de crear una nueva Internacional? Es imposible, dicen, crear “artificialmente” una Internacional. Sólo pueden hacerla surgir los grandes acontecimientos, etc. Lo único que demuestran todas estas expresiones es que los escépticos no sirven para crear una nueva Internacional. Por lo general, los escépticos no sirven para nada.
La Cuarta Internacional ya ha surgido de grandes acontecimientos; de las más grandes derrotas que el proletariado registra en la historia. La causa de estas derrotas es la degeneración y la traición de la vieja dirección. La lucha de clases no tolera interrupciones. La Tercera Internacional, después de la Segunda, ha muerto para la revolución.
¡Viva la Cuarta Internacional!
Pero los escépticos no se callan ¿Pero ha llegado ya el momento de proclamarla? La Cuarta Internacional- respondemos- no necesita ser “proclamada”. Existe y lucha. ¿Es débil? Sí, sus filas son todavía poco numerosas porque todavía es joven. Hasta ahora se compone sobre todo de cuadros dirigentes. Pero estos cuadros son la única esperanza del porvenir revolucionario, son los únicos realmente dignos de este nombre. Si nuestra Internacional es todavía numéricamente débil, es fuerte por su doctrina, por su tradición, y el temple incomparable de sus cuadros dirigentes. Que esto no se vea hoy, no tiene mayor importancia. Mañana será más evidente.
La Cuarta Internacional goza ya desde ahora del justo odio de los stalinistas, de los social-demócratas, de las liberales burgueses y de los fascistas. No tiene ni puede tener lugar alguno en ningún frente popular. Combate irreductiblemente a todos los grupos políticos ligados a la burguesía. Su misión consiste en aniquilar la dominación del capital, su objetivo es el socialismo. Su método, la revolución proletaria. Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción revolucionaria. El régimen interior de la Cuarta Internacional se rige conforme a los principios del centralismo democrático: completa libertad en la discusión, absoluta unidad en la acción.
La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección proletaria. Los obreros revolucionarios agrupados en torno a la Cuarta Internacional señalan a su clase el camino para salir de la crisis. Le proponen un programa basado en la experiencia internacional del proletariado y de todos los oprimidos en general, le proponen una bandera sin mácula.

Obreros y Obreras de todos los países, agrupaos bajo la bandera de la Cuarta Internacional.
¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!

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