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ORGANISATION DES TRAVAILLEURS RÉVOLUTIONNAIRES, OTR (Haití)

Quien vea desde lejos la situación política en Haití, mediante la prensa o las redes sociales, puede creerse que las clases pobres han bajado a la calle y luchan por sus reivindicaciones a través de la operación “pays lock”.

La operación “pays lock”

A lo largo del año hubo huelgas en serie entre trabajadores de la administración pública, que reclamaban sus sueldos no pagados, y un aumento de los sueldos frente a la subida del coste de la vida. La prensa local apenas ha hablado del tema, mientras que la prensa internacional sí ha comentado mucho la operación “pays lock”, que paralizó casi todas las actividades del país. “Lock” es un término criollo de Haití, que viene del inglés y significa bloquear, hablándose de puertas, por ejemplo.

La operación “pays lock” lanzada por la oposición tenía como objetivo el bloqueo de las actividades del país para exigir la dimisión del presidente Jovenel Moïse. Primero, consistía en bloquear el transporte público y privado mediante la violencia de pequeños grupos con barricadas en los puntos estratégicos de la capital y en las carreteras. Imponían una parálisis del transporte, del cual dependen las principales actividades del país. Todo se paró, o casi todo. Las ciudades no podían abastecer a la capital sitiada, y lo mismo al revés. La oposición pedía unas calles desiertas, vacías, y hasta las tomaban contra los peatones que iban a trabajar.

Cualquier tentativa para romper el bloqueo, que viene con manifestaciones populares, acaba degenerando porque las tropas de choque vigilan las barricadas y tiran piedras o incluso disparan a todo lo que se mueva. Es frecuente que tanto a los peatones como a los conductores les exijan un pago en dinero para pasar la barricada. Lo claro es que la población, que en su mayoría vive gracias al comercio informal, es rehén de la situación, asfixiada económicamente y sufre los efectos de un método antipopular, que la oposición política utiliza sin consideración alguna por las clases populares.

El presidente sólo ha pagado una parte mínima de la factura. Vigilado y perseguido, tenía problemas a la hora de acceder al Palacio y a su residencia privada, siempre se erigían barricadas ante su paso. Cuando se desplaza, apaga las sirenas para pasar desapercibido. Da la sensación de que es una rata arrinconada y perseguida por ejércitos de gatos.

Tuvo que pedir la ayuda de los Estados Unidos que fueron a socorrerlo con una docena de guardaespaldas. Los EE. UU. tuvieron el comportamiento opuesto en 2004, cuando se dieron prisa por abandonar a Arístides retirándole los guardaespaldas americanos y luego quitándolo de en medio con un avión.

En cambio, sí les pasa factura la operación “pays lock” a los trabajadores de la zona industrial y las clases populares en general, cuyas condiciones de vida empeoran cada día, por los precios que se disparan, la caída de la divisa y la pérdida de poder adquisitivo.

Durante el lock, es tan rápido el aumento de los precios que hay poca diferencia entre los ingresos de un desempleado y los de un trabajador.

Las terribles consecuencias del lock para los trabajadores

 A la guerra económica diaria que los ricos hacen contra la población se suma, con la operación “pays lock”, una lucha política intensa entre clanes rivales, cuyas consecuencias son inmensas para los explotados.

Las tropas de choque de la oposición suelen tomarlas contra los trabajadores que vienen y van a la zona industrial. Reciben piedras, trozos de botellas; sufren golpes y hasta tiros.

Un obrero fue disparado mientras iba al trabajo. Otro, que recibió una bala mientras iba a trabajar, sólo tuvo 15 días de baja, y su patrón, que es un antiguo candidato a la presidencia, no quiso pagar los gastos de hospitalización.

También es camino a la zona industrial donde muchas mujeres son agredidas, y a veces violadas. Recordemos que las mujeres forman más del 80% de la plantilla en las fábricas de ensamblaje en Haití.

El estado mayor de la operación “pays lock” guardó silencio en cuanto a lo sufrido por los trabajadores durante todo el periodo. No hace falta más argumentos para demostrar el carácter anti obrero y reaccionario de la dirección de ese movimiento.

Los días de manifestación y disturbios, con bloqueo de las carreteras nacionales, por ejemplo, fueron un buen pretexto para los patrones, tanto pequeños como grandes, y despidieron en masa. Sin recurso, los trabajadores despedidos y sus familias han caído a la miseria más extrema. Otros trabajadores tuvieron que aceptar una bajada del sueldo a cambio de no ser despedidos.

Los habitantes de los barrios pobres, aislados en sus guetos bajo el control de los bandidos armados y las tropas de choque de las barricadas, mueren de hambre y sed. Las pequeñas vendedoras de la calle quiebran porque ya no pueden abastecerse o simplemente porque nadie puede pagar sus mercancías, ya que la gente no tiene sueldo. Hay mujeres embarazadas que paren en la calle, porque los vehículos no pueden pasar las barricadas, donde se exige dinero para pasar.

El servicio de agua en los barrios lleva años sin funcionar; hasta ahora, el agua la llevaban camiones, pero ya no pueden llegar a los barrios populares. Hay hasta ambulancias que no pueden entrar allí donde los bandidos exigen dinero.

En determinados momentos, por ejemplo, los fines de semana, sí hay abastecimiento. Los ricos, la pequeña burguesía acomodada y los políticos acuden a los supermercados y los vacían, pero los barrios populares siguen muriéndose en casa. Esto es la famosa operación “pays lock”.

Es verdad que, en su mayoría, los trabajadores y las clases populares apoyaban pasivamente los objetivos del movimiento, la destitución del presidente. Odian a éste por sus promesas incumplidas: la de un servicio de luz 24 horas al día, la creación masiva de empleo, la bajada del coste de la vida, etcétera.

Por eso acudieron decenas de miles de personas a las manifestaciones, en su mayoría desempleados de las chabolas, sumidos en la miseria y en toda clase de problemas. Cuanto más amplio el movimiento, más numerosas las instituciones que abandonaban al jefe del Estado, las Iglesias, las asociaciones patronales, etc.

Durante dos meses, casi todas las corporaciones del país estuvieron en la calle para pedir la dimisión del presidente. Hasta los policías aprovecharon el momento, organizando dos manifestaciones por las condiciones laborales y los sueldos, escandalizando a los jefes.

Pero la agitación social se desarrolló en base al desánimo de los trabajadores y las clases populares, que han sufrido mucho de la degradación de las condiciones de vida, del aumento de los ataques por los bandoleros, los robos, las violaciones, los asesinatos en los barrios. Las clases pobres ven la implosión del Estado y la degradación de su condición.

Los dirigentes sólo se preocupan por desviar fondos públicos en beneficio de las clases poseedoras y sus criados en las instituciones.

El Estado, y por tanto la política, siguen siendo los mayores facilitadores de empleo, con partidos políticos numerosísimos, para una pequeña burguesía intelectual (o así la llaman), en un contexto de precariedad generalizada e inseguridad económica. Como siempre, hay dos bandos que luchan a muerte: los que han conquistado el poder, por lo general con la ayuda de los EE. UU., y los que han quedado fuera y quieren acceder a la mesa, o sea la oposición. Esto se viene repitiendo en toda la historia de Haití. La población, abandonada, desarrolla estrategias para sobrevivir frente al coste de la vida, al paro, a la multiplicación de bandas armadas que roban, violan y matan, muchas veces con la complicidad del Estado.

Tras diez semanas de bloqueo casi total de las actividades del país, empezaron progresiva y parcialmente a funcionar el transporte público y privado, el comercio oficial e informal, la administración, en un contexto frágil. Las puertas de la mayoría de grupos escolares de la capital y otras grandes ciudades han quedado cerradas.

La actualidad política sigue dominada por el pulso entre los políticos de la oposición y el jefe del Estado, Jovenel Moïse, que aprovecha el agotamiento del movimiento social para acelerar la represión en los barrios populares.

Los organismos de defensa de los derechos humanos denuncian las ejecuciones en varias ciudades del país, las masacres en Port-au-Prince, especialmente en los barrios de Bel-Air y Mariani. Mediante la policía y las bandas armadas el poder dirige sus golpes contra las tropas de choque de la oposición, que mantenían las barricadas y eran la punta de lanza de una agitación social que duró más de dos meses. Al margen de la operación “pays lock”, crece la inseguridad, el bandolerismo, el reparto masivo de armas a las bandas por parte del poder, que sólo se mantiene por la represión y la corrupción.

 

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