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La ultraderecha estadounidense causa una muerte y 19 heridos en Charlottesville, Virginia

El pasado 12 de agosto, grupos de extrema derecha y supremacistas blancos realizaron una marcha, en la localidad estadounidense de Charlottesville, para protestar por la retirada de una estatua de Robert E. Lee, general pro esclavista en la Guerra de Secesión (1861-1865). Asombrados, muchos vecinos se indignaban al comprobar la naturalidad con que estos grupos de odio se manifestaban por las calles de su ciudad y decidieron concentrarse al paso de la marcha. Tras algunos insultos y empujones unos de los neonazis, que participaban en la marcha, embistió un vehículo contra los antifascistas que intentaban evitar tal despliegue de odio y violencia racista. Heather D. Heyer, de 32 años, asistente jurídica de Charlottesville y defensora de los más desfavorecidos resultó muerta junto a otros 19 heridos que quedaron en el suelo tras el brutal atentado.

La tibieza con la que el presidente Donald Trump condenó el ataque fascista ha ocasionado multitud de críticas dentro y fuera del país, incluso dentro del propio gobierno estadounidense y muchos medios relacionan directamente al presidente con los numerosos grupos neonazis, supremacistas blancos, ultra católicos o ultranacionalistas que se expresan, cada vez más abiertamente tras la llegada de Trump a la Casa Blanca. Muchos de estos grupos apoyaron su campaña e incluso celebraron la victoria al grito de “Heil Trump”, saludando al más puro estilo nazi. Aunque Trump no encaja en muchos parámetros clásicos del fascismo, su mensaje antisemita, hipernacionalista, militarista, contra los tratados internacionales o a favor de la deportación de inmigrantes, hace que los más radicales se sientan fuertes y declaren abiertamente sus intenciones.

Fascista o no, en Wall Street están tranquilos porque saben que uno de ellos ocupa la Casa Blanca y, aunque muchos mensajes de Trump iban dirigidos contra el establishment, saben que defenderá el capitalismo más brutal, si cabe. Los mensajes contra la inmigración no van más allá de dividir a la clase trabajadora, enfrentar a trabajadores nativos con extranjeros, pero en realidad no tiene intención de expulsar a millones de inmigrantes que dejarían sin mano de obra barata a los capitalistas.

Esquilmar recursos públicos mediante obras de infraestructuras, que naturalmente harían empresas privadas de sus amigotes, abaratar los salarios o acabar con los derechos sindicales son los verdaderos objetivos del presidente estadounidense. Así que, fascista o no, a los trabajadores del mundo y en especial a los compañeros de EE UU, se nos ponen los pelos de punta con tipos como este y con quienes los apoyan; en especial grandes empresarios y financieros que son los que siempre están tras estos individuos.