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La situación de la clase trabajadora en España, los límites del sindicalismo y la lucha obrera

Este artículo se realizó antes de la pandemia y sin embargo su actualidad no ha prescrito, muy al contrario, la crisis económica y social nos ha puesto ante los ojos el papel de los sindicatos mayoritarios en el apoyo a la gran patronal a través de la concertación social y su integración en el aparato del Estado. Por otra parte, la judicialización de los conflictos obreros ha puesto de manifiesto que el sistema judicial beneficia a la patronal alargando la situación de desprotección social de la clase trabajadora ante los despidos. La ola de despidos en la pandemia no puede ocultar que la crisis del sistema capitalista estaba ya acelerándose y estaban previstos muchos de ellos como los de Alcoa, Nissan o Airbus.

El capitalismo está en un callejón sin salida, y buscará que la población trabajadora pague la factura de su crisis.

Ahora más que nunca, se pone de manifiesto la necesidad de la lucha obrera con un programa que organice las metas, objetivos de su combate en defensa de sus intereses. Esta lucha sólo puede tener un objetivo político final: organizar la sociedad para el bien común y no para los beneficios privados y para ello la clase trabajadora tendrá que tomar el poder.

 

“La clase obrera posee ya un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados”1.

En las condiciones actuales del capitalismo en crisis la clase trabajadora lucha

El número de huelgas que se desarrollaron durante el periodo de enero a septiembre 2019 fue de 656, con 217.901 trabajadores participantes y un total de 596.543 jornadas no trabajadas. Sin embargo, estas luchas obreras no son visibles en los medios de comunicación y apoyan la falsa impresión de que la clase trabajadora no existe. La estadística muestra sin ambages que, a pesar de una situación social en crisis, la clase trabajadora lucha, se defiende y se moviliza día a día.

La lucha de clases, la resistencia de los trabajadores a la explotación y sus consecuencias existen todos los días. Lo que no hay es una generalización de las luchas, ni un programa que permita conseguir la unidad en todo el Estado y avanzar en una política obrera de clase. Por ello es lógico que haya desmoralización en muchos trabajadores.

Es algo habitual entre sectores de la clase trabajadora culpar a los “sindicatos” y a los “políticos” de las injusticias y la explotación que sufre. Y aunque confundan las causas y atribuyan los males a esas direcciones burocratizadas y no a la patronal, es un hecho en sí mismo del malestar social y de crítica a la situación. Sacar a la luz estas luchas y apoyarse en ellas para defender la resistencia obrera que hay en el mundo es necesario. Incluso las críticas a los sindicatos mayoritarios es fruto de este descontento. Por eso tenemos que agrupar a los compañeros y organizarlos para expresar la indignación que aparece en muchos momentos fruto de la situación del mundo del trabajo y dirigir la rabia a los verdaderos causantes: la patronal y el sistema capitalista.

Y hay que saber que cada paso en adelante del movimiento obrero aparece detrás de un retroceso. Tras una derrota tiene que existir una reflexión que permita superar los errores y buscar soluciones y conquistar mejoras. En el Manifiesto Comunista se explica que “a veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros.”

1 Carlos Marx. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, 1864.

¿En qué situación se encuentra hoy la clase trabajadora en España? Para responder a esta pregunta tenemos que analizar dos aspectos fundamentales que explican el estado de la conciencia de clase que existe en el mundo del trabajo. Estos aspectos son las condiciones materiales del capitalismo en crisis con la explotación de la clase trabajadora y el freno de la burocracia sindical, con el efecto añadido de la ausencia, de organizaciones sindicales combativas y políticas de clase en lucha por el socialismo revolucionario.

El paro y la precariedad, la subcontratación -con la división que eso conlleva entre los trabajadores y la  burocratización de los sindicatos son espadas de Damocles sobre los asalariados. Permite bajar los salarios, despedir libremente y meter miedo a los que quieren luchar.

La situación en la que vive el mundo del trabajo corresponde en primer lugar a la situación del sistema económico que lo determina. La crisis económica de la cual no se ha salido, se mantiene. La clase trabajadora, los asalariados, en España son más del 86% de la población en edad de trabajar unos 15,9 millones de personas. La clase trabajadora no es homogénea en las condiciones de trabajo, nunca lo ha sido. En primer lugar, el desempleo y la temporalidad corresponde a más de la mitad de los asalariados, más 10 millones están parados, ocupados a tiempo parcial, o temporales. Los otros 5,1 millones responden a los trabajadores fijos, empleados públicos y del sector privado en grandes empresas su mayoría. De todos los asalariados el 13%, es decir, casi unos 2,5 millones de trabajadores ingresa menos de 8400 euros anuales.

La otra característica de la clase trabajadora es que está organizada en sectores con un gran porcentaje de subcontratación. Por ejemplo, en el sector aeronáutico la mitad de los trabajadores trabajan en subcontratas de Airbus. En cada sector productivo una o varias grandes empresas concentran la producción mientras que alrededor de ellas un porcentaje, cada vez mayor, está subcontratado. Esto hace que la clase trabajadora trabaje en una red de pequeñas empresas para la matriz. En el sector público ocurre con las llamadas externalizaciones. Servicios que antes realizaban los trabajadores de la empresa pública lo hacen ahora empresas externas. Ejemplo de los ayuntamientos con parques y jardines, transportes, limpieza, basura etc.

La externalización de servicios, el “outsourcing”, la práctica de la subcontratación o externalización de servicios entre empresas, se ha desarrollado desde la última crisis.

Los empresarios ahorran en gastos laborales, con los grupos de multiservicios, y las ETT. ¡Ganan millones los capitalistas a costa de los trabajadores! Esa externalización va acompañada de un empeoramiento de las condiciones laborales de los trabajadores.

La reforma laboral legaliza esta tendencia a la precarización laboral. Subcontratación/precarización/temporalidad/contratación a tiempo parcial/desempleo, es una cadena que somete a los asalariados a los dictados empresariales en una relación económica que hace que la necesidad de sobrevivir, de tener un trabajo, someta a la clase trabajadora y la amordace.

En el caso de los trabajadores de las grandes empresas y empleados públicos que tienen salarios más elevados y en algunos casos dignos, las estructuras sindicales se convierten en un freno al estar corrompidas bajo los privilegios de la negociación, horas sindicales y subvenciones estatales. El caso de LTK en la aeronáutica es ejemplificador. El cierre de esta subcontrata que durante años ha trabajado para Alestis en Sevilla, ha supuesto 40 despidos. El comité de empresa de Alestis no ha movido un dedo en contra de los despidos, bajo el chantaje de los despidos de la patronal.

 

Una aproximación a la estructura de clases en España a finales de 2017. José Daniel Lacalle. sinpermiso.info/17/01/2018

 

 

Los límites del sindicalismo, el reformismo y la burocracia sindical

Los sindicatos son históricamente las primeras organizaciones obreras de defensa de los asalariados. Para los trabajadores es la asociación y la solidaridad la base necesaria para conseguir mejorar las condiciones de vida y frenar los ataques de la patronal y del gobierno. En el sistema capitalista la producción de mercancías necesarias para el mantenimiento de la sociedad se hace mediante la relación entre el empresario o propietario de capital y los contratados por un salario, los trabajadores. En otros términos, el propietario de dinero/capital invierte en fuerza de trabajo, es decir, mano de obra, maquinaria, terrenos, materias primas etc., para obtener unas ganancias, acumular capital y reinvertir. Las ganancias se realizan una vez que se han vendido las mercancías en el mercado.

El desarrollo de la sociedad capitalista, que comenzó hace apenas 300 años, ha significado un progreso enorme respecto a las sociedades anteriores y en concreto de la sociedad feudal en la Edad Media de la cual nació. Como el capitalista tiene que vender más y hacerlo lo más barato posible en el mercado y como consecuencia obtener los máximos beneficios, está obligado a desarrollar tecnológicamente sus medios de producción para producir más y más barato y además reducir los costes laborales lo máximo posible. Por ello, los salarios no son el pago por lo que produce el trabajador, sino el dinero necesario, en una sociedad o país dado, para reponer sus fuerzas físicas e intelectuales y producir. Ello significa que el salario es el valor monetario de la mercancía fuerza de trabajo, es decir lo que vale reponerse: pagar piso o casa, comer, vestirse, formarse etc., para que el trabajador vuelva al día siguiente.

De ahí concluimos que son los trabajadores los productores colectivos de todas las mercancías, de toda la riqueza social y los capitalistas/ empresarios se apropian, -la propiedad privada de la parte no pagada a los trabajadores. Esto es la plusvalía, que no es más que la diferencia entre la masa salarial y el valor total de la riqueza producida colectivamente, y que producen los beneficios empresariales. Es decir, el beneficio capitalista no sale de vender productos a buen precio, sino de no pagar el verdadero valor de lo que genera y producen sus trabajadores. La diferencia de lo que paga a los trabajadores, y lo que realmente vale el trabajo de estos es la plusvalía, y ahí reside el beneficio capitalista. Esto es el núcleo de la explotación social, la base de la desigualdad y del poder económico y político, de la burguesía. Es así porque la única fuente de valor es el trabajo colectivo y social. Entonces, el capital no es más que trabajo acumulado de trabajadores que socialmente está en manos de los propietarios de capital. Es imposible terminar con la desigualdad social, con la explotación, si no terminamos con la dominación del capital.

Por ello la lucha de clases. El capitalismo sólo funciona si se valoriza el capital, si se obtienen beneficios y estas ganancias se acumulan en manos de los dueños de los medios de producción, accionistas, empresarios, altos directivos etc. Esta situación y dinámica lleva necesariamente a las crisis porque la producción se expande más que lo que la solvencia del mercado y los trabajadores puedan consumir. Dicho de otra manera, el capitalismo se expande de tal manera que el mercado no tiene capacidad de absorber todo lo que se produce. El ejemplo de la última crisis inmobiliaria en España lo prueba. Millones de personas sin casa y millones de viviendas vacías.

De ahí que la lucha de clases obliga siempre a los trabajadores a combatir para exigir mejorar o no disminuir las condiciones de vida y de trabajo. Para defenderse del capital la lucha más elemental es la sindical, porque es la lucha por mejorar y valorar nuestra fuerza de trabajo, nuestro salario, directo e indirecto o en contra de los despidos, para no caer en el paro que permite debilitar a los trabajadores en activo y presionar a la baja los salarios.

¿Entonces, cuáles son los límites de la acción sindical y del sindicato como organización?

La organización sindical tiene como base la empresa. En nuestras sociedades está reglamentada por ley la acción y negociación con la patronal. Los representantes sindicales de los trabajadores son los encargados de negociar, de ser los intermediarios, los abogados de los trabajadores respecto a la patronal. Esto se hace en los convenios, que son los contratos colectivos de trabajo y que permiten obtener de los empresarios más o menos salario. Es decir, mejorar nuestra mercancía fuerza de trabajo. La huelga muestra la fuerza del mundo del trabajo. Es la herramienta que puede doblegar a la patronal porque enseña que, quién trabaja y quién produce son los trabajadores y si no se produce el capitalista pierde dinero, lo invertido y no obtiene ganancias. Muestra que el capitalismo parasita el mundo del trabajo.

Este es el primer límite. Por mucho que valoremos nuestros salarios siempre tendrá el tope de los beneficios empresariales. Si no hay beneficios no hay capital. El capitalista se lleva el dinero a otra parte y se acabó lo que se daba. Para ello está el Estado, para proteger la propiedad del capital. Reformas laborales, leyes etc., protegen al capital, lo subvencionan con dinero público, con obras públicas, privatizando servicios etc., etc., etc.

Con el tiempo el sindicalismo tuvo que organizarse y salir del ámbito de la empresa, del oficio, del sector y llegar a toda la sociedad y desarrolló la huelga general de masas. Las huelgas de este tipo desarrollaron una base social y una conciencia de clase tal, que permitió el triunfo de la Revolución Rusa. En España el ejemplo está en la huelga de la Canadiense de 1919. El despido de trabajadores en una sección de la empresa en Barcelona provoca una solidaridad en toda ella y de ahí a todas las empresas de Barcelona y el apoyo de los barrios obreros. La solidaridad y la lucha consiguió al cabo de los días las 8 horas por primera vez en España. Esto fue posible porque la CNT organizó a los trabajadores como sindicatos únicos de sector y rama. Es la acción directa. ¡Si tocaban a uno tocaban a todos! Esta práctica fue contrarrestada por la patronal a través de la represión del Estado.

Martínez Anido, gobernador militar y civil de Barcelona organizó la represión, protegió y ayudó al “sindicato libre” de la patronal, pistoleros que asesinaban a sindicalistas y obreros revolucionarios y combativos. Esta “guerra sucia” contra el sindicalismo diezmó la CNT y terminó con el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923.

Este es el segundo límite del sindicalismo: si la clase trabajadora no se organiza para tomar el poder político, el Estado, éste terminara masacrando a toda la vanguardia obrera. Desde la comuna de París de 1871, las revoluciones derrotadas y traicionadas, la guerra civil del 36 o Chile de Allende, muestran este límite.

De esta lección histórica, nace la necesidad de conquistar el poder político de la clase obrera, nace la herramienta fundamental para la revolución social: el partido obrero. Por ello el sindicato no tiene el programa, ni los militantes formados, ni el ámbito político extenso para poder dedicarse exclusivamente a esa tarea. De ahí que fuera necesario construir partidos obreros que complementaran la lucha sindical en una división entre la lucha económica y la lucha política. Y fue en el triunfo de la gran Revolución Rusa donde se demostró que es necesario un partido obrero formado por militantes con arraigo en la clase trabajadora y las empresas, preparados intelectualmente y formados en las luchas y en el análisis social y político que es el marxismo revolucionario y que no caen en el parlamentarismo y reformismo de creer, que podemos conseguir en las instituciones burguesas lo que únicamente con la lucha de clase es posible: acabar con el capitalismo.

Este tercer límite del sindicalismo sólo se puede sobrepasar con la creación de un partido obrero de militantes abnegados y luchadores que tengan la inteligencia, la formación y la experiencia política en el mundo del trabajo.

El reformismo y la burocracia sindical

A estos tres límites del sindicalismo se le añaden otros dos más -que también son propios de los partidos obreros que son el reformismo y la corrupción burocrática que lleva normalmente aparejada. Estos límites son deformaciones corrompidas por el poder de la burguesía. En los países capitalistas desarrollados, en las potencias imperialistas tipo EEUU o los países que conforman la UE, el Estado y sus instituciones, las grandes centrales sindicales forman parte de la estructura legal del Estado capitalista. Toda una legislación laboral les da un poder que en su origen ni hubieran soñado tener. Tienen legalmente la capacidad de negociar directamente con la patronal en los convenios de empresa y sector, y un convenio es norma legal, es decir equiparable a una ley de obligado cumplimiento. Tienen establecido la concertación social que les permite intervenir en grandes acuerdos de estado. Finalmente, las constituciones les atribuyen la interlocución con la patronal y el gobierno. En sí mismos se han convertido en parte orgánica del Estado para la colaboración de clase.

El fascismo o el franquismo llevaron al extremo de la represión social, de una forma brutal, la colaboración de clases. Esta forma brutal y represiva del franquismo fue el sindicato vertical, organismo estatal donde estaban representadas la parte “social”, la parte “empresarial” y el Estado propiamente dicho que conciliaba o dictaba normas de obligado cumplimiento. Había cierta representación de los trabajadores a través de las elecciones a “enlaces y jurados”, nombres que todavía perduran en el leguaje popular. En las democracias capitalistas ricas no necesitan de esa brutalidad y represión, pueden organizar la colaboración de clase sin la represión, corrompiendo y comprando a sectores sindicales y políticos de la clase obrera.

Este papel institucional en la sociedad capitalista ha permitido que en las grandes empresas y en los sectores productivos aparezcan una capa de “representantes” sindicales de los trabajadores que en muchos casos llevan años sin pisar el tajo, separados de los trabajadores de base, cuyo oficio es negociar con la patronal y en su caso el gobierno.

Esta capa de “funcionarios” sindicales forma la burocracia sindical. Capa con atribuciones administrativas propias y que sólo han sido refrendados cada 4 años en elecciones sindicales en los casos de las grandes empresas. Pero en los sectores productivos, como por ejemplo la rama del metal o el campo, donde hay multitud de pequeñas empresas, muchas de ellas sin representación sindical, los convenios se negocian por los aparatos de las grandes centrales sindicales, aparatos en los cuales esta capa de sindicalistas lleva años en sus poltronas y sin que los haya elegido siquiera los trabajadores. Son la burocracia sindical elegidos por la estructura local, provincial, regional o estatal de los sindicatos.

Lo que pudo parecer una conquista del movimiento obrero, como el derecho de representación y negociación con la patronal se ha convertido en órganos de colaboración de clases. Esto es así porque parte del dinero del Estado y de la patronal ha ido a mantener esta estructura de liberados. Han sido comprados para estabilizar el sistema capitalista, obtener la paz social y dividir a los trabajadores, una parte con salarios correctos y otra, la mayoría, en la precariedad, en la subcontratación o en el trabajo en negro. Porque no podemos negar que esta capa de burócratas, que ha sustituido a los trabajadores, se sustenta en una base social obrera que es la “aristocracia” obrera. Nombre que no data de ahora sino desde los principios del movimiento obrero porque la burguesía en Gran Bretaña, primero y EEUU después para extenderse a todos los países ricos, ha corrompido este sector de la clase obrera. Marx y Engels ya habían estudiado este fenómeno que Lenin describiría así:

«El oportunismo se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia, relativamente civilizadas y pacíficas, de una capa de obreros privilegiados los aburguesaba, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y vivían en la miseria (…) La base económica del chovinismo y del oportunismo en el movimiento obrero es una y la misma: la alianza de unas pocas capas superiores del proletariado y de la pequeña burguesía -que aprovechan las migajas de los privilegios de su capital nacional contra las masas proletarias, contra las masas trabajadoras y oprimidas en general”. (Lenin, “La bancarrota de la II Internacional”).

Como consecuencia del desarrollo del capitalismo, la compra y burocratización e integración en el sistema capitalista de las capas dirigentes de los sindicatos y de los partidos de origen obrero, hace que la lucha del movimiento obrero retroceda, se vacíe de contenido y las luchas se atomicen.

Las huelgas generales se convierten en algo demostrativo, sin participación real de las masas obreras sólo para presionar a la patronal para que se siente a negociar con las estructuras sindicales. La clase trabajadora es utilizada como maniobra para llamar la atención de la patronal como buenos criados de la burguesía. Esta burocratización sindical lleva a aceptar la explotación capitalista, a cerrar los ojos a la injusticia social y a aceptar que es imposible cambiar la sociedad y que sólo la vía de la negociación e integración en las instituciones del Estado es posible.

La ausencia de partido obrero y la integración de los sindicatos en el aparato de Estado no son excusas para retomar las tareas militantes en la clase trabajadora. Hoy en día podemos decir que el movimiento obrero revolucionario casi no existe. No existen organizaciones importantes, con arraigo y partidos que se reclamen de la clase obrera y que tengan como fin acabar con la sociedad capitalista y luchar por el socialismo, comunismo en sus distintas vertientes tradicionales: el anarquismo o comunismo revolucionario.

Ya no podemos hablar del PSOE o del PCE como partidos obreros que fueron originariamente revolucionarios. El primero porque su reformismo lo llevó a integrarse en el régimen capitalista y el segundo es una carcasa de cargos burocráticos que viven de la política institucional de IU y ahora de Podemos. Además, han dejado de tener militantes y arraigo entre los trabajadores, en tajos y empresas. Y si algún obrero u obrera, trabajador o trabajadora ingresa en sus filas o se decepcionan con el tiempo y dejan su actividad, aunque mantengan su afiliación o buscan escalar puestos en la política entendida como cargos institucionales, burocracia sindical y elecciones. Es decir, el oportunismo propio de los que buscan su propia égida, o su propio ombligo.

En cuanto a las organizaciones sindicales podemos decir tanto de lo mismo. Sin embargo, hay una diferencia palpable. A pesar de haber perdido afiliación, de la desconfianza de los trabajadores, de la desafección de sectores obreros y de estar reducido a las grandes empresas tanto del sector público como privado tienen una presencia real en la clase trabajadora. Es decir, a pesar de su burocratización y de su integración en el sistema legal estatal y reducidas prácticamente a la negociación de convenios, a agencias de viaje o bufete de abogados, son las únicas organizaciones que podemos decir que son los cauces de la clase obrera para defenderse, que cada cuatro años los trabajadores les votan y que se utilizan en cada empresa por el personal para cualquier reclamación o problema laboral. También hay que decir que esto es así porque el entramado legal del Estado lo permite.

Es la única vía legal que tienen los trabajadores para defenderse o reclamar sus derechos laborales. Esto que fue una conquista del movimiento obrero junto a su legalización y libertades públicas es también en épocas de retroceso social y de desmovilización formas de integración en el aparato del estado capitalista, formas de comprar y corromper, a los más decididos y luchadores convirtiéndolos en burócratas, y en definitiva siendo un arma de la patronal en el seno de la clase trabajadora.

En esta situación nos equivocaríamos si diéramos por terminado el movimiento obrero que lucha. Si nos dejamos impresionar, en épocas de retroceso social, por la propaganda del Estado y las ideas capitalistas, y por la desmoralización, la derrota está servida. Sin embargo, la realidad material no tiene sólo un aspecto que percibimos a través de los sentidos. Estos son solo una percepción deformada de lo que existe fuera de nosotros. Si decimos que el sol nace por el este y que se oculta por oeste es una impresión falsa de la realidad. Nos sirve para guiarnos al tener puntos fijos de donde partir o llegar. Pero la realidad es otra. Es la tierra la que gira alrededor del sol. De la misma forma la existencia de la clase trabajadora, su resistencia y su lucha aparecen continuamente, nacional e internacionalmente y responde a causas inherentes al sistema capitalista que obligan necesariamente a defenderse de los ataques. Ejemplos lo vemos todos los días.

Una de las tareas del militante en la clase trabajadora es mostrar la capacidad, la fuerza de la clase trabajadora, explicar el porqué de la situación y la solución. De la misma forma que se tardaron siglos hasta demostrar la esfericidad de la tierra o demostrar que la tierra gira alrededor del sol, el movimiento obrero muestra en sus propios datos empíricos de su lucha el futuro. No hay otra manera de sobrevivir que resistir, porque es la naturaleza propia de la sociedad capitalista explotar el trabajo asalariado y esto obliga a luchar y a renacer una y otra vez.

Sobrepasar los límites del sindicalismo sólo es posible en condiciones de movilización e indignación social de la clase trabajadora. En esta situación crear otros sindicatos para competir con los burocratizados da poco resultado, porque no son nuestros deseos lo que pueden cambiar la situación. Los militantes revolucionarios sólo podemos analizar y explicar la situación y atraer a las personas más conscientes de nuestra clase e intervenir cuando la rabia de la clase trabajadora se expresa y se generaliza como históricamente y actualmente ha ocurrido y ocurre. El ejemplo lo tenemos en los trabajadores franceses en contra de la reforma de las pensiones de Macron o las movilizaciones en Latinoamérica. En nuestro país no hace mucho fueron las Marchas de la Dignidad en ocasión de las movilizaciones del 15M.

Es el propio capitalismo que muestra en su desarrollo y sus crisis la sociedad socialista. La evolución del capitalismo ha creado una sociedad donde toda la producción está socializada. Todo se produce en cooperación, donde intervienen colectivamente millones de obreros. La misma subcontratación muestra la red colectiva del trabajo y la producción que es ya internacional. Sin embargo, la propiedad de esas mercancías y de los medios productivos siguen siendo privadas, en manos de un número cada vez menor de bancos y empresas que, con sus accionistas, buscan el mayor beneficio llevándonos a crisis cada vez más profundas.

Para sobrepasar los límites del sindicalismo y del reformismo tenemos que aprender de la experiencia del movimiento obrero. A cada límite del sindicalismo y reformismo marcado en las luchas, a cada derrota del movimiento obrero, ha llevado a un replanteamiento de la estrategia, de la lucha revolucionaria y de organización que ha permitido conquistar derechos y reivindicaciones para después retroceder y volver avanzar. En momentos de un capitalismo en crisis agónica que abarca todo el planeta tenemos que plantearnos acabar con él.

Esto significa crear núcleos militantes en las empresas que comprendan cómo funciona el capitalismo y la necesidad del comunismo, para acabar con el capitalismo y la conquista del poder político para la clase trabajadora. Significa apoyar, difundir y generalizar las luchas y huelgas, crear asambleas decisorias con comités de representantes elegidos y revocables en ellas, para que participen y se movilicen cada vez un mayor número de trabajadores. Significa plantear un programa de lucha donde se enlacen las reivindicaciones de empresa o de sector con objetivos y reivindicaciones más generales que se conviertan en objetivos para toda la clase trabajadora, es decir se conviertan en reivindicaciones políticas que marque la transición hacia el socialismo y la conquista de poder por la clase trabajadora. Así una lucha contra los despidos de una empresa o ERE, puede generalizarse con el objetivo de prohibir los despidos, repartir el trabajo sin bajar los salarios, abrir la contabilidad de las empresas o coordinar los comités elegidos en asambleas y controlar la producción y expropiar el sistema financiero y las empresas claves. Este programa solo puede ser una guía para la acción. Tenemos que tener esta guía, pero sólo podemos aplicarla si la clase trabajadora está movilizada y en lucha. Entonces saltarán en pedazos la burocracia sindical con sus órganos de colaboración de clase.

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