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LA IV INTERNACIONAL Y EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN

LA IV INTERNACIONAL Y EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN

Un programa internacionalista para las clases trabajadoras actual e imprescindible

 

La Conferencia que fundó la IV Internacional se reunió el 3 de septiembre de 1938 en Périgny, una aldea de las afueras de París. En la misma, participaron 22 representantes de organizaciones de 11 países, entre ellos EEUU, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Polonia, Bélgica, Holanda, Grecia, la URSS…
Un grupo reducido de militantes alrededor de Trotsky que representaban a organizaciones pequeñas sin implantación en la clase obrera salvo el SWP norteamericano y los militantes de la URSS, ya diezmados por la represión estalinista. No pudo asistir León Trotsky, debido a su reciente exilio en México. La conferencia lo votará como miembro honorario y secreto –bajo el seudónimo de Crux– del Comité Ejecutivo Internacional (CEI).

Esta decisión de crear una Cuarta Internacional vino de Trotsky, exiliado y bloqueado en México. Fue un importante acto político que significaba que la Tercera Internacional, la que fue creada tras la Revolución Rusa, estaba muerta políticamente y había traicionado definitivamente su objetivo de ser el partido mundial de la revolución socialista. Stalin lo había convertido en una herramienta de su diplomacia. Y era hora de reconstruir el movimiento obrero bajo la bandera de una nueva Internacional.
Aquellos que en el movimiento comunista internacional se habían unido al movimiento trotskista representaban una minoría muy pequeña, pero esta decisión de crear una nueva Internacional fue fundamental porque en 1938, aunque Trotsky y su familia fueron calumniados y perseguidos por los hombres de Stalin, seguía siendo conocido en todo el mundo, conocido como uno de los principales líderes de la Revolución Rusa y compañero de Lenin. Trotsky encarnaba la negativa a rendirse al aparato estalinista. Y al mismo tiempo que sometió al régimen estalinista a una crítica despiadada, desde el punto de vista del comunismo revolucionario, defendió incondicionalmente a la URSS contra las potencias imperialistas.
La Conferencia se reunió en condiciones de clandestinidad y por seguridad sesionó, en reunión plenaria, durante un solo día sin interrupción. Se buscaba evitar así al servicio secreto stalinista (NKVD). El objetivo de la convocatoria de la IV Internacional fue impulsada fundamentalmente por Trotsky y los militantes organizados en la llamada Oposición de Izquierda – después Bolcheviques-leninistas-. Su finalidad era unificar bajo un programa de lucha común, bajo el centralismo democrático, que pudieran favorecer el desarrollo de partidos obreros e intervenir en las movilizaciones y procesos revolucionarios de una manera unificada, coherente, y revolucionaria. Estaba en juego el legado y la experiencia de la revolución rusa, de la Internacional y de sus dirigentes desaparecidos como Lenin o Rosa Luxemburgo.

La Conferencia se organizó bajo la imperiosa necesidad de dotar, a los grupos de oposición al estalinismo, de un programa revolucionario que permitiera intervenir en los procesos revolucionarios que se abrirían en el contexto de la II Guerra Mundial. Era la necesidad de plantear construir el partido obrero mundial que recogiera las experiencias revolucionarias de 1917 en Rusia, y aprender de las derrotas, ante la inminente guerra imperialista.
En definitiva, devolver el internacionalismo proletario a su sentido solidario y revolucionario que había perdido con el estalinismo y la burocratización de la URSS y la Kominter.

La lucha contra la degeneración burocrática de la URSS y la Internacional

En el VI Congreso de la Internacional Comunista (1928), Trotsky presentó, desde el exilio, un documento en contra del informe de la dirección stalinista (“La III Internacional después de Lenin”). En este documento denunciaba la política oportunista aplicada en China, Gran Bretaña…, la cual llevó a importantes retrocesos revolucionarios. El informe fue ocultado por la dirección burocrática, pero pudo, a duras penas, difundirse internacionalmente.
La Oposición se transforma en una organización internacional a partir de 1930, planteándose como “fracción bolchevique-leninista” con el propósito principal de reorientar la III sobre una base internacionalista y revolucionaria. Posteriormente en 1933 y tras la debacle alemana era necesario construir ya un nuevo partido comunista. Trotsky aconsejó: “nuestro giro no consiste en ‘proclamarnos’ a nosotros mismos como el nuevo partido. Ni mucho menos. Nosotros decimos: el partido alemán oficial está políticamente liquidado, no podrá resucitar; no queremos heredar sus crímenes. La vanguardia de los obreros alemanes debe construir un nuevo partido. Nosotros, bolcheviques-leninistas, les proponemos nuestra colaboración”.
El dilema socialismo o barbarie iba a producirse irremediablemente en pocos años ante la conflagración imperialista. Solo quedaba el camino de levantar a contracorriente la bandera comunista desde un programa internacionalista y con las fuerzas con las que se contaba. En julio de 1936 se lanza formalmente el “movimiento por la IV internacional”. La iniciativa da pie a una dirección ampliada, aunque esta naufragó entre las deserciones y los asesinatos perpetrados por el estalinismo.
El congreso del 3 de septiembre de 1938 puede considerarse el paso inicial de la fundación de la IV, aunque ella se venía ‘fundando’ desde hacía varios años. La Conferencia que la proclamó consideró que la tarea fundamental era agrupar y construir la Internacional.
En analisis certero de la realidad no dejaba otro resquicio: la crisis económica había llevado a la agonía al sistema capitalista mundial, que sólo tenía la posibilidad de regenerarse a partir de la destrucción material y la carnicería humana de la guerra. Y en esta situación, la llamarada revolucionaria iba a desencadenarse. Sólo si se preparaba una organización dotada de un programa revolucionario e internacionalista, se tendría la posibilidad de favorecer el paso a la revolución socialista y a una nueva sociedad, dejando en el pasado de la historia humana el capitalismo.

Las bases del programa de la IV Internacional

El programa de transición

El Programa de Transición señala la contradicción existente entre las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y su vanguardia. La madurez objetiva se medía por el grado, cada vez mayor, de internacionalización de las fuerzas productivas y por el contrario, el refuerzo simultáneo de las fronteras nacionales, contradicción que tornaba obsoletos simultáneamente tanto al estado capitalista como a la utopía estalinista del “socialismo en un solo país”. Por otra parte la inmadurez de las direcciones obreras y la clase trabajadora -por el retraso y las derrotas de la revolución mundial-, impedía resolver la situación avanzando hacia la revolución mundial.
Para superar esta contradicción se proponía un “sistema de reivindicaciones transitorias” que sirvieran de “puente” entre “las reivindicaciones y la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera que conduzca invariablemente a una sola y misma dirección: la conquista del poder por el proletariado”.
Este conjunto de reivindicaciones y medidas de ‘transición’ respondían al método político, por el cual se eleva la conciencia de la clase trabajadora y se desarrolla al máximo posible su independencia de clase a través de enlazar las reivindicaciones inmediatas con otras más generales, y así prepararlas activamente para la toma del poder. De esto se desprende que las consignas del ‘sistema de reivindicaciones transitorias’ no pueden ser recetas para agitar fuera de la realidad que aspiran las clases trabajadoras. No pueden aislarse del movimiento de lucha real de la clase obrera. De ahí su condición real de ‘puente’ o ‘transición’ a la revolución socialista.
De aquí deducimos la actualidad imperiosa de levantar y defender el Programa de Transición como eje central en la construcción de un partido obrero. Reivindicaciones como la escala móvil de salarios, control obrero de la producción, apertura de la contabilidad de las empresas o la prohibición de los despidos y el reparto del empleo entre todos, son hoy tan necesarias como en los años 30, puesto que el capitalismo en crisis produce las mismas consecuencias negativas a la humanidad.

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