Saltar al contenido

La indignación de la población ante la corrupción política

La corrupción política siempre ha estado ligada al dinero. Los grandes capitales han utilizado siempre a los políticos para sus negocios. Es el Estado precisamente uno de los pilares de la economía de los capitalistas. Sin carreteras, edificios públicos, servicios sociales, sanitarios, educativos, ¿podrían los negocios prosperar? Desde las obras públicas hasta la educación financiada por las arcas públicas todas están en última instancia al servicio -de una manera gratuita- de las grandes empresas. Y no sólo porque los trabajadores requieran formación o mantener con salud su fuerza de trabajo, sino porque son una fuente de beneficios para las grandes empresas, en las obras públicas por ejemplo o en el dinero que los bancos centrales casi regalan a la banca. Pero, digamos, estas actividades están dentro de la “legalidad”. Sin embargo, en la competencia feroz entre las grandes empresas por los suculentos contratos del Estado, la recalificación de los terrenos urbanos para la construcción, las subvenciones públicas o la falsificación de facturas para defraudar a Hacienda y no digamos el funcionamiento de los partidos políticos con la compra de los cargos políticos, altos funcionarios, y el enriquecimiento de los políticos y partidos, la corrupción ha sido y es un hecho.

La historia política de las últimas décadas ha sido también la historia del desencanto de las clases populares y trabajadoras con la política de la izquierda del momento. Ilusión y desilusión han ido de la mano después de décadas de gobierno de los socialistas, alternados con la derecha, y de los fracasos de las tendencias nacidas a la izquierda del PSOE. La Izquierda Unida de Julio Anguita estuvo cerca del sorpasso al PSOE y ahora Podemos – Unidas Podemos- ha terminado con las ilusiones nacidas del 15M por un cambio real en la sociedad.
Uno de los errores reformistas de todas estas alternativas de izquierda es que han sido promovidas desde el enfoque electoralista para, en última instancia, presionar o formar gobiernos progresistas en la creencia de que desde el parlamentarismo podrían hacer cambios relevantes. La realidad ha demostrado todo lo contrario: sin cambiar el sistema económico capitalista será imposible cambiar la sociedad hacia el progreso igualitario y el bien común.
Ocupa un lugar importante en el retablo de ilusiones perdidas, la pérdida de la confianza en la “honradez política” de los partidos gobernantes debido a la corrupción. Y no podemos deslindar parlamentarismo del sistema capitalista que los sustenta. Citando al yerno de Marx , Paul Lafargue, este explicaba en el siglo XIX como el parlamentarismo capitalista corrompe a los socialistas de la época “El Partido Socialista, al permitir que su Grupo en la Cámara proporcione ministros, le inoculará la gangrena parlamentaria.” Y más adelante añadía: “No estoy acostumbrado a dar lecciones de virtud, como los tipos que peroran sobre la justicia eterna, porque sé que la corrupción es uno de los agentes más poderosos del progreso social; pero un partido de lucha de clases debe proteger a sus líderes lo más posible de la corrupción de los adversarios. Tan pronto como el Partido Socialista deja de ser un partido de oposición irreductible, deja el campo de la lucha de clases para convertirse en un partido parlamentario: su papel revolucionario ha terminado.”
Los escándalos han salpicado a todos los partidos de gobierno, en especial a PSOE y PP, sin menoscabo de los nacionalistas, en especial los catalanes. A esta corrupción de los partidos habría que añadir las corruptelas de la Monarquía en la figura de Juan Carlos, conocidas y popularizadas en los últimos años, pero que todavía estaban escondidas en la época del 15M. Y la válvula de escape del sistema político parlamentario ha sido siempre la vuelta de la oposición al poder, después de los escándalos del partido gobernante, llevando la decepción a las clases populares que habían confiado en los socialistas. Las clases medias y burguesas siempre han mantenido su fidelidad a las derechas, ya que se normaliza entre ellas la corrupción y defraudación fiscal. De ahí que el lema del 15M, “PSOE, PP la misma mierda es” no fuera casual.

LA CORRUPCIÓN DE LOS SOCIALISTAS CON FELIPE GONZÁLEZ

Así pues, a partir del triunfo de Felipe González en 1982 el PSOE se lleva los votos populares y la ilusión de que por fin en España fueran a cambiar las cosas. Pero pronto llegó la decepción. La reconversión industrial, despidos, paro, destrozó industrialmente regiones, se comenzó a privatizar industrias estatales y se entró en la OTAN, a pesar de su famoso slogan “De entrada OTAN NO”, y se comenzaba la especulación inmobiliaria con el decreto Boyer. Este decreto de 1985 liquidaba la prorroga de los alquileres con lo cual se abría la veda a la especulación en los alquileres, y la compra privada de la vivienda se convertía en un negocio rentable para inmobiliarias y constructoras. Comprar terreno industrial o agrario y después venderlo o construirlo para viviendas, después de que el ayuntamiento de turno y el político lo recalificara, supuso enormes beneficios para las grandes constructoras y bancos. Fue la “cultura del pelotazo” que corrompió al PSOE. La ley del suelo de 1990 vino a dejar claro y potenciar la especulación que, con los gobiernos del Partido Popular se acrecentó.

EL PP SE “DOCTORA” EN CORRUPCIÓN

Pero el PP de Aznar que le sucedió no iba a ser menos. En 2014 la situación de la corrupción en España, según el portal de Economía Digital en abril de 2014 era la siguiente: “los casos abiertos fueron de 1.700, de los cuales se imputó a 500 políticos y fueron condenados sólo 20… ”. El Estado ha encubierto la corrupción, indultando más de 230 políticos y funcionarios públicos corruptos. En este sentido, el Gobierno Aznar indultó a 159, el de Zapatero a 62 y el de Rajoy a 11, lo que hacen un total de 232 indultos. De 1984 a 2013, el PP con 226 casos es el partido político que ha acumulado más casos de corrupción y tiene el mayor índice de corrupción siguiéndole los socialistas.
A estos escándalos se le añaden las medias verdades, mentiras, falsedades y manipulaciones realizadas por nuestro personal político que llenaron de indignación a la mayoría de la población española. Pero quién se lleva la patente en la mentira y la manipulación más zafia fue José María Aznar tras los atentados islamistas en los trenes de cercanías de Madrid. El gobierno derechista de Aznar se había posicionado con las fuerzas imperialistas en la invasión de Irak de 2003. EEUU le había atribuido armas de “destrucción masiva” al gobierno iraquí de Saddam Husein, que después resultaron otra manipulación para justificar la guerra. Cientos de miles de personas se habían manifestado en contra de esta guerra por el petróleo en España y en el mundo. El atentado islamista, días antes de las elecciones generales de 2004, de Madrid del 11 de marzo fue una consecuencia de esta guerra.
La confusión sobre la autoría del atentado no fue óbice para que millones de personas se manifestaran – se calcularon 11 millones- en contra del atentado y que se gritara “¿Quién ha sido?”, “No a la guerra”. El sábado 13 de marzo, jornada de reflexión de las elecciones generales, varios miles de manifestantes se concentraron ante las sedes del PP en las principales ciudades acusando al gobierno de «ocultar la verdad» y exigiendo «saber la verdad antes de votar». A las 8 de la tarde compareció el ministro Acebes para informar de la detención de cinco marroquíes como presuntos responsables de los atentados. Estos miles de manifestantes se habían reunido a través de una convocatoria de “sms”, inaugurando la comunicación a través de móviles y de lo que después serían las redes sociales.

“NO NOS FALLES”

Las elecciones dieron un vuelco hacia los socialistas que, con Zapatero a la cabeza, ganó las elecciones y desplazó a Aznar en el gobierno. El día de su elección en la sede la multitud agolpada le gritaba ¡No nos falles! Y fue a partir de la crisis que coincidió con la segunda legislatura que los socialistas hicieron, como ya sabíamos, la misma política de la burguesía: descargó la crisis sobre las espaldas de los trabajadores y las clases populares. Destaquemos las dos medidas “estrella”: la reforma laboral de 2010 y la ley de pensiones. Por la primera se facilitó el despido improcedente a 33 días por año trabajado, en las empresas con déficit económicos el despido fue procedente con 20 días, en los despidos colectivos (ERE) se elimina la autorización administrativa, y se abarata el despido a 20 días de indemnización con 12 mensualidades. En definitiva permitió el despido de la patronal lo cual acrecentó la precariedad laboral. En cuanto a la nueva ley de pensiones de 2011 elevó la edad de jubilación de los 65 a los 67 años y amplió el periodo de cómputo para el cálculo de la pensión de 15 a 25 años, además de aumentar de 35 a 38 años y medio el periodo de cotización para cobrar la pensión máxima. El 23 de agosto, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero anunció por sorpresa una reforma constitucional para cambiar la constitución y priorizar el pago de la deuda a los bancos. El 2 de septiembre de 2011, PSOE y el PP, votaron a favor de la reforma del artículo 135 que lo permitía. Esta misma política de Zapatero la llevó a cabo Mariano Rajoy a partir de ganar las elecciones de 2011 atacando aún más las condiciones de vida de las clases trabajadoras. La reforma laboral de 2012 fue aún más lesiva que la de Zapatero. Los recortes presupuestarios y de personal fueron terribles en los servicios públicos de sanidad y educación y este ahorro fue a pagar el salvataje del sistema financiero dejando una deuda pública que habría de pagar por igual toda la población. En este contexto la situación se hizo insostenible para la población trabajadora y abrió la oleada de movilizaciones durante el 15M. Para colmo la Ley Mordaza permitió límites a la libertades públicas con penas de cárcel a la libre expresión.
Las nuevas generaciones habían aprendido que gobernara el PP o el PSOE la situación no cambiaba, el paro y la precariedad era algo estructural y la corrupción política había llegado a ser unos de los elementos de indignación popular junto al rescate del sistema financiero a través de los recortes presupuestarios. La olla estaba a punto de explotar de indignación y rabia popular. El plato estaba servido para la revuelta.