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Italia: se necesitará más que una papeleta de voto

Los trabajadores de Sanac en Massa, una empresa en suspensión de pagos que en su día fue líder en la producción de piezas, especialmente para la industria siderúrgica, hartos de años y años de promesas incumplidas por todos los gobiernos, quemaron sus tarjetas electorales en señal de protesta.

¿Por qué los ciudadanos, y los trabajadores en particular, deberían tomarse en serio las elecciones? ¿Por qué iban a apasionarse con la farsa de las luchas entre partidos, de la que la crisis de julio fue el acto final, a la espera de que comience otra representación?

El gobierno de Draghi había sido presentado por todos como la mejor respuesta que se podía dar a una situación de emergencia. Primero la pandemia, y luego la guerra ruso-ucraniana, fueron descritas como circunstancias de naturaleza tan dramática que sólo una personalidad de “alto nivel” podría haberlas afrontado, silenciando los contrastes entre las partes. Pero en el calor de julio, todo el patriotismo, todo el “sentido del dramatismo de la situación”, se derritió como los croissants congelados en la playa. Los cálculos electoralistas realizados con las encuestas en la mano se impusieron. El gobierno se derrumbó sin siquiera un intento serio de salvarlo. Evidentemente, tanto Draghi como los partidos que le apoyaron no estaban convencidos de que la coalición fuera tan… insustituible.

Meloni estaba ya en la cómoda posición de oposición y esperaba obtener de ella una decisiva afluencia de votos. Todos ellos, sencillamente, han demostrado que no se creen lo que dicen. Y lo han demostrado con hechos, es decir, con su comportamiento.
Mientras tanto, en el mundo real, los precios de los bienes de consumo aumentan. Se dirigen hacia una inflación anual del 10%. La última vez que se alcanzaron estos porcentajes fue en 1985. Los portavoces del Gobierno siguen presumiendo de aumentos del PIB que superarían los de otros socios europeos. Y junto al problema de la erosión salarial está el de la pérdida de puestos de trabajo en innumerables empresas.

Así, por poner algunos casos concretos, mientras en la antigua GKN de Campi Bisenzio, cerca de Florencia, a pesar de los acuerdos y compromisos, cientos de trabajadores siguen esperando saber qué será de ellos, en Trieste ha estallado una crisis similar. La multinacional finlandesa Wartsila ha anunciado que quiere cerrar su planta, especializada en la producción de motores marinos. 450 trabajadores corren el riesgo de acabar en la calle.

Los estibadores de Trieste, al negarse a cargar los motores ya producidos en los barcos que debían transportarlos a las fábricas coreanas de Daewoo, han indicado el camino que debe seguirse en este como en todos los demás conflictos similares: el de la unión y la organización de las luchas, el de la solidaridad obrera activa. Porque la crisis, en todas sus facetas, plantea idénticos problemas a la clase trabajadora, que sólo podrá afrontar imponiendo su propia “agenda”, que claramente no es la de Draghi que Letta, Calenda y Renzi han elevado a su evangelio.

¡En los próximos meses se multiplicarán casos similares, y afrontarlos requerirá más esfuerzo que meter una papeleta en una urna!

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