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El mundo capitalista en crisis

La interminable crisis económica

Por la decisión del gobierno francés de fijar las elecciones regionales de 2015 en el fin de semana previsto para nuestro 45 congreso, tuvimos que aplazarlo hasta el 12-13 de marzo de 2016. El 46 congreso tiene lugar pues nueve meses después. Este texto abarca los cambios significativos que se han producido desde marzo.

En cuanto a la crisis de la economía capitalista, en nueve meses no han cambiado sustancialmente sus aspectos actuales más significativos. Están relacionados con el aumento de la financiarización y todas las amenazas que ésta conlleva: se hace cada vez más real la perspectiva de una repetición de la crisis financiera de 2007-2008 pero más grave, aunque hasta la fecha el cataclismo no se haya producido.

No es preciso restarle nada al texto que escribíamos en marzo sobre los motivos fundamentales de la financiarización. El crecimiento hipertrófico de la banca, que viene acompañando el desarrollo de la crisis capitalista desde hace mucho tiempo, es una adaptación del gran capital al estancamiento de los mercados.

El fenómeno aceleró después de la crisis bancaria de 2008 en la que, tal y como lo escribíamos, «los bancos centrales de las potencias imperialistas –la Reserva Federal americana, el Banco de Inglaterra y el del Japón, por fin el Banco Central Europeo– han lanzado amplias operaciones de fabricación de moneda para rescatar a los bancos. Estas operaciones consistían en lo siguiente: el banco central compra, con el dinero que él mismo crea, bonos, créditos, títulos en manos de los bancos y entidades financieras. (…)

Siguiendo el mismo movimiento, los bancos centrales bajaron su tipo director, o sea el tipo de interés con el cual los bancos pueden pedirles dinero. Es decir que el sistema financiero tiene un acceso casi gratuito a una cantidad ilimitada de dinero.» Entonces insistimos en que «en todos estos casos se trata de variantes modernas de la maquinita de hacer billetes». La inyección de dinero nuevo en la economía por parte de los bancos centrales no ha disminuido en los últimos meses. Todo lo contrario: va en aumento. Según el propio Banco Central Europeo (BCE), en un año (de julio de 2015 a julio de 2016), la masa monetaria de la eurozona ha crecido un 4,9% o sea más 523.000 euros más en circulación, subiendo de 10,591 billones de euros (10,591 millones de millones) a 11,114 billones (10,114 millones de millones).

Desde el pasado verano, el BCE ya no se conforma con comprar a los Estados sus deudas e incluso las más tóxicas, sino que se ha puesto a comprar deudas de las empresas, o sea los bonos emitidos por ellas. Entre el 8 de junio (fecha de puesta en marcha de este tipo de compras) y el 29 de julio, el BCE y los bancos centrales de cada país han comprado 13.200 millones de euros de deuda, y lo han hecho poniendo en circulación más dinero.

El diario «Le Monde de l’Économie» escribía, el 9 de octubre, que «los banqueros centrales se han convertido en salvadores de la economía (…). Reactivos, inventivos y a menudo solos a bordo para evitar el náufrago de la economía mundial. Pero ¿y no sería el remedio peor que la enfermedad?» Luego el periodista ilustra los temores de los financieros citando al FMI, institución internacional de la gran burguesía: «es espantoso ver cómo se ha disparado el endeudamiento al nivel planetario: ¡en 2015, la deuda pública y privada en el mundo –fuera del sector financiero– alcanzó un nivel inaudito, dos veces superior al conjunto de toda la riqueza producida en la Tierra!»

Parece que el banco central estadounidense (la Fed) se plantea frenar el movimiento de la máquina de hacer billetes; pero siempre aplaza la fecha de hacerlo. Las autoridades monetarias tienen perfecta consciencia de los peligros de la dependencia al crédito y el endeudamiento en una economía que ya es adicta; pero bien es verdad que un abandono brutal puede tener consecuencias catastróficas.

Por su parte, el BCE sigue vertiendo en la economía gran cantidad de instrumentos monetarios mientras que la producción industrial está peor aún en Europa que en los Estados Unidos. Si volvemos hacia atrás en la historia de esta crisis capitalista, esta política que consiste en sumir la economía en cada vez más instrumentos monetarios se ha hecho siempre con el pretexto de incentivar las contrataciones por parte de las empresas. Pero en ningún momento ha permitido este dinero invertido la recuperación de las inversiones en la producción. Al contrario, el sistema financiero lo absorbió y lo utilizó para mantener los beneficios del gran capital, beneficios que los grandes grupos industriales y financieros gastan en dividendos para sus accionistas y, de vez en cuando, comprarse entre ellos.

En ningún país imperialista las inversiones han vuelto a su nivel de antes de la crisis financiera de 2008. Algunos sectores han vivido un repunte de su producción pero se ha hecho a costa de los trabajadores, aumentando el grado de explotación, haciendo trabajar más a menos trabajadores peor pagados y en situación más precaria. En Francia, por ejemplo, el volumen de la producción industrial ha bajado un 13% respecto de su nivel de 2007, el año anterior a la crisis. El retroceso es del mismo nivel en Alemania y España; en Italia es del 20%.

También es significativo el nivel de utilización de las capacidades de producción en Francia: en 2016 es del 80,8% mientras que el nivel medio calculado en el periodo 1976-2015 –o sea en las cuatro décadas de esta crisis de larga duración y a veces explosiva– es del 84,5%. Las tasas de inversión están bajando incluso en los grandes países «emergentes» como China, la India, Brasil, Sudáfrica, que nos solían presentar como locomotoras capaces de sacar a la economía mundial de la crisis.

El mundo financiero sigue hinchándose a expensas de la producción y la plusvalía que ésta produce. El economista estadounidense Joseph Stiglitz, que es premio Nobel y más o menos antiglobalización, nota que el Producto Interior Bruto (PIB) de la eurozona «está estancado desde hace una década. En 2015, sólo superó el de2007 en un 0,6%». Recordemos que el PIB es un indicador bastante confuso que abarca, junto con el nivel de producción de bienes y servicios, la creación de «valores» especulativos. El propio Stiglitz reconoce también que «las recesiones por las que están pasando varios países de la eurozona se pueden comparar con las de la época de la Gran Depresión, o incluso son más graves.»

«Una desaceleración tan importante del crecimiento del comercio mundial es algo grave y debería de alarmarnos», según dijo el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC) a principios de septiembre de 2016. Esta desaceleración refleja no sólo el estancamiento de la producción sino también el proteccionismo cada vez más presente. El diario económico francés «Les Échos» nota que «la tendencia en estos últimos dos años ha sido montar barreras comerciales, anulando los países sus propios compromisos (…); algunos países ceden a la tentación de limitar sus importaciones y favorecer la producción nacional y para eso devalúan su moneda.»

Hace exactamente un siglo, Lenin describía en su obra «El imperialismo, fase superior del capitalismo» la dictadura absoluta que ejerce sobre la sociedad la «oligarquía financiera» con sus monopolios potentes que controlan las grandes empresas de producción y a la vez los bancos, ambas categorías fusionándose cada día más. Esta oligarquía la forma la cumbre de la gran burguesía y su peso viene creciendo a pesar de la crisis actual –o mejor dicho gracias a ella– así como su riqueza, absoluta y relativamente respecto del resto de la burguesía. Esta evolución se desarrolla dentro de otra más general que muestra con más claridad la guerra de clase que la burguesía le libra a la clase obrera para aumentar la tasa de ganancia. La expresión de esta guerra es la reducción, año tras año, de la cuota de la masa salarial frente a la de los ingresos del capital en la renta nacional.

La financiarización da medios adicionales a esta oligarquía financiera, para reforzar su parasitismo a expensas de la economía. Este parasitismo no sólo se expresa en cantidad, o sea con el crecimiento de la cuota que la banca chupa de la plusvalía global procedente de la producción, sino que modifica el propio funcionamiento del sistema financiero y sus relaciones con la producción. Las recientes dificultades de Deutsche Bank demuestran tanto la evolución actual del sistema bancario como la amenaza de crisis grave que representa. Deutsche Bank es el primer banco privado de Alemania. Su balance es comparable al PIB de un país como Italia, o sea que forma parte del club de los bancos gigantes al nivel mundial. Su quiebra tendría un efecto y unas consecuencias incalculables para todos los bancos de Europa y de ahí el sistema bancario mundial; podrían ser más graves que la quiebra de Lehman Brothers en 2008.

Deutsche Bank se fundó hace un siglo y medio para financiar el desarrollo industrial. Conservó este papel esencial hasta un periodo reciente cuando lo contagió el desarrollo exponencial de las operaciones financieras.

Si nos referimos al diario «Le Monde» del 1 de octubre de 2016, este banco se ha vuelto «uno de los grupos financieros más arriesgados del mundo» cuyo capital se compone de «una cartera enorme de activos de riesgos» (estos «productos derivados» que llevaron a la crisis de 2007 y respecto a los que nadie sabe si el banco los evalúa correctamente). El periodista añade que «esta situación explosiva la conocen los mercados desde hace mucho tiempo». Dicho de otra manera, nadie –ni siquiera los propios directivos del banco– sabe cuál es realmente su capital. Ahora bien, se trata de una de estas entidades que la burguesía y sus asesores económicos consideran como «demasiado grande para quebrar»; esto significa que su quiebra podría desencadenar quiebras en serie y un posible derrumbe del sistema financiero mundial.

Nadie sabe si volvería a ser útil el remedio que se utilizó para superar la crisis financiera de 2008, en concreto el uso intensivo de la maquinita de hacer billetes y la puesta a disposición de cantidades ilimitadas de dinero para los principales bancos. En todo caso, el mecanismo de surgimiento de una nueva crisis grave se puede anticipar estudiando justamente la crisis de 2008.

En la economía capitalista, el funcionamiento del sistema financiero mundial y en particular las relaciones entre los bancos se basa en gran medida en la confianza.

En 2008 pudimos comprobar cómo y con qué rapidez los principales bancos perdieron la confianza en los títulos financieros que poseía cada uno. Esta pérdida de confianza desembocó en la desaceleración e incluso el estancamiento de cualquier movimiento de capitales de un banco a otro. Este tipo de movimientos diarios en el mercado entre bancos o el mercado de divisas mueve cada día centenas de miles de millones y forman lo que se podría llamar la circulación sanguínea del sistema.

De momento, esta pérdida de confianza afecta sobre todo a Deutsche Bank, cuyas acciones han perdido la mitad de su valor desde el principio del año. Pero otro gran banco alemán, Commerzbank, se ve también afectado. Los bancos italianos se vienen abajo por el peso de los títulos sospechosos. La posibilidad de quiebra del banco italiano Monte dei Paschi di Sienna (MPS) puede parecer insignificante dado el pequeño tamaño de este banco en comparación con el de Deutsche Bank. Sin embargo es algo altamente simbólico, ya que se trata del banco más antiguo del mundo, fundado en el siglo XV, y que superó todas las fluctuaciones y crisis del capitalismo hasta su actual senilidad.

El temor a que se venga abajo el sistema, es tanto más fuerte cuanto que el propio FMI evalúa el importe de títulos sospechosos, presentes en el sistema bancario europeo en 900.000 millones de dólares aproximadamente, (como comparación recordemos que el ingreso total del Estado en Francia representa en 2016 unos 388.000 millones de euros o sea 422.000 millones de dólares).

Los choques que sacuden al mundo financiero con cada vez más frecuencia y gravedad demuestran que el rescate al sistema bancario en 2008 fue ineficaz –¿cómo no?– en cuanto a eliminar el problema de fondo que es la mismísima crisis económica. Sólo aumentó su dimensión financiera. Ya en 2007-2008, la crisis financiera cogió por sorpresa a los dirigentes políticos del mundo burgués y a los directivos de la banca.

El inicio de la crisis financiera fue una sucesión de improvisaciones y se notaba el pánico entre los que tenían algún peso en el funcionamiento de este sistema financiero: banqueros de élite, ministros, jefes de Estado y de gobierno. Su primera reacción fue negar la realidad cuando en 2007 las primeras entidades bancarias suspendieron su actividad; luego cada país improvisó una política, a menudo en contradicción con la de sus vecinos. Las autoridades estadounidenses decidieron dejar que se hundiera uno de los bancos más importantes, Lehman Brothers. Los dirigentes del sistema financiero inglés, aunque muy liberal éste, prefirieron nacionalizar el banco Northern Rock, el octavo del país en importancia, cuando la clientela entró en pánico y retiró en dos días el equivalente de tres mil millones de euros. Al final los bancos centrales tuvieron que inyectar dinero con el crédito ilimitado para evitar que el pánico se generalizara.

A pesar de las normativas implementadas en los años posteriores a la crisis de 2008, sabemos perfectamente que la próxima tomará otra vez a todo el mundo por sorpresa. Y es que el sistema financiero no deja de transformarse.

Bertrand Badré, el ex inspector de Hacienda, banquero de negocios en Lazard, asesor económico del presidente francés y director del Banco Mundial, explica en su libro «Money honnie» (algo como «Dinero odiado»): «una de las consecuencias más importantes de la crisis es la transformación de un mundo dominado por los bancos hacia un mundo en el que los dueños son los inversores: fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos soberanos y demás gestores de activos tienen ahora un papel dominante en el sistema financiero mundial (se piensa que pronto gestionarán más de 100 billones de dólares) (…); ¿cómo mantener la estabilidad de un sistema financiero internacional mientras que el peso de estos nuevos inversores es mucho mayor que el de los bancos, su concentración más completa y su grado de interrelaciones más elevado? (…) El mundo cuenta hoy día con unas veinte empresas de gestión de activos gigantes, tipo BlackRock (la más grande, con unos 5 billones de dólares en activos) o, en Francia, Amandi o Natixis (cada una gestiona en torno a 1 billón de dólares).»

El banquero economista no contesta a su propia pregunta más que con algunas frases vacías.

Pero su análisis tiene una debilidad de fondo: el sistema bancario, más o menos regulado, y el mercado financiero en el que dominan los fondos especulativos sólo representan dos expresiones de un mismo capital financiero. La historia de Deutsche Bank demuestra cómo un banco de negocios clásico y establecido puede convertirse en una oficina de especulación. Detrás de las múltiples técnicas que se usan para chupar del beneficio financiero está la misma oligarquía, incluso los mismos directivos bancarios a sus órdenes; así pues Deutsche Bank, para llevar a cabo su reorientación hacia las operaciones especulativas, fue a contratar a varios directivos de Goldman Sachs).

Los grandes fondos especulativos operan con capitales considerables procedentes de las grandes fortunas personales y, más aún, de los diversos grupos industriales y financieros. Se trata de un paso más en la «socialización del gran capital» pero esta forma de socialización se realiza en base a la propiedad privada. Esto agudiza la contradicción fundamental del capitalismo de los monopolios, y es que éste procede de la libre competencia y al mismo tiempo se va convirtiendo en lo contrario. No se elimina la competencia entre los distintos protagonistas, al contrario; como escribía Lenin en «El imperialismo, fase superior del capitalismo», «los monopolios no eliminan la libre competencia sino que existen encima y al lado de ella, lo cual produce contradicciones, oposiciones, conflictos particularmente graves y violentos.»

La multiplicación de las fusiones y adquisiciones lo demuestra. Estas batallas en las que un grupo financiero procura apropiarse de otro movilizan cantidades de dinero cada vez más disparatadas. Sólo en el periodo de septiembre y octubre, pudimos ver cómo el gigante de la química Bayer se comió al de los OGM Monsanto, por unos 34 mil millones de dólares. Los importes que se intercambian varían entre 10 y 40 mil millones de dólares. Y hubo otra operación más grande aún: la compra de Time Warner (canales de televisión CNN, HBO, estudios de cine…) por el líder de telecomunicaciones americano AT&T por el dineral de 110 mil millones de dólares. Varias operaciones del mismo tipo se realizan entre operadores de Internet, semiconductores o el transporte en buques de contenedores. Estos grupos manejan cada día más dinero y no tienen previsto invertirlo en la producción, mientras el coste reducido del crédito les incita a comprar. Para absorber a la competencia, los grupos más ricos se endeudan siempre más. Es como una serpiente financiera que se muerde la cola.

La crisis consiste en el paroxismo de la competencia, o sea la guerra comercial que se hacen los grandes grupos industriales y financieros. También es el momento en el que se mide el balance de las fuerzas entre dichos grupos, y por otra parte entre las diversas potencias imperialistas. Si bien el surgimiento de los monopolios no puso fin a la competencia, la globalización en la fase imperialista tampoco pone fin a la guerra económica en dichas potencias.

La política que consiste en incrementar siempre más la competitividad de las empresas es ante todo la expresión de la guerra que la burguesía dirige contra la clase obrera, en todos los países; esta guerra tiene como objetivo el aumento de la plusvalía global a expensas de la masa salarial y de las condiciones de existencia del proletariado en general. Pero además es la expresión de la guerra que se hacen entre ellas las distintas burguesías nacionales. Los discursos que tienden a presentar la mayor competitividad de un grupo industrial o un país como una salida a la crisis son una estafa. La competitividad de una empresa, un grupo capitalista o un país no tiene ningún efecto sobre la crisis, sólo puede afectar a la correlación de fuerzas entre los competidores.

Cuando los políticos burgueses erigen monumentos verbales a tal o cual país exitoso, no es porque éste tenga la crisis bajo control en casa sino porque se ha salido con la suya momentáneamente, a expensas de los demás países. En el contexto de la guerra económica, las burguesías europeas están en competencia unas contra otras; no poseen un aparato de Estado unificado como el que tiene la burguesía estadounidense. La globalización de la economía no ha hecho desaparecer la importancia de los aparatos de Estado. Todo lo contrario: se amplió el área en el que desarrollan su papel importantísimo para la competencia internacional.

En la guerra económica aguda, las burguesías europeas están pagando su incapacidad histórica de crear un aparato de Estado a escala del mercado europeo. La Unión Europea no es mucho más que un mercado común y en este sentido favorece tanto a los grandes grupos industriales y financieros estadounidenses como a los europeos.

La época imperialista se caracteriza, entre otras cosas, por el control que los trusts más potentes ejercen sobre el Estado. El desarrollo de la influencia de los grupos industriales y financieros viene junto con la diplomacia, la potencia militar de su Estado, su espionaje políticomilitar; la historia de las escuchas de los teléfonos privados de Merkel por parte del NSCI americano no es sólo una anécdota.

Mientras que la gran burguesía estadounidense puede contar con un aparato de Estado a su servicio en todos estos campos de acción, cada una de las distintas burguesías europeas sólo cuenta con su propio aparato de Estado y además éste está en competencia con sus colegas de la Unión Europea, incluso dentro de la eurozona.

La UE está jugando continuamente en defensa y, es verdad, con poca eficacia. Su principal adversario es el imperialismo americano pero también se enfrenta muchas veces con China. Quedan completamente ridículas las protestas de todo tipo de reformistas o soberanistas, desde Mélenchon hasta la ultraderecha, contra el tratado de librecambio entre EEUU y la Unión Europea así como su equivalente con Canadá (respectivamente TTIP y CETA). Estos tratados no hacen otra cosa más que plasmar las correlaciones de fuerzas ya existentes entre los tiburones capitalistas de los distintos países.

Igualmente ridículos son los que, por demagogía, dicen que Francia, España o Gran Bretaña sufren del peso de la UE, pues uno de los puntos más débiles de las burguesías europeas consiste justamente en no ser capaces de dotarse de un aparato de Estado a escala de la economía continental.

Los soberanistas que proponen un repliegue detrás de las fronteras nacionales existen tanto entre la izquierda como entre la derecha. Su posición supone que se puede hacer marcha atrás y anular siglos de un desarrollo capitalista que ha hecho la economía mundial. Es una estupidez.

La globalización (y con ella el ritmo desenfrenado de desarrollo del capitalismo en su juventud) es sin duda el elemento más importante entre los que han aportado a la humanidad las relaciones de producción capitalistas. Precisamente por eso es posible una organización social superior a la actual, que se fundamenta en la propiedad privada. En el capitalismo, la globalización produce el imperialismo, la colonización, el reparto del mundo entre los monopolios, múltiples formas de opresión nacional, conflictos y guerras. Sin embargo el futuro de la humanidad no yace en el regreso –imposible– a la época de las cuevas sino en derrumbar el capitalismo.

Existe una fuerte interdependencia entre la crisis de la economía capitalista, que agudiza las rivalidades, y la tensión que va subiendo en las relaciones internacionales. Este fenómeno no queda limitado en zonas geográficas en particular como Oriente Medio sino que brota por todas partes, de manera más o menos visible. La caída de del precio de las materias primas lleva a Estados como Venezuela o Nigeria hacia una quiebra completa y consecuencias gravísimas para la población. El aumento y refuerzo del poderío de las bandas armadas, las guerras civiles y las masacres, desde Sudán hasta Centráfrica, se relacionan con los vaivenes de la especulación sobre materias primas.

¿Cuántos reportajes muestran la larga cadena de dependencia entre las fábricas modernas de móviles en boga y los trabajadores que extraen cobalto y coltán en África con métodos de los tiempos prehistóricos de la primera metalurgia?

Otro ejemplo más absurdo es la violencia de las bandas de cazadores furtivos que amenazan la supervivencia de elefantes y rinocerontes en África; detrás de esta violencia están distintos eslabones económicos que relacionan a los nuevos ricos del sureste asiático –cuya fortuna no impide tener creencias estúpidas sobre polvo de cuernos y defensas– con aldeanos africanos que cazan clandestinamente para alimentar a su familia.

Es dialéctica la interdependencia entre los distintos aspectos de la crisis capitalista y las tensiones entre Estados o dentro de éstos, que van aumentando. Las tensiones políticas o incluso militares, por su parte, influyen en los movimientos de capitales…

Crisis de la sociedad y tensiones internacionales

Las relaciones internacionales muestran una inestabilidad creciente, con múltiples focos de tensión. No volveremos a estudiar en detalle el hundimiento de Oriente Medio en los conflictos tanto interiores como entre Estados. Sin embargo, es menester notar con qué rapidez la desestabilización de Irak y Siria ha implicado a las grandes potencias que tienen aliados en la región: desde EEUU hasta Francia, pasando por Rusia; pero también viene afectando a Turquía, nada más que con el nuevo planteamiento de la cuestión kurda.

Desde la península arábiga hasta Irán, varios países de la región se han visto implicados en la guerra, en varios niveles. Los atentados terroristas en Europa o en los EEUU son otras consecuencias de la guerra en Oriente Medio. Dentro de la guerra contra Dáesh se están librando varias guerras entre los supuestos aliados, como por ejemplo la guerra del ejército turco contra una parte de los kurdos, aliándose con otro sector de los mismos, o la guerra entre las distintas milicias chiíes y suníes. Incluso si al final vencen a Dáesh, habrá más guerras entre las distintas milicias apoyadas por las distintas potencias rivales o directamente entre estas potencias: Irán, Turquía, Arabia Saudí, Catar, Irak, Siria.

A pesar de que la alianza contra Dáesh reúna a EEUU (y potencias de tamaño más pequeño como Francia que corren detrás) con Rusia, las peripecias de esta guerra muestran las tensiones cada día más graves entre EEUU y Rusia.

Estados Unidos está satisfecho de poder dejar actuar a Putin en Siria para que se ecargue del trabajo sucio. Dicho sea de paso, las maniobras de los occidentales por echar a Bachar El Asad han contribuído a hundir el país en el caos. El riesgo de que Dáesh acabara siendo la única alternativa al régimen de Asad hizo que EEUU aceptara el papel de Putin; así pues lo dejaron hacer un poco de limpieza, o sea amordazar y eliminar cualquier oposición al régimen de Damasco. La indignación de los países imperialistas ante los bombardeos en Alepo es pura hipocresía; sin embargo, esta indignación expresa el hecho de que las tensiones entre EEUU y Rusia van creciendo, a pesar de su alianza contra un enemigo común.

En Europa, es la cuestión de Ucrania la que está llevando a un clima de guerra fría entre EEUU y Rusia, como un eco de lo que fue la lucha entre los americanos y los soviéticos en su tiempo.

Ambas partes ven las ventajas de esta situación. Con el argumento de amenazas exteriores procedentes de Occidente por la vía ucraniana, el Kremlín quería agrupar a su población alrededor del régimen, en particular antes de las elecciones generales de este otoño. La operación ha sido un éxito: Putin ha obtenido una mayoría aplastante en la Duma.

Los dirigentes ucranianos, por su parte, tenían mucho interés en presentarse como víctimas del agresor ruso. Primero para procurar hacer que la población olvidara su situación de miseria; luego para obligar a sus protectores norteamericanos y europeos a hacer gestos en su favor y superar su reticencia evidente ante el mantenimiento financiero y militar de un país siempre al borde de la quiebra, con el aparato de Estado corrupto y donde los clanes políticomafiosos en lucha por el poder provocan una inestabilidad crónica.

El conflicto entre Rusia y Ucrania lo amplifica la presión que ejerce EEUU mediante la OTAN con el objetivo de menguar la influencia de Rusia en el espacio ex soviético. En esta presión participan las ex repúblicas bálticas así como Polonia.

Miremos un poco más allá de estas regiones en las que las tensiones se ven con más evidencia. Una institución científica vinculada con una universidad sueca, el Conflict Data Program, escribe que «los conflictos armados han vuelto a niveles récord desde el fin de la guerra fría; a este respecto, 2014 fue el segundo año más mortífero al nivel mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial.»

El Sahel sigue siendo un polvorín, a pesar de los discursos de triunfo del gobierno francés relativos a la eficacia de su acción en Malí. Desde el cuerno de África hasta el Congo (ex Zaire) pasando por Sudán, siguen produciéndose conflictos armados más o menos violentos. Yemén está destrozado por una guerra civil en la que está implicada una coalición liderada por Arabia Saudí, con los Estados Unidos en el fondo. Grandes maniobras estratégicas oponen a EEUU y China en la pelea por el control del sur del mar de China.

Los aparatos de Estado aparecen divididos o completamente desmontados en varios países de África. Libia viene añadiéndose a Somalia, un país en el que ya no hay Estado central desde hace varios años.
En el antiguo Sudán, la separación entre el Norte que ha conservado el nombre y la bandera y el Sur con su nuevo Estado no ha estabilizado la situación. El Sudán del Sur, en guerra contra el Norte por la renta del petróleo, se hunde a su vez en una guerra civil.

Malí y la República de Centroáfrica sólo se mantienen como Estados unificados –¿hasta cuándo?– por la presencia de las tropas imperialistas francesas que sigue desempeñando su papel de guardia civil del oeste africano.

En la República Democrática del Congo (ex Zaire), el Estado central tiene que contar con una multitud de bandas armadas. La población de este país sigue pagando con centenas de miles de muertos los enfrentamientos entre las bandas armadas mientras que la explotación de los metales raros y sobre todo la explotación de los trabajdores que las extraen siguen como si nada, por el mayor beneficio de los grupos mineros y los de telefonía.

La crisis capitalista, así como la incapacidad de los gobiernos imperialistas a hacerle frente, forman la base de la crisis más o menos aguda de las democracias burguesas, incluso en los países más ricos. Que un payaso multimillonario pueda presentarse para dirigir la nación capitalista más avanzada (y ganar) es el símbolo del estado de putrefacción en el que se encuentra la representación política en el régimen de la democracia burguesa.

En Europa, esta crisis se expresa mediante la subida de partidos de extrema derecha o «populistas» en todas partes. En España, Francia o Italia, la alternancia entre izquierda y derecha, que parecía el grado último de la democracia parlamentaria, funciona cada día menos.

Si bien, de momento, ninguno de estos países ha visto la extrema derecha y la reacción formarse en grupos fascistas violentos con aspiración al poder, esta evolución ya de por sí es muy desfavorable a la clase obrera, a corto y largo plazo. Dicha evolución expresa cómo se está borrando la huella de los esfuerzos pasados del movimiento obrero en la vida política y la vida pública en general, al mismo tiempo que fomenta los prejuicios más reaccionarios en todos los campos de la vida social.

Las corrientes de extrema derecha se mantienen, de momento, en el terreno del parlamentarismo burgués; pero acogen entre sus filas a grupos o individuos cuya perspectiva es el aplastamiento de todos los restos del movimiento obrero y, de paso, de la democracia parlamentaria burguesa.

La sociedad dominada por la crisis acabará agudizando la lucha de clases, cuando ponga en movimiento a las distintas categorías que sufren de ella. Ahí están dos vías opuestas: un repunte de la combatividad obrera en el terreno del cambio social o un retroceso que abriría paso al establecimiento de nuevos régimenes autoritarios o fascistas.

La crisis capitalista más importante anterior a la actual, la de 1929, llevó al nazismo en Alemania, al triunfo de varios regímenes semifascistas o autoritarios en Europa y, por fin, a la Segunda Guerra Mundial.

Es en particular gracias a la colaboración de la burocracia estalinista cómo la burguesía, al salir de la guerra mundial, evitó que se levantase una nueva ola de revoluciones proletarias como la que se vio después de la Primera Guerra Mundial.

«¡Nunca más!» fue el grito de los ideólogos burgueses después de la guerra. Si nos fijamos en la burguesía europea, la reconciliación entre una Alemania vencida y las potencias imperialistas aliadas parecía ser la garantía de esta afirmación, como lo fue después la llamada «construcción europea».

Hoy en día, podemos comprobar hasta qué punto esta caricatura de unión del continente que es la UE estaba vinculada a la situación de recuperación económica capitalista durante algunos años. Ahora, desde la crisis de 2007-2008 como mínimo, todo está debilitado. Desde la crisis del euro hasta el Brexit, pasando por la actitud de los imperialistas de Europa frente a Grecia, la unidad europea se fragmenta bajo la acción de fuerzas centrífugas que representan los intereses capitalistas nacionales. Resulta inútil especular sobre cómo las burguesías europeas superarán las consecuencias del Brexit, que por lo visto perjudicará una parte de sus negocios. Si al final la gran burguesía de Reino Unido lo ve necesario, sus hombres políticos encontrarán un truco constitucional o jurídico para hacer marcha atrás y contrarrestar el resultado del referéndum. Si no es esto, las negociaciones entre el gobierno británico y la Comisión Europea tendrán como objeto un acuerdo que preserve lo importante según las burguesías de ambos lados del Canal. De momento, notemos que el Brexit ha agudizado la competencia entre los mercados financieros de Londres, Fráncfort y París, las dos últimas ciudades deseosas de sobrepasar a la primera.

No se puede insistir demasiado en la estupidez reaccionaria de las varias corrientes que han presentado el Brexit como un paso adelante desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora, y lamentamos que entre estas corrientes algunas se reivindiquen del trotskismo. Las vicisitudes de la UE pueden contribuir a su desaparición o su fregmentación en varias unidades; en todo caso demuestran que la burguesía no es capaz de unificar Europa aunque le sea necesario hacerlo.

Y peor aún: nada garantiza que las fuerzas centrífugas que son los intereses contradictorios de las burguesías europeas acaben con un retroceso hacia la situación de antes. La descomposición puede muy bien ir más allá. Desde Cataluña hasta Escocia, pasando por las fuerzas autonomistas en Europa central y oriental, existen muchas situaciones con esta posibilidad en germen.

No será necesario volver a comentar aquí la abyección que representa la condición de los migrantes y refugiados en esta sociedad burguesa, desde el mero punto de vista humano. Además, las potencias imperialistas llevan una gran responsabilidad en estas migraciones, o bien por el pillaje de los países de origen o bien por las maniobras políticas y diplomáticas que han provocado las guerras actuales; y esta responsabilidad es un grado más de abyección. La migración no es un problema en sí porque es un hecho propio de toda la historia de la humanidad. Desde la aparición del género humano, toda la historia son migraciones y mezclas de poblaciones.

Que se considere la migración como un problema es la señal de que el orden capitalista y el reinado de la burguesía se han vuelto los principales factores reaccionarios en la sociedad. Resulta significativo que la posición política ante la acogida de los refugiados forme el nudo del último conflicto que socava la unidad europea. No por casualidad están los países del Este europeo en la vanguardia de esta evolución reaccionaria, tanto en el tema de los refugiados como en otros.

Hungría fue el primer país en levantar vallas y concertinas en las fronteras para impedir el paso a los refugiados que llegaron por los Balcanes. ¡Menuda perversión de la evolución política de este país que en su tiempo fue el primero en quitar las alambradas entre el bloque soviético y Occidente!

El gobierno polaco, por su parte, fue el primero en intentar dar marcha atrás en los derechos de las mujeres. Quiso eliminar, entre los pocos derechos que quedaban del bloque del Este, el de disponer de su propio cuerpo, y prohibir el aborto. Fue la movilización de las mujeres y en general de la población la que impidió que el gobierno llevara a cabo su proyecto.

Es todo el llamado Grupo Visegrád (Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa) el que luce las posiciones más reaccionarias en el escenario europeo, en muchos temas.

En esta Europa central, los burgueses de tipo nuevos ricos, así como su personal político, procuran ocultar su sumisión al gran capital occidental disimulándola con la defensa del Occidente cristiano y sus valores, fomentando el chovinismo, las reivindicaciones territoriales, mientras que en esta región las poblaciones viven a menudo entremezcladas.

Sin embargo, es importante recordar que durante la crisis entre las dos guerras mundiales, la evolución de los países del Este hacia regímenes autoritarios adelantaba el futuro de la parte oeste de Europa que se pretendía más rica y por lo tanto más civilizada…


El 46° congreso de “Lutte Ouvrière”, febrero de 2017

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