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Comentarios sobre los textos de orientación política (fragmentos)

La crisis de la economía capitalista, las relaciones internacionales y la situación en Francia

La crisis de la economía capitalista

Guerra comercial y proteccionismo

En las asambleas locales, se repitieron bajo diversas formas preguntas sobre el proteccionismo.

“¿Por qué escribimos que las medidas proteccionistas son mitad farol, mitad realidad?”

Enseñar los músculos, ir de farol, también forman parte de la realidad. El gran campeón de boxeo Muhammad Ali era famoso no sólo por sus golpes sino también por sus amagos, formando parte ambas cosas de la técnica del combate. Por eso, las declaraciones y las acciones se entremezclan con, al fin y al cabo, gran variedad de consecuencias posibles.

Para responder a las tasas (muy reducidas) sobre Google, Amazon, Apple, Facebook etc., Trump anuncia tasas sobre roquefort o champán, con lo cual varias empresas que exportan hacia los EE.UU. pueden perder parte de sus ganancias o incluso quebrar. Pero en el sentido opuesto, las represalias no amenazan de la misma manera a gigantes como Google o Amazon.

Un compañero pidió que se determinara de una vez si son sólo palabras o si es realidad… El compañero encontraría en las aduanas documentos precisos sobre centenas o incluso miles de productos en competencia, afectados por la guerra comercial o amenazados por ella. Y aun así, no es seguro que los documentos estén al día, porque la lista puede cambiar de un día para el otro, dependiendo de la situación… ¡o del último tuit de Trump!

Otro compañero nota que “hay cada día más conexiones entre la economía estadounidense y la china” y el hecho le parece contradictorio con las medidas proteccionistas. Sí lo es. Ahí está el problema de una economía capitalista globalizada: cualquier ordenador, móvil, avión o automóvil requiere piezas procedentes varios países, que crucen varias fronteras o incluso varias veces la misma frontera. Y en cada etapa hay tasas que no les vienen bien a los capitalistas para sus negocios.

Volvamos al ejemplo citado en el texto, o sea la rivalidad entre Boeing y Airbus: ¿Cómo proteger a Boeing contra Airbus sin al mismo tiempo perjudicar a las grandes aerolíneas estadounidenses que compran aviones de ambos constructores?

¿Cómo protegerlo, si parte de su producción se hace en Europa y tiene subcontratas europeas?

En realidad, parte de las medidas proteccionistas forman parte de duras negociaciones, tipo póker mentiroso: “Si me amenazas en un sector, yo te respondo en otro. Si tu constructor de aviones goza de demasiado apoyo estatal (o europeo), yo voy a tasar tu vino o tu camembert.”

 Esto nos lleva a otro problema: los EE. UU. son un Estado único, que ya tiene dificultades a la hora de determinar qué sectores proteger en su economía… pero ¿cómo hacerlo en el caso de la Unión Europea, esa alianza de Estados, cuyas empresas son competidoras entre ellas, en muchos sectores?

“Hace poco, la prensa comentó una petición de 14.300 millones de dólares que la Agencia Espacial Europea dirigió a las instituciones europeas, justificándola por la necesidad de mantener su competitividad frente a la competencia norteamericana y china. Así es, el pobre cohete Ariane, cuya quinta versión funcionó de maravilla durante cierto tiempo, se encuentra en competición con el Space X del multimillonario americano Elon Musk, respaldado a tope por su Estado.

Pero resulta que, en la reunión convocada para decidir dicha subvención, veintidós países europeos venían representados cada uno por un ministro. Y comenta el diario Les Échos: “El mercadeo entre ministros de distintos países fue difícil, aportando cada uno su apoyo según el criterio geográfico solamente”. Lo cual significa que sí, vale, os damos los miles de millones necesarios, con tal de que le rente algo a mi país. Dicho mercadeo ya ha dañado la futura competitividad de Ariane. Así es: detrás de Elon Musk está un Estado único, mientras que los Estados europeos están en competencia entre ellos.” Por eso decimos que ir de farol es una técnica que forma parte de la realidad misma, tanto como las medidas proteccionistas propiamente dichas. Sin embargo, el resultado de ese juego es un clima de incertidumbre, expresión de la crisis de la economía.

Mercados saturados y tipos de interés negativos

 Otro tema: “¿cómo pueden los Estados invertir en la producción, cuando los mercados están saturados?”

 Precisamente porque el mercado está saturado, es decir porque las empresas privadas ya no pueden vender con beneficio, necesitan del Estado, para ampliar el mercado. Desde los primeros tiempos del capitalismo, los pedidos del Estado forman un mercado importante, empezando por el sector del armamento.

Y más allá de las armas, los ejércitos necesitan muchas cosas, tela para los uniformes, víveres, etc. Por eso, desde los inicios del capitalismo, la demanda procedente del Estado ha sido siempre un mercado apetecedor para los capitalistas.

¿Cuántas dinastías burguesas edificaron su fortuna en base a pedidos del Estado?

Otra cosa más: el Estado es el único agente económico cuya preocupación no es solamente el beneficio privado. Las arcas públicas llevan mucho tiempo supliendo la falta o inexistencia de inversión en sectores que no rentan, o que rentan con plazos demasiado largos, sin dejar de ser sectores indispensables para el funcionamiento de la economía capitalista, o sea que son necesarios para que otros sectores generen ganancias privadas.

Los estalinistas han elaborado una mitología alrededor de las nacionalizaciones decididas al terminar la Segunda Guerra Mundial (en Francia, Gran Bretaña…). Burlaron a los trabajadores diciendo que con las minas nacionalizadas, la luz, el gas nacionalizados, no estamos en el socialismo todavía, pero tampoco estamos muy lejos. Eso sirvió para justificar un determinado nivel de intervención estatal en la economía, indispensable para el funcionamiento del conjunto de la economía capitalista.

La cuestión de los tipos de interés negativos se ha vuelto a comentar en varias asambleas de compañeros, bajo su forma general: “¿Cómo se puede tener tipos negativos? ¿Qué lógica hay en ello?”. Es legítima la incomprensión, puesto que muchos cerebros de economistas se plantean la misma pregunta, produciendo obras de quinientas o mil páginas… sin dar respuesta alguna.

La única explicación que se puede encontrar está en nuestro texto de orientación política y se refiere a la antigua sabiduría popular, anterior al capitalismo y sus encantos: no poner todos los huevos en la misma canasta. O mejor: convertirlos en objeto de especulación. Algunos se lucran con ello. Pero no es el momento de volver a los detalles del asunto. Quizás publiquemos un artículo sobre el tema en un próximo mensual Lutte de classe.

Es de recordar que una multitud de mercados, o sea de objetos de especulación inventados con la financiarización, están saturados. Con el fin de encontrar inversiones financieras rentables, y muy rentables, una parte cada vez mayor de la especulación gira en torno a lo que llaman los productos de riesgo. Son productos financieros que bien se sabe pueden perder todo su valor, al mismo tiempo que prometen rentas elevadas.

Éste es el caso de la especulación que llevó a la crisis financiera de 2007-2008, procedente de una forma muy compleja de especulación inmobiliaria en los EE.UU. Ya antes de que se produjera la crisis, los pensadores de la burguesía, desde banqueros hasta economistas, dieron la voz de alarma sobre los famosos subprimes, y sobre la titulización que consiste en mezclar toda clase de créditos, hasta el punto de no saber quién debe reembolsar qué parte del título…

Poco les importaba, al final, mientras aumentaba el valor de dichos títulos. Comprándolos y vendiéndolos más caro uno o dos meses después, se sacaba una ganancia que atraía a bancos y grandes empresas de todo tipo.

Es un comportamiento tan frecuente en el mundo de la banca que los especuladores inventaron un dicho: “los árboles nunca suben hasta el cielo”. Pero por muy lúcido que sea el especulador, y muy al corriente, siempre piensa: “aunque yo sea el último en beneficiarme, ¿por qué perder la oportunidad?”. Por eso escribía Lenin que “el capitalista está dispuesto a vender la cuerda para que lo cuelguen”.

Volviendo al punto de partida: cuanto más arriesgadas las apuestas de los especuladores, más vivo su deseo de proteger parte de su dinero, es decir colocarlo en títulos que parecen más sólidos que los otros. Les parece que los títulos denominados en dólares son más seguros que los denominados en pesos, porque se fían más de la potencia de la economía estadounidense que de la de Argentina. Pero si uno se lo piensa, es una tontería, porque las crisis financieras más graves partieron de los EE. UU.

Thomas Piketty

Algunos compañeros notan que citamos mucho a Piketty en nuestro texto. Pregunta un compañero: “¿Por qué decimos que está de moda Piketty?”; en otra asamblea, cuentan que Piketty reunió dos veces a mil personas en mítines en la misma ciudad, y explican que existe una audiencia reformista. Está de moda en los medios pequeñoburgueses. Sus libros tienen éxito en las librerías, y dicen que aun en los EE. UU. se venden bien.

Nosotros hemos decidido hablar de su libro porque es uno de los pocos en procurar explicar la crisis desde el punto de vista reformista, con las conclusiones reformistas. Su gran idea es la atribución anual de un importe de capital, para que todos tengan un capital de 120.000 euros a los 25 años. Es una solución imbécil. Piketty regresa a ideas anteriores a Marx, y rechaza el marxismo y la lucha de clases.

El eje fundamental de las dos mil páginas de tonterías es, como dice él, “volver a plantear el problema del reparto en el centro del análisis económico”. Resulta que ignora la propiedad privada de los medios de producción, el monopolio de la burguesía sobre empresas y bancos, así como la mera organización de la producción capitalista, con la competencia y las guerras comerciales.

Si hemos decidido hablar de Piketty, es porque representa y teoriza la visión del mundo de los reformistas de todo tipo, o sea el concepto que se hace del capitalismo la pequeña burguesía, un capitalismo que no la trataría mal (ni tampoco a los obreros, a ser posible).

Es muy probable que, mientras esté de moda el señor Piketty, encontremos a estudiantes o alumnos (con pretensiones intelectuales) que tengan sus libros en las manos. Lo cual, por supuesto, no implica que los hayan leído ni mucho menos que entiendan la estafa de sus razonamientos, en una época en la que el capitalismo se está hundiendo.

Las relaciones internacionales

China

En todas las asambleas hubo preguntas sobre China, las relaciones del Estado chino con el imperialismo, la posibilidad de una guerra entre China y los EE. UU., la afirmación de que semejante guerra llevaría la amenaza de una guerra mundial. En cuanto a la primera cuestión, a un compañero le pareció oscura la idea de que “el Estado, instrumento de defensa contra el imperialismo, se ha convertido en un elemento de la integración en la economía global bajo dominio imperialista”.

Parece contradictorio, y de hecho lo es. Todos los Estados de los países bajo dominio imperialista llevan, en su naturaleza, ambos aspectos contradictorios: son a la vez instrumentos de protección de su clase privilegiada local contra el imperialismo (lo cual los opone a un poder colonial) e instrumentos de defensa del imperialismo dentro del país. La proporción de los dos aspectos no es la misma entre China y la India, entre Cuba y Haití, entre Venezuela y el Brasil de Bolsonaro.

La contradicción existe aún en una cuestión tan fundamental como la naturaleza de clase de un Estado. Recordemos que una de las mayores aportaciones del trotskismo fue explicar la degeneración de la revolución proletaria en Rusia y su burocratización, desvelando gran cantidad de contradicciones. Trotsky habla del “carácter doble del Estado soviético” en La Revolución traicionada. Según explica Trotsky, el Estado surgido de la revolución proletaria rusa es un Estado obrero, indudablemente; o sea que es el instrumento de la lucha del proletariado por tumbar el poder burgués y erigir un nuevo orden social, sin propiedad privada de los medios de producción.

Pero añade Trotsky que el Estado “sigue siendo burgués en la medida en que el reparto de los bienes se lleva a cabo mediante las normas burguesas de valor, con todas las consecuencias de este hecho”. Y concluye: “una definición tan contradictoria sin duda espantará a los escolásticos; lo sentimos mucho por ellos.”

Todo eso para recordaros que, si bien la naturaleza de clase del Estado es la pregunta fundamental, la respuesta que le damos no abarca totalmente la cuestión de las relaciones entre la clase dominante y su aparato de Estado. Incluso las clases burguesas de los países capitalistas más desarrollados han experimentado relaciones muy variadas con los Estados. Si nos ceñimos a Francia, las relaciones entre la burguesía y su Estado bajo la dictadura revolucionaria de Robespierre y Saint-Just eran distintas de las que se dieron en la época de Napoleón o en el siglo 20 con la III, la IV o la V República.

Igual diversidad de relaciones entre el Estado nacional y el imperialismo existen entre los Estados de los países subdesarrollados; comparemos China con Vietnam, o Cuba con el Estado centroafricano en tiempos de Bokassa, el Estado de Zaire en tiempos de Mobutu. Otras situaciones son las del Malí actual, de la República Centroafricana, o de Libia, donde la pregunta es: ¿existe un Estado central o sólo bandas armadas rivales?

Para volver a China: la revolución campesina que llevó al poder al Partido Comunista chino y a Mao permitió la creación de un Estado que, por su fuerza y el gran consenso que se hizo en la población a su alrededor mediante la revolución, tuvo los recursos necesarios para resistir al imperialismo. En tiempos de Chiang Kai Chek, o sea diez años antes de que Mao llegara al poder, en algunas grandes ciudades donde los imperialistas se repartían las concesiones se veían carteles con “Paso prohibido a los chinos y a los perros” … ¡Y no se trataba de una pequeña colonia sino de un país que, ya entonces, era el más poblado del mundo, con una historia y una cultura antiquísimas!

Ahora bien, el nuevo aparato estatal que fue el regalo de Mao a la burguesía, basado en una enorme sublevación campesina, fue capaz de resistir a la presión de los imperialistas e incluso a sus intervenciones militares. Recordemos que los Estados Unidos ya se enfrentaron militarmente con China durante la guerra de Corea, y con la guerra de Vietnam casi se enfrentaron de nuevo.

Sin embargo, resistir al imperialismo no era únicamente hacer frente a la presión o sus agresiones militares. Se trató de resistir económicamente. El intervencionismo estatal hizo que China pudo realizar una especie de acumulación primitiva de la que hacía tiempo la raquítica burguesía china, sometida al imperialismo, ya no era capaz.

Nosotros hemos reconocido siempre el carácter original de China frente a la gran mayoría de los países que, aun liberados del colonialismo, han seguido bajo dominio imperialista. No por ello equiparamos a China con la Rusia soviética, a pesar de sus etiquetas similares, a pesar del estatismo. Siempre rechazamos la equiparación de un Estado surgido de una revolución proletaria con un Estado surgido de una guerra de emancipación nacional, en la que el proletariado no tuvo la más mínima parte.

Los viejos recuerdan cuán solos estábamos en mantener esa posición y pasábamos por hombres de Marte, aun entre organizaciones trotskistas o de origen trotskista.

¿Una guerra entre los EE. UU. y China?

¿Por qué una guerra del imperialismo americano contra China presentaría todos los riesgos de convertirse en una guerra mundial? El motivo fundamental es que los EE. UU. no se dejarían encerrar en una larga guerra con China que dejaría espacio libre para sus rivales.

Los propios americanos mantuvieron durante buena parte de las dos guerras mundiales la actitud que consistió en dejar que los alemanes se peleasen con los británicos, que todos se agotasen en su guerra, sin dejar de vender armas a ambos bandos.

En la Primera Guerra Mundial, esperaron hasta 1917, cuando ya se divisó qué bando iba a ganar, para intervenir a su lado. En el segundo conflicto mundial, no fue antes de diciembre de 1941 y el ataque a Pearl Harbor cuando se preocuparon por los éxitos de Japón (su competidor directo en la dominación del Pacífico) y empezaron a reaccionar, aprovechando la ocasión para cesar la extensión del imperio nazi en Europa continental. Mirad su actitud con Irán, hoy en día: han tomado la decisión de boicotear a Irán por motivos que les pertenecen, pero han obligado a las potencias europeas (y sus empresas multinacionales) a seguirlos en esa vía, para que no aprovechen la oportunidad tomando su sitio. De ahí que su comportamiento no sería diferente en el caso de estallar una guerra con China.

Estallidos sociales sin una dirección revolucionaria

Un compañero notó que, en el capítulo sobre países sometidos al imperialismo, hablamos de los estallidos que se producen en muchos países, desde Chile hasta Líbano o Bolivia, y le parece que lo mezclamos la situación de todos aquellos países. No es el caso. Lo que ha ocurrido en Bolivia lo ha dirigido o manipulado la derecha, llegando a que el ejército retire su apoyo al presidente.

La única similitud entre los tres países mencionados es la que apunta el texto: “el fondo común es la degradación de la condición de las clases pobres”.

Así es, éste es el fondo común de todas las revueltas presentes y futuras porque, al fin y al cabo, con la crisis y la ofensiva de la burguesía, lo explotados de todos los países sufren el mismo deterioro de su condición, hasta en un país imperialista tan rico como Francia.

Otro rasgo común es la ausencia de una corriente comunista revolucionaria a escala internacional, que hace que quienes procuran dirigir y canalizar los estallidos son fuerzas políticas que no cuestionan la sociedad capitalista. Puede tratarse, como en Bolivia, de la capa privilegiada de origen hispano que no podía aguantar que un indio estuviera al mando del Estado. Pueden ser, como en Haití, corrientes políticas que quieren deshacerse del presidente actual para instalarse en el sillón. Puede tratarse de corrientes relacionadas con el poder religioso.

En resumen, puede tratarse de muchas cosas porque, en cuanto se amenaza la estabilidad de un régimen, se declaran los candidatos al poder. Pero ¿qué diferencia fundamental con Francia, donde el descontento que produce inestabilidad beneficia ante todo a Le Pen?

La única pregunta que valga plantearse, o mejor dicho la única respuesta militante que valga, es que la clase obrera se dé una dirección revolucionaria. La situación en Francia

Se ha comentado tres puntos en las asambleas:

  • nuestra participación en la manifestación contra islamofobia, junto con otras preguntas relacionadas con la cuestión de la religión.
  • los chalecos
  • la cita sobre Labor Party, al final del
La manifestación de 10 de noviembre contra la islamofobia

Una breve explicación para los compañeros extranjeros que no están al tanto: desde organizaciones comunitaristas (entre las cuales el CCIF, cercano de los Hermanos Musulmanes) se lanzó un llamamiento a manifestar el 10 de noviembre, para decir que no a la islamofobia. Al principio se sumó gran parte de los dirigentes de la izquierda. Nosotros decidimos entonces participar, en base a nuestro propio texto y con lemas nuestros.

Aquella participación no levantó críticas u oposiciones en las asambleas de preparación al Congreso (que tuvieron lugar después de la manifestación), pero sí provocó interrogaciones entre los compañeros, y muchas reacciones entre nuestros simpatizantes más o menos cercanos. Las reacciones han variado desde la incomprensión hasta el rechazo. Por eso es un punto importante, y tenemos que volver a explicarnos. Se nota una constante en las reacciones de rechazo y dudas, y es la tendencia a preocuparse más por la pureza teórica que por la solidaridad que debemos tener y expresar para con parte de los nuestros, los trabajadores inmigrados. Tocamos el fondo del problema.

Hemos participado en un contexto muy especial: el de una intensa campaña contra los inmigrados y en particular contra los musulmanes, que ha durado semanas. Hubo la polémica sobre las mujeres con velo en las excursiones escolares, la demagogia del gobierno sobre la inmigración, el atentado en la prefectura de París con todas las consecuencias racistas habituales. Desde el gobierno hasta la extrema derecha, pasando por muchos periodistas y presentadores de tele, todos se han aprovechado para señalar y acusar a los musulmanes y las mujeres que llevan el velo islámico, diciendo que no son buenos republicanos, que no quieren integrarse, que producen terrorismo.

Un representante del Rassemblement National (RN, partido de Le Pen) se metió con una mujer con velo en el parlamento regional de Borgoña, un racista procuró prender fuego a la mezquita de Bayona y disparó a dos personas. Todo esto ha originado conmoción, ira, y un sentimiento de injusticia entre los trabajadores inmigrados. Nosotros teníamos que expresar nuestra solidaridad. Claro está que íbamos en mala compañía, y lo sabíamos cuando decidimos ir. Pero los que se negaron a manifestar y los que, peor aún, se retiraron bajo la presión, no iban mejor acompañados. Al negarse a manifestar, dejaron la vía libre para el RN, la derecha y el gobierno. Lo repito otra vez, estamos de lado de los trabajadores, y cuando alguien se las toma con algunos entre ellos, los más oprimidos y aplastados, es preciso denunciarlo y defenderlos.

Por supuesto, no tenemos nada que ver con los islamistas, son enemigos políticos, sino que tenemos que ver con las trabajadoras y los trabajadores musulmanes. Forman parte de nuestra gente. Cada día luchamos juntos con trabajadoras que llevan el velo islámico, con trabajadores que buscan refugio en una práctica religiosa estricta. Queremos que sepan todos ellos que somos capaces de entender su ira, compartirla, aunque seamos ateos, aunque pensemos que la religión es el opio del pueblo y el velo es un instrumento de opresión.

Queremos decir a los explotados que, más allá de nuestros diversos orígenes y creencias, existe algo superior que nos une, y es la solidaridad de clase. Queremos demostrar que, cuando se ataca injustamente a uno de los nuestros, todos nos sentimos atacados. Es una reacción de clase.

El dilema con aquella manifestación es clásico. Somos pequeños, y no tenemos la capacidad de influir sobre los acontecimientos, por lo que siempre acompañamos, siempre vamos con tal o cual. Esto es lo que pasa cuando queremos manifestar nuestra solidaridad con los palestinos, ya no se puede hacer sin desfilar en la misma manifestación que el Hamás o los islamistas. Y porque criticamos la política de Israel, nos tachan de antisemitas. Pero entonces, ¿habría que renunciar a nuestra solidaridad para con los palestinos? ¿renunciar a dirigirnos a los trabajadores de aquí y de fuera, a quienes indigna la situación? Por supuesto que no.

Cambiemos de nivel y hablemos de la guerra de Argelia. Afirmar su solidaridad con la lucha independentista era situarse del lado del FLN, el partido nacionalista que impuso su hegemonía al pueblo argelino; sabíamos que el partido iba a volver sus armas contra los trabajadores, con la fuerza de una dictadura implacable. Pero aun así, era justa nuestra solidaridad, porque era la única manera de tomar posición, sin ambigüedad alguna, por el derecho del pueblo argelino a luchar por su emancipación.

Mientras no seamos capaces de ejercer una influencia sobre grandes masas de trabajadores, tendremos que expresar nuestra solidaridad con oprimidos a pesar de los dirigentes que ellos mismos elegirán, a pesar de las ideas y los prejuicios que, tal vez, tengan y difundan los propios oprimidos.

Nuestra lucha contra los integristas y las religiones

Hoy en día, algunos nos tachan de complacientes con los islamistas políticos y nos acusan de dar la espalda a nuestras ideas, mientras que mujeres y hombres tienen que resistir a las presiones y a la vigilancia de los mismos.

Bien sabemos que existen dichas presiones, y estamos del lado de quienes las combaten. Sin embargo, la única manera de hacer retroceder a los islamistas es cuestionar su influencia sobre la clase trabajadora. Los integristas gozan de tanta más influencia cuanto que son los únicos, en muchos lugares, en tener una implantación en los barrios obreros y aportar respuestas al sentimiento de injusticia y abandono. Forma parte de nuestro problema. Denunciar el racismo no puede ni debe ser el monopolio de los islamistas políticos. Esto es una trampa y un gran peligro para los trabajadores. Es el objetivo de la extrema derecha franco francesa y su simétrica, la extrema derecha musulmana.

Nosotros luchamos por que los trabajadores no caigan en esa trampa. En ambos lados hay enemigos de los trabajadores, ambos ambicionan dividir a los trabajadores, oponerlos los unos a los otros. Nosotros tenemos una política que defender, unos cauces independientes, en base a sus intereses de clase. La única perspectiva es pues militar en las empresas y los barrios obreros dirigiéndonos a esos trabajadores para integrarlos en la lucha de clase, hacer que se junten con su comunidad: la clase. Ese camino abarca la participación en una serie de demostraciones, como la manifestación de la que hemos hablado.

Sobre nuestra actitud hacia la religión

 ¿Cuál es nuestro planteamiento fundamental? Luchamos contra la religión porque es la negación del materialismo y las ideas comunistas revolucionarias. El marxismo, y el materialismo dialéctico que forma su base, surgieron oponiéndose a la religión. Tal y como lo escribió Lenin, consideramos que la religión y las Iglesias son órganos de la reacción burguesa, que sirven para defender la explotación e intoxicar a la clase obrera.

Cualquier militante que venga con nosotros debe ser ateo, estar emancipado de todas esas tonterías. En las elecciones municipales, queremos que se trate de nuestras listas, no de la lista de tal o cual que todos conocen como el animador del catequismo o el que lleva la mezquita. Hay veces que no conocemos bien a la gente y no nos damos cuenta, por eso hay que hacer un esfuerzo para conocer lo mejor posible a las mujeres y los hombres que firman para figurar en las listas nuestras. Tenemos que comprobar varias cosas, por ejemplo su posición en relación con la inmigración y Le Pen.

Ahora bien, no militamos en base a la cuestión religiosa, y ésta no es el fondo de las ideas que queremos transmitir a los trabajadores. El terreno de la batalla de las ideas, la batalla para convencer a nuestra gente, es el terreno de la lucha de clase. Queremos convencerlos de la necesidad de una lucha contra el poder y dominio de la burguesía. Al contrario de los militantes del ateísmo, no estamos en guerra contra la religión ni menos aún contra las mujeres que llevan el velo.

En un texto de Lenin titulado La actitud del partido obrero hacia a la religión (1909), comenta la posición de Marx y Engels:

“Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera extinción de la misma.”

Engels acusaba a los blanquistas de ser incapaces de comprender que sólo la lucha de clase de las masas obreras, al atraer ampliamente a las vastas capas proletarias a una práctica social consciente y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo de la religión, en tanto que declarar como misión política del partido obrero la guerra a la religión es una frase anarquista.

Y en 1877, al condenar sin piedad en el Anti-Dühring las más mínimas concesiones del filósofo Dühring al idealismo y a la religión, Engels condenaba con no menor energía la idea seudorrevolucionaria de aquél sobre la prohibición de la religión en la sociedad socialista. Declarar semejante guerra a la religión, decía Engels, significaría ser más bismarckista que Bismarck.”

Nosotros tenemos nuestras concepciones opuestas a las creencias y prejuicios de gran parte de los trabajadores. No las ocultamos porque es necesario decir lo que pensamos acerca de la religión, las prohibiciones, el velo, la condición femenina. Pero no luchamos en esas cuestiones para ganar la conciencia de los trabajadores. Aún después de la revolución rusa, los bolcheviques se negaron a lanzar una guerra contra la religión. Fue Stalin quien cerró las iglesias, rompió las cruces y encarceló a los popes.

¡Y no hizo desaparecer el sentimiento religioso! Precisamente porque somos marxistas y materialistas, sabemos que los prejuicios religiosos son productos derivados de la sociedad de clase y la explotación y sólo desaparecerán con la emancipación total de los trabajadores y la desaparición de las clases sociales.

Lenin añade a lo anteriormente citado: “Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión, contra el dominio del capital en todas sus formas.”

Los chalecos amarillos

¿Cuál fue nuestra política frente al movimiento de los chalecos amarillos? Consistió en procurar que los trabajadores de las empresas donde militamos se pongan en movimiento, en base a sus propios intereses y su propia fuerza, más considerable que la de los chalecos amarillos. Al igual que en 1968, cuando nuestra organización pidió a los compañeros que no abandonaran las empresas para acudir a la Sorbona.

Un compañero nota que no hemos tenido en todas partes una actitud única ante los chalecos amarillos. Es de esperar que, respecto a lo antedicho, sí hemos sido en todas partes capaces de apoyarnos en ese movimiento para animar a los colegas y compañeros de trabajo a lanzarse ellos mismos en la lucha. Convencer a quienes iban a las concentraciones de chalecos amarillos una vez terminado el trabajo de que mejor valía quedarse un cuarto de hora o media hora para ayudarnos a dar la vuelta a la nave o a la oficina y hablar con todos de lo que se podía hacer en tales circunstancias, para no ser sólo espectadores. Había que multiplicar las conversaciones sobre qué haría falta para subir de verdad el poder adquisitivo y hacer pagar a la patronal.

Hace un año, lo hablamos en el congreso. Animamos a los compañeros a intensificar sus esfuerzos en las fábricas. Eso era lo necesario, lo esencial, lo único que podía abrir una perspectiva al movimiento iniciado por los chalecos amarillos.

Por otra parte, animamos a los compañeros a que fueran a ver a los chalecos amarillos y hablar con ellos. El principio, fuimos para darnos cuenta, porque, aunque la iniciativa de movimiento vino de pequeños patrones y redes de derechas, sabíamos que participaban obreros, que muchos de ellos habían colocado el chaleco amarillo en el parabrisas. Por lo que fuimos y, a veces, nos quedamos porque la movilización nos permitía hablar con el proletariado de las pequeñas empresas, que está muy aislado y fragmentado y al que no solemos conocer.

El objetivo primero era aprovechar la oportunidad de hablar con los trabajadores, entender sus aspiraciones, su estado de espíritu, hacernos una idea de su nivel de combatividad. También fue una oportunidad para establecer vínculos con algunos y procurar acercarlos a nuestras ideas.

El compañero está de acuerdo con estos objetivos limitados. Reconoce que no podíamos influir en un movimiento tan amplio, los pocos que somos. En realidad, el problema no es únicamente nuestro tamaño sino la ausencia de movilización en las empresas. Sin una intervención de batallones de la clase obrera contra la gran patronal, el movimiento de los chalecos amarillos no tenía salida. Una de nuestras preocupaciones ha sido hablar con los chalecos amarillos de por qué el futuro de su movimiento, y el de toda la sociedad, depende de la intervención de la clase obrera dirigida contra la gran patronal.

El fondo del problema no es el medio, la forma o el nivel de involucramiento de nuestra intervención en el movimiento, sino los objetivos y la política que ahí defendemos. El riesgo era que, para hacernos aceptar, nos confundiéramos en la masa de los chalecos amarillos, renunciáramos a abanderar nuestra política y defender lo esencial. Es el riesgo del “seguidismo”, es decir alinearse detrás de una política que no es la nuestra, so pretexto de no quedar separados de los trabajadores presentes. Es lo que hizo el NPA y su política llevó a que militantes (que, en principio, reivindican la lucha revolucionaria) cambiasen las palabras y objetivos del comunismo y la lucha de clase por los del reformismo.

Para evitarlo, no existe receta. Sí pedimos a los compañeros que iban con chaleco amarillo que al menos le pusieran una chapa LO. Lo esencial, sin embargo, consistió en no perder de vista nuestra orientación general hacia la clase obrera y las tareas prioritarias. No son consignas llegadas desde arriba las que determinarán cómo cada compañero actúa, en tal o cual situación. Un militante debe aprovechar todas las oportunidades que se presenten. Por ejemplo, en Pau, un compañero aprovechó el “gran debate” presidido por Bayrou (un político de centro derecha, ex ministro) con un público de su bando. El compañero tomó la palabra como militante de Lutte ouvriere. Esto para deciros que, en un movimiento, hay muchas maneras de dirigirse a los trabajadores.

Hemos visto de todo. Puede ser que, en determinados sitios, nos aceptaran entre los chalecos amarillos como militantes de Lutte ouvriere, nos dieron la palabra incluso en reuniones donde pudimos defender nuestra política más públicamente. En otros lugares, no fue posible. Por ejemplo, en Fourmies, los compañeros se lo tomaron en serio, estuvieron horas y horas hablando y discutiendo porque los chalecos amarillos que más influencia tenían allí eran racistas; y un buen día los camaradas decidieron no volver, para que no se los confundiera con los racistas.

Por eso, cuando un compañero dice que no hemos aprovechado la oportunidad, se equivoca, y no se da cuenta de la gran diversidad de los chalecos amarillos. Muchos camaradas fueron, discutieron.

Construir un Labor Party

Para concluir, tenemos que volver a la citación de Trotsky sobre Labor Party, que mencionamos anteriormente en el texto. En muchas asambleas locales se ha comentado el pasaje. Hay quienes piensan que el intercambio en cuestión es demasiado específico, y no puede inspirarnos. Otros temen que se tome al pie de la letra la última frase: “El primer paso está claro: todos los sindicatos deben unirse para formar su Labor Party”, y lleve a una confusión sobre qué nos esperamos por parte de los sindicatos. Es cierto que hubiéramos podido citar otros textos de Trotsky, pero el texto que elegimos, muchos camaradas lo han leído hace poco y nos ha hecho reflexionar.

Es lo mismo con cada cita: o bien se la toma al pie de la letra y se la procura copiar, o bien se reflexiona sobre el por qué, el problema político que hay detrás, y que no es, para nada, específico. Todo lo contrario: el contexto de la discusión nos ayuda a pensarnos mejor el fondo del problema.

Al final de los años 1930, se produce en los EE. UU. una gran sublevación obrera, con mucha combatividad y grandes huelgas. Esas luchas hacen brotar a escala estatal un sindicato nuevo, contra la vieja federación corporativista AFL, con dirigentes obreros combativos que se plantean un montón de preguntas. Y en ese contexto, Trotsky plantea la creación de un partido de los trabajadores, un partido obrero, de clase.

Recordemos que, en los Estados Unidos, nunca existió un gran partido obrero a escala de todo el país. La vida política y las elecciones se reducían al enfrentamiento entre demócratas y republicanos. El Partido Socialista de Eugen Debs siempre fue una pequeña organización y el Partido Comunista nunca llegó a desarrollarse. Resulta que en 1938, Trotsky pensó que era el momento de dar este primer paso y sería un gran avance el que los obreros americanos pudieran votar a su propio partido en las próximas elecciones, contra los dos grandes partidos burgueses que siempre los encadenaron. La existencia de semejante partido obrero podía desarrollar la consciencia de clase básica, la idea de que, si eres obrero, votas obrero.

Trotsky sabía que un partido construido de esta manera, apoyándose en los dirigentes sindicalistas, no se formaría en base al Programa de Transición ni las ideas comunistas revolucionarias, pero consideraba que, aún con dirigentes reformistas, sería un punto de atracción para todos los trabajadores, una etapa en el desarrollo de su consciencia de clase política.

Porque la conciencia de clase se expresa en distintos niveles. Existe la conciencia instintiva de ser explotado y tener que defenderse, la cual no necesita un partido (lo demostró lo que ocurrió en los años 1930). Pero aún no se trata de una conciencia política, no se trata de la conciencia de pertenecer a una clase que representa otro tipo de sociedad, otro futuro para la humanidad. La conciencia de que los trabajadores deben tomar el poder político y económico expropiando la gran burguesía y construir una sociedad comunista. Para llegar a este nivel de conciencia, es necesaria la intervención de militantes comunistas revolucionarios.

Es verdad que no estamos en la misma situación. En Francia, al contrario de los EE. UU., sí hubo grandes partidos obreros, el Partido Socialista y el Partido Comunista, que representaron la conciencia de clase y reunieron a generaciones de trabajadores deseosos de que la clase obrera tomase el poder, tumbase a la burguesía y crease su propio gobierno. Hablaban de lucha de clase, de explotadores y explotados, de burguesía, gran capital, expropiación, dictadura del proletariado. Toda aquella tradición obrera que oponía a la sociedad burguesa, sus valores e ideología, los valores y principios de la clase obrera, está perdida.

Es lo que demolieron, y que hay que reconstruir. Con esta perspectiva pedimos a los trabajadores de nuestro entorno que se apunten en las listas para ayudarnos a construir el bando de los trabajadores. Por supuesto, no imaginamos hoy en día construir el partido apoyándonos en los dirigentes sindicales. Pero lo que demuestra la discusión de Trotsky con unos sindicalistas que, sabía él, tendría que combatir más tarde, es que la construcción puede hacerse mediante vías muy diversas. Para nosotros, en 2019, esta posibilidad es algo abstracta, pero si en el futuro vemos producirse un repunte de combatividad obrera, es de pensar que surgirán organizaciones obreras, con las que habrá oportunidades para reconstruir un partido comunista revolucionario.

 

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