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Hace 80 años, la insurreción obrera del 12 de febrero de 1934 en Austria

Hace 80 años, en Austria, miembros de la milicia del Partido Social-demócrata y otros trabajadores se lanzaron al combate para defender sus libertades e intentar impedir la consolidación de la dictadura. Para la clase obrera austríaca, las luchas de febrero de 1934 iban a ser el último intento de detener la marcha al fascismo.

La crisis económica mundial que había estallado a finales de 1929 afectó profundamente a Austria a partir de 1931. Esto se tradujo en el hundimiento de la economía y en la bancarrota  del mayor banco del país, el Creditanstalt. Las clases trabajadoras fueron sus principales víctimas, con la subida del paro, las bajadas de salarios, los despidos de funcionarios, la reducción de los subsidios de desempleo, el aumento de impuestos. El movimiento obrero estaba en el punto de mira. En mayo de 1922, fue elegido Dollfus, el líder del Partido Socialcristiano de derechas, que no escondía sus simpatías por Mussolini y su régimen. En marzo de 1933, justo antes de la toma del poder por Hitler en Alemania, Dollfuss decretó la disolución del parlamento  y anunció la creación de un nuevo “Estado corporativo”. En las semanas y meses que siguieron, prohibía las manifestaciones de trabajadores, disolvía el Republikanischer Schutzbund (La Liga Republicana de Protección), la milicia socialista creada para protegerse de los ataques de la extrema derecha, prohibía el Partido Comunista y restablecía la pena de muerte. Los registros se multiplicaron en los locales socialdemócratas y numerosos militantes fueron detenidos.

Muchos trabajadores, desmoralizados por el hecho de que el partido socialdemócrata hubiese rechazado toda lucha contra las medidas antiobreras tomadas desde 1931, desconfiaban de él. Las tropas del Schutzbund que se movilizaron fueron apostadas en sus barrios, a la espera de  la ofensiva de las tropas gubernamentales. Esto dio tiempo al adversario para tomar posiciones en la mayoría de los puntos estratégicos y de hacerlos inexpugnables. Un informe gubernamental admitió más tarde que “las primeras horas del mediodía hasta las 14:30 representaron un periodo de debilidad”. Si, como estaba previsto, el Schutzbund hubiera ocupado los puentes, las estaciones, los puestos de policía, los centros de comunicación, etc., la relación de fuerzas militares habría sido diferente y el éxito hubiera sido posible todavía.

El ejército se lanzó entonces al asalto de los barrios obreros de Viena. Los trabajadores y los militantes se defendieron con valentía, casa por casa, hasta el punto de que el gobierno decidió recurrir a la artillería.  Los combates más violentos se desarrollaron en Graz, en Steyr y en muchas ciudades industriales. El ejército, apoyado por la Heimwehr (la Guardia Local), la milicia de extrema derecha creada a partir de los restos del antiguo ejército imperial, tardó cuatro días en dominar la insurrección. El número de muertos de lado de los combatientes del Schutzbund y de la población obrera se elevó a varios centenares. Muchos militantes socialistas fueron llevados ante los tribunales militares, nueve de ellos condenados a muerte y ejecutados. El camino estaba abierto a una evolución más dictatorial del régimen. En 1938, un régimen nazi fue instaurado a favor del  Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania hitleriana.

Esta trágica derrota se inscribía en el hecho de los continuos retrocesos y traiciones de la socialdemocracia austríaca desde el fin de la guerra, a pesar de la abundante utilización, bajo la etiqueta de austro-marxismo, de frases “revolucionarias”. “El austro-marxismo es una teoría erudita y rebuscada de la pasividad y de la capitulación”, escribía Trotsky en 1921, que había vivido en Austria  entre 1907 y 1914 y había tenido la ocasión de conocerlo desde dentro.

En 1930, el Partido Socialdemócrata representaba todavía el 41% del electorado y contaba con 600.000 miembros. Pero el 15 de marzo de 1933, cuando después de haber quebrado una huelga de los ferroviarios, Dollfuss suspendió el Parlamento, no reaccionó. Otto Bauer le explicará más tarde: “Podríamos haber respondido el 15 de marzo convocando una huelga general. Las condiciones  de éxito nunca habían sido mejores. Las masas trabajadoras esperaban nuestra señal. (…) Pero retrocedimos, desconcertados en pleno combate (…). La guerra estalló once meses más tarde, pero en unas condiciones peores para nosotros.” No se puede expresar mejor cuán lejos estaba la clase obrera  y los combatientes de febrero de 1934 de tener la dirección que merecían.