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Por encima de las fronteras: ¡trabajadores uníos!

La polémica por las expulsiones de los gitanos rumanos en Francia, la expulsión de la niña gitana Leonarda, o el drama de los inmigrantes ahogados en Lampedusa, han relanzado el debate sobre las fronteras de la inmigración.

Por supuesto los políticos más a la derecha, como Le Pen en Francia, gritan aún más fuerte que antes contra los inmigrantes, pero la política de inmigración de los socialistas europeos deja muchísimo que desear. La derecha trata de oponer una miseria a otra, de arrojar a unos pobres contra otros. Pero todos los demás políticos siguen este juego, de una manera u otra, diciendo que no se puede sumar miseria y miseria. ¡Como si la miseria de los parados y de los trabajadores viniese de la miseria de los más pobres!

No se trata de compartir la miseria y, aún menos, de elegir entre dos miserias. Únicamente se puede combatir la miseria sacando el dinero de los bolsillos de los explotadores, de los bancos, de las casas dónde viven las familias burguesas, esas que han redondeado su fortuna con la crisis porque han empobrecido a las clases populares.

Los que quieren cerrar las fronteras e impedir a los trabajadores inmigrantes circular libremente, lo hacen en nombre de la crisis y porque hay demasiados parados; pero ¿quién ha hundido la economía mundial en la crisis si no han sido los financieros?, ¿quiénes son los responsables del desempleo sino los que despiden?

Son los capitalistas de las finanzas y de la industria –y su voracidad rapaz- los que hunden cada vez más a los trabajadores en la miseria y el paro. Y lo hacen a escala mundial, pues para ellos no hay fronteras.

“Los trabajadores no tienen patria” decía Carlos Marx. Tan verdad como que, lo estamos viendo, la suerte que les reserva el capitalismo es la de ir allí dónde hay trabajo. Tan cierto como que no tienen ni siquiera asegurado el hecho de trabajar, de ser explotados, allí donde nacieron. La vida de muchos trabajadores es la de ser perpetuos nómadas. Algunos solo tienen que hacer unos kilómetros para cambiar de fábrica o trabajo; otros se ven forzados a hacer miles y miles de kilómetros, a cambiar incluso de continente, de lengua y abandonar a sus familias.

Muchos jóvenes españoles se ven hoy forzados a buscar trabajo fuera de España; bastantes de ellos se encuentran ya en Alemania. Nadie les contesta este derecho, como no hay ninguna razón para hacerlo con otros trabajadores, sea cual sea su nacionalidad, origen o estado de sus papeles.

El movimiento obrero consciente siempre se ha enfrentado a aquellos que querían oponer unos trabajadores contra otros, intentando al mismo tiempo, encauzar esa oposición en una lucha contra los explotadores. La solidaridad de clase y el internacionalismo deben seguir constituyendo valores firmes dentro de la clase obrera y de la población en general. El capitalismo ha realizado la soldadura de los trabajadores del mundo entero. Los ha soldado a una suerte común. ¡Es necesario ahora que su lucha por emanciparse también se vuelva común!