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15M: Los análisis de un programa reformista

De los análisis y diagnosis de la situación depende de los intereses que defiendes. Por mucho que expreses el conflicto a través de los “de arriba” y “los de abajo” la realidad es tozuda. La clase trabajadora demostró que existe y lucha y que es necesario que tenga su expresión política con un programa de medidas obreras.

En los comienzos del 15M las asambleas de las plazas y las acampadas, la prohibición de banderas, de partidos y sindicatos de actuar libremente, hasta de los aplausos, era norma porque la “ciudadanía” se tenía que expresar de otra manera. Lo positivo era que podías expresar libremente las ideas en el movimiento, siempre fuera de siglas y organizaciones tradicionales de la izquierda. Estas acampadas estaban influidas por aquellos activistas y militantes que defendían posiciones críticas a la sociedad y a la crisis basándose en los análisis reformistas de aquellos intelectuales y economistas que aceptaban el marco capitalista y creían que era posible un capitalismo con “rostro humano”. Eran aquellos economistas críticos con el aspecto más salvaje del capitalismo, teorizando como neoliberalismo la nueva etapa desarrollada por el capitalismo global después de la caída del muro de Berlín y las políticas realizadas por Thatcher en Inglaterra y Reagan en EEUU en los años 80. Estaban basadas en las ideas predominantes en cierta izquierda tras lo que se llamó la globalización capitalista. Políticamente el grupo de intelectuales de la Universidad Complutense de Madrid, Monedero, Errejón, Iglesias… empezó a tener prestigio entre los sectores del 15M, sus análisis muchos de ellos provenientes de Laclau y Mouffe, habían “superado” los análisis de Marx sobre la lucha de clases y la sociedad. Ya no había clase trabajadora, ni burguesía, sino los de arriba y los de abajo. Ya no había clases, había ciudadanía, que se rebelaba contra una democracia corrupta y en manos de “la casta”. Era la “ciudadanía” que construía un pueblo, un nuevo significante político, al estilo de los líderes latinoamericanos del momento, Chaves, Morales… Estos proponían en 2014, ante las elecciones europeas, un manifiesto “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”. Llamaba a la ciudadanía a votar en las elecciones con estos argumentos: “…En las próximas elecciones al Parlamento Europeo es necesario que haya una candidatura que se ofrezca a la ola de indignación popular que asombró al mundo.” (…) La movilización popular, la desobediencia civil y la confianza en nuestras propias fuerzas son imprescindibles, pero también lo es forjar llaves para abrir las puertas que hoy quieren cerrarnos: hacer llegar a las instituciones la voz y las demandas de esa mayoría social que ya no se reconoce en esta UE ni en un régimen corrupto sin regeneración posible.”
La clase trabajadora había desparecido del lenguaje y de la realidad, ahora era “la casta” y “la gente” los nuevos conceptos. “Hacía décadas que no era tan real nuestro deseo de tomar nuestras propias decisiones y responder a nuestras propias preguntas. La casta nos conduce al abismo por su propio beneficio egoísta. Sólo de la ciudadanía puede venir la solución, como han venido la protección del empleo, la defensa de las familias frenando desahucios o la garantía de los servicios públicos, pequeñas pero significativas victorias”.
Y sus medidas se reducían a combatir el bipartidismo por una democracia real y la soberanía popular y en los temas sociales no iban más allá de la subida de salarios o de pensiones, la vivienda y contra las privatizaciones, es decir no iban más allá que un reformismo basado en cambios en la fiscalidad para sufragar mejoras sociales; pero no incidía en medidas contra las raíces del problema: el sistema productivo capitalista. Este manifiesto estaba firmado por Juan Carlos Monedero, Jaime Pastor (antigua LCR), Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía), Alberto San Juan (actor), Marta Sibina (editora de la revista Café amb Llet) Santiago Alba Rico (escritor) entre otros y aunque no estaba Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, se adhirieron posteriormente.
Económicamente el manifiesto seguía la estela de que la crisis era una estafa financiera. Para entender este análisis no hay más que leer el manifiesto titulado “Hartos de la estafa y la impunidad” firmado por Juan Torres, y Carlos Martínez miembros de ATTAC (España), en el cual catalogan la crisis como una estafa urdida y ocultada por los grandes poderes políticos y financieros, “(Los ciudadanos) …se han dado cuenta de que las multimillonarias ayudas que le dieron a los bancos con la excusa de que así se iba a reactivar el crédito para que no se siguiera perdiendo empleo ha sido también mentira porque lo que han hecho los bancos con ese dinero ha sido emplearlo en especular con la deuda de los gobiernos y así extorsionarlos mediante el auténtico terrorismo financiero que practican las agencias de calificación para exigirles reformas que les den aun mas ventajas.” Y de esta “crisis estafa” se deduce las soluciones: “Queremos recobrar las empresas que los gobiernos concedieron a bajo precio a capitales privados y que ahora se llevan nuestro capital y beneficios a otros lugares despidiendo a nuestros conciudadanos y prestando servicios mucho peores y mas caros. Queremos una banca publica controlada estrictamente para que garantice financiación a los pequeños y medianos empresarios y a las familias. Queremos medidas de urgencia para que se investigue a los responsables de la crisis y paguen con dinero y cárcel por sus estafas, engaños y crímenes económicos aquí y en los paraísos fiscales. Queremos una reforma fiscal…,”.

DE LOS ANÁLISIS REFORMISTAS DE LA ECONOMÍA A LA ADAPTACIÓN A LA SOCIEDAD CAPITALISTA

Este análisis de la crisis expuesto en el artículo de Juan Torres y Carlos Martínez, deja vivito y coleando el sistema capitalista de producción. Federico Engels analizaba ya las crisis propias del sistema y explicaba el mecanismo de estas crisis cíclicas del capitalismo en el “Anti-Düring”: “Desde 1825 en efecto, fecha en la cual estalló la primera crisis general, todo el mundo industrial y comercial, la producción y el intercambio de todos los pueblos civilizados y de sus apéndices más o menos barbáricos, salen de quicio aproximadamente cada diez años. El tráfico queda bloqueado, los mercados se saturan, los productos se almacenan tan masiva cuanto invendiblemente, el dinero líquido se hace invisible, desaparece el crédito, se paran las fábricas, las masas trabajadoras carecen hasta de alimentos por haber producido demasiado, una bancarrota sigue a otra, y lo mismo ocurre con las ejecuciones forzosas en los bienes. Esa situación de bloqueo dura años, fuerzas productivas y productos se desperdician en masa, se destruyen, hasta que las acumuladas masas de mercancías, tras una desvalorización mayor o menor, van saliendo finalmente, y la producción y el intercambio vuelven paulatinamente a funcionar. La marcha se acelera entonces progresivamente y pasa a ser trote; el trote industrial se hace luego galope, y ésta vuelve a culminar en la carrera a rienda suelta de un completo steeple-chase (carrera de obstáculos) industrial, comercial, crediticio y especulativo, para llegar finalmente, tras los más audaces saltos, a la fosa del nuevo crack. Y así sucesivamente. Todo eso lo hemos vivido desde 1825 cinco veces, y lo estamos experimentando en este momento (1877) por sexta vez. El carácter de estas crisis es tan claramente manifiesto que ya Fourier pudo describirlas todas al llamar a la primera crise plétorique, crisis pletórica o por abundancia.”
Por eso aunque se manifestara la crisis de 2007/2008 a través del derrumbe financiero, a través de la insolvencia de las hipotecas, los bancos y el crédito, el hundimiento del ladrillo correspondía a la sobreproducción a la que el sistema está abocado cíclicamente. Las millones de viviendas vacías se corresponden a esta situación. Como explicaba Federico Engels en su obra citada anteriormente: “La contradicción entre producción social y apropiación capitalista irrumpe en las crisis con gran violencia. La circulación de mercancías se interrumpe momentáneamente; el medio de circulación, el dinero, se convierte en obstáculo de la misma; se invierten todas las leyes de la producción y la circulación de mercancías. La colisión económica ha alcanzado su punto culminante: el modo de producción se rebela contra el modo de intercambio, y las fuerzas productivas se rebelan contra el modo de producción del que han nacido, y al que ya rebasan.” Y la base del sistema que produce esta situación es la acumulación de capital para obtener las ganancias a través de la explotación del mundo del trabajo. Es así que es el propio sistema de producción, y no “los criminales y estafadores” aunque los haya, el que produce el colapso y el desempleo con todos los daños sociales que llevan aparejado. Es el funcionamiento de la maquinaria capitalista y no su “degeneración moral” o “criminal” el que produce en sí mismo la crisis. Por ello los marxistas revolucionarios siempre hemos propuesto el programa de reivindicaciones y de lucha que elimine el sistema de producción capitalista y eso no sería posible si los medios de producción y financieros no pasan a poder de los trabajadores y de la sociedad en una democracia obrera en la que sean los asalariados quienes gobiernen.

LA RENTA BÁSICA, SOLUCIÓN “MORAL” PARA LOS POBRES

De la misma forma la solución de una Renta Básica, propuesta por estos economistas y defendidas en el 15M, no pasa de ser una medida sobre el ámbito de la distribución y fiscalidad de la economía capitalista. Es decir se queda en la superficie reformista del sistema sin atacar el fundamento: la producción en el capitalismo. De hecho las prestaciones sociales, en el llamado “Estado del bienestar” son formas de sostener y proteger el núcleo de la explotación de la patronal y sus accionistas desactivando la bomba de la pobreza, pero en definitiva no es más que la distribución a partir de impuestos de parte de la riqueza de la burguesía pero no de la eliminación de la relación social de explotación que la produce. Esto no quiere decir que haya que oponerse a este tipo de reivindicaciones pero sí que tenemos que hacer hincapié en que tenemos que expresar las reivindicaciones a través del trabajo. Por eso “el reparto del trabajo sin bajar los salarios”, sí sería una medida que iría hacia la solución real del problema porque sería una medida directa contra la línea de flotación del capital. El capitalista con un reparto racional, reducción de horas de trabajo…, estaría imposibilitado de utilizar el trabajo como arma para decidir la bajada de salarios o la contratación. Sería el derecho al trabajo contra la propiedad privada del capital.

“ESA DEUDA NO LA PAGAMOS”

Otro caso sería el caso de la deuda pública como consecuencia de la crisis. Era habitual que sectores de la izquierda culparan a las deudas “ilegítimas” u “odiosas”, a la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo de la UE) por imponer recortes presupuestarios para pagarla a los capitalistas financieros. El grito “Esa Deuda no la pagamos” se hizo popular en las manifestaciones y estas organizaciones de extrema izquierda preconizaban la ruptura con la Troika y no pagar la deuda.
En verdad el crédito financió la sobreproducción de casas, pero cuando los deudores comenzaron a retrasarse en los pagos y a quebrar estalló la crisis. El Estado se endeudó para rescatar a los bancos y el sistema financiero. En España se dice que el rescate costó, según el Banco de España 65.725 millones de euros. Esto significaba que el Estado deberá pagar más o menos regularmente los intereses; pero para esto es necesario que en sectores de la producción se esté generando valor. En el sistema capitalista es imposible que funcione sin la explotación del trabajo, sin trabajo productivo. El crédito y los préstamos son una parte importante de la acumulación de capital. De hecho, a lo largo de la historia, han sido muchos los países que dejaron de pagar sus deudas, sin que ello haya derrocado el capitalismo. ¿Cuántas veces ha entrado en quiebra Argentina, Brasil o el resto de los países latinoamericanos famosos por los default?
Otra idea era que la UE como organización supranacional capitalista imponía la destrucción industrial del país para convertirlo en una economía de servicios y turístico. La Troika, con la UE imponían los recortes, el austericidio y la desindustrialización. Este análisis suponía luchar contra la UE y se proponía abiertamente su salida. El problema de fondo, sin embargo, consiste en la infraestructura económica, el sistema de producción capitalista que determina la organización social y a su Estado que la gestiona. Si, por ejemplo, la industria textil se ha desplazado a Asia no ha sido por una imposición de la UE, ha sido por la propia dinámica del capitalismo que busca abaratar costes laborales. La UE sólo gestiona estos intereses del capital. Es un error tratar de salir de una estructura supranacional si lo importante, los medios de producción no lo expropia la clase trabajadora. Es precisamente la globalización y la internacionalización de la producción lo que nos permite a los trabajadores tener millones de personas de aliados con los mismos intereses. ¿Qué sería de los problemas de los trabajadores de Airbus si estuvieran unidos en las luchas en el ámbito europeo?
Pero la medida de no pagar la deuda y romper con la Troika o salir de la UE, no es una solución en sí misma, pues la burguesía ha dirigido quiebras históricas y reestructuraciones de deuda. Sólo si la clase trabajadora logra el poder político acompañada de medidas obreras podría se una solución. Si no quedaría en una medida reformista más que lo único que haría es salvar el capitalismo. La historia del capitalismo está plagada de quiebras y suspensiones de pagos. La acumulación de deudas por parte de los gobiernos, y su posterior liquidación-reestructuración con todo lo que eso significa para la población, es el abc de las relaciones mercantiles capitalistas. Las consecuencias para la clase obrera de estas reestructuraciones han significado despidos y aumento del paro, recortes sociales, bajada de pensiones etc. Por ello no se trata de una “estafa” o “robo”, no es una cuestión moral -aunque haya habido casos- es simplemente la recomposición lógica de un sistema que vuelve a reproducirse explotando a la clase trabajadora porque es la única clase que con su trabajo produce valor. Valor que necesita el capital para obtener beneficios y reinventarse. Así la consigna de ruptura con “la Troika y no pagar la deuda” no sirve de mucho si la clase obrera no lucha por el control obrero de la producción, el reparto del trabajo, la prohibición de los despidos…, consignas que permiten atacar al núcleo del funcionamiento de la explotación capitalista: la producción de plusvalía por el mundo del trabajo.